zarpas de los osos y los agudos riscos y pedregales por los que habia trepado y caido. Mis esfuerzos resultaban asi superiores a los de cuantos guerreros se ufanaban en el salon comunal; sin duda que Mintaka hubiera sonreido orgulloso y complacido. Aunque mis humillaciones habian sido tan profundas y continuadas que no me sentiria satisfecho mas que llevando la tarea a termino. Estaba dispuesto a proseguir, para lo que me vi en necesidad de recobrar fuerzas mediante la recuperacion de las heridas y fatigas, por lo que cuidaba especialmente de alimentarme y descansar. Aun asi no me era posible guardar tanto reposo como fuera necesario, obligado a cazar para los perros, llevar los caballos a que pastaran, amen de amontonar heno en la cueva, pues no siempre me era posible sacarlos.

Cuando el vigor retomo a los musculos reemprendi las salidas, en compania de la jauria, cuya ayuda me resultaba valiosa. Sabian lo que perseguiamos y cada vez se conducian con mayor sabiduria, lo que nos facilitaba la localizacion de las presas. Ellos y yo habiamos aprendido tanto de los osos como, seguramente, los osos de nosotros.

Hasta que inesperadamente, llego el gran dia. Apenas nos habiamos alejado seiscientos pies de la cueva cuando escuche los ladridos anunciadores de la proximidad del enemigo, y a poco regresaron algunos canes moribundos, destrozados. Los ladridos y los grunidos de la fiera formaban un concierto espantoso, sobrecogedor. Cuando a la carrera llegue al calvero me sorprendio la figura de un oso como jamas habia sonado: dos cuerpos de alto, que bien pudiera pesar mil o mil doscientas libras, erguido sobre sus patas posteriores, abiertas las fauces por donde asomaban los colosales colmillos, emitia grunidos poderosos mientras se defendia contra la acometida de los perros. Cada vez que alcanzaba a uno salia el animal despedido por los aires, algunos para no levantarse jamas.

Al verme se desentendio de ellos y quedamos frente a frente, apenas separados por una veintena de pasos. Los perros suspendieron el ataque y se replegaron quejumbrosos. Algunos agonizaban. La tarea de mis fieles y bravos companeros quedaba cumplida al entregarme a su verdugo. Aquel animal, aquel gigante, no podia ser otro que Oso Gran Espiritu, desafio de mis antecesores, cubierto su cuero con las cicatrices de todas sus lanzas, demostrativas de su invencible poderio.

Me senti emocionado. Curiosamente, no experimente temor. Sin duda porque esperaba aquel momento. Se me planteaba el reto que habia aguardado y deseado, y me encontraba dispuesto. Pense que todo el pueblo de Corona, el rey, Mintaka y Aludra, rodeaban el calvero entre una multitud curiosa y expectante. Deseaba demostrarles que era aquel el instante supremo en que todos los caminos se encuentran y se separan. Llegado este momento, una fuerza desconocida me arrastraba, y yo mismo me sentia un extrano.

Cuando el monstruo me hubo estudiado, comenzo a balancearse y a avanzar erguido, abiertas las poderosas mandibulas flanqueadas de horribles colmillos, las manos extendidas como buscando abrazarme, tan afiladas las unas de sus garras que espantaban. Me pregunte si sobreviviria en el caso de que unos y otras llegaran a tocar mi carne. Pero Oso Gran Espiritu no parecia dispuesto a retroceder, y lo mismo me ocurria. Se trataba de una cita concertada desde los tiempos ignotos, y alli nos encontrabamos frente por frente. No me era perceptible el murmullo ni la respiracion de aquella multitud que nos rodeaba, fantasmas que contenian el aliento.

Permiti que siguiese avanzando, lenta, muy lentamente, mientras yo permanecia inmovil, de modo que pude sufrir veinte agonias en aquel tiempo. Lo estudiaba y me sorprendia descubrir que la bestia parecia guiada por una inteligencia reflejada en todos sus movimientos. Lo que no era extrano si la leyenda resultaba cierta. Temi fuera capaz de leer mis pensamientos, pues elaboraba entretanto la tactica para atacarle, si antes no me destrozaba. Asi que en el momento favorable esgrimi la lanza en un amago de arrojarsela, y observe como mediante un rapido movimiento se apartaba de la trayectoria. Despues parecio chasqueado al comprobar que el arma no habia salido de mi mano, y ello le hizo pensar.

Nos manteniamos moviendonos en circulo, cada vez mas corta la separacion, mientras nos amenazabamos con argucias de tanteo. Grunia siniestramente despues de cada una de mis anagazas, y aquellos enganos parecian aumentar su prudencia, al darse cuenta de que no me estaba conduciendo en la forma que el podia esperar. Dude hasta entonces que los dioses asistieran a este monstruo, mas ahora estaba convencido. No era un simple animal, sino un ser inteligente.

Me percate de que nunca le alcanzaria con la lanza, aunque estuvieramos muy proximos, pues lograria desviarla con su poderosa mano. Entre tanto procuraba acortar la distancia, que ya era de unos quince pies, abiertas las zarpas; le descubria la intencion de abalanzarse para partirme en dos con un abrazo. Deje entonces que el miedo se reflejase en mi rostro y mis movimientos demostraran el pavor que me estaba invadiendo, mientras retrocedia algunos pasos horrorizado ante la muerte inevitable. Y cuando aquel ser penso que huia, lo que le llevo a bajar la guardia de sus poderosas garras, arremeti como centella, extendido el brazo que remataba en punta con el cuchillo, que guie contra su corazon, al tiempo que proferia un grito que resono por el valle, como himno de mi furia.

Mi pensamiento supremo en aquel instante era que no merecia vivir si no me acompanaba la gloria de los heroes, y que en aquella batalla habiamos de sucumbir uno de los dos, pues que estaban empenadas las excelsas divinidades. De nada me serviria rehuir el encuentro ni extremar precauciones cobardes, pues no luchaba contra un animal. Y lo que estuviese en la mente de los dioses se cumpliria. Por eso aseste el golpe con una sana que broto de no se que desconocidas reservas interiores, y estreche mi cuerpo contra el suyo; gire el cuchillo para que la herida, de la que brotaba un chorro caliente y viscoso como un manantial de la roca, se agrandase, hasta banarme con su sangre. Resono un bramido indescriptible, como sendero violento por donde se le escapaba la vida, y todavia tuvo tiempo de levantar las garras y clavarlas en mis costados. Senti como se laceraba mi carne, y un dolor tan intenso y profundo que me privo de lucidez.

Esperaba despertar en el Walhalla y que una walkiria humedeciera mis resecos labios para calmar el ascua que me incendiaba la garganta y abrasaba la boca. Mas no era una gracil muchacha aquella figura que resplandecia en un nimbo de luz que le era propia, sino un anciano delgado y alto, con una larguisima cabellera y barba que le alcanzaria las rodillas cuando menos, color blanco de nieve. Vino a postrarse junto a mi con un cuenco en la mano. No distinguia que bebida era, pero me reconfortaba sentirla pasar por los labios, humedecer la garganta dolorida, correr hasta mi estomago acongojado de un enorme vacio.

«?Quien sois, y como os encontrais aqui?», acerte a preguntar ante el desconcierto de que una persona habia violado las reglas del santuario, reservado a la estirpe real.

«No os inquieteis: soy un pobre peregrino que recorre el mundo para purgar sus muchos pecados.»

Sus palabras eran suaves, la sonrisa dulce, los ojos vivos. Pero lo mas sorprendente era el resplandor que evadia de su figura, pues le proporcionaba un nimbo irreal, divino. Me parecio un enviado de los dioses, quizas para castigarme por la muerte de Oso Gran Espiritu o revelarme algo desconocido que debia acontecer ahora, de acuerdo con los planes que tuvieran dispuestos. En cualquier caso, pensaba, me traia una predestinacion y no podia contemplarlo severamente, como enemigo, aunque un pensamiento me seguia inquietando:

«?De donde venis?»

«Soy cristiano.»

«?Como os llamais?»

«No tengo nombre: me llaman el obispo innominado.»

«?Sois obispo? Conozco lo que representa vuestro rango entre los cristianos. Pero nunca sone que se pudiera ser tan pobre. Os llamare Longabarba. ?Y como habeis llegado hasta este lugar secreto, reservado para los reyes? ?No sabeis que es un santuario?»

«Nada conozco. Vengo de muchos paises y he cruzado valles, montes y rios, y es la primera vez que piso este territorio. He llegado hasta aqui guiado por la mano de Dios, pues El condujo mis pasos para vuestra salvacion.»

Aquel viejo peregrino utilizaba el lenguaje de mi madre, por lo que me evocaba un mundo perdido que jamas conociera, del que guardaba un tesoro de recuerdos infantiles escuchados de sus labios. Pero que a la vez me sonaba extrano y tan lejano que pertenecia a la irrealidad, a la leyenda. No representaba para mi lo cotidiano, lo inmediato, lo presente. Bullia en mi cerebro con la imprecision de los suenos.

Como me viera examinar mis vendajes y tratara ademas de averiguar el estado de mis caballos y de los perros supervivientes, en un esfuerzo por reconocer mentalmente el camino transcurrido desde el supremo instante en que me abandono el espiritu abrazado al oso, Longabarba hablo:

«Dios me trajo cerca de vos en el preciso instante en que os arrojasteis contra el oso y le clavasteis el cuchillo en el corazon. Nunca pude pensar que hombre alguno fuera capaz de acto tan temerario y loco. Y no lo digo por censuraros: os reconozco como un joven de extraordinario valor. Habreis sufrido mucho para llegar a este

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