desacreditaba tanto al rey como a mi tutor, pues se dejaba arrastrar este por el estro poetico, quien sabe si por lisonja, con desprecio de la verdad. Con lo que se agigantaba el cumulo de mis dudas, pues si desconfiaba de los que mas proximos residian en mi corazon, ?como iba a asentar mi firmeza interior? Nunca olvidaba el sarcasmo de la reina al asegurar que el bardo le inventara una genealogia de veinticinco reyes, que de haber existido no alcanzaria en realidad mas alla de pastores y boyeros, y hasta quien sabe si alguno de ellos llegaria a herrero, pues memoria no habia de tantos reyes. Y aunque desde nino aprendiera a no aceptarlo como oraculo, las palabras de mi madre siempre me proporcionaban amplia materia de reflexion, puesto que me descubrian dos mundos. Con lo que mis dudas se aumentaban, pues se acrecentaban con el caudal de las nuevas. ?Por que aquel divorcio entre palabras y hechos?
Parece que nunca se percataron mis padres del desconcierto que presidia mis sentimientos e ideas. Unicamente Mintaka, y sin duda que le preocupaba. Para aquella ocasion no me atrevi a pedirle me acompanara, pues suponia una debilidad que debia ocultar. Pero sin duda que lo leyera en mis ojos y supe con oculta satisfaccion que vendria. Mi padre debio de adivinar los motivos, aunque lo disimulara; sin duda le agradaria disfrutar una vez mas de la compania de su viejo camarada de armas, amigo y consejero.
Tan pronto como salimos al mar abierto, el rey parecio transformarse. Mando desplegar las velas, y aparecio el famoso y espantable dragon. Tambien se despojo de la caperuza al que ostentaba en lo alto del codaste, que miraba al mar con una ferocidad y sana que encogia el espiritu. En aquel momento senti que el rey adquiria la proporcion de un gigante, y todos los guerreros, al recoger los remos y colocar sus escudos en las amuras de la embarcacion, se disponian a secundarle, conscientes de emprender una gesta gloriosa. Cierto que se habia producido una metamorfosis y que se me aparecia como el mismo dios Thor, cabellera y barba rojas, musculoso, atletico. Era fama que tambien se excitaba con facilidad, y desplegaba entonces un torrente de energia en el combate, aunque conservase la mente serena. Tan temible resultaba en sus estallidos de colera como bondadoso y compasivo con los hombres, como bien se reflejaba en sus discusiones con la reina, donde bajo su apariencia ruda y grosera se adivinaba un fondo de bondad y tolerancia. Quizas representase un modelo donde los vikingos se reconocian a si mismos, ayudado por el arte de Mintaka al convertirle en arquetipo. Una bondad que cualquier vikingo se avergonzaria de confesar; al contrario, lo ocultaria como una afrenta, y se disfrazaria con el rostro vigoroso, cruel, espantador, de la ira salvaje.
Unido a la vibrante y esplendida impresion que me inundaba, iba acrecentandose el placer de sentir el leve deslizar del
Mi padre parecia entretenerse en conversar con los setenta guerreros que nos acompanaban, luego de comprobar que los otros veinticinco barcos seguian el rumbo con facilidad. Aparentemente al menos se desentendia de mi persona. Permanecia yo junto a Mintaka, que gobernaba el timon. Me pidio lo empunase y destaco que desde entonces marcaria el rumbo de toda la escuadra, pues que todos seguian a la dragonera real. Recordaba las ensenanzas recibidas de mi tutor cuando el sendero de las ballenas, mas las nuevas orientaciones que ahora me procuraba, y asi pasaban las horas.
Despues de la comida, regada con vino, comenzaron a embromarse los guerreros, animados por la excitacion de la aventura y la monotonia del prolongado viaje. Los jovenes pronto rompieron con sus bravuconerias destinadas a impresionar a los demas, y sin duda para sugestionarse ellos tambien. El mismo rey los excitaba. Entonces surgio el gran desafio. Los veteranos empunaron los remos y los sacaron por las chumaceras, y asi los mantenian horizontales sobre el agua, lo que formaba una larga hilera de troncos de pino que alcanzaba los tres cuerpos de largo. Uno tras otro los nuevos saltaron de remo en remo, descalzos, entre gritos de animo y exclamaciones de alegria. Alegria que se habia contagiado a todos los barcos, proximos en la navegacion, pues que la voz llegaba de unos a otros, y ningun joven guerrero rehusaba participar en el desafio. Se llegaba al paroxismo cada vez que uno completaba el pase sin fallos, lo que le suponia categoria de bravo. Era de ver como el que fallaba y caia al agua se aferraba al remo para ser izado. De no conseguir asirse nadie se preocuparia de recogerle; la mar se le convertia en sudario. Esta idea me espantaba. Y no por miedo a la muerte, que la porcion vikinga de mi ser despreciaba, sino por la crueldad de un tal destino, afrontado por todos sin atisbo de preocupacion.
Cuando un guerrero perdio el pie y cayo al agua, y sus esfuerzos resultaron inutiles para alcanzar el remo, quede sobrecogido al contemplar como se alejaba, sin pedir auxilio, sin un grito ni una palabra. Tambien los remeros permanecieron indiferentes, o al menos lo aparentaban, y la fiesta prosiguio.
A poco me hablo Mintaka:
«Comprende que el rey espera, exige mas bien, que su hijo sea mas valiente y sacrificado que los demas. Y que los jovenes guerreros no te daran ninguna facilidad: antes al contrario, se esforzaran al maximo y mantendran un reto permanente. Porque su orgullo es, cuando menos, igualar al principe, pues se supone que has de ser tu el mas valiente entre ellos, al igual que tu padre entre los experimentados veteranos.»
Era cierto. Notaba que la actitud de los saltadores constituia un desafio, mientras los demas me contemplaban expectantes. No menos interes debia de existir en el rey, que ni una sola palabra habia pronunciado, absorto en gozarse del valor de los guerreros. Imaginaba los pensamientos de mi padre y me entristecia, pues me sentia inseguro y de nadie desconfiaba tanto como de mi mismo. Por lo que me resultaba imposible aceptar la competencia que para mi porcion de cristiano carecia de sentido. Pensaba que poco me importaria perder la vida cuando la accion lo justificase, pero de este modo inutil no representaba la culminacion gloriosa de una existencia, sino el fracaso de la vida misma.
El centeno con que haciamos nuestro pan era producto de la muerte de la planta, una vez llegada a su cenit. Del abismo de mi soledad me saco Mintaka, como solia, pues parecia leer mis pensamientos.
«Esos jovenes guerreros tienen sobre ti una ventaja: solo conocen un camino, que recorren sin vacilar, convencidos de encontrarse en lo cierto. No soportan complicaciones espirituales de ninguna indole: se sienten felices matando y muriendo, segun el orden de los valores que han aprendido. Mientras que Haziel se debate entre dos campos irreconciliables: yo tambien estuve plagado de dudas.»
«?Y las resolviste?»
«Medite cual era mi sendero, me asi con toda la fuerza a mis convicciones y marche adelante sin permitir que nada desviara mi ruta. Puedes descubrir al final que te has equivocado, cuando ya no queda tiempo para rectificar. Es el riesgo que se corre, ademas de amarguras que deben soportarse. Pero aun asi, solo tiene posibilidad de ser feliz quien se siente fiel a si mismo.»
Aquel verano descarto el rey cualquier ataque al Pais de los Cinco Reinos -quien sabe si por los temores de mi madre-, y nos dirigimos a la tierra de los francos, donde nos adentramos por un hermoso rio hacia el interior. La primera accion en que participamos se desarrollo de un modo fulminante, y nunca podre olvidarlo. Se escogio como blanco un famoso monasterio hasta entonces inviolado. Tan rapido se llevo a efecto el ataque que gran cantidad de monjes encontraron la muerte en sus propias celdas, atravesados por las espadas de los jovenes guerreros, cuyo empeno principal era matar, mientras los veteranos se ocupaban con preferencia de recoger botin, saqueando el templo y cuanto tuviera valor.
Observaba que los mayores solo mataban al encontrarse frente a un enemigo, mientras que los jovenes no establecian diferencia y degollaban a todo ser viviente; una orgia de furor y de sangre. Como si precisaran demostrarse a si mismos que en su rabiosa locura no aceptaban freno alguno, ni existia fuerza capaz de contenerles, ni a hierro ni a fuego. Es probable que algunos frailes no acabaran de enterarse de cuanto sucedia, cuando ya nos encontrabamos en los barcos, rio arriba.
Imposible describir la repugnancia que sentia. Mintaka lo adivinaba; pendiente de mis actos, advertia mi pasmo ante lo que contemplaba. Se hallaba presente cuando pregunte a mi padre si consideraba necesario degollar a los indefensos religiosos, y me replico:
«Si no llegas a infundir un miedo espantoso a tus enemigos, todo nos costara mas esfuerzo y disgustos.»
No me resultaba comprensible que existiera justificacion para un tal comportamiento. Pensaba que era justo pelear para conquistar el botin, y que matar solamente correspondia cuando nos enfrentasemos con un enemigo