demonio: eso lo sabemos unicamente tu y yo. Los demas solo la conocen como una reina capaz. Pero ninguno compartio con ella el lecho de nuestra noche de bodas, e ignoran lo que representa yacer con una estatua, fria, muerta, que llega a paralizarte la sangre en las venas hasta helarte el corazon. Nada mas horrible, te lo confieso. Por eso no he vuelto a buscar su intimidad ni una sola vez. ?No deseo se repita aquella noche sin amor! Mujeres rubias, de figuras esbeltas con estrechas caderas, hembras sin fuego que no pueden rivalizar con las ardientes de nuestra raza, como volcanes, hembras poderosas de anchas caderas y vientres que arrojan al mundo fuertes y vigorosos guerreros. Y he usado de gran paciencia con ella. Me he esforzado en hacerle comprender que no soy tan barbaro ni malvado como piensa. Ni los demas tan perfectos como imagina. Y ya ves, hijo mio, lo que he conseguido: emborracharme para tener el valor de confesarte mi amargura que, sereno, he guardado siempre para mi.»

Su largo parlamento estuvo salpicado de vacilaciones y torpezas, como es natural en un beodo, y a muchos habia escuchado en el salon comunal. Pero ninguno era mi padre; por ello me afectara mas. Aunque fuera, borracho, cuando mas cerca se encontraba de los dioses, como habia oido a Mintaka tantas veces.

Cuando se durmio aparecieron las mujeres y lo acomodamos, dejandole resbalar del asiento hasta el suelo, donde se habian colocado pieles. Nada me dijeron; me contemplaban respetuosas en espera de mi decision. Nunca antes habia permanecido tan cerca de ellas. Acabe levantandome y sali fuera. Me aleje mientras meditaba en lo que habia presenciado y escuchado. Pensaba, por el dano que me produjeron aquellas palabras, que nunca debieran confesarse ciertas cosas cuando el que las escucha es doliente por ambas partes.

Nos acercabamos al final de la caminata y tenia la idea de que debia concluir antes de acabar el viaje, pues ya no tendria otra ocasion mejor, e importaba mucho que Longabarba tuviera idea cabal antes de reunirse con la reina.

«Muchas veces he comentado este asunto con mi tutor: el rey ha informado a mi madre de cuanto ocurria en el Pais de los Cinco Reinos; la boda de la abuela Ethelvina con Avengeray, las sucesivas conquistas hasta unir todo el territorio, la felicidad y poder que consiguieron. Y no era su proposito martirizarla, sino que aceptase los hechos reales, que estamos los hombres sujetos a nuestras pasiones y defectos, y que los acontecimientos llegan a hipotecar nuestras vidas. Con todo lo cual ha luchado mi padre para reconquistar el derecho de ambos a la felicidad. Pero ella jamas acepto sus palabras como verdaderas. Pensaba que solo pretendia enganarla, y le juzgaba un salvaje incapaz de cualquier sentimiento noble -hice una pausa para tomar aliento y reordenar mis recuerdos-. Debo insistir en que jamas nadie se esforzo tanto por entender a mi madre, exceptuando al mismo rey, como mi buen Mintaka, pues aun siendo odiado por ella, le profesa un gran respeto y siente honda conmiseracion por su desgracia -tras unos pasos conclui-: Ya conoceis cuanto importa, mi buen Longabarba. Os ruego hagais uso de vuestra sabiduria, experiencia y santidad, para aliviar a la reina y suavizar, con vuestro consuelo, su enorme dolor, pues nadie es mas digna de compasion.»

«Tened fe y dejad las cosas en manos de la Providencia, que sin duda encontrara el camino mas seguro.»

Sus palabras contenian pesadumbre y esperanza; diriase que reflejaban confusion y firmeza, que debia de ser lo que el llamaba fe.

Se me alcanzaba que el destino, como siempre, se gozaba en complicar nuestra existencia, y que nada mas me quedaba por intentar, luego que puse en juego los recursos de que disponia, sino una espera paciente.

El fin de la jornada se alzaba ya frente a nosotros, al alcance de nuestra mano. Las aves y las casas se miraban en el azulado tapiz de las aguas, sobre las cuales trenzaba arabescos el reflejo de los abedules que poblaban la ribera. Y presidiendo el entorno, la elevada mole del oscuro Corona, tallado a pico, cuya cumbre solo alcanzaban las divinidades, los pajaros y las nubes.

No puedo imaginar el derrotero de los pensamientos del santo varon. Yo pense en Mintaka, esceptico cuando no incredulo, segun intuia. En el rey Thumber, que se proclamaba semejante a Thor, el dios del martillo. En todos mis companeros, que ensalzaban con orgullo mi hazana, a pesar del desafio que entranaba sobre los dioses que moraban entre los agrestes riscos de la cima de aquella montana negra que peinaba las nubes. A los cuales habia derrotado. Que eran sus dioses, como tambien los mios.

Y pensaba en mi madre, saturada de un odio ciego, irrazonable, y en la abuela Ethelvina, en Avengeray, el caballero sin tacha cantado por la leyenda. Y en el buen obispo Longabarba, lleno de fe. Y en el Dios en que ellos creian, que moraba todavia mas alto que la cima del Corona. Un Dios que tambien lo era mio.

?Y donde quedaba yo?

VIII

Mucho he reflexionado sobre los recuerdos de mi juventud en cuanto a mi padre, el rey, y mi madre, la reina.

Me he dado cuenta de que nunca le tuve amor, o al menos el afecto que pude sentir por ella siempre fue debil, mas bien producto de una dependencia, en que el sentimiento era ajeno. Con respecto a mi padre, nunca tuve una idea precisa sobre sus sentimientos. ?Amaba a mi madre realmente? Creo que si, e intento de buena fe destruir la barrera que les separaba.

Y no pienso que mi madre fuera esencialmente como se nos aparecia a mi padre y a mi. Pues en sus actuaciones de gobierno, obligada por las prolongadas ausencias del esposo, habia conquistado el respeto y carino del pueblo, lo que se debia a revelarse entonces conforme a su naturaleza, sin influencia de los conflictos internos que condicionaban su comportamiento familiar. Aquella sabiduria en el gobierno era motivo de orgullo para el rey, alabada tambien por Mintaka, quien, entre todos, era el que mayores virtudes le atribuia, que nosotros no llegabamos a adivinar.

Fue una sorpresa comprobar el cambio que se opero en ella, inesperadamente, el dia en que lleve a su presencia a Longabarba, a quien no reconocio; alto, enjuto, larguisimo el cabello de la cabeza y la barba; de su semblante solo destacaba el fulgor de sus ojos, que para mi representaban dos puntos mas intensos en la luminosidad que emanaba de su cuerpo.

Le hable en circunloquio, pues deseaba que ella misma descubriese de quien se trataba.

«Senora, os traigo a este peregrino cristiano que he encontrado por las montanas. Supuse os agradaria recibirle.»

La sola mencion de un peregrino de su religion ya le impresiono gratamente para acogerle con benevolencia, diria que con afecto, y nos introdujo en el salon. Llamo a sus doncellas para que sirvieran alimentos y bebidas, mientras averiguaba si habia comido. Al responderle afirmativamente, paso a interesarse:

«?Sois fraile misionero de la Hibernia?»

Longabarba tenia una voz placida, y el tono reflejaba bondad y paciencia, con la que conquistaba a sus interlocutores.

«Han pasado muchos anos, mi senora dona Elvira, para que podais reconocerme, cuando ademas me contemplais transformado. Recordad: me conocisteis en el castillo de Ivristone; llegue con mi senor Avengeray; conduciamos los restos de vuestro padre despues de la batalla del Estuario. Vuestra madre, mi senora Ethelvina, me nombro obispo.»

Observaba que Longabarba no habia citado mas que hechos antiguos, no relacionados directamente con la situacion presente de la reina, cuyo rostro, subitamente, se habia iluminado, asaltada por los viejos, queridos recuerdos, lejanos pero siempre revividos a traves del tiempo.

Sus palabras habian impulsado una transformacion. La reina mostraba ahora una luz interna que jamas sospechara, y en su rostro se apresuraban los reflejos de mil encontradas emociones que no hallaban vocablos para ser expresadas. Por lo que acabaron asomandose a las pupilas; se derramaron de sus ojos solitarias lagrimas, que resbalaron por sus mejillas, y estrecho sus manos, que besaba, hasta reclinar la cabeza. El obispo le paso blandamente su mano sobre los cabellos.

Me preguntaba si en aquellos instantes, que en modo alguno osaria turbar con mis palabras, desfilarian por la mente de mi madre los tiempos que debieron de serle felices, evocados por este varon cuya aureola parecia invisible para todos, excepto para mi, pues que ni siquiera mi madre habia reparado en tan maravilloso fenomeno. Sin duda eran los tiempos de su desventura los que con mas fuerza evocaba; era evidente que cabalgaba sobre la frontera de dos mundos, cuyas vivencias debian de resultarle, mas que penosas, fuentes de dolor.

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