no cabalgar el debia yo caminar a su lado.

«No os he preguntado como os fue. Perdonadme. ?Resulto triunfal, como os mereciais?»

Le referi cuanto habia ocurrido desde mi llegada a Corona, sin detenerme en detalles que juzgaba impropios para los oidos de tan santo varon, como lo referente a mi bella y dulce Aludra.

«Debeis de sentiros satisfecho con vuestros dioses, principe.»

«Mis companeros lo estan: su entusiasmo es grande. Mas, ?como puedo sentirme yo, que los he desafiado y vencido? Mintaka posee unas ideas firmes, e incluso me parece, cuando le oigo hablar de los dioses, que no cree en ellos. Pero siempre he vivido confuso: tengo el cerebro poblado de dudas.»

«Sabio hombre parece vuestro tutor, por lo que os he escuchado.»

«Lo es, pero mi madre le odia, como parece odiar a cuanto le rodea, hasta la vida misma.»

«?Odia vuestra madre, mi senora, principe? No podeis imaginar cuanto me acongojan vuestras palabras. A los cristianos no nos esta permitido: vuestra madre asi os lo habra ensenado.»

«Mirad, buen peregrino: mis anos no son muchos, cierto, y tenemos por costumbre reverenciar a nuestros padres. Tambien las creencias de nuestros mayores. Pero he escuchado muchas palabras, he conocido muchos hechos, que me causaron gran confusion. Esta manana he visitado a mi madre.»

Longabarba guardaba silencio, mientras sorteaba piedras y matorrales que estorbaban el paso. Sin duda se percataba de mi disposicion para hacerle objeto de mis confidencias; referirle ideas que bullian hacia tiempo por mi cerebro, y que ahora podian tomar forma definitiva al concentrarse en interrogantes cuando menos. Porque hay intuiciones que unicamente adquieren entidad cuando intentamos explicarlas a otras personas.

Le referi como, por la manana, visitara a mi madre para que conociera mi regreso y estado, si es que todavia no tuviera noticias. Aunque entonces supe que Mintaka se habia apresurado, en cuanto llegue, a informarle por medio de un esclavo.

Despues de obligarme a descubrir el torso para conocer y dolerse de mis cicatrices, simbolos tragicos de la barbarie, de todo lo cual se lamento mucho, tanto como mis companeros las ensalzaron por juzgarlas timbre de gloria, comenzo a reprocharme desoir sus palabras y seguir las de mi padre, el rey, y anoraba los anos de mi ninez en que podia mantenerme recluido en casa, rodeado por sus brazos y por los de las doncellas, a salvo de todos los peligros de este mundo despreciable y odioso de barbaros paganos, incivilizados y asesinos. Y mucho se dolia de perder un hijo, en quien habia cifrado la esperanza e ilusion de su vida, para el que deseaba la mayor gloria del mundo hasta llegar a ser un poderoso rey, bondadoso y lleno de sabiduria, a cuyo fin me habia proporcionado la mejor ensenanza que le fuera posible encontrar en aquel mundo inculto. Debia confesar que nunca acabe de entender cabalmente las razones de mi madre, pues las exponia de modo confuso, en tal forma que nunca estaba seguro de que existiera una correlacion logica en sus ideas, especialmente cuando se trataba de enlazar el pasado con el presente y el futuro. Se conducia, al hablar de este tema, como si razonase por compartimentos estancos, sin exponer jamas el lazo de union que pudiera relacionarlos.

Esta fue la primera vez en mi vida que expresara a mi madre discrepancia con lo que me mandaba, cuando desde la ventana senalo los barcos que estaban en preparacion en la bahia encalmada, pues sin duda conocia tambien su destino. Le hable de la tradicion que debia seguir, como hijo de un rey, esto era, salir en expedicion al mando de las naves, para lo cual mi padre tenia dadas ordenes que me facilitasen todos los medios cuando llegase el momento. Y Mintaka, en cumplimiento de los deseos de su senor, aprontaba lo necesario. Suplique a mi madre autorizacion para el suministro de viveres por los almacenes reales, armas, implementos, cuanto fuere preciso para la expedicion. Y como insistiera una y otra vez en que no debia arrostrar tales peligros, ni empenarme en acciones de barbaros, ni rodearme de asesinos, pues no otra cosa eran aquellos celeberrimos guerreros que cantaban borrachos en el salon, contagiando a los inexpertos jovenes ansiosos de gloria, le asegure seriamente que marcharia aunque ella se opusiese, puesto que estaba permitido y autorizado por mi padre. Finalmente parecio doblegarse ante lo inevitable, pero me exigio no atacase nunca el Pais de los Cinco Reinos, a lo que hube de mostrarme conforme, de tan lastimera forma me insistia, pues le rebosaban los ojos de lagrimas que se le desbordaban por las mejillas.

Cuando crei que se habria tranquilizado, luego de hablarle de cosas nimias, aborde el tema de Aludra: le manifeste mi proposito de casarme. Se le renovaron los brios y mostro su rechazo mas vivo, que jamas consintiera el matrimonio con una esclava, a mi, que estaba destinado a ser un gran rey. Tanta era su exaltacion y oposicion que le recorde no se trataba de esclava sino libre, y que al fin era el rey, mi padre, quien debia autorizar o negar la boda. Y tuviera bien presente que de no obtener el permiso regio abandonaria Corona con Aludra para asentarnos en otras tierras.

Conclui asegurandole que saldria de expedicion, con el proposito de localizar el paradero del rey, que calculaba se encontraria por el territorio de los galos, segun habia manifestado a Mintaka antes de zarpar, para luchar a su lado y regresar cargado de botin. Pues ya eran muchos sinsabores los proporcionados a mi padre, y le estaba obligado a compensarle de algun modo para que sintiera orgullo de su hijo. A cuyas razones mostro ella su acostumbrada oposicion y rechazo.

Caminamos otro trecho en silencio sorteando los obstaculos que se oponian a nuestro paso, seguidos del corcel, que llevaba sujeto por la rienda, y distraidos por los perros, que adelante y atras recorrian cinco veces el camino, persiguiendo a cuantos animalillos se movian y espantando a los pajaros.

Longabarba no me interrumpia una sola vez, y me escuchaba ahora el ruego de que intercediera con la reina, pues que por su antigua amistad y condicion de obispo alguna ascendencia habria de conservar y, ademas, la ocasion se le presentaba favorable, ya que era la primera vez, desde el dia de su boda, en que volvia a tener contacto con el mundo que abandono, y con su religion.

«Me aflige mucho escuchar vuestras palabras. Y os prometo estar en vuestra defensa, siempre que sea justo. Pero contadme: pensad que muy pronto me encontrare en presencia de mi senora, la reina Elvira, de quien solo conozco lo que podais referirme. Decid: ?por que no habeis mencionado nunca a vuestros hermanos?»

El deseo mas ferviente era, en aquel momento, instruir al venerable anciano para que su accion acerca de mi madre pudiera serle tan beneficiosa que le devolviera la felicidad. Pues intuia que su sufrimiento era profundo, insondable, y que la unica forma de ayudarla era llevar ante ella al santo obispo, quien sin duda la devolveria al mundo que habia perdido y que tanto anoraba.

Explique a Longabarba que nada habia mencionado a mi madre sobre la proxima visita del obispo, que queria constituyera una sorpresa, pues era el mejor regalo que podia proporcionarle mi filial devocion, y que mucho me importaba la accion benefica que pudiera ejercitar. Igual de trascendente consideraba que conociera al rey, el celebre guerrero cantado por Mintaka, convertido en heroe por su pueblo, maldecido y despreciado por mi madre, un mito del que nadie conocia realmente su condicion humana.

Fue entonces cuando, en respuesta a su ultimo interrogante, salio de mis labios, por vez primera, una vieja escena grabada a fuego en mi corazon, pues existen momentos y palabras en la vida de un muchacho que jamas se borran.

Despues de una agria discusion, el rey me llevo consigo cogido de la mano, y sin que mediara palabra alguna me condujo hasta la casa donde habitaban las concubinas con sus hijos. Los ninos, que alborotaban por el salon, fueron apartados y hurtados a la vista, y tras un revuelo de mujeres, que tambien desaparecieron rapidamente, acudieron dos que nos sirvieron vino e hidromiel y se retiraron, pues sin duda adivinaban que el momento era especial y el rey no deseaba su presencia.

Quedamos solos en el gran salon sin que mi padre pareciese ocuparse de mi. Vaciaba el vino en la copa conica, que al carecer de base impone consumirla de un trago para abandonarla sobre la mesa, como si sintiese la necesidad de ahogar sus pensamientos. Permanecimos asi largo rato, sin una palabra, hasta que la bebida comenzo a surtir sus efectos. Debo confesar que nunca habia conocido al rey completamente ebrio, pues tenia fama de ser extremado aguantador, sin que los vapores le nublasen nunca la cabeza.

Cuando el peso del vino parecio tranquilizarle, inicio sus confidencias. Y esto me hizo pensar si realmente habia tenido el proposito de referirmelas o si le fuera necesario emborracharse para llevarlo a efecto. Fuere cual fuese su motivacion, me estaba confesando su intimidad. No pretendia justificar nada, sino verter lo que le quemaba en el pecho, ?y quien podia resultarle mas conveniente que su propio hijo? Aquella conclusion me acerco mas a mi padre de lo que jamas pensara, y le considere mas humano. Pues por vez primera lo veia despojado del caracter de mito.

«Ya eres mayor para comprenderlo. Y para juzgar estas discusiones que tu madre y yo sostenemos en tu presencia. Debes saber que me he arrepentido mil veces de haber ignorado los consejos de mi amigo Mintaka, aunque nunca se lo he confesado. Pues aunque me esforce en hacerla feliz, he fracasado. Es un verdadero

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