habia aposentado en mi alma como un renacimiento, y me maravillaba tanto como los rayos del sol penetrando a traves del techo entramado del bosque, el reflejo de la luz en el arroyo, en el musgo, los peces plateados, las ardillas, todo proclamaba un sentido nuevo en la naturaleza, que nunca percibiera antes. Era un entusiasmo que me poseia, y al elevarme sobre mi mismo me estaba transformando. Me sentia integrado en cuanto me rodeaba. Habia dejado de sentirme extrano e impotente; ahora era soberano y firme. Y cuando pretendia que Longabarba entendiera lo que descubria en mi, sonreia.

Apenas si el viejo hiciera alguna pregunta; siempre parecia mas dispuesto a escuchar que a referirme sus pensamientos y aventuras. Habia caminado por veinte anos y al llegar al pais de los esvears fue vendido como esclavo, aunque lo citaba de paso y sin detalles, para concluir que Dios le habia rescatado para la libertad y el cumplimiento de la mision encomendada. Que alguna debia de ser, aunque decia ignorarlo.

«Tengo poco que ensenar y mucho que aprender -observo al preguntarle-. He malgastado mis palabras y mi tiempo; ahora me falta para acercarme a los demas. Y sois vos, principe, lo que mas deseo conocer, pues que os he buscado.»

Le referi mis problemas, sufrimientos y humillaciones, Mintaka, Aludra, cuanto tenia un significado y determinase mi venida y desafio al valle sagrado, asi como mi orgullo de haber vencido a los mismos dioses. Lo que me colocaba por encima de todos los reyes, mis bravos antecesores, quienes ganaron fama de valientes guerreros y astutos capitanes, pues no solo habia matado mayor numero de osos que cualquiera de ellos, sino que ademas ostentaba el maximo trofeo, que ellos no pudieron lograr. Solo a mi destreza y arrojo se habia humillado. Con lo que quedaba superado incluso mi padre.

Ahora podian tronar todos los dioses juntos en la cumbre del Corona, la mole negra que presidia el poblado, en cuya base se abria una profunda gruta donde los sacerdotes penetraban para ponerse en contacto con las divinidades y leer el libro sagrado de las runas grabadas por el mismo Odin para gobierno de los hombres.

No me causo recelo alguno confiar a aquel hombre mis mas reconditos pensamientos, pues que en aquel tiempo crecio la amistad y el afecto por el companero, tal era su bondad y respeto. Me recordaba a Mintaka, aunque en todo parecian diferentes. Pero algo quedaba en el fondo de mi sentimiento que los hermanaba, aunque no acertase a definirlo, pues eran muchas las ideas que inundaban mi imaginacion. Sin duda que la devota atencion de Longabarba por cuanto quisiera explicarle, y su demostracion de que entendia mis palabras, contribuia a que me sintiera feliz, pletorico de alegria, como un retono brillante de savia que desafia a la vida. Porque el mundo cobraba una significacion que hasta ahora no tenia, y los hombres se me presentaban bajo aspectos que jamas antes descubriera.

Llego el momento de regresar. Recogido y colocado sobre los caballos cuanto debiamos llevarnos, gire la vista por la caverna, para enterrar los desperdicios y cosas inutiles que quedaban desparramadas.

«Cuando venga mi hijo no deseo que encuentre la suciedad que dejo mi padre», comente.

«Creo que con Oso Gran Espiritu ha muerto un mundo. Vuestro hijo, principe, ya no recorrera estos senderos. Hay una voz que me lo esta diciendo.»

Tan frecuentes eran los enigmas en boca de aquel varon luminoso que ya no me sorprendian. Al principio me preocupaba desentranarlos, despues los aceptaba como sentires ocultos que no me era dado comprender todavia. Aunque confiaba que llegaria su dia y momento. Sentia cada vez mayor admiracion y respeto por Longabarba, seguro de que encerraba una predestinacion en la cual me encontraba inmerso. Sin que supiera adivinar el sentido. Como tampoco lo conocia el, segun decia. Y vano hubiera sido preocuparse excesivamente, o temer lo que resulta inevitable. Tampoco pensaba que de un ser afable y bondadoso pudiera derivarse violencia alguna, ni por sus actos ni por sus ideas. Lo aceptaba, pues, como un espiritu nuevo que no llegaba a penetrar, pero que sin embargo me atraia como una incognita que se proyecta en el futuro, hacia el que nos dirigimos.

Cada paso que dabamos durante los tres dias del regreso, a la vez que nos acercaban, significaba una frontera: algo concluia alli; algo se iniciaba. Eran tantas mis expectativas, tan jubilosas y ciertas, que precisaba realizar esfuerzos para dominarme y no agobiar al muy paciente Longabarba, cansado probablemente de escucharmelas repetir cada vez como si fuera nueva la idea. Solo a su benignidad debia que no le descubriese un solo signo de cansancio ni decayese su atencion e interes en oirme.

Para no atosigarle comence a mantener largos silencios. Me ayudaba la idea de que, siendo principe, debia conducirme como correspondia, reposado, sereno, con dominio de mis sentimientos. Para que me juzgase capaz de llegar un dia a ser rey. Pues ahora nadie podria negarme el derecho, ganado con mi sangre.

Se habia excusado cuando le ofreci mi caballo, pues su penitencia consistia en recorrer el mundo sin cabalgar en ser viviente alguno. Y por guardarle la deferencia tampoco lo hacia yo. De tal modo el camino lo recorriamos a pie. Y bien que lo agradecerian los caballos, pues que ya soportaban carga suficiente; las doce pieles representaban un fardo voluminoso. Los perros, sueltos, recorrian varias veces el terreno, y con su algazara asustaban a las aves que pretendian esconderse en los matorrales.

El ultimo dia caminabamos en silencio, sin duda porque las ideas se nos agolpaban conforme disminuia la distancia. Al remontar la pendiente, alla abajo en el horizonte se recorto la mole del oscuro y extrano exabrupto que era la montana senora de nuestro poblado. Nos detuvimos a descansar.

«Proseguid solo, principe. Pienso que vuestra felicidad es demasiado grande, y la gloria que os espera tan importante, que no merecen ser coartadas con mi presencia. Id vos ahora: yo os seguire manana.»

Insisti en que me acompanase pues era mi huesped y amigo, mas persistio razonablemente en pasar la noche al abrigo de aquellas rocas que le ofrecian buen refugio. Dijo que le sentaria bien meditar sobre las jornadas que le aguardaban en Corona. Aun cuando adivinaba se referia a mi madre, no la menciono, ni quise ser indiscreto.

Tras dejarle provisiones suficientes y la compania de dos perros a los que hube de atar para que no me siguiesen, reanude el camino, ansioso de llegar, pues aunque lo disimulase ante el anciano peregrino, el corazon me golpeaba las venas como un martillo. Pensaba cuan grande era la sabiduria de aquel hombre, que no queria interferir con su presencia lo que para mi debia ser un momento de excepcion en mi vida. Creo que sabia tanto de mi que alcanzaba mas alla de donde yo podia comprender, y que encontraba en mis actos y palabras significados que yo mismo ignoraba. Lo unico que habia conseguido era la promesa de que esperaria al dia siguiente en el mismo lugar, pues acudiria a acompanarle.

A poco de separarnos, y cuando las irregularidades del terreno ya me ocultaban, cabalgue para apresurar la marcha, tal se acrecia mi impaciencia por llegar. Los caballos y perros olfateaban la proximidad del hogar, y mostraban su satisfaccion con relinchos y ladridos, que representaban una entrada triunfal a cuyos ecos se incrementaba mi excitacion. Eran muchos anos de humillacion y de verguenza los que contenia mi alma para no sentir impaciencia.

La faz complacida y la alegria en el corazon, llame a la puerta de Mintaka, ruidosa, perentoriamente, acompanado de la zalagarda de los perros que festejaban su arribada a los lugares conocidos, a los olores que les identificaban con su origen, sus querencias.

Quedo parado en el umbral, sorprendido el bardo de la inesperada aparicion, aunque tengo para mi hacia tiempo que me aguardaba con la incertidumbre y la ansiedad de los corazones amantes. Se repuso, con una exclamacion de alegria. Me estrecho entre sus fuertes brazos y me levantaba del suelo y daba vueltas y vueltas, mientras reia mostrando su jubilo, que se unia al mio, pues la felicidad era de ambos, y nos regocijabamos en nuestro encuentro.

Cuando consegui librarme de sus brazos fui al caballo, desate el pesado fardo, lo introduje en la casa y extendi sobre el suelo las doce pieles, cada una con la historia en runas, que el me habia ensenado a escribir.

Tan sorprendente resultaba el trofeo, incluso para un hombre que como el bardo siempre confiaba en mi, que era logica su sorpresa e incredulidad. Mientras yo me gozaba. Y cuando hubo leido las doce historias, percatado de la importancia y trascendencia de mi triunfo, agarro con sus poderosas manos la piel de Oso Gran Espiritu y echandosela sobre los hombros permanecio dando vueltas jubilosas, como un extrano rito, hasta venir de nuevo a abrazarme. Tanta era su emocion que hasta le enmudecieron los labios. Dijo despues habia sido la unica ocasion en su vida que no encontro palabras para expresar lo que sentia. Un momento en que rebosa el corazon y solamente queda para expresarse la risa, las exclamaciones, los saltos, la mimica, que no precisan reflexion. Era el instante de los sentimientos, en que las palabras carecen de significacion.

Cuando se hubo calmado, y luego de referirle brevemente toda la hazana desde mi marcha, con premura amontono las doce pieles y las ato de nuevo en un fardo. «?Thumber habria reventado de orgullo si no estuviera por ahi de vikingos!», exclamo recordando a su amigo.

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