escudo, el pecho repleto de dardos como erizo, cual si estuviera recobrando el aliento para reanudar el combate.

«Contemplarlo todavia causaba espanto a sus enemigos, pues temian que se encontrase aun con vida y cargara sobre ellos aquel valiente que tanta mortandad les habia causado.

«Fue a Odin con toda su fuerza, para medirse en adelante, en incruenta lid, con todos los heroes que le contemplaron admirados desde el cielo y se apresuraron a recibirle gloriosamente. ?Porque Thumber, el rey, ha muerto sin doblegar la rodilla, sin ser vencido!»

Justo tributo al mas valiente de los reyes era el canto del bardo, que perpetuaria la gesta y la memoria de tan excelso guerrero en los tiempos futuros, acto inicial de las honras que debiamos dispensarle para exaltar su fama

Si en vida causaba espanto a sus enemigos, contemplarle solo afecto y amor inspiraba entre sus hombres. Pero todos vacilaban ahora en acercarse para ayudar con sus manos a descenderle hasta el suelo, en busca del reposo de una existencia consumida en el ardor y la furia del combate. Que si para los demas, la actitud de su cuerpo incitaba a reanudar la lucha, adivinabamos nosotros que nos estaba reclamando la paz, el reposo, la armonia del entendimiento, y nos invitaba a emprender un nuevo camino. Le contemplaba como el fin de una etapa rematada con orgullo y lealtad, mientras se gestaba en aquel instante el prologo de otra vida, pues ?de que nos serviria su esfuerzo, y el de cuantos murieron en el combate, si con su sangre no germinaba un nuevo orden? Eramos nosotros, precisamente nosotros, quienes deberiamos encender la antorcha para iluminar los nuevos tiempos que ante nosotros se abrian.

Volvi la espalda, siguiendo el gesto de mis companeros. Aun cuando uno se encuentre absorto se percibe a veces, intuicion o presentimiento, la emanacion de otra energia que atrae nuestra atencion. En aquel caso era un nobilisimo caballero que se acercaba, seguido por sus escuderos que portaban la armadura y las armas. Todos ellos cabalgaban magnificos corceles de guerra.

El altisimo linaje del caballero irradiaba de si mismo y de cuantos le rodeaban. Si todo en el era regio - ostentaba una gran cruz en el peto de la armadura-, no lo eran menos los atuendos de sus servidores y la pequena comitiva que le seguia, con ricas vestiduras y gualdrapas en las cabalgaduras, y en el estandarte lucia una cruz y cinco castillos, repetidos en el escudo que juntamente con las armas portaba un doncel. Su presencia, ante aquel marco de desolacion, ruinas y muerte, concedia al entorno un influjo de majestad.

Tan fijas mantenia en el las pupilas que nada mas distinguia. Descabalgo para acercarse unos pasos en direccion a Longabarba. De su rostro se irradiaba una sonrisa que mas parecia reflejo de felicidad interior, y finalmente se arrodillo junto al anciano peregrino, que se mantenia erguido, la mano apoyada en el baculo. El contraste entre la pobreza del obispo y la magnificencia del otro personaje, y su contraria actitud, ensalzado el primero, humillado el segundo, presididos ambos por una dignidad que les era innata, sobre parecer un contrasentido requeria una explicacion. El desconocerla era lo que nos maravillaba. Todo sucedio de repente.

«Volveis a dar sentido a mi existencia, santo obispo -exclamo el personaje, la voz velada por la emocion-: Hace anos que desesperaba de encontraros. La luz que irradia vuestra santidad me ha conducido hasta vos nuevamente, y por ello doy gracias al cielo.»

Era la primera persona, aparte de mi, a la que escuchaba reconocer que del obispo peregrino se traslucia un nimbo de luz, que nadie mas que nosotros distinguia. ?Que significado podria encerrarse en tal coincidencia? ?Por que solo nosotros dos? ?Que nos unia, entonces?

El personaje besaba el borde del viejo sayal del obispo, manchado con polvo de todos los caminos del mundo. Le hizo levantarse con gesto carinoso y se contemplaron ambos erguidos, para acabar fundidos en un abrazo. Entre tanto, murmuraban palabras de contento y salutacion por el inesperado encuentro.

«Principe -me dijo Longabarba-, sin duda habreis reconocido al valeroso guerrero, al mas poderoso rey de los cristianos: Avengeray, Senor del Pais de los Cinco Reinos. -Y dirigiendose al rey-: Mi senor Avengeray: contemplad al principe Haziel, hijo de la reina Elvira, nieto de la reina Ethelvina, mi senora y vuestra reina, reunidos aqui para lamentar la muerte del rey Thumber, cuyos despojos mortales podeis contemplar.»

Como un rayo de luz atraveso por mi mente cuanto habia escuchado sobre la rivalidad de Avengeray y mi padre, sus origenes, su historia, el odio de mi madre, los avatares que condicionaron nuestras vidas y marcaron nuestro sendero, conducidos por aquel laberinto de los dias y noches que componen nuestra existencia. ?Como no le reconociera desde el primer instante, al contemplar el simbolo de su majestad en la cruz y los cinco castillos del estandarte?

Hubiera correspondido que el insigne y poderoso rey me saludase antes que nada, pero fue mas fuerte la impresion que le causaron las ultimas palabras del obispo, al senalarle el cuerpo erguido, que todavia imponia espanto, del que fuera su mortal enemigo, asido a sus armas, en actitud de lanzarse de nuevo al combate si la vida no hubiera huido de el.

Adelanto unos pasos para contemplarlo de cerca; le segui con Longabarba y Mintaka, al que siempre tenia a mi lado para asistirme, igual que el escudero portador de las armas seguia a su senor.

Tardo unos minutos en pronunciar sus palabras, que me dirigio como un saludo. Imaginaba el cumulo de ideas y sentimientos que habrian cruzado su mente en tan brevisimo espacio. Sin perder la serenidad ni la calma, con la majestad de su altisima autoridad, pero al propio tiempo sencillo de entonacion, humano de gesto:

«La venganza me condujo hasta aqui, principe. Ella ha concertado todos mis pasos. Y ahora, que para mi pesar contemplo sus despojos, me doy cuenta de la inutilidad de mi esfuerzo; deseo proclamarle como el mas valiente y leal de mis enemigos.»

Palabras de un gran rey, pense, que me obligaban, como hijo y como principe, a corresponder con igual dignidad. Pues sin pensarlo percibia que aquel instante fraguaba el cambio mas trascendental de mi existencia, la eclosion de una nueva forma que emergia desde el pasado, que agonizaba en aquel preciso segundo, frontera de dos mundos. Las palabras de Avengeray representaban el final y el principio. Llegado era el momento de levantar un nuevo edificio sobre cimientos virgenes.

«Vuestras palabras honran vuestra grandeza, senor. Sabed, si ello os importa, que este rey que contemplais muerto, sin haber sido vencido jamas, os tuvo siempre en gran respeto, como el mas perfecto caballero y valiente guerrero entre todos los cristianos. Nunca dejo perder lugar ni ocasion de proclamarlo con orgullo. Y aunque hubiera gustado poseerla, en nombre de mi padre os regalo su espada; nadie con mas honor podra empunarla nunca.» Avengeray alargo sus manos para recibir el presente que le entregaba y llevo a sus labios la cruz formada por la empunadura y la hoja, que beso con respeto. Me dolia desprenderme de tan querida joya, pues ninguna otra apreciaba mas en la vida. Por ello la entregara a Avengeray, quien sonrio y, llegandose hasta mi, me la cino y abrocho el tahali.

«La mayor nobleza la poseeis vos en los sentimientos -me dijo-. Doblad la rodilla en tierra, si no os importa.» Lo hice. Tomo el la espada que portaba su escudero, siempre a su lado, y golpeo blandamente mis hombros, al tiempo que decia: «Os he rogado arrodillaros como principe. Ahora, en nombre de mi Dios, os nombro caballero. E interpretando el deseo de vuestro padre, os mando que os incorporeis como rey».

Asi lo hice. Confuso por la rapidez de los acontecimientos. Emocionado por el alud de sentimientos que se me despertaban.

La voz de Mintaka resono junto a mi oido, unida a la de todos los guerreros, vitoreando a su nuevo rey; proclamaron su majestad, reconocieron su autoridad y se obligaron a su servicio, como ante Thumber, en la paz y en la guerra, en las fiestas y los combates, hasta entregar la vida cuando fuere necesario. El estallido de jubilo era tan unanime que el gesto de Avengeray habia servido de catalizador de todas las voluntades y todos los deseos.

«Os prometo -les dije cuando finalmente me dejaron hablar- ser un digno senor de todos, para que lo proclameis con orgullo. Ahora, aceptad mi primera orden: ocupemonos de nuestros camaradas muertos. Hagamos una pira y llevemos sus cenizas a la patria. En cuanto al rey Thumber, expreso el deseo de que la pira le consumiera en la veramar. Llevemosle, si os parece, en cumplimiento de su voluntad.»

Como el parecer era general y coincidente, que expresaban golpeando con las armas los escudos -lo que a su vez representaba un homenaje a mi nombramiento, segun nuestra costumbre-, ordene a Mintaka disponer todo. Esto representaba confirmarle mi lugarteniente, como lo fuera de mi padre. Entonces mi viejo y querido bardo, al que amaba como padre, amigo, hermano y maestro, me saludo como rey.

Despachadas las ordenes, en breve fui a reunirme con nuestro egregio visitante, quien conversaba con Longabarba, y alcance a escuchar sus palabras:

«Canse mi vida con el proposito de conseguir lo que pensaba habria de producirme contentamiento,

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