convertido en la justificacion de mi existencia y la de mis leales amigos. Vi morir a mi buen Cenryc, el hombre fiel. Aedan, el genio de la guerra. Teobaldo, que en todo ponia orden. Alberto, concertador de animos. Y a Penda, que exhalo su alma revestido de pontifical, como le correspondia. Murio, finalmente, mi senora y reina, Ethelvina, de quien nunca llegare a saber si encontre para mi bien o para mi desgracia. Es curioso comprobar como el tiempo nos descubre significaciones que no se percibieron en su momento. He contemplado el paso de los dias y como todo se desintegra a mi alrededor. No he cumplido mi venganza, y ahora no me duele. Pero todo me parece vacio, como si pesara sobre mi la sombra de mi fracaso.» Se percato entonces de mi presencia, y remato: «Pienso que ha sido Thumber, vuestro padre, quien finalmente ha vencido».

«Permitidme -le dije- que os considere casi mi padre: pudisteis haberlo sido.»

Volvio el rey sus ojos hacia el obispo (?era suspicacia o presuncion mia suponerle alarmado, los ojos tristes, la mirada cansada?), y le inquirio con el gesto, mas que con la palabra:

«?Sabe?»

«Vuestra historia; de no haberos arrebatado Thumber a mi senora Elvira, vos habriais podido ser su padre.»

El rey parecia meditar, como si algun pensamiento le pesara en el alma.

«Habeis honrado a mi padre con vuestras palabras, y a mi con vuestras obras. Complacedme, gran rey, en lo primero que os pido: no nos honreis solo con vuestra presencia: hacedlo con vuestra compania, vuestro apoyo y vuestra experiencia. Encontrareis en mi a un humilde servidor de vuestra grandeza. Que el noble odio y rivalidad que sentisteis con mi padre se torne ahora en amor entre nosotros. Acabais de ensalzar a vuestros nobles aldormanes y amigos, lo que os enaltece. Yo cuento con la fidelidad de mi hermano, el buen Mintaka, y la compania de este santo obispo que para vos y para mi resplandece en la gloria de su santidad, y nos une a ambos en algo que nos es comun. Ayudadme tambien, mi senor, a ser un rey prudente y sabio que renueve el mundo que todos esperamos habitar manana.»

Longabarba acogio la idea con alborozo, e insistio entusiasmado:

«Venid con nosotros. Tendreis la maravillosa ocasion de retornar al momento de vuestra encrucijada y decidir sobre el camino que os conviene tomar. Quizas vuestra predestinacion consista en la ocasion de enmendar vuestros yerros y los de Thumber. Nunca es el final. ?Como sonais que debiera ser el reino del manana? Venid a construirlo ahora. En cada dia se forja un manana. Es a traves del pasado, del presente y del futuro, como el espiritu inmortal de cada hombre se proyecta hacia el infinito.»

Cuando nos pusimos en marcha llevabamos una arqueta que contenia las cenizas de nuestros companeros, y sobre unas andas el cuerpo de Thumber, camino del mar, donde quedaron ocultas las naves.

Aunque intentaba atender a nuestro huesped y amigo, parecia que el rey, con discrecion, deseaba dejarme tiempo para que caminase junto a mis guerreros, mientras conversaba con el obispo. Comprendia que despues de tantos anos separados, seria larga la relacion que debieran confesarse. Y me honraba que Avengeray caminase, al igual que sus escuderos y comitiva, en nuestro seguimiento.

Llegados a la playa y localizados los bien ocultos navios, se comenzo a procurar lena para levantar la pira.

En esta ocupacion nos encontrabamos cuando nos alcanzo un grupo de guerreros de nuestro pueblo, que dejaramos en Corona. Su repentina aparicion nos causo gran sorpresa. El mas caracterizado de todos vino a mi encuentro, y tras breves segundos para recobrar el aliento, agitado por la carrera, acabo anunciando, con voz sofocada por su propia pena:

«Sabed, principe, la triste noticia que os traemos: la reina Elvira, vuestra madre, ha abandonado el mundo de los vivos, tras un ataque de enajenacion, algun dia despues de vuestra partida.»

Un nuevo golpe que colmaba mi sufrimiento. El dolor rebosaba en mi alma contristada. Pero yo era el rey de mi pueblo. Mis hombres esperaban estar regidos por un valiente capitan. Y ese sentimiento acabo abroquelandome para mantenerme impavido ante todos, aunque llorando con el alma.

Tuve la presencia de animo para dirigirme a Avengeray y comunicarle la infausta noticia. Despues de mi, ?quien podia sentir mayor dolor por aquella desgraciada mujer que se habia quitado la vida, abrumada por sus propios errores?

Era cierto que Avengeray la amaba. Pues a nadie viera demudarsele asi el color, con un esfuerzo para conservar la dignidad cuando la angustia le atenazaba y las lagrimas inundaban sus ojos.

Impulsivamente extendio los brazos y me rodeo:

«Permitidme que por una sola vez os abrace con el dolor de un padre.»

Longabarba, con la mirada suplicante, se dirigio al rey:

«?Hablareis ahora, senor?»

Entendi que me concernia, y por ello:

«Decidme lo que debais», anime a Avengeray.

El rey habia templado el animo, sobrepuesto de la impresion, y replico con firmeza, aunque con afecto:

«Ningun hombre debe sobrepasar sus limites, rey. No me corresponde hablar.»

Considere prudente dejarle con Longabarba y reunirme con mis guerreros y Mintaka, llenos de dolor por la perdida de la reina, a la que todos amaban, aunque ignorantes de su tragedia privada y personal. Les animaba con la idea de regresar a la patria para que reemprendieran la tarea de concluir la pira, donde fue colocado el cuerpo de Thumber y se finalizaron todos los preparativos para iniciar el ritual.

Entonces tome de mi cuello el relicario que siempre llevaba, recibido de ella en la ninez, y lo coloque sobre el cuerpo del difunto rey, para que simbolicamente quedaran unidos en la muerte.

Me despoje de todos mis vestidos.

Cogi una tea encendida en la pequena hoguera: retrocedi de espaldas hasta la pira -la otra mano la conservaba sobre las nalgas, como era preceptivo- y prendi las llamas en la base, donde se habia colocado material de rapida combustion, bajo los lenos que formaban la torre. Cuando se levanto la llama llegaron mis hombres para arrojar sus teas encendidas sobre la pira.

Pronto se alzo una llama gigante que la envolvio y se cimbreo con lenguas rojas en el aire iluminando el contorno, la superficie quieta del agua, la playa, los arboles que circundaban el lugar. Una luminosidad cambiante y magica horadaba la noche.

Me encontraba entre la antorcha y el mar cuando se me acercaron Mintaka primero, despues Avengeray y Longabarba.

«He decidido abdicar en vuestro favor la corona del Pais de los Cinco Reinos, Haziel. Creo que una renovacion exige el esfuerzo de un joven rey. Yo me retirare a la montana para acabar mis dias como eremita.»

Longabarba casi le interrumpio:

«No penseis en morir: os lo prohibo. Ayudemos tambien nosotros a construir ese mundo nuevo, puesto que nadie puede corregir bien una cosa mal hecha, segun he leido.»

«Quedaos, gran rey -le insisti con profundo respeto y carino-. No me siento con fuerza para acometer solo tan ingente tarea. Os preciso para escribir el nuevo espiritu sobre las hojas en blanco del libro sagrado que se esconde bajo la mole del negro Corona.»

Mire la pira, antorcha gigantesca, donde se consumia el cuerpo de Thumber. Quizas el contemplaba tambien los despojos de la reina Elvira.

«No puedo negarme -concluyo al fin-. Mucho me complaceria seros de alguna utilidad.»

Nuestras sombras danzaron sobre el mar reflejadas por las llamas crepitantes, que lanzaban al aire profusion de estrellas.

Mientras nos abrazabamos los cuatro, satisfechos de hallarnos reunidos, recorde al poeta y exclame, con acento brillante de esperanza:

«Joven y solo camine por el largo sendero hasta perder mi camino. Feliz me senti al encontraros, pues el hombre se regocija en el hombre.»

Por detras del mar, mas alla del resplandor de la hoguera, quedaba la interrogante brumosa del finisterre, que tambien estabamos dispuestos a iluminar. Pues la esperanza moraba ahora entre nosotros.

Campoamor, Riveira, Molina de Segura, julio de 1983.

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