sotanos del palacio de Luis Federico Larrea. Pero estaba yo, rondando como un felino la ferreteria, me habria enterado de la venta y querido echar un vistazo. ?Fue la suya una alarma irracional? Quiza no: sabia que las cadenas podian contar cosas a quien las examinara friamente y no con el nerviosismo con que las manejaron Antimo Zalla y su hijo en aquellos agonicos momentos.
No dejo de mirar las cadenas. Las tomo con ambas manos, como acaba de hacer Bidane, las arrastro por la superficie de la mesa hasta su borde y les doy un ultimo empujon para dejarlas colgantes. Ni levantando las manos por encima de mi cabeza consigo que su extremo inferior no toque el suelo. Arriba, en mi mano, el gran candado con el que estuvieron trincadas a la pena, y, mas abajo, los dos menores que cerraron los collares. Los herreros los aserraron y Joseba Ermo, sin duda la noche siguiente, aserro el gran candado y se llevo todo el conjunto. Observo, ademas, que esta pieza se halla soldada a uno de los eslabones, para marcar, sin posibles desplazamientos, la desigualdad de los dos cabos. Es como leer en un libro abierto. ?Por que, al menos, Eladio Altube no elimino este candado, la madre de todos los corderos? En el caso de que al principio se lo propusiera, no pudo. Luego se acolcho en la confianza. Hasta el estallido del pavor… Sabia yo que los nervios podian traer buenos aires a mi investigacion.
Lo curioso es que el calculo para coordinar el tiempo de las dos carreras de Etxe con el tiempo de la marea subiendo, pudo tener tres autorias: la de un criminal que quiso matar a dos, la de un par de gemelos embaucadores, o la de uno de ellos para matar al otro. El encaje de bolillos podia aplicarse a las tres.
19
Me despiertan pasos en el pasillo. Desde la subita iluminacion de la consciencia se donde estoy. Cuando intensifico la luz del quinque, los pasos se detienen, para proseguir con mas cautela. Creo que no me visita una sola persona sino dos.
– ?Que haces tu aqui?
Ahi, en el umbral, tengo a Eladio Altube con el mayor de los asombros en una cara.
– Hola, librero -brota otra voz a su espalda. Es Luciano.
– ?Que haces tu aqui? -repite Eladio Altube, ahora con menos asombro y mas violencia.
– Vamos, diselo y me entero yo tambien -rie Luciano.
Me pongo en pie y mis manos acarician el revoltijo de cadenas. Eladio Altube no da senales de reconocerlas. Tomo el candado grande con la mano derecha, lo levanto una vez mas fuera de la mesa y, tras una musica de eslabones, quedan las cadenas en vertical. La distancia del cabo corto al suelo sera de mas de metro y medio; el otro rastrea el suelo. Con mi mano izquierda hago bailar los extremos de los dos que hicieron de collarines. Si alguien debe entender el lenguaje de estas cadenas es el hombre que tengo paralizado a menos de tres metros.
– ?Habias perdido la cadena del burro? -vuelve a reir Luciano.
Las cadenas siguen hablando al hombre que las utilizo y provocando una mirada de odio y la ebullicion de un organismo que empieza a respirar a estertores y a destilar sudor.
– ?Hijo de la gran puta! ?Cabron! -escupe.
Luciano suelta una carcajada.
– ?Eh, frena el carro!, que solo habla, aun no te ha robado nada. ?Verdad que no has venido a robarle, librero? Y, de paso, nos cuentas a que debemos el honor de tu visita.
El circuito cerrado entre Eladio Altube y yo se ha producido desde el primer momento y es fulminante. Mas que cruzarse, nuestras miradas chocan ruidosamente. Reconozco que me siento desnudado por el.
– Seguimos esperando la explicacion de Samuel Esparta. -Su viraje me deja atonito: en un instante se ha construido una expresion de lo mas campechana.
– Siguiendo con lo suyo, esperaba nuestro regreso para interrogarnos -dice Luciano-. Empieza, empieza, librero.
– ?Como os ha ido el estraperlo de esta noche?
– ?Nos quiere denunciar! -exclama Eladio-. Eso le ha traido aqui.
– Hace diez anos, un hermano mato a otro y ahi esta el vivo -pronuncio muy lentamente. Confio en que, en la novela, no suene pretencioso.
– ?Te mira a ti! -exclama Eladio Altube-. Ve preparandote.
– Mis padres no parieron ningun hermano -jura Luciano-. Te mira a ti, companero. Desde el principio no te ha quitado ojo… ?Asi que este es el final de la novela? Quiero decir, de «tu» novela.
– Claro, la novela -dice Eladio Altube.
– Porque la mia, librero, va por otro lado y, por las trazas, tendra otro final.
– Yo, aqui y ahora, estoy escribiendo el verdadero final. -Y, acaso prematuramente, un estimulante cosquilleo de consumacion me recorre de arriba abajo al decirlo. Es innegable que me estoy jugando el pellejo contra dos, no contra uno, como habia esperado.
El falangista se suena con su panuelo y, tras el ronquido, sus ojos brillan.
– La semilla de la revelacion estuvo en el interrogatorio al que someti al tipo que pisa el primero la playa todos los dias… ?Etxe, verdad?
– Eladio Altube te lo dira -le oriento-, pues le estuvo esperando la noche del crimen para cerrar la cadena de su propio cuello, y asi, Etxe puso en marcha el reloj de su coartada.
– ?Que dice este senoritingo con un traje que no se lo quita ni para mear? -muerde Eladio Altube haciendo equilibrios entre la broma y la exasperacion-. Si, el Etxe al que yo nunca he esperado se llama asi, Etxe.
– Pregunte a ese Etxe -continua el camisa azul- que vio en la playa antes o despues de descubrir en la pena a los gemelos. «Nada, nada», me contesto. Y yo le acoso con experiencia: «Pero me cuentan que paseas la playa antes que nadie a recoger lo que las incansables olas han depositado la noche precedente en dadivoso gesto hacia vosotros, los nativos. ?Que es lo que viste en los alrededores de esa pena? ?Que viste en el escenario del terrorifico crimen?». «Nada, nada», repitio. Me indigne. Estaba mintiendo. Le aprete los tornillos empleando una tactica que aprendi de un sargento de la Division Azul. Y canto. ?Vaya si canto! Habia visto una capucha negra. «?Y por que te lo callabas?»
Temblaba tanto el miserable que al punto supe que era el criminal. Vi la cosa tan transparente como agua de lago azul. Esta fue su maniobra: se oculto bajo aquella capucha para golpear y luego encadenar a sus victimas; el mar, en su ascenso incontenible, hizo de verdugo. Entretanto, para despistar, se dirigio tranquilamente a buscar a los hombres de la fragua de Vulcano. Regreso demasiado pronto para sus calculos y, ?maldicion!, estaba viva una de sus victimas. Pero ya era tarde para remediarlo… Esta es la version que me puse a escribir por la noche. Me salio una escena de cine, pero de cine aleman. Las siguientes investigaciones no han sido mas que un relleno. Uno aprende trucos narrativos sobre la marcha. Otra muestra de la impureza del genero narrativo, pues la poesia carece de limites…
No he apartado un momento la mirada de Eladio Altube durante el martilleo de esta demencial parrafada. Ni un movimiento, ni una mueca. Le correspondia haberse reido, por lo menos, una vez, aunque fuera para disimular, pero en este momento desconoce el humor. Quiza confie en la viabilidad del desproposito que nos acaban de regalar. Tenia que haberse reido de mi sabiendose protegido por el poder falangista de su socio.
– Tantos remilgos por un solo muerto -suspira el camisa azul-. Tenemos dos versiones del mismo caso, con cualquiera de ellas puede hacerse una novela.
– Solo una seria real.
– ?A que realidad pertenecen esas cadenas? ?Significan algo?
– Eladio Altube asesino con ellas a su hermano.
– ?A cadenazos?
Se lo explico ampliamente. El falangista se vuelve hacia Eladio.
– ?No dices nada?
– ?Esta loco! Pero ?es que no le oyes? No sabe como acabar el trabajo en el que ha metido las narices sin que nadie le llamara y se ha sacado esto para joderme. ?Quien se ha creido que es, Dios? ?Por que me ha elegido a