habia contado que los chinos se consideraban mas lejanos del mono que los blancos, y por tanto superiores, porque tenian menos vello en el cuerpo. Fuera cual fuera el detonante, mi respuesta fue visceral e inmoderada:

– Si eso es lo que cree, la proxima vez mande un puto chino con un cuchillo.

Liana no salto. Se me quedo mirando con sus ojos rasgados y relucientes, acostumbrados, decian, a la contemplacion de hombres debiles y actos monstruosos. Luego se irguio, dejando que se le abriera el albornoz bajo el que solo llevaba un escaso traje de bano, y llamo sin alzar mucho la voz:

– Roberta.

La india aparecio al cabo de un par de segundos, con el rostro vuelto al suelo y los hombros encogidos. No pidio ordenes, sabia bien que tenia que esperarlas. Liana solo indico:

– Lleva a este hombre fuera.

Sali sin perdida de tiempo, sintiendo aquellos ojos en la espalda y toda su lastima por mi destino de gusano a sueldo demasiado susceptible.

Conduje a traves de la urbanizacion, y despues por la autopista y la ciudad, con la mente en blanco. A las doce tenia que estar en una presentacion para analistas financieros y me concentre en seleccionar un trayecto que me permitiera no llegar tarde. Aun asi, entre en el edificio donde se celebraba la sesion con un cuarto de hora de retraso. Declare mi nombre y empresa a la azafata de labios muy rojos y piel muy empolvada que habia a la puerta y ella me facilito la documentacion que se entregaba a los asistentes.

Armado con mi parca carpeta, entre en la semioscuridad de la sala y me sente en una de las ultimas filas. Al fondo se proyectaban cifras y graficos, que coincidian con los que hojee sin mucho interes en los folletos que me habian suministrado a la entrada. El auditorio estaba compuesto por sujetos en su mayoria bastante zafios, pese a las costosas inversiones indumentarias que exhibian. Repantigados en sus asientos, cuchicheaban entre si o usaban su telefono movil sin hacer mayor caso de la informacion que facilitaba el orador. Alguno apoyaba el zapato en la lujosa tapiceria de la butaca que tenia delante, e impulsandose de esta guisa con ella se columpiaba hacia adelante y hacia atras. Muchos mascaban chicle o chupaban caramelos.

A ambos lados del pasillo, impecables y tiesas como cirios, sujetando el microfono inalambrico que despues ofrecerian a quienes quisieran intervenir en el coloquio, habia otras dos azafatas. Eran tan palidas como la de la puerta, y llevaban tambien los labios delineados en un rojo sangriento. Ninguna tenia mas de veinte anos y vestian faldas muy cortas, bajo las que asomaba la mitad del muslo. Aguantaron a pie firme toda la presentacion, y cuando llego el coloquio corrieron solicitas a donde se las reclamaba, para evitar cualquier espera y cualquier esfuerzo al patan de turno que queria preguntar. Terminada la sesion de trabajo, durante los canapes que eran, por cierto, lo que habia llevado alli a casi todos, ambas se mantuvieron en las proximidades, resplandecientes, abnegadas, para atender cualquier deseo de aquellos miserables.

Mientras miraba a las azafatas y me desentendia de lo que me decia el tipo con el que me habia visto obligado a entablar conversacion, hice repaso de los acontecimientos y los personajes de la manana, desde el notario de Toledo y el hombre que vendia panuelos en el semaforo, hasta Liana y la india. Las azafatas sonreian sin cesar, con una sonrisita quebrada que se me antojaba un poco melancolica. De vez en cuando levantaban imperceptiblemente uno de los pies y hacian girar el tobillo para atenuar el tormento de los tacones, que ya arrastraban durante tres horas sin sentarse. Comparando su esmero con la ostentosa desidia de los que se beneficiaban de sus servicios, obtuve una nueva prueba de la iniquidad del mundo. Como las que habia sacado al poner al notario al lado del vendedor de panuelos o a Liana al lado de la india. Aunque aquellos muslos estaban hechos de la misma sustancia que los que le habia atisbado a la china bajo el albornoz (lo que alimentaba la sospecha de que cualquiera de las azafatas podia convertirse en una hija de perra igual que Liana habia pasado del taller de confeccion a firmar pagares de diez millones), en aquel momento, si habia un Dios, estaba de su lado. Del lado de su valerosa y desperdiciada belleza adolescente y enfrente de la canallesca fealdad de los otros. Una de las azafatas tenia una diafana mirada azul, que iba nerviosamente de una punta a otra del salon donde se daban los canapes. Imantado por ella, ardio dentro de mi el deseo de estar siempre de aquel lado, aunque la vida me invitara a la trinchera de los satisfechos y no tuviera el coraje de abominarlos, aunque las azafatas, como todos, acabaran traicionando a Dios en cuanto se les diera ocasion y se convirtieran en seres vanos y tal vez daninos. Siempre habria una fragil mirada azul como aquella, una india con la cabeza gacha, un hombre vendiendo panuelos en un semaforo, para saber donde estaba la verdad a despecho de todos los cambios y todas las deserciones. Incluso a despecho de la mas grave: la mia propia.

Sabia que esa tarde tendria que contarle a mi jefe que habia perdido los estribos con Liana Xiao y que era posible que uno de nuestros mejores clientes exigiera que se me despidiese. En un primer momento habia planeado justificarme, relatarle en detalle todas las injurias de que aquella desalmada me habia hecho objeto. Pero en aquel instante, quiza por una inconsciencia burda y sentimental, eso habia dejado de preocuparme. Que pensara e hiciera lo que le diera la gana. Aquel dia ya habia agotado mi racion de envilecimiento. Les debia un poco de entereza, al fin, a las azafatas melancolicas y a todos los demas postergados del mundo.

6.

La senal de los suenos

Hacia mediados de julio, vino una serie de noches con viento del norte y bajo su influjo se pudo dormir como no se habia podido en semanas. Aquel ano, el calor habia empezado a finales de mayo en Madrid. Siempre que refresca de pronto y puedo dormir mejor se me aclaran los suenos y los recuerdo con bastante exactitud por la manana. En aquellos dias de julio tuve dos de los que me todavia hoy me acuerdo. Siempre he distinguido de mis suenos entre los que reproducen la realidad, deformandola, y los que me ensenan otra realidad, que no me es estrictamente desconocida, porque siempre me suena y en ocasiones es la segunda o la tercera vez que la sueno, pero que no tiene nada que ver con la realidad de cuando estoy consciente. Mis dos suenos de mediados de julio fueron de la segunda clase. De ellos, no importa tanto el significado, si puede adjudicarseles alguno, como la conmocion en que me sumieron. Eso y que cinco semanas mas tarde estaba volando hacia aqui con una sola maleta y la ropa imprescindible.

La mujer y yo paseabamos junto al canal. Era por la tarde y hacia mucho sol. El agua del canal se rizaba con la brisa templada que soplaba sobre su superficie. La mujer y yo ibamos discutiendo acerca de la posible existencia de otra vida. Ella la afirmaba con vehemencia y yo dejaba traslucir con cierta frialdad mi propension a descartarla. En un momento de excitacion, la mujer me insulto y se separo de mi. Desaparecio casi instantaneamente. Continue solo el paseo. Iba por una de las amplias aceras de cemento que habian hecho a ambos lados del canal, y adverti que ese no era el unico cambio desde la ultima vez. Habian derribado algunas casas, reconstruido otras, remozado el resto. Los jardines habian sido cuidadosamente organizados para que nadie se sintiera invitado a entrar en ellos, sino mas bien abrumado por el temor de distorsionar el equilibrio de un ferreo orden vegetal. Habian subido las verjas y habian cambiado las cancelas por puertas macizas. Todo estaba mas nuevo pero tambien mas vacio. Aquel paisaje restaurado me era completamente ajeno, frente a la familiaridad de otra epoca. Todavia guardaba mi alma la impresion de los rosales indomitos, las fachadas desconchadas y los senderos de tierra donde se olvidaban viejas butacas de mimbre. En aquella otra disposicion de las cosas, me habria considerado autorizado a entrar en cualquiera de los jardines y a sentarme bajo los frutales. Ahora, no me atrevia siquiera a tocar la campanilla de la entrada. Fue entonces cuando se abrio una de las puertas y tras ella aparecio la mujer que creia en la inmortalidad.

– Ven -dijo.

Me tomo de la mano y me arrastro hacia el fondo de la espesura. Caimos sobre un cesped mullido, igualado al milimetro. La mujer habia abandonado su irritacion por mi escepticismo de hacia un rato. Me hizo cerrar los ojos y me acaricio la frente hasta que supe que habia decidido aspirar a que yo me entregara a ella.

– Este ya no es mi lugar -confese, por si se lo debia.

– Vamos a la isla -propuso.

Abri los ojos y resulto que estabamos en la isla que cerraba el limite de la laguna. El horizonte era limpio y el mar estaba en calma. No habia espacio para el engano. Fuimos hasta el agua, nos adentramos en ella y vi que era cristalina y azul. Movi los dedos de los pies un par de veces, por el asombro de divisarlos ahi abajo como a

Вы читаете El Angel Oculto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату