traves de lentes de aumento. El Adriatico nunca habia sido tan transparente. Esa fue otra senal de que el sueno habia cambiado de forma irreparable.
– ?Y ahora que? -pregunte-. De esto nadie puede esconderse. Estamos solos bajo la luz y ni siquiera hace frio. Nos dejan que lo miremos todo, los barcos a lo lejos, los ninos que se banan. Todo, como si fuera de otro. Nadie habla, porque no hay nada que decir. ?Y aqui tengo que quererte?
– Aqui -asintio la mujer, triunfal.
Y alli la quise, amargandome.
El otro sueno pasaba en America, donde yo no habia estado nunca, todavia. Incluso pudiera ser que el conductor del taxi que me llevaba desde el aeropuerto mencionara (pero eso no podria jurarlo) el nombre de Nueva York. Aquella Nueva York, o lo que fuese, era una ciudad de altos edificios grises, todos casi iguales y de estilo funcional, que se levantaban de pronto al final de una autopista. El taxi se interno por las calles despobladas, sobre las que se iba apagando despacio una tarde nubosa y desapacible. El conductor busco la direccion que yo le habia dado y que resulto ser, inexorablemente, uno de aquellos altos edificios. Le di una buena propina y el me ayudo a meter mis maletas en el portal, al que se accedia despues de empujar una inmensa puerta de hierro forjado. No habia ascensor, asi que me vi obligado a subir cargado por las escaleras, que tenian escalones altisimos y anchas revueltas con las paredes tapizadas de verde. De algun modo me habia provisto por anticipado con la llave de mi apartamento, cuya puerta abri con la seguridad de un viejo inquilino. Comprobe las vistas: la avenida de edificios iguales, el parque de arboles negruzcos con la bandera de las barras y las estrellas ondeando al lado de un templete blanco. Luego invadi los armarios con mis pertenencias y me di una ducha bien larga. Ya aseado, se me ocurrio dar una vuelta antes de la cena. Era raro bajar por aquellas escaleras y pensar que a partir de ahora alli tenia mi casa. En parte me agradaba, porque todo era misterioso y contundente, y en parte me daba miedo, como cuando de nino veia el Partenon y me imaginaba a los dioses, obligados a inventar una vida cotidiana entre aquellas columnas perfectas. Recorri las calles, admirando los escaparates remotos de tiendas que no parecian cerradas por el fin de la jornada, sino por los efectos de una guerra atomica. Vague sin cruzarme con nadie mientras la noche caia sobre la ciudad, hasta que al final de una calle divise un local que parecia abierto. Al menos, de alli venia algun ruido. Cuando me acerque vi que era una especie de cafeteria. Hacia esquina y tenia grandes vidrieras blancas. En la acera, enfrente de la puerta, habia cuatro o cinco mesas con sus sillas. A la luz de los faroles portatiles que completaban la terraza, pude comprobar que estaban desocupadas todas, salvo una. La mujer, a la que reconoci, sorbia un batido de vainilla con una pajita de franjas. La tarde era demasiado fria para quedarse a la intemperie, pero me sente con ella.
– Tambien estas aqui -observe.
– Claro -corroboro, sin dejar de aspirar por la pajita.
Un camarero de pelo entrecano vino a tomar nota de mi pedido. Pregunte si era posible que me trajera lo mismo que a ella y el camarero contesto, mezclando los idiomas:
Pero luego no volvio. Mire varias veces hacia el interior de la cafeteria, que no diferia en mucho de un bar cualquiera de Madrid. Incluso puede que hubiera carteles de corridas de toros. Afuera, no obstante, seguia siendo aquella ciudad de America, Nueva York u otra. Me dirigi a la mujer, que continuaba absorta en su batido:
– Es bonita la noche aqui. Como si uno no pudiera dominarla.
– Se puede, si se sabe -sugirio la mujer, revolviendo la bebida con la pajita.
– ?Hablas por ti?
La mujer asintio con la cabeza.
– He aprendido, desde que llegue. La noche durara lo que me pidas.
Mire hacia arriba. Las nubes, encima de los altos edificios grises, ocultaban las estrellas. El aire me batia la cara y en la calle se escuchaba un silencio que no estaba hecho de la falta de sonidos, sino de algo mucho mas complicado y profundo. La luz del farol proyectaba sombras tenues en el rostro de la mujer, cuyo gesto habia adquirido una arrogancia infantil. Temblando, solicite:
– Quiero que dure siempre, y no darme cuenta de que somos felices. Si me doy cuenta, se habra acabado.
La mujer tomo mi mano y prometio:
– No te lo dire nunca.
Ella era el sueno y podia cumplir una promesa. Fue maravilloso caminar abrazado a ella por las calles desiertas, bajo el mudo escrutinio de los maniquies de los escaparates, en la quietud de la noche infinita.
Dalmau, que habia asistido sin inmutarse al resto de mis explicaciones, cambio perceptiblemente de actitud ante el relato de los suenos. Cuando hube terminado, me confeso, con una emocion que le truncaba la voz:
– Yo sone tambien con America, antes de venir. En mi sueno era una manzana de casitas con jardin y, como se dice en espanol, picket jenees. Sabia donde estaba la escuela, la tienda, el parque de bomberos. Muchos fines de semana he ido a ciertas partes de Queens y Coney Island para buscar la manzana de mi sueno, sin resultado.
Dudo un instante, como si no me incumbiera la historia, o su tristeza. Al fin, recobrando su tono de siempre, admitio:
– La herida que todos los emigrados nos esforzamos por ocultar es que a esa America, que es la que habria valido de veras el viaje, no se llega nunca.
II. TRANSITOS
1.
Aunque no tenia apenas ocasiones de demostrarlo, o bien carecia del valor preciso para aprovechar las que le venian, mi jefe era un buen hombre. Por eso me refirio con sincera tribulacion la queja colerica que el profesor Navata, armado de toda su retorica pro derechos humanos y tambien de la otra, la del tipo usted no sabe con quien esta hablando, le habia arrojado a proposito del desgraciado apostrofe racista que yo habia dedicado a su nunca bien ponderada esposa Liana. No obstante la dificil posicion en que le habia colocado, que habria justificado la adopcion en mi contra de las medidas mas drasticas, mi jefe manifesto renovarme una confianza algo menguante, pero todavia solidamente asentada en los muchos exitos que habia cosechado para la firma en el pasado. Tambien me demando alguna explicacion para mi conducta, y a mi laconica declaracion de haber sido ofendido por aquella mujer de forma que nadie podia obligarme a soportar, opuso una protesta muy tenue. Ya digo que no era mal sujeto.
Por eso, o porque mi resolucion no estaba todavia plenamente tomada, aguarde una semana antes de comunicarle que abandonaba mi empleo. Acompane la noticia con una generica invocacion de razones personales, lo que por otra parte se ajustaba bastante a la realidad, pero mi jefe no pudo dejar de pensar que podia cambiar el curso de los acontecimientos. Acaso fuera porque las razones personales se consideran algo lo bastante pintoresco como para que solo pueda esgrimirlas un desequilibrado, y porque mi jefe me tenia por un individuo cuerdo y responsable. El caso es que se empeno en interpretar que mi decision tenia que ver con el trabajo en si, y se aplico a disuadirme.
– Si es por lo de Navata, no tiene ninguna importancia -aseguro, con fervor-.Todos saben que la amarilla es una zorra. Mal esta perder los estribos, pero puede comprenderse. Nadie te ha pedido cuentas por eso.
– Tampoco a mi me importa lo de Navata, salvo como sintoma -le guie, con desgana.
– Si es que te pagan mas en otra parte, podemos negociarlo. Joder -grito, por dejar clara la confianza-, con cualquier otro me negaria, pero tu te lo ganaras.