despacho con el libro bajo el brazo, se planto ante mi mesa y con toda solemnidad, declaro:

– Los que apenas podemos llenar un par de cuartillas, debemos admirar a quienes pueden llenar un libro y ademas con sentido. Lo que tu has hecho y lo que todavia has de hacer pasara a la memoria de la gente. Todos estos, yo mismo, no pasaremos mas que al escalafon. Por si ellos te lo regatean, que conste mi reconocimiento, maestro.

Desde ese dia, aquel hombre que me sacaba mas de veinte anos me mantuvo ferreamente el tratamiento de maestro, para mi embarazo y sonrojo siempre que me lo aplicaba delante de alguien. En vano le insisti en las multiples fallas del libro (tan patentes para mi, con el paso del tiempo), en su fracaso, o en que nunca mas iba a escribir otro. Siempre sacudia la cabeza y afirmaba:

– Yo se lo que he leido. Y tambien se que cuando pasen unos anos escribiras otro libro y sera mejor, porque entonces habras sufrido, que es lo unico que le falta a este.

Quien habria podido escribir grandes libros era el propio Bartolome. No habia mas que escucharle cuando relataba sus tiempos de botones en un banco, alla por la mitad de los cincuenta. No he conocido a nadie que retratara mejor, con imitacion de voz y ademanes incluida, a aquellos hombres siempre vestidos de oscuro que entonces regentaban las oficinas, reconviniendo con adustez a los subalternos y denegando sin desmayo anticipos y peticiones de aumento. Tampoco me he tropezado con mucha gente que remontandose mas alla de las limitaciones de su propio origen, es decir, aceptandolas, senalara tan certeramente las limitaciones que su procedencia imponia a otros.

– No es sorprendente que Alfonso desprecie la solidaridad, exija el privilegio y desconozca el valor del sacrificio -solia decir de uno de los socios de la firma-. Nunca se ha visto en la cuneta, ni ha visto en ella a sus padres o temido ver a sus descendientes. Algun dia Dios le mandara un cancer de tripas, para que aprenda. Aunque es posible que entonces tampoco entienda nada y solo suplique lloriqueando que todo siga como antes.

Cuando aquel dia fui a buscar a Bartolome le encontre, como de costumbre, completamente enfrascado en sus papeles. Aunque siempre que tenia ocasion proclamaba realizar una labor infima al servicio de un fin miserable, es decir, un beneficio despues de impuestos, anteponia a ello la consideracion de que no hay trabajo despreciable si se desempena con integridad y pundonor, ensenanza que aseveraba haber recibido de su padre y agradecersela, a la vista de tantos amargados que solo trabajaban por el dinero. Le aborde con cautela, porque cuando se hallaba atareado a veces reaccionaba de forma malhumorada, pero aquella tarde las cosas debian estarle saliendo, mas o menos. Me invito a sentarme y escucho con atencion la noticia. Como no dijera nada en un primer momento, me alargue en algunos pormenores, adonde iba, que pensaba hacer, sin mas concrecion que la que le habia ofrecido a mi jefe, porque esa era casi toda la que habia logrado darle a mis planes.

– La verdad -hablo al fin-, nunca habria esperado que te quedaras aqui, a convertirte en uno de nosotros. Tienes cosas mejores que hacer.

– No creo, Bartolome. Te mentiria si te dijera que se me ha ocurrido algo mejor. Quiza incluso empeore.

– Ese es el riesgo del talento. Si no lo dominas, hasta puede hundirte. Pero espero que no sea tu caso y dudo que pueda serlo -aposto, con energia-. Puede que te haga falta deshacerlo todo para rehacerlo de otra manera. Atreverse a dar el paso ya es una senal. No me imagino a ninguno de estos firmando a iniciativa propia un papel por el que perdiera el sueldo.

– Tampoco yo se como he llegado a ese disparate. Es posible que manana me de cuenta y vuelva para tirarme llorando a los pies del jefe.

– Me extranaria. Te deseo suerte, maestro. No nos olvides. El hombre que olvida a sus amigos o lo que alguna vez ha sido no merece el aire que respira.

– No os olvidare, tenlo por seguro.

A aquel hombre si que habria querido de veras abrazarle. Pero entre nosotros las efusiones fisicas siempre habian sido moderadas. Incluso cuando daba la mano, Bartolome apenas hacia fuerza con los dedos. Me quede mirandole de frente, ambos en pie, el detras y yo delante de su mesa. Fue la primera vez, desde que habia tomado la decision, que me escocieron los ojos.

Cuando me iba por el pasillo, oi que Bartolome llamaba a su ayudante y que ella le respondia. Era una chica muy joven, de voz cristalina, diligente y afectuosa. Tambien era sobrina de uno de los socios, y por tanto pertenecia a la fraccion de quienes nunca habian tenido las dificultades que habian determinado la existencia de Bartolome. Gracias al caracter de la muchacha, sin embargo, se habia establecido entre ambos una sintonia inusual. Me enternecio aquella tarde, por ultima vez, el abrupto contraste que habia entre aquellas dos voces, la gravedad de Bartolome, el aire cantarin de ella.

Y escogi, entre todos los recuerdos posibles, que de alli guardaria la bella imagen del galeote que al final de la travesia habia sido favorecido con la presencia y el balsamo de una doncella benefica.

2.

Ruidos de aeropuerto

Los aviones que van a Nueva York suelen salir del aeropuerto de Barajas a mediodia. Los pasajeros pueden localizar facilmente las zonas de facturacion para los vuelos a Estados Unidos, gracias a las areas de seguridad delimitadas por medio de postes y cintas alrededor de los mostradores correspondientes. A la entrada del area de seguridad, uno sufre el interrogatorio, bastante policial, de desabridos empleados que desean cerciorarse de la ausencia de objetos prohibidos en las maletas y que conminan intimidatorios a que el viajero les jure, incluso aunque no sea cierto, que en ningun momento las ha dejado desatendidas ni es por tanto posible que ningun malvado haya deslizado algo en su interior. Ninguna de estas precauciones es necesaria para volar a Suecia, ni mucho menos a Bolivia, pero los estadounidenses deben ser cuidadosos. Aparte de que han de velar por que nadie introduzca ninguna sustancia que viole sus infinitas y minuciosas leyes (o al menos nominalmente, porque ningun empleado de seguridad puede conocerlas todas), la servidumbre que tienen por dominar el mundo es que de vez en cuando alguien se desahoga volandoles un jumbo con todo el pasaje dentro.

Una vez que el empleado cree haber agotado la diligencia, lo que en mi caso, al llevar una sola maleta, sucedio comparativamente pronto, despacha una pegatina sobre el bulto y otra sobre el pasaporte (uno se pregunta quienes son los americanos para andar estropeando los pasaportes de todo el mundo) y franquea al pasajero la entrada al area de seguridad. Al pasar dentro de ella, ya es casi como si se estuviera en territorio estadounidense. Yo viajaba en clase turista, como es logico, porque habia oido a demasiados indeseables desdenar sus asientos y ridiculizar a los desgraciados que se comen la bazofia que sirven fuera de la primera clase como para dejar, por un vuelo de seis horas y media, que se me pudiera confundir con ellos (con los indeseables). En la cola del mostrador que por ello me tocaba habia una seccion del Ejercito de Salvacion, compuesta por lo que parecia el equivalente a un suboficial de color y un punado de muchachos y muchachas de varias razas y diversos grados de obesidad. A saber a que habrian venido a Madrid. Hablaban en voz muy alta, en ese ingles chirriante de muchos americanos, que me aturdia. Quiza fuera porque el ingles que yo habia aprendido tenia como modelo el de los britanicos.

Fuera del area de seguridad, una vez que me hube deshecho de mi maleta, me aguardaban mis padres. Habian decidido ir a despedirme al aeropuerto, contra todas mis suplicas. Siempre he creido que los aeropuertos son lugares demasiado lugubres e inhospitos para las despedidas. Pero, ademas de no poder prohibirles que circularan libremente por el territorio nacional, hube de ceder a la consideracion de las circunstancias en que me iba de su lado. A pesar de la insistencia cortes de mi padre y del ruego silencioso de mi madre, me habia abstenido de asegurarles que fuera a regresar en tal o cual fecha o que mi viaje tuviera una finalidad concreta. Mas bien les hice ver lo contrario, que me iba con gana de no volver y que no tenia idea de para que ni de como iba a arreglarmelas para instalarme alli. Ni siquiera, aunque tampoco lo descartaba, les prometi que regresaria por Navidad.

Mi madre no paraba de mirar su reloj. Aparte de preocuparse por la hora de embarque, estaba obsesionada por que mi hermana no llegara tarde a despedirme. Yo no lo estaba. Me constaba que no iba a venir.

– Debe de haberse retrasado por el trafico -dijo mi madre.

– Debe -concedi, por no desanimarla.

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