– De Nueva York, lo que se dice Nueva York, no hay nadie -afirmaba-. La CIA debe hacer algo con los ninos que nacen aqui, tal vez deportarlos. Americanos hay algunos, o al menos me los encuentro a veces en el trabajo y en los comercios, pero o bien viven en Nueva Jersey, adonde nunca creo que vaya, o bien tienen casa en Long Island, adonde es todavia mas dudoso que llegue a hacerme invitar alguna vez. Algunos sostienen que tambien hay americanos en Manhattan, pero ya me he resignado a pensar que es mas facil ir a Marte sin cohete que entrar en sus circulos. Demasiado selectos o demasiado salvajes. Lo unico que queda, en resumen, son los exiliados como yo, por no llamarnos apatridas, que es lo que en el fondo somos la mayoria. Entre nosotros nos relacionamos y creamos una sociedad anormal, un pais de Nunca Jamas con el Empire State al fondo. En este pais imaginario, hay una regla que recomiendo observar y mantener hasta la groseria, si hace falta: evita en lo posible el trato con los que vienen de donde vienes tu.
Raul seguia su regla. Sus amigos eran arabes, hispanoamericanos, canadienses, europeos orientales (occidentales, muy pocos). Muchos impartian o recibian clases en la universidad y unos cuantos habian pasado por ella para despues colocarse en alguno de los bancos extranjeros o nacionales o en alguna de las agencias de Bolsa, prensa o publicidad donde solian encontrar buen acomodo profesional los inmigrantes cualificados. Por lo comun eran desarraigados como el, que vivian al dia sin nostalgia de su tierra ni cargas familiares, confortablemente instalados en su sindrome de Peter Pan.
Tuve ocasion de conocer a algunos de ellos en una fiesta que dio al poco de mi llegada un profesor hindu de astronomia, en su destartalada vivienda de la calle noventa y tantas. Era un piso de dimensiones respetables, propiedad de la universidad. Nada mas entrar se nos exhorto a conducirnos con toda confianza, y a la vista habia ejemplos de lo que eso significaba: gente apoyada en la pared con el pie puesto sobre ella, energumenos dando saltos sobre lo que en tiempos prehistoricos debia haber sido un parquet, una cocina inenarrable donde todos derramaban todo. La musica estaba tan alta como parecia permitir el aparato que la reproducia, y las ventanas habian sido abiertas de par en par, entre otras razones para que los invitados se pudieran sentar en ellas con las piernas colgando hacia dentro o hacia fuera, segun les apeteciese. Si habia vecinos, y nada hacia suponer que no los hubiera, o se habian hecho extirpar los timpanos o tenian nervios de acero o se habian unido a la celebracion, porque nadie vino a protestar en toda la noche.
Lo que se celebraba, naturalmente, era el comienzo del nuevo curso. Entre la muchedumbre que atestaba el piso predominaban los universitarios, docentes o no, aunque tambien habia antiguos estudiantes. La indumentaria no era una ayuda para distinguir a unos de otros. Habia quien llevaba corbata y quien vestia una camiseta gris con lamparones y un banador estampado. Raul debio notar mi extraneza al respecto.
– Aqui cada uno va vestido como le da la gana a donde le da la gana -me informo-. En algun sitio puede que no te dejen entrar por eso, pero nadie va a juzgarte, como pasa en Madrid. Bajo una camisa rota puede vivir y pasearse un catedratico, si quiere. Esta sociedad tiene sus desventajas, pero ha superado algunas futilidades.
Casi inmediatamente, despues de haberme presentado a una o dos personas, solo porque se interpusieron en nuestro camino, Raul me abandono y se puso a bailar con una haitiana bastante estridente y tirando a obesa. Eso me obligo a arreglarmelas por mis propios medios. Para facilitarme la tarea, fui a la cocina a hacerme con un vaso de ponche. El vaso hube de lavarlo, y el barreno donde habian preparado el ponche debian utilizarlo para guardar la ropa sucia, ademas de haber servido en alguna ocasion para hacer mezclas de yeso, como atestiguaban los restos que habian quedado adheridos en sus paredes. A pesar de todo me servi un vaso, y luego otro, y varios mas hasta perder la cuenta, aunque no tantos como para perder la nocion.
No era dificil trabar conversacion con unos y con otros. Sencillamente alguien se volvia y te preguntaba quien eras y que hacias y te contaba lo que era o lo que hacia, cierto o inventado, te importase (le importase) o no. Mi falta de practica con el ingles no era problema, porque alli todos lo hablaban deficientemente, y a ninguno daba la impresion de atormentarle. Entre todos los personajes a quienes conoci aquella noche perdura en mi memoria una pintoresca rumana, de edad imposible de precisar entre los treinta y los cincuenta. Estudiaba o ensenaba literatura medieval escandinava, o cualquier otro saber increible, y tenia una pronunciacion atroz. Pasadas las presentaciones, me empezo a contar con gran intriga una complicada historia. Versaba sobre ella y sus companeras de piso, con las que se habia peleado por alguna razon que me parecio bastante peregrina. No obstante, asenti a todo con prudentes monosilabos. No crei que me correspondiera hacer ningun comentario, aunque no podia temer que ella se enfadara, dijera lo que dijera. Su cara y el tono de su voz eran los de alguien a quien todo le importaba un bledo.
– No se -dedujo al final de su narracion-, Rumania es un lugar asqueroso, desde luego, pero juraria que alli no estaba desequilibrada toda la gente. Era mas tetrico, pero tambien mas sencillo. A veces creo que podria volver a Ploesti. Otras veces me digo que es una debilidad pensarlo, que solo me da miedo morirme en una acera de esta ciudad sin alma y que nadie quiera pagar mi entierro. Tampoco hay que asustarse tanto por eso, ?no?
Su mirada quedo adormecida durante un instante, mientras le daba vueltas a aquella ultima idea. De pronto volvio en si y me asalto:
– Oye, ?tu no compartirias apartamento? Puedo aportar unos doscientos ochenta, aunque a lo mejor algun mes tienes que adelantarme algo.
– ?Quieres mas ponche? -me escurri, con presteza.
– ?Como? Ah, no, mas vale que no beba mas por esta noche, gracias. Mi casa esta muy lejos, en el maldito Lower East. En fin, perdona y olvida lo dicho. Es una estupidez -juzgo, con una expresion insensible.
A eso de las cuatro y media de la madrugada me reuni con Raul, a quien le pregunte si venia conmigo de vuelta al apartamento. La pregunta, que hice por pura formula, era aparentemente ociosa, porque mi amigo tenia colgada del cuello a una rubia formidable, de rasgos eslavos. Ante mi asombro se la quito de encima, se froto los ojos y me dio una energica respuesta:
– De acuerdo -y en voz baja anadio-: Si te digo la verdad, las mujeres blancas me dejan frio desde hace anos.
Cuando ya saliamos de la vivienda se nos acerco el profesor de astronomia, abrazo a Raul y le soplo algo al oido. Con el venian otros dos, un nigeriano y un canadiense. Los tres estaban del todo borrachos y se aguantaban la risa a duras penas. Raul adopto un aire entre calculador y perverso.
– Vamos con ellos -me propuso-. Michael -ese era el nombre del nigeriano- ha tenido una ocurrencia espectacular.
Un par de minutos despues estabamos los cinco en el coche de Michael (una rareza, porque alli casi nadie tenia coche) subiendo a toda velocidad mas alla de la calle 120. Yo iba en el centro del asiento trasero y todos los demas en las ventanillas, con medio cuerpo fuera. Cuando empezamos a internarnos en Harlem averigue, con estupor, en que consistia la ocurrencia del nigeriano. Los cuatro, sobre todo Michael, que tenia una voz hosca y profunda, increpaban a los transeuntes con lindezas del estilo de:
– ?Back to Africa, you bastards!
Algunos de los asi aludidos se pasaban el dedo por el cuello, otros devolvian los insultos, otros nos tiraban latas o botellas. No se hasta donde llegamos, ni como no nos sucedio nada. Recuerdo que me maree y que trate en vano de entender que era lo que hacia entre aquella gente demencial que no tenia ningun fin en la vida. Pero tambien recuerdo que en cierto momento, mientras las luces de Harlem pasaban ante mis ojos, las broncas amenazas de sus habitantes resonaban en mis oidos y la brisa humeda de la noche entraba en mis pulmones, me encontre a gusto, paladeando sin escrupulo el caos y el sabor inaudito de aquella ciudad de criaturas insolentes y despojadas.
5.
Las clases comenzaron a mediados de septiembre, cuando apenas habia acabado de instalarme en mi apartamento. El campus universitario resultaba de veras agradable, pero el director del curso era un sujeto de aspecto macabro, con grandes ojeras y gesto rencoroso. Tambien tenia un defecto de diccion que movia a titubear entre la aprension y la carcajada cuando recalcaba alguna palabra. En la clase habia gente de todas las