edades y procedencias. Eramos unos cuarenta en total, y todos escuchamos docilmente la exposicion del programa del curso, tomamos nota de la bibliografia y del metodo y pensamos que no habiamos hecho una buena eleccion. Entre los filosofos del siglo diecisiete sobre los que se desarrollaria el curso habia algunos por los que era dificil sentir entusiasmo y otros cuya vida y obra podia resultar fascinante, siempre y cuando se tuviera alguna predisposicion para ello. Pero esa no era la cuestion. Con aquel hombre al timon nadie querria tomar ningun barco, asi pusiera proa a Tahiti o las Islas Virgenes. Al verle y oirle interprete en sus justos terminos lo que Raul me habia contado por telefono, cuando le habia llamado desde Madrid para confirmarle que queria aquel curso y pedirle que me hiciera la reserva de plaza:

– Me he informado. Lo da Arnie Krueger. Es celebre. Debe interesarte mucho la materia.

– Como si lo da el diablo.

Raul no era proclive a la insistencia, y menos contra una contestacion de aquel calibre. Tal vez pensara por un momento que la filosofia del siglo diecisiete me apasionaba mas alla de cualquier precaucion, aunque no pareciera una posibilidad demasiado consistente. O tal vez comprendio desde el principio la verdad, que el curso no era mas que un instrumento y que lo unico que me importaba era tener una coartada presentable, ante las autoridades de Inmigracion y acaso ante mi mismo, para una larga estancia en la ciudad.

El caso es que no le choco mucho cuando al cabo del tercer dia le confie que no creia demasiado probable que volviera a clase. Solo pregunto, como si estuviera obligado a recabar algun detalle sobre aquel cambio de opinion:

– ?Esperabas algo diferente, quiza?

– Veras -repuse-, en mi modesta opinion, hay razones mas que suficientes para sostener que la obra de Spinoza es uno de los pocos sistemas metafisicos y morales coherentes en toda la historia del pensamiento.

– La verdad es que yo no se nada de filosofia -observo Raul, como quien avisara-. ?Se ha metido Krueger con ese Spinoza?

– No, mas bien al contrario. Lo que trato de decir es que no me importaria pasar un ano estudiando la obra de Spinoza, que es precisamente a quien mas atencion va a dedicarse. He apuntado un monton de libros y todavia puede que lo haga, porque me apetece volver a usar el cerebro, despues de tantos anos de tenerlo amodorrado. De hecho, la biblioteca de la universidad es magnifica, y muy acogedora. Lo que no me apetece en absoluto es compartir mas tiempo de lo imprescindible con Krueger y sus alumnos. Cuando estoy alli me parece volver a los tiempos de la facultad.

– En fin, esa era una sensacion previsible.

– Me refiero a la rutina, a quienes se acercan al profesor al final de la clase para ir haciendo meritos, a los bostezos que se nos escapan a todos, a las ganas de estar en otra parte a mitad de la manana. No quisiera haber venido hasta aqui solo para anularme de una forma tan convencional. Si toda mi gesta se reduce a escribir cada quincena veinticinco o treinta folios para que los lea Krueger, y Krueger no es el problema sino el simbolo, para que los lea cualquier tipo armado con un rotulador rojo, por simplificar, mas me habria valido quedarme en Madrid, obedeciendo a mi jefe.

Mi amigo asintio.

– Ya veo -dijo-. Te recomendaria que buscaras algun otro curso, pero no creo que en ninguno la mecanica sea muy diferente. Por desgracia, la docencia tiende a burocratizarse para sobrevivir. Quiza Krueger tenia otras ambiciones, al principio, y desespero porque nadie le hacia caso.

Raul parecia haber meditado sobre aquellas miserias de la ensenanza. Por causa de ellas, o por no dejarme descubrir que mi abandono no era cosa que le asombrase, lamento:

– Solo siento que esto te decepcione, despues de haber hecho el viaje y lo demas.

– No importa. No me duele que me sobre el tiempo y mucho menos me duele haber venido. Me gusta la ciudad y tengo dinero para aguantar uno o dos anos. Mientras lo necesite para justificarme puedo seguir apuntandome a cursos, de filosofia o de fisica de particulas, eso es lo de menos. Y cuando se me gaste el dinero puedo buscar trabajo. Hay un par de cosas que se hacer y por las que imagino que tambien aqui te pagan. Cualquier solucion sera buena, antes que volver.

Estabamos tomando cafe en Fanelli's, un local reputado de Prince Street, en el Soho. Aunque lo recomendaban las guias turisticas, como sitio de reunion de intelectuales, o justamente por eso, las camareras eran desabridas, el olor que salia de la cocina bastante disuasorio y la atmosfera viciada y sombria. Raul daba vueltas a su taza, como si no quisiera terminarla, lo que podia entenderse bastante.

– Nunca me ha gustado meterme en los motivos que tienen los demas -hablo, al cabo de un breve silencio-. Si no preguntas no te preguntan. Pero me extrana que hayas venido. Tambien me extrana que te divorciaras, y el resto. Siempre te tuve por un individuo adaptado a las circunstancias.

En la mesa que habia detras de el estaban cinco chicas de diecinueve o veinte anos, ruidosas y de aspecto provinciano. Todas ellas tenian esa complexion y ese color saludables de quienes se han bebido oceanos de leche enriquecida y vitaminada desde la infancia. Podian venir del Medio Oeste, y las camaras las delataban como turistas. Repare de pasada en que dos de ellas no dejaban de espiarnos.

– Uno lo intenta, hasta que las circunstancias terminan de pudrirse -replique a la observacion de Raul-. Entonces hay que elegir entre pudrirse con ellas o inadaptarse. Pero tampoco quiero enganarte: todavia no me he hecho heroe. Me he largado, sin mas, y ahora estoy aqui, viendolas venir. Situacion que agradezco, porque ya casi no me acordaba de lo buena que es. Hace un par de meses no podia hacer casi nada; ahora siento que valdria todo. Por ejemplo: detras de ti hay unas muchachas de pueblo que se estan aburriendo en su viaje de estudios. Solo a efectos teoricos, ?dirias que hay alguna oportunidad?

– ?En viaje de estudios? Estas tarado, companero.

Segui el criterio de Raul, porque el era un explorador mas experto y porque yo mismo tenia mis reservas. Pero al salir del cafe me lleve prendida, como el primer trofeo de mi nueva vida irresponsable, la sonrisa azul de la mas desvergonzada de aquellas jovencitas.

6.

La colonia

Con la llegada del otono, que en Nueva York es tan corto como voluptuoso, emprendi una temporada de molicie que aproveche para conocer a fondo la ciudad. Aunque algunos dias dormia hasta las doce, la mayoria madrugaba, me iba a desayunar a alguno de los sitios donde sirven huevos y salchichas con tostadas y cafe sin limite y despues elegia un museo, un cine, un parque o algun otro lugar en el que pudiera consumir un buen trozo de la manana. Almorzaba temprano, en cualquier local de comida rapida o en alguno de los puestos callejeros que dan al aire neoyorquino una variedad de olores que no admite comparacion. Luego solia meterme en una biblioteca a pasar la tarde. Me gustaba terminar antes de que anocheciera y que el crepusculo me cogiera paseando de vuelta a casa. Por la noche cenaba con Raul y con sus amigos y si no estaban demasiado cansados nos acercabamos a algun bar del centro a tomar una copa o a escuchar musica de jazz.

Entre Broadway y Columbus tenia otro de mis destinos habituales, una sucursal de varios pisos de la libreria Barnes & Noble. Alli me iba a leer los titulos que por alguna razon, ser demasiado recientes o estar demasiado solicitados, no me era posible procurarme en las bibliotecas publicas. La libreria tenia ademas la ventaja de disponer de cafeteria, adonde uno podia subirse los libros y revistas que quisiera. Alli relei en ingles Amerika, ese ensueno de emigracion y peripecias fantasticas escrito por un checo que nunca cruzo el oceano, y que tampoco necesito hacerlo para captar lo que cuenta del viaje, que es el deseo y la disposicion a ser conquistado. Mientras seguia el itinerario novelesco del fugitivo Karl Rossmann, a quien en parte me asemejaba, un itinerario que le llevaba desde Nueva York hasta el Gran Teatro Integral de Oklahoma, comprobe que la America imaginada en aquel libro no era menos real que la que a mi me habia recibido. Al menos, las diferencias no afectaban a nada esencial. Al final es la mirada del viajero la que construye el mundo, y no sirve tanto conocer el mundo como conocer la mirada.

Tambien aquel otono disfrute de las unicas posibilidades apetecibles que ofrece Central Park, las mananas laborables. Los fines de semana, como pude comprobar en seguida, aquel era el reino de los rollerbladers, seres absurdos cubiertos de ropas fluorescentes que volaban sobre sus patines a cincuenta por hora, amedrentando a

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