Mi hermana no daba demasiada trascendencia a mi marcha. En general, se habia hecho a no dar demasiada trascendencia a ningun asunto. Pasaba consulta por la manana y por la tarde, salvo los tres dias por semana en que operaba. Mis padres habian puesto una ilusion desmedida en aquella chica tenaz que habia sacado uno de los primeros numeros en los examenes para medico residente. Yo tambien la habia puesto, y ella no habia defraudado a nadie. Su carrera proseguia brillante y provechosamente. Tres tardes a la semana rebanaba tumores o corregia roturas y atascos de canerias en el cerebro, lo que la habia llevado a concederle a casi todo un valor relativo. Habia hablado la semana anterior con ella, por telefono.

– ?A Nueva York? ?Y eso? -me habia preguntado.

– No lo se. Esta lo suficientemente lejos, en todos los sentidos.

– Ten en cuenta que todo el tiempo que pierdas lo tendras que recuperar luego -me habia advertido, como si le indicara a un enfermo lo que arriesgaba si no seguia la medicacion.

– Recuperarlo para que.

– Oye, ya eres mayor. Digiere como te parezca el divorcio y lo demas, pero no te olvides de que el lobo siempre esta por ahi, en alguna parte del bosque.

Mi hermana siempre habia tenido gusto por las metaforas, y no lo habia perdido aunque con frecuencia la gente se le quedara imbecil o muerta entre las manos. Al reves.

– Gracias por el consejo.

– Imagino que estaras de vuelta dentro de un par de meses, como mucho. Mientras tanto, cuidate, y ya que te das el paseo, aprovecha por lo menos para aclararte la cabeza. Tengo que salir pitando para la consulta.

En boca de mi hermana, la palabra cabeza cobraba una contundencia inaudita. Recorde cuando la llevaba al colegio, cogida de la mano. Era una nina pelirroja, muy inquisitiva y atenta, a quien preocupaba que los gorriones se mojaran cuando llovia, porque no tenian casas con tejado ni paraguas.

Mientras la megafonia del aeropuerto urgia a uno de los irresponsables que dejan que les llegue la hora de embarcar sin presentarse en la puerta anunciada (a veces tambien son personas a quienes ha interceptado algun accidente), mi padre me observaba con amargura. Adivine lo que estaba pensando. Me habia visto conseguir a base de esfuerzo lo que el no habia podido facilitarme, o no hasta donde hubiera querido. Habia vivido la alegria de mi casamiento con una chica lista y carinosa, nuestros primeros exitos aparentes. El siempre habia confiado en mi, y todo lo que iba pasando era una confirmacion de sus expectativas. Hasta que un dia, antes de que Marta y yo nos separaramos, porque mi padre tenia olfato para presentir, algo dejo de ir como era debido. Y de repente alli estaba, despidiendome hacia no sabia que, y yo notaba que el no podia ahuyentar de si el temor de que algo de lo que el pudiera ser responsable, una herencia cultural o del temperamento, me hubiera abocado a aquella situacion que era o semejaba una derrota.

Mi madre no ofrecia mejor aspecto. Por una de esas inconveniencias de la mente, me acorde de una de las fotografias de la boda, en la que ella aparecia sonriendo a mi lado, con su flamante vestido de madrina. Las madres no sienten ordinariamente la culpa de haber hecho algo mal, sino solo que eso que se va o que tiembla o que sufre es un trozo de ellas mismas. Es la diferencia que trae habernos llevado dentro, que les impide tomar la distancia que hace falta para creer que hubieran podido remediar lo que nos sucede. Por eso las madres tampoco pueden cuestionar los actos de los hijos. En otra forma, sometidos a un arbitrio que se les escapa, son sus propios actos.

En mitad del bullicio del vestibulo aeroportuario, que tanto nos estorbaba para lo poco que podiamos hacer en aquel momento, me dolio disponer del poder de obligar a mi madre a aceptar que yo me fuera a America y a padecer todas las dificultades que pudieran esperarme alli; no solo las efectivas, sino todas las posibles. Tampoco celebre tener sobre mi padre una prerrogativa similar, o peor, la de arrojarle a una revision obsesiva de todo lo poco que habia podido hacer para salvarme de tantos adversarios que eran mas fuertes o estaban mas avisados que el, comenzando y terminando por mi mismo. Habria querido ser capaz de persuadirlos de que lo peor habia pasado, de que si me iba era porque habia comprendido que tenia que procurarme una manera de levantar la cara y volver a mirar adelante y esa manera no podia, o aunque pudiera habia elegido dudarlo, estar en Madrid. Pero no iba a persuadirlos de nada, porque me sobrepasaba la magnitud de lo que estaba haciendo, una magnitud que solo entonces llegaba a vislumbrar.

Cuando llego la hora los abrace durante un buen rato. No se me ocurrio nada para consolarlos, aparte de garantizarles, y eso lo sabian, que les iba a querer siempre. Los deje al otro lado del control de pasaportes, convertidos de golpe en un par de ancianos fragiles, y su mirada fue, en adelante, el simbolo intimo de la patria abandonada.

3.

Manhattan

Una vez que el avion hubo atracado y hubieron adosado a su costado la manga de embarque y desembarque, el ruidoso pasaje de la clase turista se precipito hacia la salida. Observe con cierto asombro que los menos apresurados eran los americanos, aunque se trataba en buena parte de adolescentes que volvian de viaje de estudios. Me llamo la atencion una de esas chicas de cabellos casi blancos y piel transparente, que pueden ser o no retrasadas, como propugnan el topico local y los cien mil chistes en el inspirados, pero que tienen algo en la forma en que se quedan quietas mirando el vacio. La chica vestia una camiseta dos tallas inferior a la suya, que marcaba todo lo necesario las convexidades de su cuerpo, y unos pantalones cortos que dejaban al descubierto la longitud lechosa de sus piernas. Aunque llevaba los parpados muy pintados, todavia no habia aprendido (tal vez no aprendiera nunca, o lo hiciera durante un tiempo brevisimo) a sacar partido de su belleza insultante y clasica. Mascaba chicle y llevaba pulseras de cuero. Mientras los pasajeros no americanos, en su mayoria espanoles, se apelotonaban en la puerta, ella se quedo en la zona de popa, sentada en la moqueta, con los brazos cruzados sobre las rodillas. Su mandibula inferior subia y bajaba y en el gris acerado de sus ojos brillaba una ausencia que hubiera podido ser desprecio.

Unos minutos despues supe por que corria todo el mundo. Ante los mostradores de Inmigracion se habia formado una cola monstruosa, cuyos lugares de preferencia habian sido copados sin problemas, desde luego, por los pasajeros de primera clase. Al cabo de un rato pude constatar lo despacio que avanzaba aquella cola. Mucha gente iba a Nueva York en transito hacia el Caribe o hacia Disneylandia, y el vuelo habia salido con bastante retraso. A algunos les quedaba apenas una hora para pasar el control de Inmigracion y el de aduanas, ir a otra terminal y embarcar de nuevo. Entre estos estaban los mas desesperados, que clamaban contra la lentitud de la fila y de paso, siguiendo una costumbre espanola, despotricaban contra el pais extranjero que les daba el mismo trato humillante que a un moro o un chino. A algunos de ellos, luciendo sobre sus camisas y pantalones marcas costosas de ropa informal, marcas americanas precisamente, debia herirles lo indecible que por los otros mostradores, los que habia tras el rotulo U.S. CITIZENS ONLY, pasaran sin contratiempos los ruidosos chavales y los negros deslustrados de la seccion del Ejercito de Salvacion, con su jefe a la cabeza. Yo tenia todo el tiempo del mundo, asi que me lo tome con resignacion. Tampoco me agasajaba la manera en que se nos hacia ver que ostentar la condicion de ciudadano estadounidense era un privilegio y que a todos los que careciamos de ella se nos tenia por seres sujetos a sospecha que debian ser meticulosamente filtrados. Pero alguna vez habia coincidido con un arabe o un sudamericano en un vuelo que entraba a Espana y nuestros policias tampoco les hacian reverencias.

Entre la alborotada masa de los extranjeros deambulaban un par de empleados de la compania aerea. Eran un hombre y una mujer de edad avanzada, cuya tarea consistia en comprobar que los viajeros hubieran rellenado correctamente los formularios de entrada. Aunque estos formularios estaban escritos tambien en espanol (un espanol anomalo, pero inteligible), eran pocos los que no habian cometido errores, siempre los mismos. Aquellos empleados pasaban el dia y las semanas indicando lo que iba y no iba en tal o cual casilla. No eran amables, porque debian estar hartos de la torpeza de sus congeneres y de ordenar en un idioma que muchos no entendian que se guardara la fila. A veces, cuando alguien se desmandaba y no obedecia las ordenes verbales, compelian fisicamente al descarriado. Repare en la mujer. Podia haber sido azafata en 1955. En aquella epoca habria sonreido con sus dientes blanquisimos a los privilegiados que entonces cruzaban en avion el oceano, mientras les ofrecia manjares y cocteles. Uno de los misterios mas impenetrables de la psicologia es lo que permite hacerse

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