tener que soportar su nerviosismo.

– Yo tambien lo lamento -correspondio, superflua y sonadora, despues de dejar transcurrir un minuto. De algun modo, hacia constar que habia reflexionado sobre el particular.

– No voy a hacerte dano si puedo ahorrarmelo -aclare-. Voy a exigirle algo a tu padre y como imagino que te quiere y supongo que es un individuo listo el me lo dara y a ti no te ocurrira nada. Tu no tienes nada que ver con esto. Si te utilizo es porque los metodos de tu padre no me dejan otra alternativa, pero yo no soy como el, ni tenemos la misma aficion por la sangre. Solo me gustaria que tuvieras en cuenta que soy un tipo desesperado. Si intentas cualquier tonteria lo sentiras, por mucho que deteste hacerle dano a una chica bonita.

– No intentare nada -prometio, muy seria-. ?Que te ha hecho mi padre?

Me encogi de hombros. Negligentemente, repuse:

– Para que entrar en detalles. Digamos que no me aprecia mucho.

– No hablas como una esperaria de un secuestrador normal.

– No soy un secuestrador normal. Y no me subestimes por eso.

– No lo hare mientras tengas esa pistola.

Nos dirigiamos a un hotel de carretera que estaba a unos cincuenta kilometros de Madrid, en direccion a Andalucia. Habiamos salido del centro comercial y tras recorrer unos pocos kilometros de carreteras secundarias ya estabamos en la autopista de circunvalacion, sorteando camiones y aguantando impotentes, al menos yo, el constante paso a nuestra izquierda de coches realmente rapidos.

– ?Adonde vamos? -me interrogo, con una timidez que no era verguenza, sino la duda de que yo fuera a contestarle.

– Vamos a Aranjuez. Cerca.

Begona puso unos ojos maliciosos.

– ?No se supone que yo no deberia saber eso? Crei que me pondrias un panuelo negro para que no viera adonde me llevas.

– No es necesario. No vas a poder decirselo a nadie, y cuando esto acabe yo no voy a volver alli.

– No he estado nunca en Aranjuez.

– Yo si. Hay un palacio y jardines y un rio que conocio mejores tiempos. Te llevare a verlo, si quieres. Tampoco te voy a tener todo el tiempo amordazada en un cuarto oscuro, por si tambien habias imaginado eso como parte de un secuestro estandar.

Pocos minutos despues estabamos en la carretera de Andalucia. Salimos a ella a la altura del kilometro nueve. Quedaban poco mas de cuarenta kilometros, menos de media hora incluso con aquella calamidad de coche. Begona parecia completamente calmada.

– Tengo una curiosidad -dijo de repente.

– ?Cual?

– Me gustaria saber lo que valgo para ti -y ante el gesto de extraneza que debio de cruzar por mi semblante, preciso-: Me refiero a lo que le vas a pedir a mi padre a cambio de mi.

– Ah, eso. No puedo contartelo.

– Al fin un secreto. ?Es para que no me asuste?

– No -menti.

Begona quedo sumida en un silencio que poco a poco se me fue haciendo molesto. No queria intuir su miedo, no queria permitirle nada que pudiera dificultarme lo que tuviera que hacer con ella. Sin naturalidad, trate de sacarle conversacion:

– Y tu, ?que es lo que haces?

– Lo que hago, ?en que sentido?

– En general. En la vida. Si es que necesitas hacer algo.

– No necesito hacer nada, pero mi padre me obliga a estudiar.

– ?Que estudias?

– ?De verdad te interesa saberlo? -En sus palabras habia una ira contenida que me esforce por ignorar.

– Desde luego. Si no me interesara no lo preguntaria. No tengo muchas esperanzas de caerte demasiado bien, haga lo que haga.

– Estudio Derecho. Una perdida de tiempo absoluta. Ademas, nunca conseguire aprobar el Derecho romano.

– ?Derecho romano?

– Si. Ulpiano y la manumision y la enfiteusis y un monton de historias sin sentido que me importan un bledo.

– Ulpiano; gracioso nombre -observe, mientras recitaba mentalmente, comprobando una vez mas cuan delirantes eran las posibilidades que tenia la memoria de realizar proezas inservibles: Ulpiano, Papiniano, Paulo, Pomponio y Modestino. Los cinco jurisconsultos que gozaban del ius publice respondendi ex principis auctoritate. Que aquella muchacha de diecinueve anos tuviera que pelear con la misma materia que yo habia tenido que desbrozar a su edad con identica sensacion de inutilidad creaba una subita solidaridad entre ambos. Como si la inmovilidad del Derecho romano, que era el mismo entonces que hacia veinte anos, ofreciera un escenario imaginario en el que los dos podiamos encontrarnos armados de una similar juventud. Me deje resbalar por aquel peligroso pensamiento durante una fraccion de segundo, pero en seguida Begona me reclamo a la realidad y al deber.

– No te pareceria gracioso si tuvieras que sufrirlo.

– Ya me lo supongo. ?Que piensas hacer cuando termines?

– No pienso terminar.

– Cuando lo dejes entonces.

– Trabajare de modelo. ?Crees que puedo ser modelo? -pregunto, alzando el busto con una especie de lascivia muy barata que me desalento bastante. Recorde con verguenza que hacia un par de noches habia sonado con ella.

– Seguro que si -conteste sin mirarla-. Pero ?que haras despues? No podras ser modelo toda la vida.

– Despues heredare. Soy hija unica y recibire una fortuna considerable. -Aqui se interrumpio y al cabo de unos segundos agrego-: Si tu no lo impides, claro.

– No quisiera tener que truncar un destino tan halagueno.

Ahora fui yo quien se quedo callado. En cierto modo me fastidiaba aquella blandura que de pronto tenia con las mujeres, ya lo merecieran, ya dejaran de merecerlo. Nunca pude presumir de ser adecuadamente distante con ellas, pero desde el escarmiento que habia sufrido con Claudia me las habia arreglado para transmutar de forma paulatina y casi convincente mi inferioridad en una suerte de desinteres. Desde que Claudia habia ido a verme al balneario, sin embargo, me costaba encontrar entre las mujeres que me habia tropezado una ante la que no me hubiera sentido vulnerable. Paradojicamente, la unica excepcion en quien podia pensar era Ines en nuestro encuentro en el tren. Y digo paradojicamente porque ella era la unica que merecia conmoverme. Ni Claudia con su malograda emboscada, ni Lucrecia con sus ocultas intenciones, ni aquella nina insolente con su cuerpo de gimnasta.

No recuerdo de que otras cosas hablamos antes de llegar al hotel. Aparque cerca de la puerta y antes de bajar le adverti a Begona:

– Ahora vamos a entrar ahi, los dos juntos, y tu vas a mantener la calma y no vas a abrir la boca ni aunque te pregunten. Llevare la pistola bajo el pantalon. Si haces cualquier movimiento extrano no tendre tiempo de pensar. Solo podre sacar el arma y disparar a matar. El tipo de la recepcion se quedara paralizado y yo me ire tranquilamente. Odio ser tan macabro, pero no quiero que haya equivocaciones. Odio todavia mas que las cosas pasen por equivocacion.

– De acuerdo, no soy estupida. No te pongas nervioso.

Me revento que ella se diera cuenta. Mordiendome los labios para tratar de aplacarme y no ser yo quien hiciera algun disparate, abri la puerta y sali del coche. Ante el recepcionista todo se desarrollo con normalidad. El muy cretino ahogo una risita al leer el nombre de Restituto Arniches y Begona le contemplo imperturbable. Aborte las tentativas del tipo de entretener su aburrimiento con nosotros y le apremie a que nos diera la llave.

– Hemos venido de un tiron desde Cadiz y estamos muy cansados -explique, sin la menor cordialidad.

– Por supuesto. Tenga usted, senor. Espero que la senorita encuentre la habitacion agradable. Vera que es muy luminosa.

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