Begona miro a otro lado, ignorandole. Yo cogi la llave y la tome a ella del brazo. Se dejo arrastrar docilmente hasta el ascensor. Una vez que estuvimos dentro de el la felicite:
– Lo has hecho estupendamente.
– Gracias. Solo espero que tu tambien sepas lo que haces.
– Te avisare cuando empiece a perderme. De momento vamos bien.
La habitacion solo era luminosa. Por lo demas no habria pasado la inspeccion del mas venal funcionario competente. Deje que Begona se lavara primero, despues de comprobar que el bano no tenia ventanas. Despues, la ate a la cama.
– Perdona, pero no podria fiarme de ti ni aunque quisiera.
– Esta bien.
Me duche en cinco minutos y en diez regrese al cuarto y la desate. No se habia movido un milimetro. Su mansedumbre me enternecio.
– ?Quieres comer algo? -pregunte.
– Seria un detalle por tu parte, si la tortura no se incluye en tus planes para mi.
– Ni remotamente. Te llevare a un sitio agradable. Vamos.
– Juan.
– Que.
– ?Que es lo que te ha hecho mi padre?
– No nos serviria de nada a ninguno que hablaramos de ello. Tu no ibas a creerlo y yo no dejare de creer que tu padre es un canalla. Vamos a tener que convivir durante algun tiempo. Aunque las circunstancias sean anomalas, mas vale que nos evitemos polemicas esteriles. Hablemos solo de cosas sobre las que podamos estar de acuerdo o en razonable desacuerdo. No me caes mal, Begona. No quiero perjudicarte mas de lo imprescindible.
– ?Y si estuvieramos de acuerdo?
– ?Sobre que?
– Sobre mi padre.
– Lo dudo. Vamonos ya.
Devolvimos la llave en recepcion y creo que ambos agradecimos que el hombre locuaz se mostrara en esta ocasion bastante taciturno. Recorrimos unos cinco kilometros, hasta un restaurante a orillas del Tajo. Era el dia ideal para pasar desapercibido alli. Muchos domingueros habian aprovechado la agradable temperatura, el sol radiante y el dia de fiesta para disfrutar de una comida campestre. Afortunadamente, estabamos todavia al final de la primavera y no habia demasiados mosquitos junto al rio. Escogi una mesa algo retirada y pedi la carta.
– Esta vez no me has recordado donde llevas la pistola y que haras si doy un paso en falso -dijo Begona, sonriendo.
– Se que ya no hace falta. No encuentro placer en amenazar. No soy un maton.
– Ya me habia dado cuenta. No te enfades, pero se te ve, como lo diria, fuera de lugar. Conozco a algunos hombres que van a menudo por casa. Aunque entran por la puerta trasera y nunca pasan a las habitaciones donde esta la familia, a veces me las arreglo para verles. A ellos no los imagino invitando a comer a una chica secuestrada. No se si me explico. A ellos me los imagino secuestrando chicas, pero a ti no habria podido imaginarte y sin embargo eres tu quien…
– Ya te entiendo. Tampoco es necesario que seas tan explicita. Pueden oirte.
Un hombre de pelo grasiento tomo nota de lo que ibamos a comer. Diez minutos despues venia el primer plato. Lo despachamos en silencio y casi al instante de retirarlo nos trajeron el segundo. Begona me observaba ahora como si fuera digno de lastima. Eso me enfurecia, pero al mismo tiempo me inspiraba deseos de abandonarme, de flotar sin resistencia en la placida superficie de su misericordia. Lo que no previ fue el modo en que habia de ensayar su acercamiento. Y sin embargo, lo hizo de un modo perfectamente previsible. Pese a mi desviada y fluctuante percepcion de ella, era apenas una adolescente como tal inquirio, con un abnegado afan de ser util:
– ?Como has llegado a esto?
– A que.
– A esto. A ir por ahi con una pistola, jugandote el pescuezo. Tu has nacido para hacer otras cosas. Estoy segura.
– No se para que he nacido ni me importa. Esto, como tu lo llamas, no es demasiado malo para lo que soy y lo que he hecho. Al margen de lo que te pueda parecer a ti, esto es lo que me corresponde.
– No puedo creerlo.
– Quiza sea porque nunca lo has visto antes.
– ?El que?
Hice un esfuerzo por sonreir, como si tuviera algun sentido tratar de seducir a aquella nina ignorante del dolor. Recordaba subita y amargamente a Ines, y no entendia por que habia caido, por que yo no lloraba, por que no habia asesinado a la hija de Jauregui antes de poder tenerla delante interesandose por como habia sido mi camino hacia el crimen. Al fin, con arrogancia, resumi:
– Un hombre devastado.
No lo dije para impresionarla, ni para ablandarla ni para estremecerla. Pero note como temblaba, me miraba casi atonita y despues rumiaba algo para sus adentros. Tal vez que nunca habia vivido nada tan estimulante. Entonces me percate de que si no reaccionaba corria el riesgo de terminar simplemente entreteniendola, como cualquier juguete que le pudiera conseguir su padre.
– Terminate el plato. Ya ha pasado el tiempo suficiente para que tu padre comience a inquietarse. Vamos a llamarle por telefono.
– Te equivocas -dijo, sin levantar los ojos de su filete ni apresurarse-. Mi padre no se preocuparia antes de que pasaran tres dias. Esta acostumbrado a que haga lo que me da la gana. Me costo ensenarle, pero lo logre.
– Es igual. Ahora es cuando me conviene que se entere -porfie, aunque mis palabras sonaron menos decididas que antes.
– ?Y si mi padre no se preocupa ni aunque se lo cuentes?
– Creo que no te entiendo.
– Supon que no me quiere. Que le he deshonrado acostandome con un gitano o algo asi. Que estuviera deseando librarse de mi y no te hiciera ni punetero caso. ?Que harias entonces? ?Me liquidarias para desahogar tu frustracion?
Desee sinceramente que, en lugar de aquella aventurera demasiado entusiasta y aburrida de la vida cotidiana, la hija de Jauregui hubiera resultado ser una llorona medio lela que me pidiera por favor que la dejase volver con papa. En los ultimos tiempos pesaba sobre mi una especie de maleficio en lo que a las mujeres se referia. Despues de una juventud anhelante pero erizada de fracasos, ahora, sin ganas, comprobaba que ninguna mujer deseaba huir de mi. Eso me hizo pensar otra vez en Ines y aparte la mirada de Begona. No queria que viera brillar mis ojos. Si seguia por aquel derrotero, no tendria mas remedio que liquidarla, y ella, a fin de cuentas, tampoco me habia hecho nada.
Tomamos el postre y cafe y pague la cuenta. Lleve a Begona del brazo hasta el coche, pero aprete un poco mas de lo necesario, para que no confundiera. Fuimos hasta el pueblo y alli busque una cabina. Meti a Begona dentro de ella y le ordene:
– Marca el telefono de tu casa y pregunta por tu padre.
Obedecio, mientras yo introducia las monedas. No tardo mas de cinco segundos en decir:
– Adela, soy yo. Quiero hablar con papa.
Oi algo en el auricular y Begona asintio.
– Vale, espero.
Entonces le quite el aparato. Al cabo de un breve espacio, la magnifica voz de baritono de Jauregui, apenas disminuida en la linea telefonica, pregunto:
– ?Begona?
– No, el lobo -escupi con hastio.
– ?Quien es usted? ?Que broma es esta?
– Ninguna broma. Tu hija no vale mas que la mujer que ha muerto esta manana. Si no eres juicioso a ella le