pasara lo mismo. Exactamente lo mismo, Jauregui.
– ?Quien demonios es usted? -insistio, en su colera desorientada.
– Galba, el lunatico. ?Recuerdas?
– Maldito loco. No debi dejar que te escaparas. Tenia que haberte aplastado como un gusano. ?Que estupidez has hecho?
– Ninguna estupidez. Y no me has dejado escapar, no es necesario que juguemos a las mentiras. Mala suerte para ti que tus hombres solo sepan acribillar perchas y estrangular mujeres.
– No sabes lo que dices, desgraciado. Ni donde te estas metiendo.
– Me halagaria mucho que gastaras tu precioso tiempo explicandomelo, pero tengo que irme a pasear con tu hija. No llames a la policia, Jauregui. Ya sabes que no te conviene que te relacionen con un par de cosas. Estaremos en contacto.
Antes de colgar, tape el microfono y le pedi a Begona:
– Dile algo. Hola papa o estoy bien. Que no dude que eres tu. Nada mas. Si intentas decirle donde estamos te quedaras sin conocer los jardines y el palacio y no habras arreglado nada. En media hora estaremos a cincuenta kilometros de aqui.
Cogio el aparato y sin dejar de mirarme se lo llevo al lado de la mejilla. Espero un momento y luego dijo:
– Hola, papa. Esta vez la has hecho buena.
Y apreto la horquilla sobre la que yo tenia apoyado mi dedo, cortando la comunicacion.
– ?Contento? -en su voz habia una dureza solo levemente menor que la que habia usado con su padre.
– No ha estado mal -admiti, algo desconcertado.
Abri la puerta de la cabina y ella se dirigio hacia el coche con decision. Tuve que seguirla casi corriendo. Cuando estuvimos dentro del coche, exigio:
– Yo he cumplido. Ahora te toca a ti cumplir con tu parte. Quiero ver el palacio y los jardines.
– Es justo -reconoci.
Debido al horario o a unas obras de restauracion no pudimos ver el palacio, pero la lleve a los Jardines del Principe y alli mi confusion alcanzo cotas intolerables. Pasee con ella entre los arboles, hostigado por el aroma de las flores que se abrian dondequiera que uno posara los ojos. Recorrimos las fuentes, algunas semiderruidas, todas sucias, como siempre las habia conocido. Ahora, ademas del embrujo de su decadencia, debia enfrentar la desventaja de todas las anoranzas que me asaltaban alli. Al principio habia gente, pero a medida que nos fuimos internando en la espesura de la vegetacion fue decreciendo la concurrencia. Al final llegamos a estar solos en el sendero por el que avanzabamos, en la amplia avenida que se hacia infinita entre arboles y por la que doscientos anos atras corrian los carruajes. Bajo el templete neoclasico, Begona me provoco, pese a las diferencias fisicas, dolorosas reminiscencias. Mi tristeza era tan intensa que resultaba imposible no captarla. Con innegable arrojo, Begona indago:
– ?Venias aqui con esa mujer? Con la que esta manana…
Reuni fuerzas para no derrumbarme ante ella. Definitivamente, me estaba comportando como un secuestrador lamentable.
– No -conteste, y no queria darle mas explicaciones, pero anadi-: No con ella.
Retrocedimos hasta el rio; aunque junto a el tambien me aguardaban recuerdos, siempre me habia apaciguado contemplar la corriente. Nos sentamos sobre el muro, cerca de las casetas donde en otro tiempo se habian guardado las barcas. El rio bajaba tenido de un color pardo, pero el olor era soportable. Begona lanzo un par de piedras al agua. De pronto la pistola me pesaba como un bulto enojoso. Con verguenza, dude que fuera a ser capaz de matarla.
– Es un bonito sitio -observo ella.
– Ojala.
– ?No te lo parece?
– Si. Quiero decir que ojala fuera solo eso. Un bonito sitio.
Begona medito durante un instante y despues quiso averiguar el sentido de mis sombrias palabras. Mientras la veia venir comprendi que estaba cometiendo el error de despertar demasiado su curiosidad. Bastaba un razonamiento sencillo para alegar que eso era en cierto modo inevitable desde que la traia y la llevaba de un lado a otro con la persuasion de un arma. Pero quiza mi equivocacion era provocar con demasiada frecuencia que esa curiosidad general se complicara con otras mas especificas.
– ?Por que te duele tanto recordar? -pregunto, como si estuvieramos en un telefilme.
– ?Por que te extrana que me duela? -me revolvi, sin amabilidad.
– Siempre pense que me gustaria ser mayor, como tu, para acordarme de las cosas que ya no tenga, de las personas que se hayan ido, de los buenos momentos pasados.
– ?Y que es lo que te atrae de todo ese desastre?
– No es facil decirlo. Imaginaba que tenia que ser como una especie de paz. La tranquilidad de no tenerlo todo por hacer.
– Todo esta siempre por hacer. Y es mejor que sea asi. No desees que eso cambie.
– ?Y si lo deseo?
– Puede que un dia te encuentres como yo, con todo deshecho. Y contandoselo a un adolescente que no entiende nada.
– Juan.
Me exasperaba que dijera mi nombre. Sentia ganas de sacar la pistola y metersela en la boca para que perdiera aquella calma inquisidora y sentimental. Las ramas de los sauces que caian sobre el rio me evocaban comprensiblemente a Claudia e incomprensiblemente a Ines. Tambien podia tomar a aquella muchacha en mis brazos y creer que era otra y creer que yo tenia veinte anos en el suave aroma de su cuello terso y bronceado. Intuia con tedio que si lo hacia ella no opondria resistencia. Begona debia tener el aliento fresco, la lengua agil. Todo era tan absurdo que acabe por decir tan solo:
– Que.
– ?Vas a matarme de verdad?
– ?Que te hace pensar que te lo diria ahora, si asi fuera?
– Creo que no quieres hacerme dano. Que preferirias hacer otra cosa conmigo. Mejor dicho, lo se. Desde la primera noche. Una mujer puede ver esas cosas facilmente.
– Tu no eres una mujer. Eres una nina, que es muy distinto.
– Atrevete a comprobarlo.
Aquello era insufrible. No podia ser culpable de tanto desatino. Era una cuestion de estricta mala suerte. Violento, gruni:
– ?Dejaras de mezclarlo todo si te prometo que te volare los sesos?
Titubeo una decima de segundo, pero era una imbecil tozuda:
– Eso no cambiaria nada.
– No se a que ni con quien estas acostumbrada a jugar -comente, con cansancio-. Pero esto no tiene nada que ver. Creeme.
Inasequible al desaliento, absolutamente descabellada, exclamo:
– Me gustaria ser la mujer que recuerdas.
Algo estallo dentro de mi pecho y me dolio como si me destensaran bruscamente las arterias que comunicaban mi corazon con el resto del cuerpo. Aquella inconsciente podia estar divirtiendose conmigo o creer lo que habia dicho, pero en ninguno de los dos supuestos sus palabras podian dejar de aturdirme. Me miraba fijamente, su voz era incitante como si hubiera tardado mas de los veinte anos que tenia en elaborarla. Y yo me sentia mas debil y deforme que nunca junto a su cuerpo que se afirmaba con avidez ante el mio. Pero yo tenia casi cuarenta anos y debia conseguir que imperara la razon. Sobreponiendome a su belleza incuestionable, suponiendo a duras penas que valian mas mi escepticismo de desencantado y mi pudor de herido, quise insultarla:
– Esa es la ocurrencia mas ridicula de todas, las que has tenido hoy. Hay algo aqui que no le sienta bien a tu cabeza. Volvamos al hotel.
Ahogo el rencor bajo un brillo de acero que escapo de sus ojos y se dejo arrastrar hacia la salida de los jardines. Mientras caminabamos se levanto aire y empezo a nublarse. Cuando llegamos al coche ya se oian