pato.

– ?Que mas oiste?

Begona capto el ansia de mi interrogacion y volvio la cara hacia otro lado.

– No recuerdo bien. No prestaba atencion a todo. ?Es verdad que fuiste a verla a su casa?

– ?Que dijo ella sobre eso?

– Lo suficiente. Asi que es verdad. Pobre estupido.

No sabia si debia defenderme, o callarme, o apalearla hasta que me dijera todo lo que supiera. Begona tenia ahora los ojos cerrados y una mueca de profundo desanimo.

– ?Desde cuando va Lucrecia a ver a tu padre? -pregunte, sin conviccion.

– Y yo que se. Dejame dormir. Detesto haberte conocido.

No merecia la pena insistir. Quite el cargador de la pistola y saque el cartucho de la recamara. Despues me despoje de la camisa y apague la luz. El sofa era duro y estrecho. Yo tambien detestaba haberme conocido, pero una alegria maligna me embargaba. No necesitaba que Begona me dijera mas. Al fin habian casado dos piezas del rompecabezas, y aunque lo que de este entreveia presentaba perfiles aberrantes, disfrute imaginando que ya no estaba tan lejos de resolverlo. Aquella noche, por gratitud o por simple voluptuosidad, sone que lloraba largamente sobre los pechos desnudos de la hija de Jauregui.

12 .

Que los dioses te dejen tenerla

Aquella manana me levante temprano. Me cerciore de que Begona todavia dormia y me fui al cuarto de bano a meditar. Para ayudarme a buscar ideas, me lleve las cartas de Pablo. La que me habia enviado a mi y la que le habia enviado a Claudia. Las relei con cuidado, procurando no fiar nada a la memoria. Al cotejar una con otra surgian afinidades, como la superioridad de fantasma o profeta que exhibia en ambas, y divergencias, como la categoria de instrumento que mi persona adquiria en la carta a Claudia frente al papel de insustituible salvador que me adjudicaba en la que me habia escrito a mi. Pero ni al coincidir consigo mismo ni al mostrarse doble me ofrecia Pablo ninguna pista que arrojara luz sobre el asunto que ahora me preocupaba. Habia supuesto que tal vez hubiera dejado, en alguna de aquellas dos laboriosas cartas, claves ocultas acerca de la confabulacion que le habia llevado a la muerte, algo que yo hubiera pasado por alto antes y que ahora que habia vinculado a Lucrecia y Jauregui pudiera comprender mejor. Pero todo me parecia tan evidente y tan sentimental como la primera vez que habia leido aquellas lineas. Mi carta ya no me conmovia como antes y la carta a Claudia seguia produciendome una sensacion de apresurada negligencia. Pense que Pablo se habia limitado a decir hasta el final, incluso con exceso, un par de cosas que no tenian mucho que ver con lo que yo estaba buscando, y que lo que callaba, que era lo que a mi me interesaba, lo callaba tambien completamente. Cuando ya estaba dispuesto a asumir esta hipotesis que descartaba cualquier fisura, tuve una subita ocurrencia. Solo estaba investigando un aspecto de aquellas cartas: su contenido. Pero Pablo habia sido un peligroso partidario de otra cara de la vida: la forma. Incluso la habia cultivado, con jactancia, hasta el vacio y el absurdo. Al llegar a este punto recorde un viejo truco de juventud que Pablo y yo habiamos utilizado al principio de nuestra amistad, antes de conocer a Claudia y de hacer todas las cosas que habiamos hecho despues. Era un sistema para enviar mensajes secretos que consistia en tomar las primeras letras de cada parrafo. Pero no la primera de todos ellos, sino la primera del primero, la segunda del segundo, y asi sucesivamente. La experiencia nos habia hecho ver que este sistema era mas ductil que el de usar necesariamente iniciales. Cogi papel y lapiz y lo intente primero con mi carta. La falta de practica me hizo cometer al principio algunos errores, pero una vez subsanados el resultado fue este:

L U T R O O L M O B R R A I O

Aunque le di varias vueltas, en seguida me convenci de que con siete vocales sobre quince letras, siendo cuatro de ellas oes, y habiendo tres erres entre las consonantes, no podria formar nada medianamente logico. Maxime cuando era obligatorio emplear todos los caracteres obtenidos, sin que sobrara ninguno. Asi que probe con la de Claudia y salio lo siguiente:

M M G P A A O M O

Aunque dos aes y dos oes tampoco ayudaban, ahora el problema eran las tres emes. Como cualquier nino de cuatro anos sabe, con muchas emes solo se pueden decir memeces. Comenzaba a aceptar la posibilidad de estar explorando una via insensata cuando me sorprendi intentando sobre la carta de Claudia el sistema inverso. Tomar no las primeras letras de cada parrafo, sino las ultimas. Es decir, la ultima del ultimo, la penultima del penultimo, etcetera. En un minuto tuve ante mi este anagrama:

Z I I M A A O R I

Al principio el resultado me desconcerto. Todo estaba equilibrado si uno prescindia de las tres ies. Tres consonantes y tres vocales a todas luces combinables. Pero tres ies en una palabra de nueve letras con otras tres vocales eran un desproposito. Al final de este razonamiento me aguardaba una deduccion inexorable: las tres ies no formaban parte de la palabra. Las quite y en seguida saque:

ZAMORA

Una ciudad o una provincia. Una clave demasiado generica, una pista demasiado difusa. Pero las ies tenian que cumplir una finalidad. Entonces lo comprendi. No eran letras, sino un numero. La clave era:

ZAMORA, III

Ahora tenia algo concreto. Zamora seguida de un tres dejaba de ser una ciudad o una provincia para convertirse en un punto. ?Un numero de una calle? Solo habia que comprobar si existia alguna calle con ese nombre en Madrid, lo que a primera vista no parecia nada improbable. Aun me faltaban varios pasos, pero desde aquel momento supe que habia encontrado algo. Hacia muchos anos, pero habia jugado demasiadas veces a aquel juego de los parrafos y las letras. Era practicamente imposible que saliera por azar algo que tuviera sentido. Y aquella clave era especialmente elocuente; con una asombrosa economia de medios transmitia una informacion exacta, y la inversion del metodo ordinario, es decir, tomar las ultimas letras en vez de las primeras, resultaba reveladora en si misma. Me sorprendia el descuido que habia demostrado no intentando aquella comprobacion mucho antes. Las cartas, y sobre todo la de Claudia, hallada en tan extranas circunstancias, no podian limitarse a la funcion que con cierta superficialidad yo les habia asignado. Habia paseado de un lado a otro con la llave, aporreando como un obtuso las puertas cerradas que aquella llave podia abrir. Habia conseguido guardar la calma cuando Begona me habia revelado la increible conexion entre Jauregui y Lucrecia, pero ahora que sospechaba que en Zamora 3 me esperaban nuevos descubrimientos no podia contener mi excitacion.

Regrese al cuarto. El medio mas sencillo para averiguar sin perdida de tiempo si existia una calle Zamora y donde estaba era utilizar el telefono. Para ello debia ir junto a la cama en la que dormia Begona, o mejor dicho, en la que habia dormido. Porque cuando fui a coger el auricular su voz me detuvo:

– ?Vas a llamar a mi padre?

– Crei que estabas dormida.

– Estaba dudando si seguir fingiendolo, para escuchar lo que hablabas por telefono.

– ?Quieres levantarte?

– Si das tu permiso y me desatas, te lo agradeceria. Ya se que no es algo que deba confesar abiertamente

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