aquellos paisajes a Ines durante nuestras conversaciones nocturnas en el balneario? No podia asegurarlo. Aunque era una sensacion que correspondia a epocas muy lejanas, recobre al instante y con fruicion la nostalgia precisa de aquel tesoro incalculable. Antes de resbalar hacia el desorden de todas las cosas, yo habia sostenido con acierto, frente a la universal inclinacion por la primavera, que nunca la vida es tan preciosa como a la palida luz de noviembre, cuando la muerte merodea como una loba silenciosa alrededor del corazon. De pronto comprendi que aquella misma luz era la que se derramaba ante mi en la carne fresca y tierna de Ines. Sobrecogido por la certidumbre y por el miedo a la loba, omitiendo todo el camino mental que habia tenido que recorrer antes de deducirla, pronuncie para ella una formula que acudio a mis labios como un conjuro, como la condensacion demente y turbadora de todo lo que aquel borracho que me habitaba sonaba haber averiguado acerca de la vida:

– Violetas en noviembre.

Ines me observo complacida, sin sorpresa. Despues, como si hubiera entendido, dijo:

– Violetas en noviembre.

Y la formula, el conjuro, adquirio en su voz templada como la noche la belleza de ser irrefutable.

Luego solo recuerdo que los acontecimientos progresaron sin violencia hasta la imagen de Ines erguida junto a la cama en que yo yacia. Me habia tumbado sin desvestirme, con el cerebro arrebatado por la subita dureza de marmol que adquiria su cuerpo en la semioscuridad del dormitorio. Estuvo aguardando un tiempo que no pude contar, o para anotarlo todo, en el que solo pude flotar sin voluntad ni rumbo. Y al fin, mientras una claridad azulada en la ventana anunciaba el lento ascenso de la luna, se dispuso a cruzar la barrera. Se llevo la mano derecha al boton que defendia el vertice de su escote y entonces, senalando el regreso del infierno al que yo pertenecia, el dolor estallo como una nube de ceniza en mis entranas. Fue aun mas salvaje que la tarde anterior, cuando me habia zafado de Lucrecia. A fin de cuentas, con Lucrecia solo habia sufrido una apetencia cuestionable, pero a Ines me habia entregado hasta el punto de brindarme a desechar todo lo que pretendiera negarla, dentro y fuera de aquella noche. Todo excepto el dolor, que no era algo que pudiera tomar o apartar a un lado, porque ningun hombre es dueno de sus miserias. Siniestra y desesperadamente despejado, cerre los ojos y suplique:

– No.

Un segundo despues la vi con la mano quieta sobre el boton, erguida todavia pero menos fuerte, incredula y sin comprender.

– No hagas eso -volvi a pedir-. Por favor.

– ?Por que? -musito, y en sus palabras, como una paradoja, habia algo semejante al temor vacilante de la nina que pregunta que va a hacer al hombre que la ha secuestrado para forzarla.

– Porque no puedo -declare, sin evitar el oprobio.

Nadie lo habia merecido antes de ella, pero ella si lo merecio y no trate de encontrar objeciones. Cinco minutos despues, mientras Ines me escuchaba vencida desde el sillon de terciopelo que habia cerca de la cama y yo, incorporado sobre el colchon, me resignaba a la bajeza de estar otra vez sobrio, le conte sin escatimar ni disfrazar nada:

– Sucedio hace diez anos, como casi todo lo que ahora determina mi vida. Yo lo habia esquivado o lo habia temido durante meses. Ella era la mujer de mi mejor amigo. Hasta aqui, nada original, aunque ella era bonita y peligrosa como ninguna otra y la culpa que yo sentia no se parecia a la que me habian traido mis anteriores crimenes. Dude mucho antes de caer, pero cuando cai no habia nada en el mundo que deseara con mas fuerza. Si hubiera podido matar a mi amigo, para que todo fuera mas facil, lo habria hecho y habria disfrutado. Pero no tenia el valor suficiente para eso. No podria decir ahora cuanto duro. Le traicionamos mil veces, con remordimiento en ocasiones, con fervor siempre. Hablo de mi, porque nunca supe a ciencia cierta que sentia ella. Creo que mi amigo nos dejo continuar durante semanas despues de enterarse. Quiso acumular pruebas o rencor y debio conseguir demasiado de ambas cosas. Me preparo la trampa en una ciudad triste y hermosa como acaso no exista otra en el mundo. Es una ciudad blanca de edificios estropeados que baja por las colinas hasta un rio que se confunde con el mar. Nos sorprendieron en un cuarto de hotel desde el que se veia ese rio. Estaba atardeciendo, o amaneciendo, que es igual, porque la ventana daba al sur. Ella estaba fumando y yo miraba al techo, pensando que preferia las mujeres que no fumaban. Su cadera desnuda estaba apoyada en la mia. Entraron sin ruido, no como en las peliculas, en las que siempre entran de una patada. Eran un tipo grande y fuerte y otro mas bajo, algo cenudo. El grande se llamaba Oscar. Le conocia. Al pequeno no. Oscar me saco a mi de la cama y a ella la saco el pequeno. Era humillante estar alli los dos desnudos delante de Oscar, pero lo era todavia mas estar delante del otro. Mientras Oscar me sujetaba, el pequeno vejo a Claudia de diversas formas que quiza no convenga describir. Yo no tenia lastima por ella. Nadie que la conociera podia creerla en ninguna circunstancia, por infamante que fuera, tan ultrajada como para tenerle lastima. Mientras el otro maniobraba ella sonreia, impasible, y cuando su boca estaba demasiado ocupada para sonreir, era el desprecio de sus ojos el que demostraba su orgullo. Sin embargo, luche hasta cansarme contra el abrazo de Oscar. La rabia y la lastima por mi, no por ella, me empujaron a aquel esfuerzo infructuoso. Luego ella quedo tendida y sucia sobre el suelo y llego mi turno. Oscar me violo con impetu, brusco y eficaz como un experto. Me asombro lo poco que dolia, fisicamente quiero decir. Lo que me dolio hasta perder la razon fue encontrarme con la cara de Claudia, en la que permanecia un rastro insensible de sonrisa, mientras Oscar me embestia furiosamente. Cuando hubieron terminado nos dejaron alli, en el suelo, sin preocuparse porque nos quedaramos juntos. No hacia falta. Nos separamos esa misma noche. El resto de la historia es una sucesion de renuncias. Tras meditarlo, perdone a mi amigo, pese a lo inmundo de su venganza. Yo le habia hecho dano cuando el no habia hecho otra cosa que arriesgarse por mi. Yo habia disparado primero y eso me hacia culpable de todo. Ademas, sabia como queria a aquella mujer. Todo el dolor que el me habia causado no era nada al lado del que le habia causado yo. Aunque deshonrado, yo podia irme a otra parte, alejarme de ella, maldecirla. Pero para el, Claudia era el aire que respiraba. Le habia dejado sin sitio en el mundo. No volvi a verle. Abandone mi casa y mi tierra y me fui a otra en la que nadie me conociera. Al cabo de los meses crei que habia olvidado lo suficiente. Intente algo con una mujer que no me importaba, para que fuera mas sencillo. Luego lo intente con otra que me importaba, y mas tarde con otras cuatro o cinco respecto a las que ya no me pare a pensar si me importaban o no. Al final comprendi que era inutil. En el momento decisivo veia la cara de Claudia en aquel cuarto de hotel, mientras atardecia o amanecia, con su sonrisa insensible. No habia modo de luchar contra ello. Deje de buscar mujeres.

Ines me contemplaba con un gesto que no era de horror. En sus finos rasgos de hada errada solo habia una comprension infinita, como si en su mundo de ensonaciones desorbitadas cualquier dolor humano ostentara legitimidad para ser atendido y consolado. De todos modos, no podia entregarle solo mi historia para indemnizarla.

– Ahora ya sabes la razon. Tu no tienes la culpa -y aguantando apenas las lagrimas proclame sin reservas-: Eres la mujer mas linda que he conocido. Lastima que haya sido demasiado tarde.

Aquella noche dormi con Ines, adivinando su cuerpo bajo el camison que preservaba su piel del contacto de la mia. No sucedio nada de lo que no debia suceder. Ella durmio profundamente, sin rehuirme ni acercarse. Yo la acaricie sin atrevimiento, y cuando deje de estar despierto sone y volvi a sonar, llorando de alegria, un sueno en el que todo cuanto ocurria era que ella y yo dormiamos en la misma cama y de vez en cuando yo me despertaba para acariciarla sin atrevimiento. Mientras la noche fue tibia su cuerpo se mantuvo fresco, y al amanecer, cuando la temperatura descendio, tome de ella el calor que mis miembros pedian. Junto a ella me salve temporalmente de la desolacion y la verguenza de llevar mi nombre, mover mi cuerpo y deberle a Dios mi alma. Hasta dar con Ines, y a pesar de haberme enredado en la estela destructiva de Claudia, habia seguido manejando la teoria convencional de que una mujer ha de ser valorada por lo que proporciona. Pero ninguna dadiva femenina, cualquiera que fuera su especie, podia producir goce comparable al de aquel saqueo exhaustivo y purificante. Teniendola a ella cerca desistia de mi inteligencia y de mi orgullo, que no eran nada, y de todo mi pasado, que valia algo mas. Aunque quiza deberia decir del resto de mi pasado. Porque lo que me vinculaba a ella no tenia la forma renunciable del deseo reciente, sino la invencible intimidad de la anoranza. Gracias al espacio que habia guardado durante anos en el centro mismo de mi memoria, hasta que ella lo habia rellenado, era como si la conociera desde el principio de los tiempos.

Pero, como me habia atrevido a reconocer en voz alta, era demasiado tarde. Veinte anos antes habria podido aceptar la ilusion de estar destinado a aquella mujer. Pero ahora ya no le pertenecia. Si la providencia me habia obsequiado aquella aproximacion improcedente y fantastica, no lo habia hecho para que inventara esperanzas, sino para que conociera mejor mi fracaso. Mi tiempo y mis fuerzas eran de lo que quedaba de Pablo y de Claudia,

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