Acate con resignacion sus deseos. Antes de que se me escapara de nuevo a la cocina, pregunte:
– ?El cuarto de bano?
– Por el pasillo. Al fondo.
El cuarto de bano tenia los azulejos de color malva palido, un espejo enorme y una banera igualmente desproporcionada. Sobre las repisas se alineaban centenares de frascos de productos cosmeticos. Pero era curioso: ella apenas iba maquillada. En cuanto me fije mejor me di cuenta de que todo eran cremas: hidratantes, protectoras, antiarrugas. Ines velaba por su piel de porcelana. Tambien habia colonia de lavanda y el perfume de violetas, en un frasco de vidrio de forma oval. Por lo que habia aprendido en las tediosas tardes en la sala de television del balneario, entre los ronquidos feroces de algunos ancianos, el desodorante que usaba, aunque tenia una fragancia bastante comedida, se anunciaba como un arma capaz de hacer que individuos de impecable indumentaria y complexion atletica se arrojaran a procelosas piscinas para recoger la rosa que la torpeza o la malicia de la usuaria habia precipitado en sus aguas durante un tumultuoso coctel nocturno. Avergonzado de mis pesquisas de subinspector entusiasta, termine mi adecentamiento y fui en busca de mi anfitriona. Antes pase por el dormitorio, para dejar mis utensilios de aseo. La cama habia sido restituida a un irreprochable estado de revista y ante la ventana abierta las cortinas se agitaban con la brisa nocturna. La habitacion, iluminada por el resplandor mitigado que venia de la calle, refrescada por la brisa, ofrecia un aspecto decididamente acogedor. Tambien, admiti, contribuian a dar aquella impresion la pulcritud de aquella mujer y el residuo ahora casi imperceptible de su olor. Posiblemente era el primer sitio en el que me sentia a gusto en los ultimos meses, o en los ultimos anos. No estaba autorizado a sacar conclusiones y no las saque. Pero me quede alli durante largos minutos, aspirando el aire limpio, olvidando que fuera habia unos cuantos misterios hostiles que debia y no sabia desentranar.
Cuando pude salir de mi abstraccion y retornar a la sala, la mesa estaba ya dispuesta. Habia puesto un mantel blanco, habia sacado la cristaleria y plantado una flor roja en cada copa. Tambien habia colocado dos velas, evidentemente. Era un detalle que jamas debia descuidar el libro de tapas metalizadas, y aunque las velas suministran una luz mas bien escasa para acometer el despiece de segun que viandas, no senti que, tratandose de aquella mujer, mi alma desaprobara con rotundidad la cursileria. De algun modo, Ines ostentaba una especie de portentosa irresponsabilidad, que le permitia perpetrar sin consecuencias ocasionales atentados contra lo que algun fantasma que dormia en mi cabeza consideraba buen gusto. La razon por la que el fantasma la perdonaba no es algo que pueda explicar en dos palabras. Por un lado tenia que ver con la ilogica urdimbre de su conducta en general, a cuyo amparo lo que en otra persona habria sido un calculo deficiente en ella no podia parecer mas que un albur dificilmente reprobable. Por otra parte, era innegable que mi fantasma se veia intensa y favorablemente impresionado por no pocos de los demas recursos que ella empleaba. Por expresarlo de un modo un tanto indiscriminado, a una mujer sin encanto no se le aguanta un pisoton fortuito, pero si una mujer que si posee encanto decide hundirle a uno su lindo pie en los testiculos, es bastante posible que eso incremente su interes.
La comida que me sirvio acabo de ponerme de su lado. Empezo con una sopa de pescado y siguio con un guisado de carne, que pude regar generosamente con un vino de verdad. Mientras degustaba aquellos manjares olvidados compare mas de una vez con la fria asepsia y la desoladora temperancia de la ordenada bandeja que me habia servido Lucrecia. Ines la habia superado desde lejos, y en cuanto en mi estomago se acumulo la cantidad suficiente de alimento y en mi sangre la adecuada proporcion de alcohol, estuve dispuesto a rendirle el homenaje que le correspondia. Durante la cena, no obstante, apenas hablamos. Ella me miraba y se dejaba mirar, y cuando mi copa estaba vacia yo la llenaba y reponia el nivel de la suya, a la que nunca le faltaba mas de un sorbo. Ya antes de verla a traves de los vapores del vino habia reparado en que, sin haberse vestido de un modo especial, algo en su imagen resultaba distinto, mas tentador. Tal vez se habia retocado la linea de las pestanas, o se habia empolvado ligeramente las mejillas. Tal vez fueran, a pesar de todo, las velas, a cuya luz fluctuante sus ojos aparecian inundados de un agua inmovil. Tambien creo que se habia desabrochado un boton de la blusa, y mi mirada caia a veces de forma vertiginosa por el nevado desfiladero que se abria entre sus pechos, fragantes eflorescencias de nacar que contrastaban por su abultada firmeza con la fragil escualidez del resto de su cuerpo. Intermitentemente pensaba y reconocia que aquella criatura que leia libros de tapa metalizada, que gustaba por igual de la mas sintetica y estrepitosa musica moderna y de esteriles fondos de violines, que habia sido diez anos atras una adolescente caprichosa e inoportuna, estaba teniendo la mana de dejarme navegar libremente hacia ella como no recordaba que ninguna mujer lo hubiera hecho antes, ni siquiera en situaciones mucho menos comprometidas. Habia temido el instante de la cena, y mis temores habian abarcado por igual la hipotesis de que me sometiera a algun desordenado interrogatorio y la de que hubiera de soportar su defectuosa filosofia romantica. Pero ella habia respetado mis deseos de no hablar ni escuchar, y para respetarlos habia tenido que adivinarlos previamente. Se habia limitado a traerme comida apetecible y bebida reconfortante, y habia permanecido bella y retirada frente a mi. No se si habia previsto que yo necesitaba aquella paz para precipitarme sin reticencias a toda suerte de embriagueces. Pero en cuanto vi ante mi la oportunidad, por huir de mi memoria y del esqueleto incompleto y tambaleante de mis planes, me deje arrastrar con el jubilo y el arrojo de un hombre condenado. Primero fue el vino y el placer de olvidar. Y despues, poco a poco y sin que quedara dentro de mi apenas nada que pudiera impedirlo, empezo a ser ella. No pretendo alegar que mis facultades estaban disminuidas por el alcohol cuando mis fantasias comenzaron a estimularse con la presencia de Ines. Era aceptablemente consciente de lo que ocurria, es decir, lo era en la misma medida en que lo habia sido cuando ante el sabor del primer sorbo de vino habia decidido emborracharme.
De postre tomamos una especie de crema, y mientras hundia en ella mi cuchara no dejaba de evocarme la tersa superficie de su piel. Ines eligio aquel momento para iniciar la aproximacion, o mejor dicho, para incitarme a que yo la iniciase. No podia acusarla de apresuramiento. Yo ya llevaba un buen rato en sazon.
– Parece que hacia mucho que no comias en condiciones -sugirio, en un tono equivoco que no era solo el que mi imaginacion ya ocupada en ciertos pensamientos respecto a ella tendia a atribuirle.
Intente asegurarme de que podria articular correctamente las palabras, pero al final balbuci:
– Hacia siglos. En realidad, quiza nunca haya comido en condiciones.
– No han sabido cuidarte.
Su semblante prometia que ella si sabria hacerlo, pero sin apremiarme, como si le fuera indiferente que yo permitiese o no que lo demostrara, como si el problema no fuera mas que mio. Y asi era, en realidad. Ines podia esperar los anos que hiciera falta a que viniera otro mejor que yo, y si no venia nadie podia morir en paz con su conciencia infestada de pajaros. Pero para mi ella era una ultima ocasion, ese abrazo precioso que el soldado no debe rehusar antes de marchar al frente para morir en una trinchera anegada de agua putrida. Sus manos eran mas hermosas a cada segundo, y su pecho surcado de venas azules me atraia como un palacio de cristal que brillaba en el fondo de un lago de aguas serenas. A la cara, apenas me atrevia a mirarla.
– ?Por que haces esto, Ines, sin saber si lo merezco? -susurre, desvalido, desde mi borrachera que no era solo de alcohol para alguien que no era solo ella.
– He dejado que tardaras en regresar, pero no voy a dejar que me evites, como entonces -recito sin pudor, con la alegria de identificar al fin el momento para el que habia memorizado laboriosamente aquella sentencia. Habria debido sentirme utilizado para una trampa ajena, la que el mundo le habia tendido a aquella desaprensiva o la que ella habia tendido al mundo para desquitarse. Pero mas alla de esa sospecha, me invadia la sensacion de estar ocupandome de la verdadera sustancia de mi propia existencia como jamas, ni en las lealtades ni en las traiciones, habia acertado a hacerlo antes. Si alli habia alguien indigno, ese era yo. Ella habia ganado aquel instante. Yo solo lo aprovechaba, sin habilidad ni derecho.
– Yo no puedo darte nada. No recuerdo haber hecho mas que dano -confese, con amargura.
– No pienses eso. Lo que yo espero lo veo en ti tan desnudo como el alma de un nino. Nada falta y no hay nada que pueda perjudicarme. Tu acabas de llegar, pero yo llevo aqui toda la vida, empenada y sola, sabiendo como volverias. Puedo leer en tus manos y en tu frente, en tu silencio y en la misma forma de tomar el vino que te he dado.
Sin duda, aquella era una lucha desigual: Ines habia aprendido a fondo su papel y lo representaba con implacable vehemencia. Para terminar de sucumbir reconoci la musica que estaba sonando y que de pronto era el Largo del concierto n.° 12 de