que me exigia lo que acababa de hacer inmediatamente antes, sin una razon o un proposito que pudiera defender de cualquier objecion no infectada por esos actos previos.

Me deslice sin resistirme hacia el hueco negro que al fin me llamaba. Cai agradecido, acogiendo aquella paz que me aliviaba de mi y de los otros como una inconcebible merced celestial, abandonando mis armas, mis anhelos o el rescoldo incierto que quedaba de ellos, aquella inteligencia mermada que no lograba abrirse paso, mi nombre y el nombre de mis enemigos. Asi, desarmado y casi limpio, me encontre en una inmensa escalera mecanica, descendiendo hacia las entranas de la tierra. Estaba rodeado de seres inanimados, que se dejaban arrastrar como yo hacia abajo o venian por la escalera paralela que ascendia cinco metros a mi izquierda. Hacia calor y me sobraba la chaqueta, pero no tenia prisa por quitarmela. Empece a sudar complaciendome en la innecesidad de tomar medidas para evitarlo. Podia sudar, sentarme, cerrar los ojos. Sudar sentado y sin abrir los ojos durante horas sobre aquella escalera infinita. Pero no me sente, y al cabo de unos segundos, abri los ojos. Y de pronto la vi. Subia muy erguida, con una expresion de extrana firmeza en el semblante. Todos los rostros, delante y detras de mi, delante y detras de ella, eran invariablemente abulicos. Todos los que subian con ella o bajaban conmigo, yo incluido, ofrecian un aspecto desalinado, claudicante. Ella, en cambio, iba impecablemente vestida, con un traje color cereza, una blusa muy blanca, panuelo en el bolsillo de la chaqueta y bolso reluciente. Podia tener veintisiete o veintiocho anos. La singular disciplina que desprendia su figura atrajo solamente mi mirada. Los demas estaban ciegos, o muertos. Cuando cruzo a mi altura me fije en su perfil, la nariz corta y pequena, los ojos color de almendra, el cutis empalidecido artificialmente por el maquillaje. Eso fue un segundo y luego fue su pelo cuidadosamente moldeado, su espalda recta, un atisbo infimo de pantorrilla vestida de reflejos de seda. Se iba y yo pense sin entenderlo en la nitidez que solo tienen el mar, algunas noches y las mujeres imprevistas. Esa nitidez que no se deja apresar en las palabras con que la estoy evocando, que se manifiesta exhibiendo como su mas valioso atributo su futura irrecuperabilidad, la naturaleza solitaria y efimera del placer que proporciona a quien siempre alejado la presencia. La mire subir hasta que se hizo demasiado pequena para distinguirla de los otros, y cuando volvi la vista al frente apenas tuve una fraccion de segundo para comprender que la escalera mecanica se terminaba y extender hacia adelante el pie derecho antes de tropezar y caer como un cretino a los pies del cadaver que me precedia. Ante mi tenia ahora un pasillo larguisimo. A los diez metros del final de la escalera comenzaba una cinta transportadora, para que quienes habian de recorrer aquel corredor pudieran conservar su quieto sopor intacto. Adverti que la temperatura era ahora menor. Comenzaba a cansarme de acatar la velocidad uniforme, el puesto en la cadena humana que aquella situacion me asignaba. Sali a la orilla izquierda de la cinta transportadora y eche a correr. Sumando mi velocidad a la de la cinta, vi las cabezas discurrir demasiado deprisa para identificar nada en sus rostros. Perdi la nocion del tiempo. Al cabo de mil metros o cabezas la cinta concluyo. Segui corriendo y llegue hasta una escalera convencional que constaba de unos treinta peldanos. Luego vino otro pasillo, tambien convencional, es decir, sin cinta. Para aquel instante ya era consciente de otro cambio. Ahora no habia nadie. Justo despues de razonarlo, repare en un punto, al poco una figura, que se aproximaba hacia mi. No deje de correr hasta que pude verla bien. Era ella de nuevo. Ahora tenia diecisiete anos, vestia un uniforme azul marino, de colegio de monjas. La falda le venia pequena y dejaba ver demasiado de sus muslos desnudos. Bajo la rodilla, unas medias blancas pretendian en vano enmascarar la lascivia de aquellas piernas poderosas y bronceadas. Tampoco el pelo castano y liso, que llevaba algo alborotado, bastaba para atenuar en lo mas minimo la sensualidad de sus ojos y sus labios entreabiertos. Aunque fuera disfrazada de colegial, asi, con diecisiete anos, pude precisar su identidad como no lo habia hecho al verla con veintiocho. Y ahora no habia escaleras mecanicas que nos separaran y nos arrastraran en sentidos opuestos, hacia el cielo ella y hacia el infierno yo. Ahora estabamos solos en el pasillo, cerca de ninguno de los extremos o si acaso cerca del infierno, es decir, de mi territorio. Pero ella no tenia miedo. Podia adaptarse a mi terreno como sabia remontarse hasta el suyo. Cuando estuve a cuatro pasos de ella, interrumpio su marcha. Venia caminando sin prisa y lo hizo suavemente. Yo tenia la respiracion acelerada por la carrera y me costaba serenarla. Ella me miro con dulzura, dejando colgar los brazos a lo largo de los costados. Por si no la habia reconocido, repitio:

– Vaya, que pequeno es el mundo.

Con esa logica alterada que uno usa en los suenos, dije para ella lo que estaba pensando para mi:

– Ya se que eres la hija de Jauregui.

– ?Y que problema tiene eso? -pregunto, con preocupacion.

– No lo se.

– Yo no te he hecho dano.

– Pero podrias hacermelo. Eres como Claudia. Tal vez seas Claudia.

– ?Quien es Claudia?

– Es otra vida que abandone. Y quiza es tambien la muerte que me llama. Fijate, tus ropas se vuelven negras.

– Es por mi, no por ti. No tengo poder sobre tu muerte.

– ?Y quien puede asegurarme eso? ?Que razones tienes para venir a este subterraneo a buscarme?

– Me has llamado y he vuelto.

– ?Cuando te he llamado?

– Antes, cuando yo subia y tu bajabas. No te voy a dejar solo con tus suenos de mi. Yo no soy como otras mujeres que hayas conocido. Si me anoras, regresare.

– Tu no eres una mujer. Por eso no sabes que no puedes prometer lo que estas prometiendo.

– Tu no sabes quien soy yo. Mataria por ti. Moriria por ti. Por eso llevo ropas negras.

– ?Por que? Eso es absurdo.

– No puedo evitarlo. Eres demasiado viejo para jugar contigo. Dime que me deseas.

– Para que podria servir. Es evidente, pero no podemos, ni tu ni yo, hacer nada con eso. No estoy seguro de mi. No estoy seguro de ti. Porque no eres una mujer, pero lo seras en cuanto te de una oportunidad. Porque he cometido demasiados errores y ahora todos quieren dispararme. He corrido hasta ti, pero ha sido antes de pensarlo.

– En mis pechos solo hay leche.

– En tus pechos solo hay aire, y es en el aire donde la imprudencia del hombre siembra el fuego.

– ?No te averguenzas de ti mismo? Has salido a buscar y has encontrado. Y ahora, en vez de abrir tu regalo, te escondes de el. Incluso te permites adivinar lo que no puedes ver. Toma o vete, pero no apuestes sin haber visto. La negra tela que cubre estos pechos no dejara de ocultartelos hasta que sea demasiado tarde para desistir de ellos.

– Estas demasiado segura para ser una nina.

– No soy una nina.

De pronto, su imagen empezo a zozobrar. Se desdibujaron sus rasgos. Era la hija de Jauregui pero empezaba a ser tambien otras. No, no queria recordar sus nombres. Me limite a dudar en voz alta:

– Y ahora, ?puedo confiar en ti?

– Ahora no. Ahora soy quien tu me condenas a ser. Y me duele.

Eche otra vez a correr, dejandola atras, ocupada en un caos de metamorfosis sucesivas. Sentia calor, tristeza, asco. Mientras corria me despoje de la chaqueta, de la corbata, de la camisa, de los zapatos. Para quitarme los pantalones hube de detenerme y en ese mismo instante oi el disparo y la bala dio en mi espalda. Antes de caer al suelo, convertido en una percha con ruedas cubierta por una toalla, volvi la cabeza y vi a la hija de Jauregui. Ella habia caido junto a la pared. Con los dedos manchados de sangre dibujo en el aire y yo pude leer:

– Au revoir, cheri.

– Claudia.

Pero Claudia estaba muerta, era rubia y quiza nunca habia tenido diecisiete anos, pense mientras la luz podrida que entraba por las rendijas de la ventana me despertaba a la reducida perspectiva de mi misero cuarto. Mire el reloj: las nueve y veinte. Habia dormido unas tres o cuatro horas y estaba literalmente destruido. Pero al viejo del mostrador no podia tratarle como a los fallidos ladrones a quienes habia despachado durante la madrugada. Si no dejaba antes de las diez la habitacion tendria que volver a pagarle y me arriesgaba a que alguien a quien no podria asustar, alguien acostumbrado a apalear zulues como si fueran ninos de parvulos, viniera a sacarme mientras el viejo observaba, bostezando. Intente lavarme con lo que salia del grifo y me vesti. Cogi la navaja de debajo de la cama y mi bolsa de encima de la mesa. Mire a ambos lados del pasillo antes de salir, con la mano cerca de la pistola. Todo estaba despejado.

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