pequeno intervalo.
– ?Quien es?
– Juan, el presunto asesino -grite junto al altavoz.
Hubo un momento de silencio y luego sono el mecanismo de apertura.
Lucrecia me recibio en pantalon corto, calzada con unas zapatillas de piscina y vestida con una mezcla de blusa y camiseta bajo la que se atisbaba sin dificultades la escualidez y blancura de su pecho. Se habia recogido el pelo y desmaquillado totalmente. Una mujer expeditiva. Tras examinarme de arriba abajo sin preocuparse de lo que yo pudiera pensar de su aspecto, juzgo friamente:
– No te torturas pensando cual sera la mejor hora para visitar a alguien, ?verdad?
– No tenia otra oportunidad para seguirte. Y no estaba seguro de que me invitaras a tu casa si te lo pedia por telefono.
– Yo tampoco. A estas horas suelo comer. ?Y tu?
– Tambien. Para arreglarnos mejor puedo ir a buscar un bar por ahi y volver en una o dos horas. O tres, si duermes siesta.
– No corras tanto. Tal vez estaba pensando en invitarte, aunque no te lo merezcas.
Lo dijo sin ganas, como quien propusiera la solucion mas rapida para una situacion incomoda. Antes de que se arrepintiera, acepte.
– Sera un placer. Pero no he comprado vino ni flores.
– Ya descubri que no eres un caballero. Dame la chaqueta y sientate por ahi mientras saco de algun modo de mis platos para uno raciones para dos.
– Si necesitas alguna ayuda, he vivido solo, es decir, puedo freir huevos sin incendiar el aceite.
– Jamas te dejaria tocar mi comida.
Veinte minutos despues aparecio con una bandeja que puso sobre la mesita ante mi. Dispuestos en ordenados montones habia diversos alimentos de facil digestion. Verdura, arroz, carne sin grasa. Tambien habia una pera y un yogur. Mientras yo admiraba la pulcra organizacion de mi comida y lamentaba su escasa suculencia, ella volvio a la cocina y trajo su propia bandeja, en todo gemela a la mia, salvo por dos pequenos detalles: una gragea de repulsivo color verdoso que parecia hecha de alfalfa apelmazada y una capsula rosa.
– Disculpa que te obligue a comer en bandeja. Solo utilizo mesa y mantel para las grandes ocasiones. Tampoco te lo avise antes: si quieres comer callos o alubias o chuletas de cordero tendras que buscarte ese bar.
– Puedo arreglarme con esto, si me garantizas que al menos tienes cafe.
– Desde luego. No soy una fanatica. Es una simple cuestion de paladar.
Empezamos a comer. Era extrano estar alli, sentado junto a aquel perfil identico al de Claudia, masticando champinones insipidos. Pero aquel dia habia agotado mi capacidad de sorpresa. No sabia a que habia ido a ver a Lucrecia, y ella tampoco lo sabia. Sin embargo, ninguno trato de senalar la incongruencia del instante. Mientras yo la miraba sin disimular, ella atacaba sus platos con la misma mesurada minuciosidad con que los habia preparado. Aquel parecia su principal interes, como si mi presencia no fuera una anomalia destacable. Solo fue de pasada, por sacar conversacion, que pregunto:
– ?Como va la venganza? ?Has desenmascarado a los villanos o seguimos en peligro?
Trate de leer en sus ojos la respuesta que imaginaba. Pero sus ojos esperaban adormilados, insensibles.
– Estoy mas cerca de ellos, o sea, corremos mas peligro que antes -improvise.
– Magnifico. ?Me traes algun consejo?
– No abras a nadie de noche y no aceptes caramelos de desconocidos.
– Comprendo.
Intentaba vencer la indolencia que me invitaba a no hacer otra cosa que quedarme sentado junto a aquella mujer y dejar pasar el tiempo. Pero aunque nada de lo que se me ocurriera podria convencer a nadie, empezando por mi, de la pertinencia de aquella visita, tenia la obligacion de buscar, por lo menos para usarlo frente a ella, un movil que no resultara demasiado inconsistente. Tanteando, explique:
– En realidad he venido a verte para asegurarme de que sigues bien, de que nadie te ha molestado en estos dos dias.
– Muy amable de tu parte. Ayer me echo una bronca el Director General, pero no se si merece que le mates. Creo que el pobre no sabia lo que hacia, como de costumbre.
– Tambien queria cerciorarme de que la policia no ha vuelto a visitarte.
– Creo que no.
– ?Crees?
– Desde nuestra conversacion del otro dia tengo la sensacion de que todo el mundo me sigue. Quiza alguien me siga de verdad y sea policia. Si yo fuera tu no me preocuparia, en cualquier caso.
Yo habia terminado practicamente aquel frugal almuerzo, pero ella aun tardo diez minutos mas. Mientras la veia comer me alecciono acerca de las bondades de determinadas salsas y compuso una prolija lista de los lugares donde podia comprarse la mejor fruta. Al fin llego el momento de la gragea verde alfalfa y de la capsula rosa, que engullo disciplinadamente con un sorbo de agua.
– No estoy enferma -aclaro-. Tomo fibra y vitaminas. ?Como quieres el cafe?
– Con leche y tres cucharadas de azucar.
– Leche y azucar. No eres tan duro.
– ?Quien ha dicho que lo fuese?
Salio y no regreso hasta que el cafe estuvo hecho. Lo trajo en unas tazas blancas con ribete gris, sobre una bandeja roja con dos pequenas servilletas de papel tambien rojas dobladas en forma de triangulo. Sin ningun motivo que yo pudiera determinar facilmente, se habia soltado el pelo. Puso la bandeja sobre la mesa, cogio su taza y se sento al otro extremo del tresillo, muy reclinada hacia atras. Me observaba de un modo intranquilizador.
– ?Y eso es todo lo que te traia a mi casa? -interrogo, ablandada y provocativa.
Temerosamente empece a percibir no solo que no eran aquellas banales consultas que le habia hecho el motivo de mi visita, lo que en ningun momento habia sostenido seriamente, sino tambien que, mas alla de lo que me habia atrevido a sospechar, la malvada suposicion que parecia alentar su pregunta podia no estar descaminada. Cualquier otro habria celebrado descubrir a la vez un deseo inconfesado y ciertas esperanzas de satisfacerlo. Cualquier otro que hubiera estado en condiciones de aceptar sin aprension determinados actos de competicion y desnudez. Pero yo debia recriminarme ferozmente la inconsecuencia de sonarle o pedirle a aquella mujer ceremonias en las que solo podia comparecer entorpecido por los emblemas de mi extranamiento. Por decencia o por evitar el oprobio, tenia que empujarla a desistir:
– Vine por eso y por tomar este cafe. Por estar un rato en la casa de alguien. Un apartamento alquilado no es la casa de nadie, sino una incitacion al suicidio o a la lujuria rutinaria. Y yo ya estoy viejo para esos dos pasatiempos.
– ?Debo creerte o es que de pronto me ves demasiado flaca?
Hay algo que siempre me ha ayudado frente a las mujeres. Durante mis primeros veinte anos de vida me rechazaron con una contundencia tan constante que me hice a calcular que solo me buscarian en el caso de que les apeteciera humillarme. Asi que nunca he podido asistir a las insinuaciones de una mujer sin una profunda sensacion de irrealidad, lo que equivale a decir sin olerme una trampa.
– No acostumbro a consolarme con la hermana -replique, sin medir la crueldad-. Y aunque lo hiciera, no es el momento de esconderme bajo unas faldas. Es cuestion de tenerte respeto a ti y de conservar el poco que me queda por mi mismo.
Lucrecia encajo impasible mi brusca denegacion. Como si lo que yo dijera fuera apenas un ruido lejano que no interferia sus pensamientos.
– Ahora yo podria quitarme esta ropa y complicarte ese ascetismo que te empenas en gastarte -se burlo-. He conocido hombres sin ataduras y hombres encadenados. A otra mujer, a un dogma moral o a un terror de adolescente. Nunca me he divertido con un sinverguenza. Ignoran el misterio, es decir, el remordimiento. Pero tu acarreas tanta culpa que el placer seria infinito. No voy a acorralarte. Sabes donde vivo y yo no mendigo a nadie. Te esperare aqui, Juan, y acabaras viniendo. Debajo de toda esa prudencia hay un ansia desesperada de estrellarse contra algo.
– Sin entrar a cuestionar tu meteorico psicoanalisis, ?que ganas tu con enredarme? Dudo que escaseen los