menos, entras otra vez. Es todo el tiempo que puedo dedicarle a este hombre. Si para entonces no ha acertado a hacer otra cosa que insultarme en mi propia casa, te pedire que se lo eches a los perros. En caso contrario le acompanaras a la salida, haras que le devuelvan su arma y le recordaras que no volvera a ser recibido en este despacho. Apuntalo para no perder tiempo luego. Gracias.

Olarte obedecio silenciosamente. Yo pense en los mastines y en el jubilo de Olarte, como quien juega, porque tambien ese es a veces el rostro del miedo. Para darle a Jauregui otra impresion, me apresure a puntualizar:

– Tendra que comprar comida para sus perros, Jauregui. Llevo casi una hora dentro de su propiedad y hasta ahora no me ha dejado hacer otra cosa que apartar de en medio a sus empleados. Ahora que estamos solos prometo no defraudarle, y hasta procurare ser mas cortes. Perdone si mis modos son a veces bruscos. No estoy seguro de que siendo amable alguna gente me vaya a querer mas.

– Quiza debiera intentarlo, para salir de dudas. Ya estoy esperando su mensaje, Galba. Tengo mucha curiosidad por saber que dice Pablo Echevarria un ano despues de su muerte.

– No me meta prisa. A fin de cuentas he venido antes de lo que nadie podia prever.

– ?Que quiere decir con eso?

– No se, tal vez me dejo arrastrar por mi propia sensacion. Ha sido usted muy facil de encontrar. Apenas llevo tres dias en Madrid.

Yo hablaba al azar, pero Jauregui quedo un momento pensativo. Tras escrutarme meticulosamente, dibujo con sus finos labios una sonrisa de pretendida inteligencia.

– ?Y que es lo que ha encontrado en mi, Galba?

– Hasta aqui ha demostrado ser muy comprensivo, empezando por mi nombre supuesto. Comprendera tambien que a esa pregunta no puedo responder en dos patadas.

– Tomese su tiempo, pero ya solo le quedan veintiocho minutos.

– Crei que habia dado instrucciones a Olarte para no tener que cansarse mirando usted mismo la hora. Habria sido un signo de elegancia que su precioso cronometro estuviese parado y solo le sirviera de adorno, pero reconozco que a menudo la realidad no alcanza la cota habitual de mis fantasias, asi que no se sienta frustrado.

Jauregui ya no dijo nada. Unio las puntas de sus dedos ante su rostro y me observo, inmovil. Al fin un gesto de categoria. No podia seguir agitando la muleta ante sus cuernos, asi que decidi atacar la cuestion.

– Como le dije al SS de la puerta, y esto es verdad, traigo un mensaje de Pablo Echevarria. Para compensar las dilaciones sufridas hasta aqui sere sincero y lo mas directo posible. No tengo la menor idea de quien es usted, senor Jauregui, ni me preocupa quien sea. Deshagase de sus esquemas mentales para hablar conmigo. Ponga que he vivido diez anos con una tribu de bosquimanos o que he sido carmelita descalzo. No voy a echarme llorando a sus pies pidiendole perdon porque alrededor de su casa haya mas cesped del que podria pisar en toda su vida aunque le dedicara diez horas diarias. No me juego en esto mas que el pellejo y solo cada hombre sabe lo que vale su pellejo. No intente tasar el mio porque puede equivocarse, senor Jauregui.

– Estoy francamente trastornado por su personalidad. Siga.

– Vera, Jauregui. Yo era amigo de Pablo Echevarria antes de que usted pusiera por primera vez el culo en esa silla.

– Eso no es dificil. Esta casa es nueva.

– Antes de que usted pusiera el culo en algo blando, entonces, si eso le vale. Hice negocios con el, pero antes de eso hice otras muchas cosas infinitamente mas importantes. Hace tiempo que abandone los negocios, de modo que, contra lo que usted sugirio antes, en este despacho ahora mismo no hay mas que un hombre de negocios, porque yo no lo soy ni se me da un higo serlo. Pero nunca he abandonado del todo las otras cosas en que Pablo y yo nos ocupamos antes de los negocios. Una de esas cosas era una mujer. A veces uno le cuenta verdades intimas a un ser insignificante, como un escarabajo o un canario. Esto que le cuento ahora viene a ser algo parecido; se lo digo para que no malinterprete su posicion. Los dos quisimos a aquella mujer, y ella termino siendo para el y yo aceptandolo. Antes de morir, a manos de no se quienes porque aquel fue un asunto del que me puso al margen y porque tampoco servia de nada averiguarlo, Pablo me encargo que cuidara de su esposa. Como usted sabe, hice un pesimo trabajo.

– Es una forma de describirlo. Podria buscar otras mas benevolas para consigo mismo.

– No es ese mi principal interes. Hacia bastante tiempo que no venia por Madrid, pero en cuanto supe lo que habia ocurrido regrese y empece a revolver escombros. Al principio me fue dificil, porque muchas cosas estaban enterradas a cierta profundidad en mi interior y otras tenian que ver con algo que me repugnaba. Pero venci todos los obstaculos iniciales y sin grandes esfuerzos posteriores llegue hasta usted. Fue un descubrimiento casual, pero demasiado inequivoco para cuestionarlo. Usted es mi hombre, Jauregui, y usted mismo me ha dado esta manana la ultima prueba, al recibirme.

Jauregui se tomo un par de segundos para descifrar mi ultima frase. Despues, observo:

– Me confunde usted, Galba. Comienzo a adivinar que su problema es que piensa demasiado rapido. Si le he recibido esta manana ha sido porque debia investigar quien era el que se atrevia a venir a mi casa en nombre de un muerto. Tambien por el muerto en cuestion. Yo apreciaba a Pablo Echevarria, y fui su amigo, en la medida en que los negocios crean ese vinculo, cuando usted estaba escondido no se ni quiero saber donde. Que su mujer murio hace tres semanas lo se porque ha salido en los periodicos. Parece comprensible que el que alguien aparezca ahora lanzando por ahi el nombre de Pablo resulte especialmente llamativo. Intente que mi secretario le despachara, pero ante su obstinacion he consentido en verle yo mismo solamente porque se trataba de Pablo Echevarria. Habia imaginado que seria una especie de extorsionista, y mi proposito en tal caso era denunciarle a la policia para que dejara de ir por ahi usando el nombre del difunto. Ahora veo que no es necesario tomar ninguna medida: es usted un pobre lunatico, un idiota inofensivo.

Le deje hablar, recrearse en su arrogancia y su desden. Era exactamente la especie de canalla que habia imaginado. Busque un modo de transmitirselo:

– Se precipita a hacer un resumen de este encuentro cuando aun no ha concluido, Jauregui. Deberia salir a la calle y dejar de tratar todo el dia con cretinos con la cintura engrasada para doblarse a su paso. Los psiquiatras lo llaman la imbecilidad del golfista. Es la enfermedad que sufren quienes tienen vastas superficies de cesped entre sus ojos y la realidad. Acaban incapacitados para el juego en corto. Le he dicho por que he venido a verle, pero no para que.

Jauregui suspiro, dudando por un instante entre enfurecerse o seguir despreciandome. Consulto su reloj y, parsimoniosamente, opto por lo segundo:

– Muy bien, Galba. Tiene quince minutos para presentarlo del modo mas apasionante que se le ocurra.

– Me van a sobrar por lo menos diez. Como le dije, Pablo me pidio que protegiera a su mujer. Ahora eso es agua pasada, pero hay algo mas. Quiza se le haya escapado a usted un pequeno detalle: los dos la quisimos. Si no hubiera sido asi, yo no habria tenido otra razon para actuar que la peticion de Pablo, y fracasada mi tentativa de satisfacer esa peticion, no me habria quedado otra cosa que volverme al agujero del que sali para defender a Claudia. Sin embargo, porque la quise y la quisimos juntos tengo o padezco recuerdos que me impiden retirarme tan facilmente. No le he buscado para pasar el tiempo, Jauregui. No vengo en nombre del Pablo Echevarria que usted conocio. Vengo en nombre del Pablo Echevarria que se emborrachaba conmigo por Claudia cuando todos teniamos veinte anos y nos meabamos en el cesped. Aquel Pablo Echevarria me pide que usted pague lo que ha hecho. Y aqui estoy para que sepa algo: buscare las pruebas que necesita la policia para venir a pedirle cuentas. Pero si no las encuentro, o si dudo que ellos vayan a venir, tampoco pienso obsesionarme. Yo ya le he juzgado y sentenciado. No salga por ahi solo, Jauregui.

Jauregui meneo la cabeza. Con la voz mas crispada que de costumbre, concluyo:

– Esta completamente loco. Eso es lo unico que puede salvarle el cuello. Pero no abuse de su suerte; ni para mi ni para otros los locos son sagrados.

– Yo me encargo de mis problemas. Ocupese usted de los suyos, ahora que empieza a tenerlos. Ya se que le atraen los crimenes con alevosia: mujeres solas, quiza tambien hombres desarmados. Pero si no va a mancharse de sangre hoy, hagame el favor de llamar a Olarte. El mensaje ya esta entregado y usted debe seguir trabajando.

Jauregui me estudio con subita afabilidad. Era el momento de exhibir ante mi su confianza en si mismo.

– Voy a hacer una obra de caridad, Galba. Voy a dejar que recoja su pistola y se vaya por donde ha venido y como ha venido: entero. Con eso le probare, primero, que no soy un sanguinario, y segundo, que se ser indulgente con quien me ofende. Tambien voy a dejarle que consulte esta noche y todas las noches que le haga

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