hombres dispuestos a beneficiarse de tus encantos y de la seguridad de tu sueldo.
– Nunca le preguntes a una mujer sus razones. Lo mejor que puede hacer es mentirte.
– Miente, entonces. No soy un purista. Solo es para tener algo con lo que entretenerme mientras espero a caer en tus brazos.
– Quiero verte perdido, sin inventar aspavientos como si yo fuera estupida.
– ?Es una razon o una mentira?
– Es una advertencia, por no abusar.
– Confidencia por confidencia, si es que aguardas a que este agotado, tengo algo mejor que mis fuerzas para defenderme de ti.
– ?Un revolver?
– No. Mis limitaciones. Nunca he usado revolver. Y ahora tendras que perdonarme. Se me hace tarde.
– Puedes irte cuando gustes. No he echado la llave para esconderla en mi escote.
Me levante y cogi la chaqueta, que estaba colgada en una silla junto a la puerta de la cocina. Lucrecia seguia mis movimientos con insolencia. Trate de ser deportivo:
– Te agradezco que no te hayas quitado la ropa. Me incomoda no poder complacer a la gente.
– La proxima vez trae flores. Esparciremos los petalos por la cama.
– El impudor es un signo de impotencia.
– La impotencia es problema de hombres.
– Y de mujeres. Cuidate, Lucrecia. Si pasa algo podras localizarme en estas senas y este telefono. Si me das el tuyo podre avisarte en seguida en caso de que cambie de refugio.
– Hay una tarjeta mia en tu chaqueta. Llamame cuando empieces a sonar conmigo.
– No es por comparar, pero Claudia se hacia desear mas. Casi demasiado.
– Claudia era una nina y preferia el juego a la realidad. Yo no he jugado en mi vida.
– Puedo creerlo. Adios, Lucrecia.
Ya en la escalera, respire aliviado. Rehuse el ascensor para ejercitar un poco las piernas. Baje corriendo, como si huyera de un animal ponzonoso. En mi mente estaba fija la imagen de la palida frente de Lucrecia, sus cejas finas, sus ojos verdes, el comienzo de su nariz afilada y recta. La imagen no llegaba mas abajo. Ni el final de la nariz, ni las mejillas, ni la boca. Vanamente me pregunte por que habia asumido la responsabilidad de velar por ella, aunque fuera limitandome a la mecanica escasa de darle mi direccion y mi numero. Podia amar a Claudia, que estaba muerta, o a la hija de Jauregui, que era un fantasma intocable. Pero ante el cuerpo blanco y conciso de Lucrecia, que cualquier dia podia latir entre mis dedos, solo me era licito sentir espanto. Nada estaba mas lejos de mi mision que caer en las sabanas de una mujer, pero por primera vez en varios anos, al razonar mi renuncia reconoci, casi intolerable, una olvidada y ominosa forma del dolor.
9 .
Para alivio de quien la sufre, en cualquier experiencia desfavorable siempre acaba llegando un momento en el que todo empieza a suceder al margen de uno. O por expresarlo de otro modo: a partir de determinado punto, casi no hay que inventar y apenas hay que decidir. Los acontecimientos se gobiernan a si mismos y uno no ha de preocuparse mas que de entender cuanto sea posible y experimentar el minimo de danos. Lo poco que me quedaba por aportar a aquella peripecia en que estaba inmerso, antes de precipitarme a la voragine de dos dias de alienacion, lo hice esa misma tarde, despues de visitar a Lucrecia. Y fue algo minusculo, por no decir irrelevante o inutil. Fui a mi apartamento a cambiarme de ropa y luego emprendi una expedicion en metro. En el mismo barrio y en la misma calle donde habia conseguido las tarjetas que acreditaban mis varias identidades, ajeno como el falsificador a los diez anos transcurridos, encontre al proveedor adecuado para satisfacer una necesidad que tras mi entrevista con Jauregui habia razones para juzgar perentoria. Aunque no era una municion corriente, consegui a un modico precio cinco cajas, es decir, ciento veinticinco cartuchos. Con eso y los dos cargadores que tenia habia para sostener una guerra, si hacia falta. Regrese al apartamento cuando ya atardecia. Fue mi ultimo movimiento como hombre relativamente libre. En los dos dias siguientes, nada de lo que hice pudo ser sopesado. Me limite a irme apartando, sin saber hacia donde, y a cubrirme, sin saber con que.
Me fije en el coche por casualidad. Habian aparcado inteligentemente, detras de una gran furgoneta, con buena perspectiva sobre el portal y escasas posibilidades de ser detectados por cualquiera que entrara en el a no ser que se volviera del todo. Pero para mi fortuna, en el mismo instante en que yo llegaba a la calle, el conductor de la furgoneta subio a ella y arranco rapidamente. Dispuse apenas de una fraccion de segundo para ver al hombre que estaba dentro del coche soltar el periodico, bajar la cabeza y comenzar a atisbar en todas direcciones. Luego segui caminando como si nada, mirando al suelo, para que no se diera cuenta de que le habia descubierto. Entre en el portal y subi a mi apartamento sin demorarme. Un hombre que lee un periodico en un coche estacionado detras de una inmensa furgoneta puede significar muchas cosas, pero algunas de esas cosas son mas probables que otras y dentro de las probables alguna es especialmente verosimil para alguien a quien la policia busca como sospechoso de asesinato. Por eso no me sorprendio cuando vi desde la ventana que otro hombre se metia en el coche y que al cabo de unos minutos salian los dos y echaban a andar, el recien llegado normalmente y el otro desentumeciendo las piernas, hacia el portal por el que se accedia a mi apartamento. Recogi sin perdida de tiempo las pocas pertenencias que me eran imprescindibles, desaloje el piso y cerre la puerta. Corri por el pasillo hasta el descansillo de la escalera y alli me escondi. Para intuir el oficio de aquellos dos hombres, me sobraba con la gravidez y la barriga del que me habia estado esperando en el coche, o con la dosificada energia del que habia llegado despues, mas joven y prematuramente calvo. Pero tenia que cambiar mi intuicion por una certeza. No sin motivo, adivinaba que en las horas sucesivas me iba a ser de gran ayuda contar con algunos detalles confirmados sin ningun genero de duda. No tardaron ni un minuto en salir del ascensor. Oi como uno de ellos amartillaba su revolver y el monotono y apagado ruido de sus pasos alejandose por la moqueta. A continuacion, debil, remoto, sono el timbre. Lo pulsaron tres veces. Despues vinieron los golpes, mas proximos, mas reales. Y la voz enronquecida por el alcohol o el frio de algunas malas noches que ladro para corroborar definitivamente:
– Abra, Galba. Policia.
El resto ya me lo sabia, asi que no me quede a escucharlo. Mientras bajaba derribaron la puerta. Con los treinta segundos que desperdiciarian en registrar y deducir yo tenia mas que suficiente para llegar al garaje y subir al coche. Poco me importaba que me vieran irme en el. El formidable deportivo italiano estaba condenado a la jubilacion inmediata, como mi documentacion de Julio Valbuena, que tire por la ventanilla apenas estuve en la calle. Conduje a buena velocidad, pero cuidandome de llamar la atencion, hacia el centro. Callejee un poco y en el primer hueco que vi, un vado en una acera de mala muerte, abandone el coche. Camine unos quince minutos, hacia la zona comercial. Alli tome un taxi. Pedi al taxista que me llevara al aeropuerto. Una hora despues, regresaba a Madrid en mi nuevo coche alquilado bajo mi nuevo nombre. Era un utilitario, rapido, pero que no despertaba el interes de nadie. El tiempo de los caprichos habia pasado. Ahora el juego iba en serio.
Y el cerebro, de acuerdo con la nueva situacion, empezo a funcionarme a pleno rendimiento. Habia poco donde elegir para explicar la presencia de la policia en mi apartamento, cuando este habia sido alquilado bajo nombre falso y no hacia cuatro dias que estaba en la ciudad. Pero tampoco debia apresurarme a sacar conclusiones que podia demostrar o desmentir con poco esfuerzo. Aunque solo me quedaban cuatro identidades falsas, considere sobre la marcha que merecia la pena dilapidar una en ganar aquella tranquilidad. Busque un hotel de segunda categoria, no muy alejado del centro, pero tampoco situado en una calle de gran bullicio. No tuve problemas para conseguir una habitacion en el cuarto piso y en una esquina, esto es, lejos del ascensor y de la escalera. Me registre bajo el increible nombre de Genaro Salaberry, que habia sido la segunda ocurrencia del falsificador, y deje el DNI en la recepcion sin contemplar que pudiera haber ninguna oportunidad de recogerlo a la manana siguiente. Tambien pense, con malicia y cierta tristeza por la insolitamente amable conversacion de la recepcionista, que no habria ocasion de pagar la cuenta. Aparque el coche a dos calles del hotel y subi a la