habitacion. Me duche y mientras me secaba examine el desolador mobiliario estandar que decoraba la pieza. Me llamo la atencion una percha de esas sobre ruedas con forma de torso, que tienen hombros y un cajon y una rejilla abajo para dejar los zapatos. La empuje con el pie hasta el centro de la habitacion y cuando hube terminado con la toalla se la eche encima. Despues, sin otro pasatiempo con que retrasarlo, cogi el telefono y llame a Lucrecia.

– Digame -requirio sin clemencia, al otro lado del aparato, su voz despierta y firme.

– Lucrecia.

– ?Quien es?

– Juan.

– Ah, vaya, no esperaba que cayeras tan pronto. Habia hecho planes para esta noche, pero si me insistes podre cancelarlos.

– No es necesario que te tomes la molestia. Esta noche quiero dormir -y al decir esto, por contrastar con ella y para darle mas confianza, deje que toda la somnolencia que luchaba por apoderarse de mi se derramara en forma de bostezo sobre el telefono.

– ?Y bien?

– Llamaba para contarte que he estado paseando esta tarde, meditando sobre tu proposicion o como haya que llamarlo.

– Yo no te he propuesto nada. Seras tu quien me lo proponga a mi.

– Bueno, como sea.

– ?Y?

– No se me ha ocurrido nada a favor, pero tampoco estoy seguro de tener demasiadas razones en contra.

– Es un comienzo.

– No se que es. Luego he vuelto al apartamento y me ha parecido poco luminoso, asi que me he cambiado de domicilio. Mientras pienso o sueno una solucion para lo nuestro tal vez quieras apuntar donde estoy.

– Ya te he dicho que seras tu quien me llame.

– Apuntalo de todos modos. Quiza pasen cuatro o cinco dias y decidas que tienes que tentarme un poco mas. Si eso ocurre, querras localizarme.

– No me hara falta, pero nada me cuesta darte el gusto, si te empenas. Ya tengo papel y lapiz.

Le di el nombre del lugar, el numero de la habitacion, y lei para ella el telefono que habia bajo el emblema del hotel en un papel de denso texto que alguien habia manoseado antes de mi. Al principio no supe lo que era, pero luego adverti que se trataba de una encuesta sobre la calidad de los servicios que ofrecia el establecimiento. Por lo que a mi me concernia, podian aprovecharla para otro huesped mas.

– Y ahora te dejo -dije, volviendo a pensar en Lucrecia, que estaba al otro lado de la linea-. Que te diviertas. Y avisame si notas algo extrano.

– Descuida.

Colgo antes de que se hubiera extinguido en el auricular el eco de su voz. Oi con algo lejanamente semejante a la amargura aquel chasquido seco que, tal y como lo sentia en aquel momento, interrumpia y concluia todo entre nosotros. Ahora no me quedaba mas que esperar. Trate de armarme de un atomo de duda para no exterminar absolutamente la ilusion, pero no tuve exito. Lucrecia habia sido demasiado evidente. En la primera oportunidad que le habia dado me habia vendido. Debia estar en contacto con la policia desde nuestro encuentro en el Ministerio, tres dias atras. Y sin embargo, habia tenido, aunque insuficientes, algunos destellos de talento. Habia sido habil aguardando a que fuera yo quien le diera las primeras senas, y negandose a apuntar inmediatamente las nuevas hacia unos minutos. Tambien habia exhibido un estimable aplomo haciendose la ignorante durante aquella breve y amanada conversacion telefonica, obstinandose en sostener su farsa que ya para nada podia servir. Ahora quiza estaria preguntandose por que le habia dado mi nueva direccion, aunque siempre cabia que se conformara con suponerme demasiado estupido, o demasiado enamoradizo, creyendo su propio cuento. Veinte anos antes, habria acertado con ambas suposiciones, pero ahora yo solo era demasiado impuro. En cualquier caso, no tenia mas remedio que llamar a la policia para informar de mi nuevo paradero, o del que yo ofrecia como tal. Y la policia no tendria mas remedio que investigarlo, y cuando lo hiciera yo ya habria averiguado a que habia de atenerme, al menos, con uno de los personajes que poblaban aquella adversa aventura. Comparando con la desorientacion con que habia avanzado hasta alli, era un triunfo. Aunque en rigor no progresara nada, porque con ello me limitaba a precisar la entidad de una amenaza adicional y en un principio imprevista.

Descanse unos quince minutos, haciendo esfuerzos para no dormirme, y me puse de nuevo en pie. No fue dificil encontrar un buen sitio para esperar a la policia. El hotel estaba medio vacio y consegui colarme en una habitacion cerca de la escalera, a unos quince metros de la puerta de la mia y a dos del ascensor. Alli estuve, espiando por la mirilla, cerca de dos horas. Durante ese tiempo pude dudar del acierto de mis sospechas, y recorde varias veces a la Lucrecia impavida y casi cinica que me habia recibido en su despacho y en su casa. De pronto me costaba encajarla con mi adivinada Lucrecia, que corria a denunciarme a la policia en cuanto yo desaparecia de su vista. No hay ninguna cosa que una mujer bien ensenada no pueda fingir, pero tambien hay mujeres de una pieza. Comenzaba a admitir la posibilidad de haberme equivocado con Lucrecia cuando dos individuos de aspecto temible pasaron por el corredor. La mirilla era de esas que poseen un dispositivo optico para ensanchar el campo de vision, y me permitio seguirles hasta el final del pasillo, aunque al llegar alli eran tan pequenos y estaban tan deformados que apenas podia distinguir que estaban haciendo. No oi golpes, no oi voces. Y de pronto, los dos hombres se esfumaron. Estaba bastante confundido, pero conservaba la lucidez suficiente para comprender que aquel no era el metodo de la policia. Ademas, yo habia previsto al de la barriga y al joven calvo. Vacile un instante, y eso fue, en cierto modo, mi salvacion. Dos rotundas detonaciones hicieron temblar el aire. Un segundo despues los dos hombres regresaban por el pasillo, corriendo. Los vi tomar la escalera cuyo hueco tambien quedaba incluido en la imagen panoramica de la mirilla, y sin adoptar mas precaucion que la de empunar mi pistola, sin sacarla siquiera de debajo del brazo, sali al corredor. Me llegue hasta mi habitacion, que habia quedado abierta, y encendi la luz. Lo que vi, si hubiera dispuesto de tiempo para reir, me habria resultado infinitamente comico. En el suelo, con los hombros de madera astillados por los balazos, encima de la toalla, estaba la percha sobre ruedas. En la oscuridad, con el cuerpo que le prestaba la toalla, habian debido tomarla por un hombre, quiza agachado, quiza apuntandoles incluso. Y no se lo habian pensado dos veces. Tambien una pareja de policias obtusos habria disparado, pero era obvio que aquellos dos tenian otro oficio porque despues de los tiros dos policias no se habrian apresurado a huir, sino a festejar aliviados la confusion. Mientras bajaba de cuatro en cuatro los escalones de la escalera de incendios, recibiendo en las mejillas agradecidas el soplo fresco de la brisa nocturna, hice casi mecanicamente otro juicio rudimentario, pero no carente de cierta utilidad para captar el cariz que adquirian los acontecimientos: los disparos de dos policias habrian estado excusados por el ejercicio de su cargo, pero quienes no lo fueran solo podian conducirse con aquella contundencia en virtud de criminales propositos. Le habian dado a una percha y a una toalla, pero me habian tirado a mi, y pese al atolondramiento de momento, ese acto, el de dispararme, habia obedecido, con toda probabilidad, a un objetivo plenamente asumido. Algo de lo que habia hecho aquel dia, y no podia discernir ahora que, habia dado resultado.

Lo que si podia arrojar a la basura eran mis presunciones acerca de Lucrecia. Nadie en sus cabales avisa primero a la policia y luego manda a unos asesinos. Ahora tenia que admitir que era igualmente improbable que ella hubiera llamado a los unos como a los otros. Si habia dado mis senas a la policia por la tarde nada justificaba que no se las hubiera dado por la noche, maxime cuando habria tenido motivos para temer que yo anduviera suelto. Si me habia enviado a los asesinos por la noche, habia perdido el tiempo, porque podia habermelos enviado por la tarde. Tambien cabia que los policias que habia visto no fueran tales, o que los que yo habia creido matones fueran en realidad policias que no deseaban tener que explicar su grotesco error ante sus superiores o sus companeros. Pero la verdad no suele ser tan complicada. De todos modos, si habia de sacar alguna conclusion, en adelante no debia fiarme de Lucrecia, aunque tampoco, asi fuera solo para preservar un poco de romanticismo, podia descartar definitivamente que estuviera de mi lado. Despues de mi ingenua emboscada, permanecia en el misterio, reservandose el significado verdadero de sus flematicas incitaciones.

No, no era momento de estar seguro de nada, pero si de tratar de reunir garantias razonables acerca de algunas cuestiones inminentes. Por ejemplo: podia conceder que a la policia la habia burlado por la tarde y a mis segundos y mas peligrosos perseguidores hacia escasos minutos. Y si estaba en lo cierto, aquella era una

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