El viejo seguia detras del mostrador, leyendo ahora un diario deportivo. Si hubiera sido un ser normal le habria preguntado si no se acostaba. Pero sin duda se trataba de uno de esos tipos cuya actividad cerebral y muscular no llega al diez por ciento de la media, por lo que no necesitan dormir. Le devolvi las llaves y puse la navaja sobre el mostrador.

– A alguien se le debio caer anoche esto. Guardelo por si vienen a reclamarlo.

Cogio la navaja y la metio en un cajon. A continuacion, reanudo su lectura, haciendome ver que no volveria a ocuparse de mi presencia. Le desee buenos dias y me fui. En el portal habia tres negros relucientes, majestuosos dentro de su ropas de segunda mano como gigantescas estatuas de ebano. Se apartaron para que pasara, seguramente advertidos por alguien que habia sabido del incidente de la madrugada pero sin que aquella cautela elemental anulara el desprecio con que me consideraban, como a cualquier otro blanco de alma y cuerpo deteriorados, desde la incontaminada magnificencia de su raza, a la que solo el miedo de la mia mantenia recluida en aquellas alcantarillas o catacumbas.

Tome un copioso desayuno en una cafeteria de aspecto agradable que encontre a solo dos calles de alli. Compre un periodico en el que no lei nada que me interesara y entonces tuve aquella funesta idea. En mi situacion lo mas sensato era retirarme de la circulacion un par de dias, tal vez una semana. Debia darles tiempo a que se cansaran de buscarme, tanto unos como otros, antes de intentar algo que me procurase una minima ventaja frente a ellos. Tambien tenia que pensar que podia hacer y lo que era mas importante, a quien tenia que hacerselo. Ahora era arriesgado regresar al balneario. O la policia o los otros o todos tenian ya aquella pista controlada. No sabia adonde ir, y asi fue como se me ocurrio, del modo mas desdichado, sacar la cartera y rescatar de ella aquel papel en el que una mano femenina habia escrito para mi unas senas que nunca habia pensado utilizar. A grandes males, grandes remedios, debi de decirme. Pero solo iba a complicar todavia mas los males.

La zona a la que correspondia aquella direccion fue una razon mas que me empujo hacia ella. Era un barrio residencial bastante apartado, en el que no vivia gente muy acomodada ni habia que temer, en el otro extremo, la proximidad de gente peligrosa por su absoluta carencia de acomodo. Uno de esos barrios a los que podria ir a vivir Hitler haciendose pasar por empleado de banca sin que nadie sospechara de el. Un sitio de gente decente y trabajadora, mezquina y embrutecida por la television, convenientemente inexistente, en suma.

Subi al piso que tenia apuntado en el papel por una escalera que me recordo mi infancia, tras atravesar un jardin estropeado que tambien me recordaba aquel tiempo, como el sol que iluminaba la manana, el portal y los remiendos del pavimento de la calle. Pulse el timbre dos veces. Fue entonces cuando cai en que era sabado. Eso me daba a la vez una oportunidad de que estuviera y otra de sacarla de la cama. Pero me abrio la puerta una mujer perfectamente despierta y decorosamente vestida. Habia debido de reconocerme por la mirilla, porque en su gesto no habia sorpresa alguna. En sus labios temblaba una sonrisa tenue, halagada.

– Hola -dijo, con una voz alegre y cristalina.

– Hola -respondi, sintiendome confuso e inferior en aquella circunstancia en la que su sonrisa resplandecia sin conflicto pero todo mi ser estaba fuera de lugar-. Se que esto es inaceptable. Desaparecere ahora mismo si me lo pides.

Algo en aquella sonrisa parecio de pronto burlarse.

– No te disculpes. Yo te di mis senas, ?te acuerdas? Entra.

Entre andando torpemente, discurriendo de repente que aquello era una idiotez. Ella cerro la puerta y me invito a pasar a la sala. Antes de desorientarme por completo, trate de explicarme:

– Para ser sincero, he venido porque tengo problemas. Necesito un refugio y he recordado tu oferta.

Meneo la cabeza y cerro los ojos. Sin brusquedad, sin reprobacion.

– Que mas da -dijo, como si sonara-. Has venido. No importan las razones.

Durante meses crei que aquella fue su equivocacion. Ahora me cuesta convencerme de ser nadie para juzgar sobre el exito o fracaso de sus actos.

10 .

Violetas en noviembre

En el tren, por lo que podia recordar, me habia fijado en que aquella mujer tenia unos hermosos ojos, pero nada mas habia hallado en ella digno de ser resaltado, y el recuerdo de la muchacha de diez anos atras era demasiado remoto para aportar ningun detalle preciso. Al verla de nuevo ante mi, comprendi que mi observacion anterior de ella habia sido bastante insuficiente. Quiza era que hasta alli la habia recibido como una indeseada perturbacion que interrumpia mi letargo o mis pensamientos, mientras que ahora llamaba a su puerta pidiendo algo que no consideraba probable encontrar en otra parte: un ser puramente casual, en aquellos dias en que parecia haber demasiada gente calculando en mi perjuicio; alguien que no podia tener que ver con lo que causaba mis penalidades, en medio de aquella aglomeracion de probables implicados. Lo cierto es que, cuando pude ganar el aplomo preciso para examinarla con cierto detenimiento, no tuve mas remedio que admitir que me encontraba ante una criatura verdaderamente notable. Y lo era, ademas, en ese sentido en el que mi temperamento siempre habia apreciado mejor la belleza; no era una mujer espectacular, sino una magica conjuncion de delicadas cualidades fisicas y metafisicas. Mas que delgada, poseia una constitucion debil, lo que resultaba morbosamente acentuado por la nitidez de su cutis, casi transparente. Su cabello era de un color que solo se me ocurre llamar negro desvaido, a pesar de la aparente contradiccion existente entre ambos terminos. Pero no me refiero al azabache ni a ninguna clase de gris oscuro, y tampoco puedo decir que fuera negro mate, porque poseia un suave brillo y esta era quiza la clave de su raro atractivo. Llevaba el pelo corto, ligeramente rizado, y no lo tenia demasiado abundante. En su frente, en sus sienes, en su nuca, aquel negro apagado se desvanecia en una especie de misteriosa niebla sobre la fragil tersura de su piel. Su rostro tenia instantes infantiles junto a otros de subita ausencia, pero siempre sonreia, difuminado y calido bajo el imperio de sus ojos claros y audaces. Decidir el color de estos es tarea aun mas improba que poner nombre al de sus cabellos. En el tiempo de que dispuse para averiguarlo, que no fue mucho, vi azul y verde, pero tambien ambar y un amarillo que hacia pensar a veces en el maiz y a veces en el trigo. Siempre terminaban dilatandose sus pupilas, inundandole el iris de un negro reluciente y humedo, antes de que pudiera ordenar mis impresiones al respecto. Su expresion venian a completarla las manos, que eran apenas la tierna forma que una sutil envoltura carnal daba a sus huesos. Largas y esqueleticas, atraian por su pureza inaudita, por su ineptitud para el esfuerzo. Pero sobre todas las cosas, las que he enumerado y las que soslayo, lo que cautivaba de aquella mujer eran sus movimientos, medidos y dubitativos como los de una bailarina inexperta, en los que la falta de destreza era suplida con ventaja por una privilegiada vinculacion con innombrables profundidades del alma.

Entonces, cuando acababa de entrar en su casa y de ensayar mi explicacion, cuando ella acababa de exonerarme de darle explicacion alguna, tan solo estaba empezando a indagar aquel exterior suyo que torpe pero ineludiblemente he tenido que describir. En cuanto al interior, olvidada la muchacha que en otro tiempo habia tratado y cuya pervivencia en aquella mujer tampoco me cabia atestiguar, nada sabia todavia, y fue poco o secundario lo que aprendi despues, aunque ella se esforzo por facilitarme las cosas. Ya en aquel primer momento, conmovida por la vulnerable estampa que yo ofrecia, alli en medio de la sala sin atreverme a avanzar o retroceder, se apresuro a aliviar mi situacion:

– Dame esa bolsa y sientate. Estas en tu casa.

Obedeci, sin creer posible lo que ella decia. Se llevo mi bolsa fuera de la habitacion, lo que me intranquilizo mas que nada por perder su presencia a la que intentaba trabajosamente acostumbrarme. Regreso a los pocos segundos y se sento junto a mi.

– Te pedi que vinieras de noche -recordo, y en sus palabras y en su mirada habia un matiz de recriminacion del que se deshizo en seguida para aclarar-: Pero tampoco era indispensable. Solo habria resultado mas facil. Te habria recibido de otra forma y quiza los dos habriamos sabido mejor que hacer. Un hombre que viene por la noche a la casa de una mujer es mas comprensible que uno que aparece por la manana con la bolsa al hombro y pidiendo perdon.

Вы читаете Noviembre Sin Violetas
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату