– Yo no queria, es decir, no busco… -farfulle, sin la menor idea de como podria continuar.
– No te preocupes. Todo tiene remedio -aseguro, empenosa, mirandome muy recto a los ojos.
Me sentia desbordado por lo absurdo de la situacion, que yo mismo habia provocado sin detenerme a meditar acerca de la anomala fisonomia que forzosamente tendria que mostrarme. La mujer poseia ya la ventaja de una insolita o descabellada manera de concebir el mundo, pero ademas yo le habia regalado la de acudir desarmado a su invitacion. Por la inferioridad que sentia, o por corresponder a la intrepidez que en medio de sus actos y palabras imprudentes derrochaba mi interlocutora, me vi en el deber de especificar la advertencia que habia intentado infructuosamente hacerle al principio:
– No puedo quedarme ni un minuto aqui sin que sepas lo graves que son los problemas que tengo. No estoy apurado de dinero, ni me ha abandonado una mujer, ni me han echado del trabajo.
– Has matado al Papa -conjeturo, en un tono malevolo que me cogio de sorpresa-. No importa, no soy religiosa.
– Estoy hablando en serio -trate de continuar, apenas convencido-. He estado metiendo los dedos donde no querian que los metiese y he desatado algo que puede llegar a ser muy peligroso.
– ?Cuanto de peligroso?
– Creo que han intentado matarme y que volveran a intentarlo. Y la policia me pisa los talones.
– ?Eres un criminal? -y al preguntarlo habia en sus ojos tal curiosidad, una inocencia tan temible, que no pude evitar descender a los sustratos mas profundos de mi conciencia, para elegir una respuesta distinta de la trivialidad que aconsejaban la cautela y la superficie comunmente usada de esa misma conciencia.
– Nunca logre serlo. Siempre me fallo algo. Tal vez lo mismo que me ha fallado ahora.
– Yo no voy a juzgarte. Conmigo puedes perder cuidado.
Me senti incomodo. Por un lado, me estaba comportando temerariamente. Por otro, no podia beneficiarme de su solicitud sin ensenarle del todo mis cartas. Sin ganas, me dispuse a darles la vuelta.
– Hay algo que debes entender.
– Que.
– No deseo nada de ti.
Ella me miro con tristeza, pero tuvo la entereza de ahondar:
– ?Por que no vas a otra parte a esconderte, entonces?
– No tengo otro sitio adonde ir.
Su expresion se ilumino. Despues cerro los ojos y echo la cabeza hacia atras. Como si yo no estuviera alli, como si no fuera a mi a quien hablara, y probablemente no era a mi, dijo:
– Eso es mejor todavia. Con eso incluso sobra.
A continuacion volvio a abrir los ojos y sin separarla del respaldo de su asiento giro la cabeza hacia mi. Calmosamente, explico:
– Se que no recuerdas mi nombre, el que pronunciaste entonces, en las noches de verano en la terraza del balneario. Pero esta vez me recordaras, y no quiero que cuando lo hagas te falte nada que yo haya podido darte. Cuando te hayas ido, y tambien ahora, llamame Ines. Ese es mi nombre, y te servira para lo que deba servirte. Eres libre de creer que a veces desvario, pero se de que hablo cuando hablo de esto.
La observe asombrado, sin comprender. Mecanicamente, repeti:
– Ines.
– Es nombre de monja, pero te aseguro que no lo soy. Tambien puede ser un nombre perverso.
– Pero tu tampoco eres perversa -concedi, sin haberlo reflexionado.
– No solamente.
Aunque no me sentia tan a salvo como pudiera interpretarse por este desliz, mi boca se abrio de un modo exagerado. La falta de sueno, y una intuicion provisionalmente inadmisible acerca de la bondad de las intenciones de Ines hacia mi, pesaron de pronto en mis parpados mas que el interes por tenerlos alzados para mirarla. Ella capto al instante mi flaqueza.
– Si no has dormido bien -se apresuro a ofrecerme-, en la habitacion de al lado hay una cama con sabanas limpias.
– Tampoco importaria mucho si las sabanas estuvieran sucias. De todas formas, es demasiado. No puedo dejar de pensar que seria una groseria. Una especie de abuso.
Se levanto y paso a la habitacion que me habia indicado. La oi bajar la persiana y realizar algunos otros preparativos. Despues se fue directamente a la cocina. Mientras yo permanecia aun sentado en el salon y un chorro de agua comenzaba a sonar en el fregadero, me urgio:
– No te lo pienses mas. Metete en esa cama y duerme cuanto quieras. Yo voy a preparar la comida. Habra para dos, pero no tendras que estar en pie a mediodia para comer tu parte. Podra esperarte hasta la cena.
Estaba escuchando la voz de la sabiduria. Era la ocasion de aliviar mi cuerpo de su fatiga y mi cerebro del deber de tramar algo contra mis enemigos y encontrar una justificacion plausible para lo que ella hacia por mi. Cuando estuve entre las sabanas, en medio de la oscuridad, comprobe que me habia mentido. Aquellas sabanas habian sido usadas. Quiza solo una vez, seguramente solo por ella. Su perfume de violetas impregnaba la almohada, como un sortilegio que hubiera tendido para atraparme. En honor a la exactitud de mi relato, he de consignar que no trate de resistirme. Aquel aroma era agradable al olfato, intenso pero no agobiante, y tal vez tenia tambien algunas propiedades narcoticas, porque no estuve despierto mas alla de dos minutos una vez que mi cabeza descanso sobre aquella almohada. Apenas tuve tiempo de razonar que si mi cerebro quedaba relevado de descifrarla por unas horas, mi corazon caia en sosegados circulos hacia el fondo de su imagen, empujado tenue pero ineluctablemente por su astuto perfume de violetas.
De lo que ocurrio alli, es decir, en el fondo de su imagen, nada puedo contar. Desperte a las diez horas, con la sensacion de haber atravesado sin perturbaciones un largo y benefico trayecto de absoluta negrura y perfecto silencio. Alguien me habia jurado al vendermelo que mi reloj tenia la esfera luminosa, pero hube de encender la lampara de la mesilla para ver la hora. Eran las nueve y media. Salte de la cama, con la acaso ecuanime sensacion de haberme rendido a una negligencia intolerable. Me cerciore durante un segundo en el espejo de que mi apariencia, aunque desaseada, no era alarmantemente repulsiva y abri la puerta.
Ines estaba apaciblemente arrellanada en el sillon, con los pies descalzos subidos encima de el, leyendo un grueso volumen cuya portada impresa en chillones tonos metalizados anunciaba un interior de pasiones inagotables, estirpes ambiciosas y dramas atroces. El pequeno equipo musical que habia en un rincon de la sala despedia a bajo volumen melodias de puro almibar, para compensar. Al oir la puerta ella levanto la vista del libro. Llevaba unas gafas de montura delgada color caramelo, que no habia utilizado para leer cuando la habia visto hacerlo en el tren. Me miro sin decir nada, mientras cerraba el libro, entornando un poco los parpados para acostumbrar los ojos al cambio de distancia.
– ?Eres miope? -pregunte, para romper el silencio.
– No. Tengo hipermetropia. Nunca he entendido del todo en que consiste.
– Ah.
– ?Has dormido bien?
– Como un leno. Me cuesta recordar que hacia y quien era antes de meterme en esa cama.
– Me alegro.
– Yo no. O quiza ahora si.
– ?Y por que ahora?
– Porque ahora te estoy viendo ahi, sentada y tranquila.
– ?Es que deberia estar nerviosa?
– Al despertarme he temido que lo estuvieras. El telefono de la policia es corto y facil de recordar.
– Ya te he dicho que no pienso juzgarte. Si probaras a escucharme te ahorrarias esas preocupaciones. ?Tienes hambre?
– Si. ?Hay algun sitio por aqui donde podamos ir a cenar?
No se por que formule aquella inconsecuente invitacion. Quiza estaba todavia aturdido por la reciente inconsciencia, quiza me deje arrastrar por la euforia de mis musculos descansados. Quiza queria simplemente agradecerle a Ines su hospitalidad y tambien, por que no, la irracionalidad de su actitud. Pero ella me disuadio con una intransigencia que no menoscababa la dulzura de su voz.
– No, no quiero salir. No me gusta estar fuera de casa. Ademas, ya he preparado la cena. Te estaba esperando. Ya temia que iba a tener que empezar sin ti.