tranquilamente de alli y perder de vista a aquel anciano maligno.

– No le pido milagros. Solo le pido que no se ponga del lado de los que van ganando hasta ahora. Aqui no puede quedarse en medio. O les ayuda a ellos con su silencio o me ayuda a mi. Han matado a un hombre que no era bueno y a una mujer que era todavia peor, pero a los dos usted habia prometido ayudarles. Me debe algo, padre, aunque solo sea porque yo estoy haciendo lo que si usted no fuera un medio hombre, y no me refiero a esa silla, deberia hacer tambien.

Aposte a bulto que era mejor tratar de sacudirle que adularle. Me costaba expresar con vehemencia unas convicciones que dentro de mi cabeza se tambaleaban, pero en aquella ocasion merecio la pena hacerlo. El padre Francisco salio lentamente de su ensonacion y murmuro:

– Te veo y te oigo y solo pienso una cosa: es un extrano. Lo que queda de los febriles suenos de Pablo esta en manos de un extrano. No dire que el no era brusco, caprichoso, o incluso insensato. Pero sabia de esto. Tu no sabes nada, nunca supiste y ahora sabes menos que antes. No desperdiciare mis fuerzas ni mi aliento dandote explicaciones. Hay cosas que me prohibieron explicarte y otras que no debo explicarte. El resto, no me apetece explicartelas. Coge tu coche y vete de aqui. Hueles a cadaver, y a mi edad no me interesa que me contagies el aroma. Si quieres un sitio para empezar a morirte, busca a este hombre: Emilio Jauregui. Si tienes un papel y un lapiz, sacalos.

A continuacion me dicto una direccion y concluyo:

– Pase lo que pase, yo no te he dicho nada.

– Nunca he sido un delator -aclare.

– No seas iluso. No te he ayudado. ?Podrias hacerme el favor de llamar a alguien para que me mueva de aqui?

Entre por la puerta por la que habia visto desaparecer antes al novicio y lo encontre sentado al fondo de la habitacion, recorriendo con los dedos las cuentas de un rosario mientras sus labios bisbiseaban la oracion. Tenia los ojos cerrados. Le puse la mano en el hombro y se levanto de un salto. Se llevo la mano bajo el brazo y la dejo alli aun despues de reconocerme. Supe que tenia un arma. A veces es posible olerlas, pero ante aquel movimiento no era siquiera necesario recurrir a esa forma de deteccion. Levante las manos un poco por encima de la altura de los hombros para calmarle y enfrentando sus ojos desconfiados le informe:

– El padre Francisco le llama. Quiere regresar a la biblioteca.

Volvimos juntos al lado del invalido. Se habia vuelto a quedar abstraido en el jardin. Al percibir nuestra presencia alzo hacia nosotros la vista y dirigiendose a mi dijo:

– Perdonaras que no te acompane. Tengo mucho trabajo atrasado y mi manana se ha abreviado considerablemente. He tenido mucho gusto de volver a charlar contigo. Vamonos, Sebastian.

Le vi alejarse por el corredor, firmemente empujado por aquel individuo que no ceso de vigilarme de reojo hasta que desaparecieron dentro del edificio. La intranquilizadora imagen de Sebastian me hizo pensar con horror en los ignotos abismos en que el padre Francisco acostumbraba a nadar. Pero aquella misma conciencia de que habitaba profundidades impracticables me confirmo en una creencia que todavia hoy, cuando todo ha transcurrido, me siento incapaz de abolir: aquel siniestro tullido no tenia ninguna responsabilidad sobre el complot que habia provocado la muerte de Claudia.

Comi en cualquier sitio y luego estuve una hora paseando por el campo, tratando de aclarar mis ideas. Despues subi de nuevo al coche y conduje muy deprisa. Llegue a Madrid al atardecer, y al acercarme recorde sin motivo cuando habia entrado por aquella misma carretera, con Claudia, en la lluviosa noche del dia en que habia matado a un desgraciado cuyo papel en todo el embrollo seguia sin comprender. Podia preguntarselo a Emilio Jauregui, al dia siguiente. Quiza el lo supiera. Lo que yo todavia no sabia era que el cerdo estaba a punto de pisar la mina.

8 .

Un ansia desesperada de estrellarse contra algo

Hay al menos dos formas de hacer un movimiento peligroso. Una, midiendo al milimetro las distancias y al miligramo las propias fuerzas. Otra, por las buenas. No voy a negar aqui que mi temperamento siempre se inclino hacia la primera solucion. Gracias a eso pude compensar las desmedidas apetencias de Pablo por la segunda, y tambien gracias a eso nos hicimos amigos y en ultimo extremo nos peleamos, ya que todo lo que ocurrio con Claudia fue consecuencia directa de su vehemencia y de mis escrupulos. Sin embargo, en aquel desagradable instante de mi vida en que remontaba sin alegria el curso de mis pesquisas para esclarecer la muerte de Claudia, senti de pronto la necesidad de deshacerme de cualquier metodo y de embestir los pocos signos que alcanzaba a ver de aquel impenetrable jeroglifico o laberinto. Bien pensado, en lo que a Emilio Jauregui concernia, tampoco era un disparate. Podia, es cierto, empezar a medirle los pasos, intentar averiguaciones laterales, hacerme una idea previa de quien era y que hacia. De todos modos, tendria que acabar yendo a el, y durante todo el periodo de aproximacion asumia el riesgo de ser sorprendido en actitud sospechosa. Sin embargo, presentandome sin mas ante el, eliminaba la posibilidad de tropiezos preliminares, obtenia rapidamente una impresion directa y lo que es mas, le manifestaba mi presencia para que fuera el quien se moviese y me diera una mas evidente oportunidad de entender cuales eran sus intenciones y, en consecuencia, cual habia sido su papel. Sabia que podia haber una contrapartida: que a las dos horas de hablar con el alguien me pegara un tiro. En mi situacion, aquella no era un objecion de peso. Probablemente, no era una objecion. Estaba convencido de que el tiro me lo pegarian tarde o temprano, y siempre existia la posibilidad de que fallaran. En tal caso, mi estrategia habria sido fructifera, porque habria desvelado el enigma en seguida y ademas habria salvado el pellejo para intentar que en aquella historia hubiera que incluir algun renglon escrito por mi. En caso contrario, el enigma habria sido igualmente desvelado, y aunque yo no habria escrito nada y ni siquiera habria podido componer este resumen que no es mas que la transcripcion de lo que escribieron otros, tampoco tengo la certeza de que habria fracasado. Para empezar me habria ahorrado averiguar cosas que honradamente preferiria no haber sabido jamas.

No habia oido nunca el nombre de Emilio Jauregui. O bien era un recien llegado al negocio, es decir, alguien que se habia incorporado en los ultimos diez anos, o bien se dedicaba al negocio a una escala que estaba por encima de lo que yo habia conocido, o bien estaba fuera del negocio. Cualquiera de las tres explicaciones era verosimil, y de la que consiguiera elegir aquella manana, si por alguna podia inclinarme tras hablar con el, dependia en buena medida la tactica que debia emplear en un hipotetico futuro. La casa, como anunciaba antes de verla el nombre del barrio residencial en que la ubicaban las senas que me habia dado el padre Francisco, era muy confortable. Disponia a todas luces de esas instalaciones minimas que permiten llevar una existencia no inquietada por las multiples agresiones del mundo moderno. La primera idea al respecto la adquiria uno en la verja de entrada, a unos cien metros de la casa propiamente dicha, junto a la que habia una garita del tamano de mi apartamento desde la que un sujeto con gafas oscuras y uniforme neonazi, es decir, un vigilante jurado al uso, inquirio mi identidad y mis propositos antes de salir de su refugio blindado. Le grite desde el coche:

– Mi nombre es Julio Valbuena. Traigo un mensaje para el senor Jauregui de parte de don Pablo Echevarria.

El vigilante procedio a una consulta telefonica que resulto algo complicada, ya que se prolongo durante diez minutos y parecio ser realizada con diferentes interlocutores. Eso me hizo meditar mientras tanto si habria sido una buena idea darle uno de mis nombres falsos. Quiza habia rizado el rizo. Finalmente, el vigilante reunio las garantias necesarias; colgo el aparato y oso salir de la garita. Mientras me abria la verja, oprimiendo un pulsador electrico, me saludo afablemente:

– Buenos dias, senor Valbuena. Ha habido algunos problemas para confirmar su nombre. Disculpe por la espera.

Traspase el umbral despacio, con la mirada imantada por el inmenso 38 que desde la cadera del vigilante erguia su culata hasta casi la axila de su portador.

– Por aqui, senor Valbuena, tenga la bondad -me indico, dirigiendome hacia un pequeno aparcamiento situado cerca de la entrada-. Si es tan amable deje ahi su coche. El senor Olarte vendra personalmente para llevarle a la

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