tomar precauciones.
– Pensara usted -continuo- que en el fondo mi negocio es una estafa. Si, utilicemos la palabra mas dura. A quienes no pueden ayudarse a si mismos, no les ayudo, y quienes salen de aqui curados lo hacen por su propio esfuerzo. Yo tambien lo he pensado muchas veces. Creo que el unico medico que da verdaderamente al enfermo recursos que este no tiene es el cirujano. Los demas simplemente le guiamos para que emplee sus propias defensas adecuadamente. Por desgracia mis manos siempre fueron mas torpes de lo que habria deseado, vedandome la practica de la cirugia, que era mi ilusion. A fin de cuentas, todo esto que usted ve es el laborioso consuelo de una frustracion juvenil. Pero me estoy extendiendo sobre cuestiones que probablemente no le interesen. Debe disculparme; tanto escuchar los problemas de otros me hace ser demasiado locuaz con los mios en momentos indebidos. Naturalmente, estoy a su disposicion para cualquier cosa en la que pueda ayudarle, asi que, usted dira.
Enternecido por su alarde de modestia, pero sin concederle cuartel ahora que estaba en mis manos, acepte su ofrecimiento.
– Vera, doctor, en realidad estamos todos muy confusos. La policia no sabe cual pudo ser la motivacion del crimen, si es que hubo alguna. Mi prima hacia una vida muy independiente, y ahora que se ha ido tenemos la sensacion de que no sabiamos lo suficiente de ella. Mi prima Lucrecia, a la que usted conocera, se ocupo de ella durante el ultimo ano. A mi el trabajo me impidio ayudarla; paso largas temporadas fuera del pais y hube de seguir desde lejos lo que ocurria. Ahora he hablado mucho con Lucrecia, y aunque ella estuvo mas cerca de Claudia, tiene la misma sensacion que yo. Hay en la vida de su hermana demasiadas zonas de sombra, demasiadas cosas que ignoramos. Naturalmente no pretendemos interferir la investigacion policial, pero tenemos un interes, mejor dicho, una necesidad personal de averiguar cuanto podamos de todo lo que ahora no conocemos. De paso, si podemos obtener algun dato util para la policia, tanto mejor. Ya sabe que en cuanto pasan uno o dos meses las pesquisas de la policia pierden impulso y son los familiares de las victimas quienes tienen que ocuparse de reavivarlas.
– Desde luego, entiendo sus sentimientos -dijo el doctor, con energia- y estoy dispuesto a informar tanto a usted como a la policia de cualquier aspecto que puedan creer relevante. No soy de esos automatas que olvidando la finalidad del secreto profesional, lo aplican a rajatabla, aun contra esa misma finalidad. De modo que le ruego que se sienta libre para preguntar lo que desee.
– Le agradezco mucho su cooperacion. En fin, comprendera que es dificil para mi hacerle preguntas concretas, porque caminamos a ciegas y no tenemos mas que dudas. Lucrecia me ha contado que durante el tratamiento, mas o menos hacia la mitad de su estancia aqui, observo un brusco cambio en la actitud de Claudia, coincidiendo con el inicio de su recuperacion. En nuestras conversaciones hemos contemplado a veces la posibilidad de que en la clinica le ocurriera algo que no sabemos, algo extrano que mantuvo en secreto y que pudo influir en su comportamiento desde, entonces. Usted estuvo siguiendola dia a dia. ?Tuvo conocimiento de algo anormal, algun hecho externo, alguna reaccion de Claudia? Perdone que no sea mas especifico.
El doctor Azcoitia puso cara de estar habituado a bregar con asuntos defectuosamente planteados. Reordeno ostensiblemente en su cerebro los amorfos materiales que yo le habia suministrado y arranco a hablar con afanosa exactitud y absoluto rigor profesional:
– Vera usted, Anselmo, la cura de un alcoholico con un alto grado de intoxicacion, como era el caso de su prima, es un proceso extremadamente irregular. Los primeros dias, las primeras semanas incluso, todo resulta caotico. El paciente cree a veces progresar mas deprisa de lo que realmente progresa, y las recaidas son terribles. Tenga usted en cuenta que aqui privamos bruscamente al organismo de un combustible que se ha habituado patologicamente a quemar en grandes cantidades, si se me permite este rudo modo de decirlo, y que todas las crisis deben ser afrontadas sin su auxilio. Una vez que el cuerpo, ayudado por la medicacion, va superando esta primera fase, y a medida que el paciente nota que empieza a soportar mejor la falta de alcohol, se produce una subita euforia, que al operar sobre un enfermo que ya ha salido de la etapa de mayor debilidad se traduce en una aceleracion de su restablecimiento. En este sentido, el caso de su prima no tiene nada de excepcional. Por lo que se refiere a mi trato con ella, hablamos largamente acerca de muchas cosas, pero nunca me abrio su corazon. Tampoco yo insisti para conseguirlo. Pese a mi oficio y a lo que la gente opina de el, no soy un entrometido, y cuando observo que alguien tiene fuerza suficiente para salir del pozo llevando a cuestas sus secretos no me empeno en desenterrarlos. Claudia me hablo poco o nada de su familia. Solo me hablo de su hermana, a la que yo ya conocia, y de su padre. Siempre referencias casuales, muy fragmentarias. De su vida, de lo que la habia llevado a beber, me dijo aun menos, practicamente nada. En esas circunstancias, yo seguia su evolucion desde el exterior, sin saber que pasaba por su cabeza. Le vuelvo a decir: no era necesario que lo supiese. Desde lo que puedo relatarle, esto es, desde esa perspectiva exterior, Claudia soportaba sin quejarse los malos momentos y no se entusiasmaba en los buenos; una vez que la cura empezo a progresar se animo mucho, desde luego, pero le repito que no creo que eso sea nada inusual. Es lo que ocurre siempre, aunque en su prima tuviera las peculiaridades propias de su caracter. No estaba simplemente animada. Era como si tuviera ganas de probar esas fuerzas que sentia estar recobrando. Lucho bastante con las enfermeras, por ejemplo, pero tampoco de eso es el unico caso que recordamos aqui, como puede imaginar. Me temo que no puedo decirle mas, y no se si respondo a su pregunta.
Era el momento de tender, al fin, la red al doctor Azcoitia:
– Tampoco yo se que contestarle. Ni estoy seguro de como podria precisarle mas nuestra inquietud. Habiamos pensado que quiza Claudia hubiera recibido alguna carta, alguna visita, alguna llamada. O que hubiera sufrido algun tipo de incidente, algo de lo que ni ella ni ustedes nos hubieran informado en su momento y que hubiera podido afectarla de un modo especial.
– Respecto a eso puedo ser absolutamente preciso. Claudia no sufrio aqui ningun incidente digno de ser mencionado. Y en cuanto a las visitas, solo vinieron a verla dos personas. Su hermana y un religioso que dijo ser amigo de la familia y al que ella consintio en ver. Ya estaba en franca mejoria y juzgue conveniente autorizar la visita. Era un hombre impedido que dijo llamarse padre algo, un nombre corriente.
– Padre Francisco -complete; el nombre salto de mi memoria como la cuerda de una ballesta, una cuerda que alguien habia tensado inadvertidamente y que ahora me servia para recoger del doctor Azcoitia, sin que se diera cuenta, todo lo que podia proporcionarme y yo necesitaba de el.
– Eso es, Francisco -repitio, con la alegria de colmar la casilla en blanco de un aficionado a los crucigramas.
– Efectivamente es un amigo de la familia; Lucrecia me conto su entrevista con Claudia. En realidad, fue la propia Lucrecia quien le pidio que viniera -invente rapidamente. En circunstancias normales mi patrana, aprecie segun terminaba de soltarla, habria sido muy objetable, pero para el doctor Azcoitia era mas que satisfactoria.
– Pues aparte de eso, no hubo nada. Ni cartas ni mas llamadas telefonicas que las de la senorita Lucrecia. Me parece que por ahi tampoco sacamos nada en limpio.
Despues de aquello aun hube de mantener un tedioso dialogo de cerca de veinte minutos con el doctor Azcoitia, preguntandole cosas sin importancia y aumentando su conviccion de estar siendo caritativo con el afligido. Nada justifica que reproduzca aqui aquella cortina de humo ni las demas sandeces que en tono invariablemente profesoral hube de escuchar. Cuando nos despediamos, despues de haber improvisado yo las formulas de gratitud menos inverosimiles que me vinieron a la mente, el doctor Azcoitia me reitero solemnemente su disponibilidad:
– Sepa que este ha sido un dia muy amargo para mi. Llegue a apreciar mucho a su prima. No dude en reclamar mi ayuda, para lo que sea. Ire ante un tribunal, si es necesario; si mi testimonio puede contribuir a dejar patente la calidad humana de la difunta y hacer que paguen los culpables, cuente conmigo. El mundo esta lleno de idiotas que no entienden la vida, senor Artola. Hay quien cree que se debe tener compasion a esa gente, pero yo no soy de esa opinion. Quien no comprende que la belleza debe ser amada, y jamas destruida, no merece vivir. Buenos dias y buena suerte.
Abandone su despacho y casi corri hasta estar otra vez sentado en el coche. Mientras arrancaba, dos intensas sensaciones accesorias distraian mi cerebro. La primera, una vehemente intranquilidad por los seres indefensos que sus desaprensivos familiares ponian en manos del doctor Azcoitia. La segunda, una irreprimible admiracion por Claudia. La ingresaban casi arrastrandose en una clinica como aquella y ella vencia todos los obstaculos, se curaba y se largaba dejando, de propina, enamorado al director.
Pero ahora tenia otros asuntos, demasiado serios para entretenerme mucho tiempo en aquellas fruslerias. Al