familiar de una paciente de esta clinica y me gustaria hablar con alguno de los medicos que la atendieron cuando estuvo aqui. Vera usted, senorita -y aqui fingi seriedad y reserva-, mi prima se ha marchado de su domicilio sin decir adonde, y estamos todos muy preocupados. Sabemos que aqui recibio cuidados excelentes, y queriamos que alguna de las personas que la trataron nos ayudara a averiguar que puede haber pasado y que podriamos hacer por ella.
– Entiendo -dijo la rubia, con voz de tener no demasiado entendimiento-. En principio cualquier dato sobre nuestros pacientes es confidencial, como podra imaginar. Pero avisare a alguno de los doctores para que discuta usted el asunto con el. ?Podria decirme el nombre de su prima?
– Claudia Artola. Ingreso hace unos tres meses y medio, tal vez cuatro, no recuerdo bien.
La rubia busco en un libro grande de tapas oscuras, senalo con el dedo un nombre que no pude ver y tomo el telefono. Hablo durante un par de minutos con alguien a quien llamaba doctor y al que trataba con exagerada reverencia, como gustan de ser tratados los pequenos hombres que eligen esa profesion para satisfacer su paranoica necesidad de mirar por encima del hombro a sus semejantes. Le relato con cierta exactitud mi mentira y recibio, adivine, un par de instrucciones claras y concisas. Un minuto despues, caminaba tras ella por un pasillo de color gris palido, descubriendo cada cinco pasos una lamina de ese pintor de alma deshabitada que se hacia llamar Paul Klee. Decididamente, aquel era uno de los lugares mas esterilizantes que habia conocido nunca. No me cabia duda de que, si se lo proponian, en un par de semanas podian reducir al estado de catequista o de academico al crapula mas tortuoso y al mas contumaz bailarin de samba.
La puerta del despacho era tambien gris mate, pero solo por fuera. Por dentro era caoba y estaba barnizada. Todo alli dentro era de color caoba y estaba barnizado, hasta casi conseguir que a uno le dolieran los ojos. Detras de la mas suntuosa mesa de despacho que jamas habia visto, me esperaba en pie un hombre de poca estatura, con gafas y el pelo aplastado hacia atras con fijador. Sin la bata blanca, tambien habria parecido un medico. Su mano, que estrecho la mia con esa desgana que da haber estrechado millones de manos, era suave y estaba llena de vello.
– Soy el doctor Azcoitia -esculpio poco a poco en el aire con deslumbrantes letras de bronce, consciente de su aura de fundador y seguro del estupor que me produciria ser atendido por el personalmente.
– Encantado -le informe, sin necesidad, pues el ya lo sabia-. Anselmo Artola -crei que Anselmo era lo bastante grotesco como para darle todavia mas confianza en si mismo.
Cuando la enfermera se hubo marchado, el doctor Azcoitia concentro en mi sus grandes ojos inquisitivos y dijo con expresion de astucia:
– Perdoneme si le parezco descortes, pero en mi profesion uno se acostumbra a ser quiza demasiado directo. ?Me permitiria que le hiciera una pregunta un poco indiscreta?
– Segun dicen por ahi, lo sera o no dependiendo de mi respuesta -alegue al azar, para ganar tiempo.
– Entendere que me autoriza, entonces -y despues de fruncir un par de veces la nariz extendio el indice hacia mi y aposto-: ?Whisky irlandes?
Le mire como si tuviera ante mi un mono de feria. Agradeci que las gafas oscuras ocultaran mis ojos, porque siempre he odiado aquella clase de campechania grosera y prematura que el doctor Azcoitia exhibia. Despues, pausadamente, asenti:
– Si. Supongo que no resulta muy apropiado.
– Bueno, no se vaya a creer que soy un puritano. Como podra observar, fumo como un carretero. Y le hare una confidencia: me gusta el alcohol como al que mas. Pero para mantener este olfato debo abstenerme de beberlo. Los negocios, antes que el placer, ya sabe. La vida es un mal invento. Yo me consuelo fumando. Tambien es una forma de entender a mis pacientes.
– Un metodo de trabajo interesante, sin duda.
En este punto el doctor Azcoitia volvio a clavar en mi sus ojos y rehizo su gesto astuto para preguntar:
– De modo que su prima se ha escapado, ?no?
Yo nunca he tenido mucha perspicacia, pero siempre me sobro para ver venir a la legua a tipos tan obvios como aquel.
– No, doctor -respondi, con calma, empezando a construir un persuasivo gesto de tristeza. Incluso me quite las gafas, para que pudiera verlo mejor.
– ?Ah, no?
– No en sentido estricto. No se si lee usted periodicos de Madrid, o si la noticia ha llegado a los periodicos locales -dije, con mil titubeos-; el caso es que mi prima fue asesinada hace quince dias.
– Dios mio. -El muy imbecil se creyo obligado a simular desconocerlo, para no tener que defender ante mi su mezquindad de haber intentado sorprenderme pero, sobre todo, para encubrir el fracaso de su rudimentaria argucia.
– Naturalmente, comprendera usted que utilizara una manera mas o menos imprecisa de describirlo, para uso de la recepcionista. No es algo que sea agradable ir contando a cualquiera.
– Lo comprendo, por supuesto, ha debido ser un golpe terrible. Solo de pensarlo me produce espanto. Una mujer tan joven. Perdone si se trata de algo que prefiere no recordar, pero ?como demonios ocurrio?
Ahora que el doctor Azcoitia se sentia a salvo, tras alejar la atencion de su pequena travesura, pretendia imponerme la rutina de su oficio. Sus frases hechas, su pesadumbre postiza, su solidaridad inutil. Probablemente le habia incitado mintiendole a la recepcionista y reservandome la verdad hasta hablar con el. El doctor Azcoitia interpretaba sin duda tal gesto como una ratificacion de su licencia para hurgar en la intimidad de otros. Por un lado me interesaba que recibiera ese halago, pero queria que su desfachatez trabajase para mi, no perder el tiempo satisfaciendole.
– Los detalles son demasiado desagradables y le agradeceria que me excusara de relatarselos -conteste-. La mataron en su apartamento, por la noche. No robaron ni una sortija. Fue un loco o un canalla. La policia no tiene pistas, por ahora. La vida es asi de absurda. Nos habiamos visto aquella misma tarde. Yo acababa de regresar de un largo viaje de trabajo y era la primera vez que nos encontrabamos en meses. Pasamos gran parte de nuestra infancia juntos y para mi ella era como una hermana. Queria saber como se encontraba, despues de su enfermedad. Estaba tranquila, contenta. Y a la manana siguiente ya no estaba.
Juzgue que llorar seria excesivo. El doctor Azcoitia ya habia ido hasta el sitio al que me convenia llevarle. Ahora solo me quedaba esperarle, sin prisa.
– No puede usted imaginarse la impresion que me produce -abundo-. De todos los pacientes que han pasado por mis manos, si alguno he de recordar por su entereza, y por lo que mas ayuda a un medico de mi especialidad, por su rabia de vivir, si me permite decirlo de este modo, tendria que escoger a su prima. Hay pacientes que resisten tenazmente al tratamiento, que desde el primer dia me identifican como enemigo y no dejan de combatirme. Al final siempre les venzo, porque ellos son mas debiles y porque yo se de ellos mas de lo que ellos saben de mi; pero cuando salen de la clinica, siempre pienso que los vere volver. Otros se rinden docilmente, hacen todo lo que se les dice y acatan todo lo que se les impone como si estuvieran avergonzados. A esos se que tampoco podre curarlos nunca, quiza menos aun que a los anteriores. Me obedecen porque reconocen en mi una fuerza protectora. Pero cuando salen de aqui y tienen que enfrentarse de nuevo a la vida su mismo instinto los echa otra vez en brazos del alcohol. Solo unos pocos reaccionan con furia, con orgullo, empenandose en el tratamiento por delante del medico, haciendolo cosa suya. Mi experiencia me dice que esos son los unicos que salen adelante, y no porque los cure yo, sino porque se curan ellos mismos. Su prima era un caso clarisimo de este tercer tipo de pacientes. Por eso cuando la recepcionista me dijo que habia un familiar suyo diciendo que habia desaparecido, me resulto extremadamente chocante.
Aquel pobre hombre hablaba demasiado. Escuche sin inmutarme su perorata, tramo infimo de la perpetua tesis doctoral que debia ser su vida, incluso cuando discutiera con su mujer el dibujo que debian llevar sus calzoncillos. Estaba pasmado de que careciera tan completamente de picardia. Por si yo no me hubiera dado cuenta antes de su ruin jugada, ahora era el mismo, despues de preguntarme con sorna por la huida de Claudia, quien me reconocia que no habia podido creer esa hipotesis. Tal vez su intencion era otra, crear alguna complicidad conmigo, pero aun asi no dejaba de ser una declaracion inoportuna. En cualquier caso, respire aliviado. No podia costarme demasiado sacar de aquel individuo cuanto quisiera. Tras su leccion sobre la tipologia del alcoholico, el doctor Azcoitia acometia ahora una patetica reflexion destinada con toda seguridad a incrementar la confianza entre ambos. Aquella criatura parecia ignorar que hay gente peligrosa en el mundo con la que se deben mantener las distancias, y que a veces un desconocido no es quien dice ser. Se sinceraba a tumba abierta, imagino que para demostrarse a si mismo que su posicion era tan invulnerable que no necesitaba