mi. No son buenas las fotos con tantos muertos dentro, y al decir esto no me refiero solo a ella y Pablo. Pero aquella no era su casa, aunque se hubiera alojado alli. Solo habia fotos de paisajes y animales, que le habrian vendido junto con los portarretratos. En algun otro lugar debian de estar sus objetos personales, si es que habia conservado alguno, tras una vida despegada y nomada. Lucrecia sabria, pero no estaba muy convencido de que yo pudiera pedirle nada a Lucrecia.

Mientras bajaba por las escaleras, despreciando el ascensor con argumentos apenas razonables, empece a reaccionar. Cuando me encontre de nuevo dentro del coche, con la mano lista para accionar el arranque, los pensamientos se agolpaban en mi cerebro, exasperados e incoherentes. Me parecia como si hubiera violado el sagrado templo de la intimidad de Pablo y Claudia, mucho mas que cuando la habia tenido a ella entre mis brazos y habia escuchado sus confidencias. Queria creer que las circunstancias excusaban mi falta, pero otra parte de mi lamentaba no haber repetido el acto de renuncia de quince dias antes, cuando ella me habia ofrecido la carta por primera vez. La traicion a Pablo y la traicion a mi mismo pujaban por imponerme la culpa que a cada una correspondia, y me arrepentia de no haber dejado la carta en el doble fondo, como si nunca la hubiera visto, para que la culpa fuera solo de Claudia. De ella, cuyo acto de semanas atras, facilitandome la lectura de aquellos renglones febriles, se me aparecia ahora como la mas inconcebible e inmunda demostracion de impudicia, entre las muchas que habia protagonizado ante mi y ante otros. Pero no era solo eso. Tambien habia habido una perversa tentativa de renovar, contra aquel cadaver que se agitaba, la antigua ofensa que los dos le habiamos infligido, llevandola ahora a insolitos extremos de depravacion. Porque no se me ocurre otro modo de entender el intento de emplear aquella carta para embaucarme, invitandome implicitamente a disfrutar de la venganza y de la impunidad. En la guerra y en el amor vale todo, pero yo sabia y se que Claudia no me buscaba; tan solo necesitaba un lugar a proposito para dar el penultimo bandazo. Lo que arriesgaba dudo que a aquellas alturas le importara demasiado, o eso se habia forzado a creer. Y a cambio, tenia una victima facil, una jugada segura para recomponer su orgullo, o su aplomo, o su conciencia de ser fuerte. Quien puede o quiere comprender que buscaba exactamente. Y nadie, o al menos yo no, sera capaz de descubrir si lo consiguio o dejo de conseguirlo.

Pero tampoco podia apiadarme de Pablo. Habia un ridiculo anhelo de superioridad, una comica aspiracion de omnisciencia, en su aficion por las cartas postumas. Esto era perceptible en aquella como en la que me habia dirigido a mi, aunque ante Claudia mezclara e incluso confundiera la condescendencia y la autohumillacion. Por lo demas, no podia quejarme de que hubiera cometido ninguna infidelidad conmigo al escribir ninguna de aquellas palabras, aunque al cotejarlas con las que habia escrito para mi detectara alguna incoherencia o incluso alguna mentira de moderada trascendencia. Por ejemplo, que a mi me dijera que Claudia solo acudiria a mi si estaba en peligro y a ella, guiado por su innato masoquismo, casi la incitara a implicarme por diversion. En definitiva, Claudia habia venido a mi cuando ya la amenaza pesaba sobre ella, y lo que menos importaba era como habia llegado a estar amenazada. La discrepancia entre ambas cartas podia deberse tan solo a que conmigo Pablo habia ahorrado palabras, colocandose en la hipotesis mas probable. En cualquier caso, eso no me preocupaba. Lo que me inquietaba y casi me desagradaba de lo que acababa de leer era algo mucho mas vago, una sensacion de inverosimilitud, que no se referia al contenido de la carta en si, sino tal vez a la facilidad con que todo podia ser descifrado, por mi o por terceros extranos, como si en cierto modo no hubiera rehuido, sino pretendido ese efecto. Una muestra era el candoroso proposito de esconder mi identidad bajo el nombre clave de Hamlet, en el que sin duda solo yo podia reconocerme inmediatamente, pero que no costaba deducir en un par de minutos, por el contexto de la carta, que se referia a mi. Aferrado a este ejemplo, quise interpretar que aquella desconcertante claridad debia achacarse a una torpeza motivada por el apresuramiento con que la carta habia sido probablemente escrita. Pero esta explicacion no era bastante para disipar mi asombro. Y todavia quedaba algo mas escurridizo, mas alarmante: la turbia hostilidad que notaba de pronto al acordarme de Pablo.

No puedo contar mucho del resto del dia, pero se que hice esfuerzos para no averiguar nada acerca de aquella hostilidad. Habia otra cosa que la carta de Pablo me habia traido, o me habia devuelto, para ser mas exactos. Mientras la leia, y a la vez que sentia y pensaba tantas otras cosas contrapuestas, volvi a notar aquella conmocion que nos habia sacudido en los tiempos de gloria anteriores a Claudia, cuando habiamos comprendido sin vacilaciones que entre los dos existia algo que nadie podria vulnerar. La sensacion, recobrada otras veces, era menos pura que nunca, y nunca habia venido tan a destiempo. Y sin embargo, la acepte, e incluso me obstine en llenarme de ella y desde ella resistir hasta que todos los demas fantasmas que habian sido liberados enmudecieran.

Aquella noche me acoste borracho, tan solo y triste de alcohol como jamas lo habia estado antes. Creo que fue entonces cuando mi corazon admitio, al fin, que Pablo se habia ido y que hacia mas de uno y mas de diez anos de su marcha. Costaba ser exacto, con el cerebro embotado de whisky, pero pense al azar en una noche en el Retiro, frente al estanque. La noche en que habia aparecido Claudia. Pero ella no habia tenido la culpa. Como puede ser culpable quien no se da cuenta de lo que ocurre. Los culpables habiamos sido nosotros, que si nos dabamos cuenta. Y ahora solo quedaba yo para pagarlo.

7 .

Un zorro en el cepo tambien es un explorador que ha llegado

Y sin embargo, segui adelante, hasta descubrir que la verdad era mas amarga que mis peores presentimientos, hasta comprobar palmo a palmo que alli donde estos se detenian una imaginacion enferma habia tramado un modo mas completo de desintegrarlo todo. No es este el momento de aclarar mis motivos para continuar, aunque en justicia esa deberia ser la pregunta que cualquier lector posible deberia estar formulandose al llegar a este punto. Por un momento habia creido que regresaba por Claudia, para disuadirme en seguida en beneficio de Pablo. Ahora que tambien el se desvanecia, ?que me impedia dejar las cosas donde estaban y reincorporarme a mi empleo? En este instante en que lo escribo creo conocer la respuesta, pero entonces carecia de ella. En rigor, desistia de hacerme la pregunta; me limitaba a dar a tientas el paso siguiente, con impaciencia, abandonado a la acuciante higiene de la catastrofe que exige sobre cualquier otra cosa no parar de correr. No tendria ninguna logica que yo insertara aqui una explicacion. En aquellos dias simplemente actuaba. Venia a ser como esos cerdos que soltaron en alguna que otra guerra para limpiar campos minados. Yo solo pisaba, y quiza era necesario que ignorase el sentido de lo que hacia hasta que bajo una pisada mas certera que las otras la tierra se abriera en una reveladora explosion.

Asi fue como al dia siguiente, despues de sacarme de encima la resaca a base de agua fria y cafes, me sente al volante de mi coche alquilado y puse rumbo a un pueblo de Soria de cuyo nombre exacto resulta superfluo dejar constancia. El coche era un deportivo italiano que sustituia desde la tarde anterior al coche aleman que habia alquilado el primer dia. Aquel proyectil era dificil conducirlo por debajo de los doscientos kilometros por hora, de manera que antes de que pudiera darme demasiada cuenta estaba alli. La clinica ofrecia un aspecto previsible, es decir, impoluto. Las labores de jardineria debian de ser desempenadas por una especie de esteta desesperadamente sensible, y la concepcion del edificio, o mas bien de los diversos edificios que componian el complejo, aparecia meticulosamente aliviada de impurezas. Supongo que aquella delicada armonia era el primer truco del doctor Azcoitia, insigne fundador segun rezaba el letrero de la entrada, para apabullar a los espiritus disolutos que acudian a humillarse ante su ciencia. Antes de entrar en la recepcion, instintivamente, me eche el aliento en la palma de la mano y pude comprobar que apestaba a whisky como para derribar a un vikingo. Resignandome a lo que era factible camuflar, me volvi a poner las gafas oscuras para que nadie viera mis ojos inyectados en sangre. Aquel pudor estupido que sentia de repente era probablemente otra de las armas secretas del doctor Azcoitia.

Tras el mostrador de la recepcion habia una rubia oxigenada de profuso busto. Esforzandome por eludir aquel escote que parecia estar por todas partes, me dirigi a ella.

– Buenos dias, senorita -tenia bien probado que emplear este tratamiento las hacia sonreir; aquella rubia tenia los dientes recien encalados, o eso parecia al verlos junto a su cara achicharrada por la lampara-. Soy

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