terrazas. Desde luego que crei haberla visto antes, que en un segundo indefenso jure haberla amado incluso. Pero no podia ser nada de aquello que yo barajaba lo que a ella le hacia mirarme asi, porque yo solo podia haberla amado hacia veinte anos y entonces ella no habia nacido. Aquella muchacha no me habia visto jamas, y era precisamente por eso, porque no sabia quien era yo ni que hacia alli, por lo que me sonreia. Reconoci la valentia y la eterna belleza de las muchachas, como tantas otras veces en que se habia encarnado ante mi. Y para mis adentros, indeciso entre el sarcasmo y la autocompasion por mi piel erizada, musite:

– Venga, dilo, viejo inutil. Mientras exista una mujer hermosa, habra poesia.

Pensaba confusamente en Lucrecia y admiti sin sofisticaciones estar desviandome de mi camino, cualquiera que este fuese.

6 .

Un humo que dibuja en la noche tu nombre

Despues de hablar con Lucrecia, ademas de muy buenas razones para estar asustado, tenia varias alternativas para mi busqueda, y aunque quiza el tiempo apremiaba decidi detenerme primeramente en aquella de la que esperaba sacar menos, retrasando el momento de apurar las que parecian mas prometedoras. En realidad, se trataba de una posibilidad que existia con anterioridad a nuestra conversacion en el Ministerio, que incluso habia pasado por mi mente en el mismo instante en que lei en el periodico que Claudia estaba muerta y comprendi que tendria que averiguar por que. Pero buena prueba de la cuestionable utilidad que me ofrecia era que la primera manana me hubiera entretenido en despachar otras cosas antes de hacer aquella indagacion. Sin embargo, pronto habria de reconocer que tambien mis calculos respecto a ella habian sido equivocados. Porque cuando al fin la hice, mi investigacion, sin lograr, es cierto, un progreso material perceptible, me transporto no obstante a un mundo de extranas y a la vez familiares realidades que me impresionaron, seguramente, mucho mas de lo que habria podido hacerlo cualquier descubrimiento concreto en relacion con la muerte de Claudia.

El atico estaba en una zona acomodada de la ciudad. De esas en las que a las siete de la manana solo hay hombres de verde regando las calles y algunos jubilados de aspecto digno o empleadas de hogar paseando las mas abominables muestras de la degeneracion de ciertas razas caninas. Habia decidido madrugar para que mi aproximacion a la casa pasara desapercibida y tambien para poder entrar y salir antes de que el portero se instalara en su puesto, lo que calcule que no ocurriria antes de las nueve. La historia esta llena de crimenes impecables desentranados gracias a la curiosidad y a la formidable memoria de una persona desocupada, y es sabido que los porteros son los mas terribles entre esa clase de gente, ya que llegan al extremo de convertir la desocupacion en un oficio. Por fortuna, y esta era una de las razones que me impulsaban a cumplir aquel tramite pese a su probable esterilidad, disponia de la nada despreciable facilidad de poseer las llaves de la casa, con lo que salvaba satisfactoriamente el unico problema que la ausencia del portero me planteaba. Despues de diez anos no estaba seguro de saber manejar una ganzua de modo apropiado.

La forma en que me habia hecho con aquellas llaves merece ser relatada. Claudia y yo nos habiamos visto solo una vez, durante mi breve estancia en Madrid antes de la emboscada en la casa de la montana. Concertamos la cita por telefono. Fuimos a unos grandes almacenes y simulamos curiosear en el mismo monton de pantalones vaqueros rebajados. Ella dejo una cajetilla de cigarrillos entre ellos y se marcho inmediatamente. Yo permaneci alli diez minutos mas, revolviendo pantalones, y cuando estuve seguro de que nadie podia estar observandome saque la cajetilla y me la guarde en el bolsillo. Al abrirla, encontre dentro un papel minuciosamente doblado y las llaves que aquella manana me disponia a utilizar. En el papel estaban las ultimas instrucciones de su alambicado plan para eliminar al hombre que la seguia y al final habia una referencia a las llaves que decia mas o menos asi:

Las llaves son de mi casa en Madrid. Te las doy por si tienes alguna necesidad inesperada y urgente de verme y crees que merece la pena arriesgarse. Como ves, confio plenamente en ti. Tampoco sere muy estricta a la hora de juzgar tu necesidad de verme, si llegas a sentirla. Cualquier excusa que sea suficiente para ti lo sera para mi. Y fijate que digo cualquiera, cheri.

En su momento habia ignorado cortesmente aquella imprudente invitacion, pero habia retenido las llaves, asi como la direccion que estaba apuntada en el papel. Tampoco Claudia me habia pedido que le devolviera nada, y ahora, mientras me disponia a acceder al atico donde ya no estaba ella, pense de pronto que su frialdad en el momento de nuestra despedida podia haber sido solo una maniobra de distraccion, para acabar llegando a algo distinto que su muerte habia frustrado en su mismo inicio. Desde luego, yo no habria colaborado, pero no me resultaba facil asegurar que no habria sucedido nada.

A pesar del reciente y luctuoso suceso, los duenos del inmueble no habian considerado necesario cambiar la cerradura. Entre sin problemas en el portal y subi en el ascensor, para no tropezarme con nadie y tambien para cansarme menos. Ante la puerta me senti notablemente defraudado por no encontrarla precintada, o con algun letrero prohibiendo el acceso como minimo. De todos modos me alegre de no estar en un telefilme americano, en el que jamas se habria descuidado aquel detalle, porque poder entrar y salir sin dejar huella era bastante mejor que sembrar en la mente de la policia sospechas imprevisibles.

Nada me sorprendio en el aspecto del atico. Si habia habido forcejeo, lo que era presumible, o sangre, que no parecia indispensable, ninguna huella quedaba alli. Todo estaba ordenado y limpio, aunque olia un poco a cerrado. No busque una figura dibujada con tiza en el suelo, pero era obvio que tampoco la habia. En cuanto al atico en si, habia sido comprado o alquilado amueblado o habia sido decorado de una sola vez encargando la tarea a algun profesional que le habia dado una apariencia de inflexible impersonalidad. Parecia una casa destinada a ser fotografiada, en la que cualquier ser humano no hacia mas que perturbar el equilibrio de los muebles a la suave luz de las lamparas. Si esta impresion era acusada en el salon, la cocina y otra pequena pieza que servia de mirador, llegaba a la hiperbole en el dormitorio, que parecia una inmensa tarta de nata adornada con innumerables filigranas de crema. El cuarto de bano anexo, en sorprendente contraste, era de una obscena agresividad, por el tamano y las aventuradas formas de todos los sanitarios, hechos de una especie de aleacion gris oscura. Si es que el individuo responsable intentaba aducir para su obra algun criterio rector distinto de su sano capricho, imagine que aquella decoracion estaba inspirada por alguna grosera teoria acerca de la dualidad del alma. En cualquier caso, y dejando de lado mi reprobacion, que a nadie importaba un comino, hube de reconocer que aquel no dejaba de ser un entorno adecuado para Claudia, en el que debia de haber desahogado a gusto sus instintos. Habia lujo, grandes perspectivas y un falso refinamiento que lo impregnaba todo. Como habia sentenciado friamente su hermana, Claudia era una esnob. Por un momento me senti aliviado de una ominosa e indefinible carga, pero luego la recorde saliendo del pantano, humeda y segura de mi fascinacion, y tuve que admitir que reirme ahora de ella no era un entretenimiento digno.

Registre sin violencias, empezando por el salon. Alli, como en la cocina, no encontre mas que una larga y variada serie de objetos domesticos, que sin duda venian en su mayoria con los muebles; muchos de ellos estaban sin desembalar y casi todos tenian el aspecto de no haber sido usados nunca. Habia artefactos asombrosos, de cuya existencia y funciones nada habia sabido en mis diez anos de exilio rural, y que hice girar en mis manos como un gorila haria girar una cafetera; sin entender cual era el reves y cual el derecho. Me encamine hacia el dormitorio con la esperanza de hallar algo mas revelador, pero al principio mi registro resulto igualmente decepcionante. El tocador estaba repleto de frascos intactos, los armarios llenos de ropa apenas estrenada y los cajones infestados de alhajas a las que nadie habia quitado siquiera la etiqueta. Por todas partes obtenia la sensacion de que Claudia no habia vivido alli; simplemente habia preparado todo para ocuparlo, y despues de reunir cuanto podia precisar y una infinidad de cosas prescindibles, no habia llegado siquiera a tomar posesion. Tambien era tipico de Claudia: antes de decidirse a tener algo, cerciorarse de que podia tener tanto esto como aquello, ya fueran afines u opuestos. Y luego elegir uno cualquiera, o no elegir. Habia jugado aquel mismo juego, desatento y destructor, con Pablo y conmigo. Y al final nos habia elegido a ambos, es decir, a ninguno. Habia muerto sola y aterrorizada, en medio de todas aquellas cosas sin dueno.

En los dos unicos bolsos que, entre otros quince envueltos en celofan, daban la impresion de haber sido utilizados, tampoco encontre gran cosa. Cogi tres o cuatro facturas de restaurantes y hoteles y un mechero de un

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