– ?Tal como me la has contado a mi?
– Sin omitir nada. Soy una funcionaria publica y debo comportarme como una ciudadana ejemplar.
– Magnifico. ?Y que te preguntaron de mi?
– Tu apellido, todo lo que supiera.
– ?Y que les dijiste?
– Que ignoraba tu apellido, que no sabia donde vivias y que eras un amigo de mi cunado. Entonces me preguntaron a que te dedicabas y conteste que a los mismos negocios que el, segun tenia entendido. No me preguntaron mas.
No pude evitar pensar en voz alta:
– Bien. Es suficiente para que me busquen como sospechoso de asesinato pero no tanto que no pueda llevarles un par de semanas encontrar un buen rastro que seguir. Afortunadamente les diste una pista falsa y tienen que averiguar primero que hace anos que no me dedico a esos negocios.
Lucrecia me observaba como si todo aquello no la afectara lo mas minimo.
– En cualquier caso -anadi, por si reaccionaba-, esas dos semanas han pasado ya, asi que es posible que ya esten sobre la pista buena. A partir de ahora tendre que usar un nombre supuesto. Tendre que darme prisa para hacer tres o cuatro cosas que necesitan del autentico. Solo tengo una duda.
Lucrecia tardo un segundo en percatarse de que me dirigia a ella.
– ?Cual? -pregunto.
– Tus motivos para hablar tan tranquilamente con un sospechoso de asesinato.
– Ah, no tiene merito. Puede que ellos sospechen de ti. Yo no.
– ?Tu no? ?Y que te hace estar tan segura? No me conoces. Ni siquiera sabias que llevo anos fuera de todo esto.
– Claudia me hablo mucho de ti. Desde luego que sabia que hace diez anos que te marchaste, aunque ella no me dijera adonde. Tambien se por que te fuiste. No eres el hombre que podria violar a mi hermana.
– Me admira la fe que tienes en tu intuicion -gruni, mientras la duda acerca del grado de conocimiento que Lucrecia pudiera tener de las razones de mi retiro me provocaba un indeseable sonrojo-. Si yo fuera el asesino podrias pagarla muy cara.
– Me seguiste por los pasillos andando tan despacio como se me antojo obligarte a hacerlo. Esperaste dos minutos antes de entrar en mi despacho. Los violadores son impacientes.
– No puedes convencerme con eso.
– Resultas muy gracioso. No es a ti a quien debe convencer.
– Que me maten si te entiendo. Si no creias que yo era el asesino, ?por que dejaste que la policia lo creyera?
– Yo no les sugeri nada. Solo respondi a lo que me preguntaron. Ademas, lo que sirve para mi propio gobierno puede no servir a los fines de la policia, ?no crees?
– Creo que no te das cuenta de como es este juego que estas jugando con tanta despreocupacion.
Lucrecia se puso en pie y, subitamente airada, repuso:
– Mis preocupaciones son asunto mio. Si no vas a violarme o a estrangularme para demostrarme lo imprudente de mis intuiciones, me permito informarte de que tengo algunos asuntos que despachar. Me parece que he atendido a tu solicitud de informacion mas alla de lo que me puedes exigir.
– Esta bien, ya me voy. Si vuelve a verte la policia intenta imaginar alguna posibilidad intermedia entre encubrirme y ponerme las esposas.
– Contestare a lo que me pregunten, simplemente. Y dudo que se interesen por nada de lo que hemos hablado hoy. En ultimo extremo, puedo considerar la posibilidad de mentir. Me da que eres un tipo que necesita ayuda.
– Gracias. Te enviare flores, por la molestia.
– Ni orquideas ni rosas. Recuerdalo.
– Seguro.
Lucrecia me sonreia con un aplomo portentoso, en las fronteras de la alienacion, que ahora identificaba como un rasgo de familia. Vacilante entre el encantamiento y el panico de depender en cierto modo de ella, me levante y retrocedi hasta la puerta. Antes de salir Lucrecia me dedico un extrano cumplido:
– Si hubiera podido elegir entre dos delincuentes, te habria preferido a ti como cunado. Habria intentado seducirte, para destruir vuestro matrimonio y salvar a Claudia. Con el me daba demasiado asco, pero contigo podria haber habido placer.
– Imagino que ese es el tipo de cosas que piensas mientras te lavas los dientes.
– No forzosamente.
– Volvere a buscarte si te necesito. Aunque sea una locura.
– Por favor.
Recorri penosamente los pasillos y todavia aturdido baje en el ascensor, devolvi mi tarjeta roja al guardia de seguridad, ignore su frase amistosa y llegue hasta la calle. Cinco minutos despues conducia mi veloz coche de alquiler por el Paseo del Prado, tratando de establecer prioridades para aprovechar lo que quedaba de manana.
Habia varias gestiones insoslayables, y a ellas me puse sin demorarme, en parte para proteger mi cerebro de las imprevisibles cavilaciones en que podia precipitarse a proposito de Lucrecia. Tuve tiempo de llegar a otros dos de mis bancos y de sacar de ellos cantidades importantes para resistir los malos tiempos que se avecinaban. Tambien ordene un par de transferencias, para ir moviendo poco a poco los fondos hacia mi cuenta en el extranjero. Yo no habia ideado una compleja estrategia de dispersion financiera como la de Pablo, tampoco disponia de tanto dinero como el, pero siempre habia tenido presente que podia llegar el momento de quitarse de en medio y que habia que estar preparado para esa eventualidad. Hacia tanto tiempo que no efectuaba mas operacion bancada que comprobar sin gran detalle los intereses abonados segun los extractos que me enviaban, que me resulto casi fatigosa aquella acumulacion de transacciones. Pero debia apresurarme a mover lo mas posible en uno o dos dias, porque pronto no podria ni siquiera utilizar la tarjeta de credito que habia solicitado aquella misma manana, a menos que quisiera dejar un reguero de senales que alguien sabria leer en mi perjuicio.
La ultima gestion de la manana fue acudir a uno de los mas reputados especialistas de la ciudad para que me preparara varios documentos de identidad falsos. En menos de una hora, tenia en mi bolsillo cinco posibilidades distintas de registrarme en cualquier hotel o alquilar cualquier apartamento sin necesidad de usar aquel nombre que mis padres me habian dado y que ahora era un contratiempo mas. El falsificador cobro caros sus servicios, pero como el mismo dijo, para aliviarme en el trance del desembolso, un profesional audaz solo puede utilizar herramientas de primera clase. Si bien yo no era un profesional, no podia descartar que necesitara obrar con audacia.
Por la tarde me mude a un edificio de apartamentos en el norte de la ciudad. En la pension habia dado mi verdadero nombre y ademas no era un buen barrio para aparcar el coche. Aunque al dia siguiente pensaba devolverlo, porque tambien lo habia alquilado con mi nombre, tendria que reemplazarlo y no iba a conformarme con medianias. Elegi aquel edificio porque, segun me informo el recepcionista, tenia garaje y estaba medio vacio. La zona tambien era apacible. Creo que la mayor parte del vecindario se dedicaba a la prostitucion de alto nivel. Mejor asi. Preferia vivir entre gente sin raices.
Al caer la noche sali a cenar y a dar un paseo por la Castellana. Discurriendo despacio entre las terrazas, ansiosamente dispuestas y ocupadas con los primeros calores, me cruce con no menos de cinco muchachas parecidas a la joven Claudia que habia conocido y un par de mujeres similares a la ultima Claudia y a la mas grave y no obstante afin Lucrecia que acababa de conocer. Aquel era su mundo, alli habian ido mil veces, Claudia disfrutando sin escrupulos, Lucrecia silenciosamente sublevada, pero sin poder negar que era una de ellos. Yo caminaba por alli sin detenerme, sin concebir siquiera la posibilidad de sentarme. Yo no pertenecia a aquella multitud resbaladiza ni pretendia jugar su juego de mecanicas incitaciones.
Al final del Paseo, sin embargo, atrajo mi atencion una rotunda adolescente de dieciocho o diecinueve anos. No fue su indumentaria, que la escondia tan poco como a otras cien que habia visto antes. Tampoco fue la intrincada y reluciente musculatura de su abdomen, que me avergonzaba por el flojo abultamiento del mio: esa misma verguenza me la habian causado otras treinta o cuarenta implacables gimnastas a lo largo del Paseo. Fue, mas que otra cosa, el dulce gesto de asombro con que inopinadamente me distinguio entre los habituales de las