– ?Que hiciste entonces?

– ?Que podia hacer? Fui a recogerla. La encontre verdaderamente mal, con unas ojeras que le llegaban hasta la garganta, blanca como una muerta y con diez o quince kilos menos. Despues de mi inspeccion ocular, lo que me dijeron los medicos me impacto solo relativamente. Sufria anemia, tenia afectado el higado y necesitaba una cura de desintoxicacion drastica. Al parecer llevaba semanas viviendo a base de alcohol, sin comer, rodando por las calles de noche. Por si no lo habias pensado, en Biarritz enero y febrero no son precisamente meses de tiempo agradable.

Lucrecia se detuvo para suspirar y observar mi reaccion ante su historia. Comoquiera que yo permanecia impasible, prosiguio:

– Afortunadamente estaba en condiciones de firmar cheques y pudimos saldar todas las cuentas que tenia por alli. Despues esperamos a que recobrara fuerzas suficientes para viajar y regresamos a Madrid. La lleve a que la vieran un par de medicos, que confirmaron el diagnostico de los franceses. Me recomendaron un sitio en el que eran especialistas en su problema, o en su cumulo de problemas. Y alli la lleve.

– ?Donde esta ese lugar?

– Aparentemente en medio del desierto, pero tienen unas magnificas instalaciones. Es un pueblo de Soria cuyo nombre siempre olvido. Estoy tratando de hacer memoria, bueno, puede que no sea necesario.

Se levanto y cogio su bolso, Saco una pequena cartera de piel clara, hurgo en sus departamentos y mientras volvia a sentarse saco de uno de ellos una tarjeta que me tendio por encima de la mesa.

– Sabia que guardaba una tarjeta. Puedes quedartela, si crees que te servira de algo. Yo no volvere a utilizarla. Claudia era la unica alcoholica que conocia.

– Ella sostenia apasionadamente lo contrario -dije, recordando nuestra conversacion en el pueblo, un par de semanas atras.

– ?Como lo contrario?

– Ella negaba ser una alcoholica.

– Ah, ya. A nadie le gusta admitirlo.

– Yo la creia, en cierto modo. Un alcoholico lo es siempre, no intermitentemente, como ella.

– Me da la sensacion de que nunca tuviste demasiada perspectiva, respecto a Claudia, quiero decir.

– Quien sabe -admiti, sin ganas de defenderme-. ?Como fue la desintoxicacion?

– Bien, porque Claudia saco en seguida a relucir su amor propio. Algun medico me comento que rara vez habia visto a nadie demostrar tanta entereza. Pero quiza lo dijo para que me escociera menos el dinero que el creia que me costaba la cura. En realidad el dinero era de Claudia, por supuesto, y poco me importaba si el se llevaba mas o menos. De todos modos es innegable que su recuperacion fue muy rapida. Apenas un mes despues del desastre era una persona normal, o mas todavia, volvia a ser Claudia. Bajaba con vestido de noche a cenar al comedor de la clinica y peleaba incansablemente con las enfermeras para que la dejaran dormir con un escandaloso camison rosa. De pronto empezo a tratarme con una lejana frialdad, como si la importunara yendo a verla. Eso es algo curioso.

– ?El que?

– Que no recuerde una transicion gradual entre el estado de ruina absoluta en que entro alli y el aire de desafio, casi de euforia, con que salio. Una semana despues de verla desencajada, vomitando en la palangana, fui a verla y me la encontre impecablemente maquillada y vestida, impaciente por acabar el tratamiento. No puedo saber exactamente que ocurrio, pero conocia a mi hermana y estoy segura de una cosa: alguna de sus habituales ideas fijas, en las que cifraba el fundamento de su vida para una noche o para una semana o para dos meses, habia empezado a bullir en su cabeza

– Llegamos a un momento interesante -observe, torpemente-. Ayudaria que me dijeras cuanto sepas de esa idea.

Lucrecia me miro primero con lastima y luego con maldad.

– Lo unico que se de esa idea es que el unico que puede saber algo eres tu.

Sonrei, pero no tenia ningun motivo. Debilmente, proteste:

– No era aqui a donde queria llegar. Si acudo a ti es porque yo no puedo ayudarme. ?Que quieres decir exactamente?

– No es complicado de entender, pero quiza sea largo explicarlo. Mi trato con mi hermana, desde el momento de su milagroso restablecimiento hasta que dejo la clinica, fue un tanto superficial. Poco pude captar de sus pensamientos intimos. El dia en que fui a recogerla para traerla de regreso a Madrid descendio a hacerme una confidencia bastante hermetica. A ti esto nunca podra importarte, me dijo, pero es extrano que cuando se sale del infierno no haya mas razon para vivir que el deseo de volver a pecar. Y anadio: Lo unico que consigue la penitencia es que desees cometer un pecado distinto del ultimo, pero mejor si es uno que cometiste otra vez antes, uno que sea lo bastante antiguo como para haberlo olvidado y poder recordarlo ahora con curiosidad.

Sin gran merito, empece a entender. No la verdad, todavia, sino la mentira que por antojo de Claudia su hermana parecia creer la verdad.

– Nunca concedi importancia a las divagaciones de Claudia -continuo Lucrecia-, pero un viejo habito me hacia retenerlas en la memoria para cuando llegara el momento de aplicarlas a interpretar sus aventuras. Desde que esa noche la deje en su casa, un pequeno piso que le habia alquilado y que ella sustituyo pronto por un suntuoso atico, hasta la noche en que la mataron, solo hable con ella tres veces, y las tres por telefono. Es decir, el dia que la traje de la clinica fue la ultima vez que la vi viva. Es un detalle que se destaca mucho en novelas y peliculas, pero que por mi experiencia no creo que destaque mucho en la realidad. Mi sensacion de haberla perdido no llega hasta tan atras, quiza porque la ultima vez que hable con ella fue la misma noche de su muerte.

Ante aquel hecho inesperado procure reprimir mi interes. Lucrecia, sabiendose duena de mis cinco sentidos, se demoro aun en algun pormenor secundario para hacer crecer mi expectacion.

– Las otras dos veces que hable con ella por telefono -explico- intercambiamos preguntas rutinarias e informaciones no menos rutinarias. Esto en mi suponia asuntos indignos de ser siquiera mencionados, pero en Claudia se traducia en su atico, su todoterreno y un ingeniero industrial negro que con sus dos metros habia resultado ser formidablemente impotente. Yo crei que Claudia retornaba a sus pasatiempos y que solo si los acontecimientos volvian a desbocarse resurgirian los problemas. No era improbable, pero me considere excusada de preocuparme inmediatamente. Tampoco podia detenerla. Mi unica posibilidad era esperar a que cayera para recogerla otra vez del barro. Mientras tanto era mejor quedarse al margen.

Lucrecia hizo una pausa para cerciorarse de que su maniobra de distraccion habia logrado ponerme nervioso. En ciertas cosas era identica a su hermana. Tambien Claudia se imponia el cumplimiento de ritos preparatorios para acometer acciones que no los necesitaban en absoluto.

– Pero esa ultima noche -continuo, apartando de mi los ojos- nuestra conversacion telefonica se alejo bastante de la rutina. Note en su voz que algo la intranquilizaba, y en sus palabras el eco de un confuso peligro. Me dijo que las cosas no iban bien, que creia haberse equivocado. Le pregunte que era lo que no iba bien, en que se habia equivocado, y me respondio con evasivas. Luego empezo de repente a hablarme de ti. Me conto que te habia visto y que seguias loco por ella. Esta ultima confidencia parecio animarla, pero en seguida volvio a ponerse seria y se quejo de que te habias portado de un modo decepcionante. Yo no sabia que creer y que no, porque este tipo de charla siempre era en Claudia muy poco de fiar. Sin embargo, note claramente que en aquella ocasion habia algo mas que el juego casi infantil de siempre. A continuacion se entretuvo en una serie de incoherencias que apenas entendi y no puedo recordar y al final, como el resumen de todo, dejo escapar un insolito lamento. Acaso merezca estar siempre sola, murmuro, porque ya no pueden creerme y no me tienen mas que miedo. Despues de eso me dio las buenas noches y colgo.

En mi cabeza se agolpaban diversos pensamientos alarmantes y temo que a mi cara asomo una indisimulada expresion de desconcierto.

– Creo que ahora queda explicado por que creo que tu sabes mejor que nadie cual era la idea de Claudia - pronuncio cada silaba, paladeando su triunfo-. Tu la viste despues de la ultima vez que estuvimos juntas. Quiza fuiste uno de los ultimos que la vieron viva.

No sabia como decir lo que tenia que decir. Aquella mujer era una insensata, una retrasada mental o una especie de hechicera capaz de leer la voluntad de quienes se cruzaba. Decidi acercarme por el borde mas exterior:

– ?Le has contado esa ultima conversacion telefonica a la policia?

– Por supuesto.

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