llegar al cruce con la carretera general me detuve. Saque el mapa que habia en la guantera y calcule la distancia desde la clinica al que, inevitablemente, era mi proximo destino. Con aquel coche, no mas de una hora y media. Podia llegar bastante antes de la hora de comer. Repase un par de veces la ruta y me puse en movimiento. Atravese, a lo largo de kilometros de carreteras desiertas, casi todas las modalidades del paisaje mesetario. La llanura vestida de cereal amarillento, el monte cubierto de pinos, las vinas, los olivares, los eriales abandonados a las reses. Mientras la sofisticada suspension del vehiculo me exoneraba de preocuparme de las inclemencias de la carretera, deje que mis pensamientos flotaran libremente sobre aquellos dispares y sin embargo sucesivos horizontes de junio.
De todas las impresiones que el descubrimiento que acababa de hacer podia causarme, habia una que prevalecia sobre las demas: la perplejidad. Si el dia anterior ya me habia sorprendido la transparencia de la carta de Pablo a Claudia, ahora estaba sencillamente estupefacto. Todo se dejaba desenredar con una docilidad extraordinaria, el rastro era tan nitido que acaso hubiera que decir que lo era demasiado para ser correcto. Y sin embargo, no habia fallos; me costaba tan poco esfuerzo encadenar los datos, estaban tan cerca unos de otros, que no podia dudar de la limpieza de mis deducciones. Ya me dejaba arrastrar por ellas, como cuando al oir al medico hablar de un fraile invalido habia unido esta circunstancia demasiado inconfundible con ciertas alusiones que habia en la carta de Pablo para colegir, primero, que su nombre era el que sin meditarlo siquiera le habia dado al doctor Azcoitia, y segundo, que su mision habia sido entregarle a Claudia el mensaje del muerto. Pero no era solo la claridad con que se me habian revelado estos hechos. Yo habia acudido a la clinica con la hipotesis, mas o menos sostenible, de que era alli donde Claudia, por el momento cronologico en que tanto en su relato como en el de su hermana aparecia su presunto interes por mi, habia recibido la misiva postuma de Pablo. Para hacer esta suposicion habia tenido que realizar diversas asunciones inseguras, ya que ni ella ni Lucrecia me habian dicho nada que la confirmara totalmente. Pues bien; no solo todas aquellas asunciones se habian demostrado acertadas, sino que la recepcion del mensaje habia ocurrido de la manera mas indudable y tambien mas propicia para que yo pudiera avistar por donde debia proseguir mis investigaciones.
En cuanto al padre Francisco, merecia una reflexion especial. No me era posible juzgar la eleccion de Pablo en tanto que desconocia que opciones habia tenido. Tal vez ya no le quedaba nadie de confianza, tal vez el padre Francisco era quien menos podia pensar en traicionarle. El hecho es que, con independencia de la oportunidad, desde ese punto de vista, de haberle encargado a el la mision de advertir a Claudia, habia otras razones que lo desaconsejaban severamente. Nadie podia ser identificado con tan escaso margen de error, no solo por mi, sino por cualquiera que hubiera tenido trato con nosotros en los primeros tiempos, y quedaba mas de un superviviente de entonces y apuesto que tambien mas de uno no estaba del lado de Pablo. Ciertamente, las posibilidades de extorsionar al padre Francisco eran mas bien pocas. Llevaba treinta anos jactandose de su integridad y ya la habia probado ante mas de un esceptico. Quiza su secreto residia en que era dificil persuadirle y persuadirse de que podia pasarle algo mas grave que la paralisis con que se habia acostumbrado a vivir y a desear sin impaciencia la muerte. Pero aunque tanto Pablo como yo habiamos utilizado muchas veces sus servicios, sin que nos fallara jamas, en ningun momento habiamos llegado a tocar el fondo de aquel hombre. No era un fiel servidor, ni de Pablo ni de nadie. Era un profesional independiente, que cumplia los tratos con arreglo a la mas escrupulosa buena fe, pero que nunca nos habia participado cuales eran sus motivos ni sus intenciones. Tampoco habiamos sabido nunca a ciencia cierta cual era la infraestructura que le permitia operar desde su minusvalia y su inmovilidad. Ponerse en sus manos era como ponerse en manos de un mago que no compartia con nadie el secreto de su chistera. Por mas que lo pensaba, no me parecia el mejor socio que podia buscarse un moribundo. Claro que yo habia estado diez anos fuera y Pablo podia haber tenido otros argumentos para apreciar la cuestion.
Aunque la pista era inequivoca como ninguna de las que habia seguido hasta alli, me resistia a experimentar la menor alegria. Por una parte, aquel asunto no me gustaba, ni me gustaba lo que habia sucedido ni me gustaba el papel que yo estaba desempenando. En segundo lugar, ir hacia el padre Francisco era un progreso entre comillas o entre parentesis, y no me enganaba al respecto. No sabia que podria sacar de el, ni siquiera tratando de ablandarle con la desgracia de Claudia y mostrandome como su eventual vengador. Era evidente que con la muerte de Claudia el habia fracasado lo mismo que yo, pero no me constaba que aquello tuviera irremediablemente que instaurar alguna simpatia entre nosotros. Por lo demas, si Pablo le habia asignado a el el conocimiento y a mi la accion en su fallido intento de proteger a Claudia, ello habia sido sin duda con el objeto de que quien actuara no poseyera la clave y viceversa. Y era pronto para concluir que con la muerte de ella habrian cesado las razones que le habian llevado a establecer esa separacion. En estas condiciones, no podia dejar de incomodarme que todo me dirigiera a aquel hombre, tan remoto en mis recuerdos y a quien nunca habia podido contemplar sin recelo. Me sentia guiado por una voluntad anomala, viciada, y no me era facil deshacerme de la idea de que por sus omisiones o por sus excesos, por ligereza o por negligencia, aquella voluntad era en cierto modo la de Pablo.
El monasterio estaba sobre una colina. Bajo la colina corria un rio regando un valle poblado de encinas y arbustos. Ni por su fecha de construccion, ni muy reciente ni muy antigua, ni por su belleza o la de sus vistas, discutible, ni por sus facilidades como hostal, nulas, era aquel monasterio una atraccion turistica. Como ademas la comunidad no era rica, salvo probablemente el padre Francisco, que detestaba por inutil para el cualquier comodidad de la vida moderna, para acceder hasta el edificio habia que trepar por un diabolico camino de tierra y pedruscos. El deportivo derrapo cuanto le vino en gana durante la ascension, y a punto estuve de salirme en direccion a un pequeno barranco en la ultima curva, pero al fin logre aparcar junto al destartalado Land Rover que los frailes tenian para satisfacer sus limitadas necesidades de transporte. En ningun momento, ni siquiera cuando mi mano tiro de la campanilla que habia a la entrada, baraje la posibilidad de que el padre Francisco no estuviera alli. La unica duda que me cupo, pero no hasta aquel preciso instante, fue si estaria encima o debajo de la tierra del huerto.
Me hicieron esperar en el claustro, en un banco agradablemente dispuesto entre el sol y la sombra junto al que el padre Francisco acostumbraba a tomar el fresco, por la manana y al caer la tarde. Aquel dia no habia salido todavia. Habia estado trabajando en la biblioteca desde muy temprano, segun me dijeron. Sonrei al oirlo. De manera que el padre seguia trabajando. Habia quien no nacia para ser jubilado, y otros se apresuraban a serlo anticipadamente. Aquel era tal vez otro obstaculo para entendernos.
Aparecio propulsado por la reverente fuerza juvenil de un novicio, o un hermano reciente, que nunca habia sabido diferenciarlos por su indumentaria. Su aspecto no era ni mejor ni peor que la ultima vez que le habia visto. Todo en el estaba deformado por la enfermedad y su edad era un accidente imperceptible, como un lunar bajo las lanas de un perro. Sus manos como sarmientos y su cara descompuesta eran las de siempre, y conservaban aquella rara y terrible chispa de astucia que le elevaba muy por encima de su postracion. Me saludo con un ademan brevisimo del sarmiento derecho, que era el unico que tenia alguna movilidad, y su voz bien templada, firme y apenas rozada por las anfractuosidades de su boca desencajada y su cuello torcido, tan minuciosamente concebida para otro cuerpo, declamo despacio:
– Juan, en la hora del Apocalipsis.
En su cara era dificil reconocer la sonrisa, pero yo le habia tratado lo suficiente como para aprender a distinguirla.
– Veo que conserva el humor, padre, aunque el momento obligue a hacerlo negro.
– El momento no obliga a nada, nunca -repuso, airado-. Si vienes aqui por obligacion puede que los dos nos estemos equivocando. Tu al venir y yo al recibirte, quiero decir.
Aquel primer venablo me cogio desprevenido. Me rehice como pude:
– No contaba con que me acogiera como a un hermano, pero tampoco le he ofendido nunca. No tiene por que maltratarme.
– Quien piensa en eso. Te ofrezco agua y pan y techo si lo necesitas. Aunque por el coche que he visto fuera tal vez desdenes mis ofrecimientos por demasiado humildes, es todo lo que tengo. ?Que te trae a mi, despues de tantos anos? Te creia Juan sin tierra, sin recuerdos, sin vinculos, el perfecto fugitivo. ?A que vuelves ahora, tan tarde?
El novicio o lo que fuera, tras situar al padre Francisco en una semipenumbra confortable, se retiro discretamente. El padre me miraba con sus ojos oscuros, en los que nada podia vislumbrar mas alla del reflejo de mi propio rostro.
– No esperaba tener que explicarle el motivo de mi visita -dije suavemente, retandole-. Tampoco me proponia ocultarlo o simular otro. Si antes no nos anduvimos con ese tipo de juegos, no es ni mucho menos el momento de