sublevacion. Por inspiracion del periodista se acepta restablecer la Milicia Nacional, aunque el general O'Donnell la limita a algunas ciudades (deduce Aguado Sanchez que por preferir contar con la ya asentada y mas fiable Guardia Civil para garantizar la seguridad en el conjunto del pais), y se proclama que para combatir la politica absolutista dirigida por el favorito de la reina cabra «llegar hasta la Republica, si preciso fuera».
Mientras tanto, el ministro de la Guerra, Blaser, al corriente de lo que se prepara, nombra al duque de Ahumada jefe de las tropas del sector de Palacio y zonas adyacentes, con inclusion del Teatro Real y calles Mayor y Arenal. El sentido del nombramiento es claro: el gobierno cuenta para proteger el centro neuralgico de la capital, y en el a la soberana, con quien ya se distinguiera en la contencion del estallido revolucionario de 1848. La Historia y su tendencia a repetirse.
El 28 de junio de 1854 los sublevados reunen sus fuerzas. O'Donnell abandona su guarida y pasa revista a las tropas en Canillejas. La reina esta en El Escorial, y el ministro de la guerra, Blaser, furioso. Al final, el movimiento esperado les ha pillado por sorpresa. La reina regresa a toda prisa a palacio, donde entra de madrugada. El duque de Ahumada cursa ordenes a todos los tercios del Cuerpo para que se concentren en las capitales de provincia. El 1er Tercio se reagrupa en Madrid. El Consejo de Ministros declara el estado de guerra. Mientras tanto los sublevados han entrado en Alcala de Henares y Torrejon de Ardoz, donde han reducido a toda la guarnicion de la Guardia Civil, mandada por el teniente Palomino, cuya negativa a unirse a la rebelion ensalza
Tras la
Pieza clave en los inminentes disturbios es el joven politico malagueno Antonio Canovas del Castillo, que llega a Aranjuez al tiempo que los gubernamentales y alcanza a O'Donnell a la altura de Puerto Lapice. Su intencion es dar al movimiento un caracter mas civil que militar. Parlamenta con el general en el trayecto hacia Manzanares, y al llegar a esta ultima localidad, el 7 de julio, redacta el manifiesto que seria conocido con su toponimo. En el se propugna la voluntad de los sublevados de restablecer las libertades y derechos constitucionales, reimplantando la Milicia Nacional y manteniendo a salvo el trono, pero sin ceder hasta que se restablezca el escalafon militar y se produzca, en forma de asamblea constituyente, la «regeneracion liberal».
El capitan Buceta, que ya destaco en los sucesos de 1848, se ofrece para tomar Cuenca en audaz golpe de mano. Lo logra, pero por poco tiempo: los guardias civiles de la provincia marchan sobre la ciudad y tras una breve escaramuza ponen en fuga al revolucionario. Sin embargo, el manifiesto de Manzanares ha dejado tocado de muerte al gobierno de Sartorius. Ha logrado ampliar la base de la revuelta, que ya no es el rebrinco de unos generales con perfiles de querella interna en el seno del partido moderado: el manifiesto, con su promesa de restaurar la Milicia Nacional, no solo atrae a muchos progresistas, sino tambien a las clases populares, a quienes les es muy cara esta institucion de laxa disciplina que permite sentirse a todos militares. Barcelona se une a la rebelion el dia 14 de julio. Una comitiva de politicos progresistas viaja de Zaragoza a Logrono, donde vive retirado el duque de la Victoria, Baldomero Espartero, para ofrecerle la jefatura de la Junta revolucionaria. El viejo lider progresista, tras algun titubeo, acepta. Con Blaser persiguiendo hacia Andalucia al ejercito de O'Donnell, el conde de San Luis presenta su renuncia. El poder, que nadie apetece tener, acaba recayendo en el general Fernandez de Cordoba, mientras las juventudes liberales reparten proclamas por la capital y las multitudes ocupan las calles. Los guardias tienen orden del nuevo presidente de no provocar a los revoltosos. Su jefe en Madrid, el brigadier Alos, intenta mantener el dificil equilibrio pero tiene que acabar repeliendo por la fuerza el intento de un grupo de revolucionarios que quieren entrar en el cuartel del 1er Tercio y la Inspeccion General para apoderarse de las armas. Lo que si logran ocupar es el Gobierno Civil y el ministerio de la Gobernacion (la actual presidencia de la Comunidad de Madrid, que entonces era tambien sede del consejo de ministros), reconquistados a las pocas horas por los efectivos gubernamentales. Crecidos por sus hazanas, los manifestantes vociferan en las inmediaciones del Palacio Real. El duque de Ahumada, jefe del sector de Palacio, apresta a quinientos hombres para su defensa. Es el objetivo mas codiciado: alli esta la reina junto a sus impopulares protegidos.
Destacados liberales forman la Junta de Salvacion, opuesta al gobierno. Nombran presidente al general mason Evaristo San Miguel, y comisionan a Francisco Salmeron y Nicolas Maria Rivero para pedir audiencia a la reina. Esta, sorprendentemente, los recibe y escucha sus pretensiones (en sintesis, el restablecimiento de un gobierno liberal y de la constitucion de 1837) pero no les da una respuesta. Les promete estudiar la propuesta y los despide. Poco despues confirma a Fernandez de Cordoba en la presidencia. Hacia el 18 de julio, las barricadas estan ya en las calles, y la Guardia Civil, en especial su escuadron de caballeria, el unico realmente eficaz con que cuenta el gobierno en la capital, se tiene que emplear a fondo para defender los edificios publicos y controlar los sectores que tiene asignados. En las calles madrilenas, donde la revuelta la dirigen personajes tan pintorescos como los toreros Pucheta (jefe de la barricada de la Puerta de Toledo) y Cuchares, se escuchan los mueras a la Guardia Civil. Monteras contra tricornios. El esperpento espanol en uno de sus instantes culminantes. Pero la cosa se pone seria. Los paisanos alzados en armas plantan enormes barricadas, a imitacion de los revolucionarios franceses, e imponen su propia ley, que incluye la pena de muerte sin juicio previo a los ladrones. Un negro al que se sorprende con un lavamanos de plata es uno de los primeros ajusticiados (o asesinados, segun se mire).
En la Plaza Mayor, los guardias del comandante Olalla tienen que defenderse a tiros para no ser linchados por la partida de revolucionarios que encabeza el coronel Garrigos, quien los ha intimado a bajar las armas con garantias de respeto de su integridad. Las masas logran matar a varios guardias, pero en pocos minutos la firme reaccion de los benemeritos despeja por completo la plaza. Aunque con ello salvan sus vidas, el deterioro de la imagen del cuerpo entre la poblacion es galopante. Pocos dias despues, las coplas populares hablan de ninos y mujeres asesinados por los guardias. La reyerta va de mal en peor.
Las barricadas se refuerzan y se extienden por toda la ciudad. Las hay en Caballero de Gracia, Peligros, Montera, Arenal, Carretas, Postas, Preciados… Para expugnarlas se recurre a la artilleria (labor en la que destaca el joven teniente Pavia) y a la caballeria de la Guardia Civil, mandada por el capitan Palomino, que se multiplica para mantener a raya a los rebeldes. Los guardias civiles del 1er Tercio, junto a su jefe, el brigadier Alos, quedan sitiados en su acuartelamiento, supuesto bastion de la que se ha llamado pomposamente «linea Cordoba», un cinturon defensivo de los centros del poder gubernamental. El jefe de la barricada de la calle de la Sarten, Camilo Valdespino, intima a Alos a rendirse, o mejor a pasarse a la revolucion, prometiendole el empleo de mariscal y amenazando con liquidarlo a canonazos si no accede. El brigadier se mantiene firme y no hay bombardeo. Entre el resto de las tropas gubernamentales empieza a cundir el desanimo. Los cazadores de Baza, que defienden el sector de Palacio, se niegan a combatir al pueblo. La reina, que ha reemplazado en la presidencia del gobierno a Fernandez de Cordoba por el duque de Rivas, jefe de un gabinete tan breve que fue conocido como el «Ministerio Metralla», llega a pensar en abandonar la capital, pero el embajador de Francia le advierte que cuando se abandona en medio de un motin no se suele volver. Isabel II llama entonces a palacio al representante de la Junta de Salvacion, Evaristo San Miguel, a quien nombra ministro universal, y escribe a Espartero a Zaragoza, solicitandole que acuda con urgencia a Madrid. Al general O'Donnell le ordena regresar de inmediato a la corte.
El dia 21, gracias a la diligencia de San Miguel, la Junta dicta el cese de hostilidades. Poco a poco vuelve la calma, pero los lideres revolucionarios estan envalentonados y cada uno hace de su calle su reino. El general San