en el terreno que le era mas propio la Espana rural, del casi olvidado bandolerismo. Un fenomeno que no carecia de conexiones con la politica de la epoca. El bipartidismo canovista habia evolucionado sin apenas disimulos a un regimen caciquil y corrupto, basado en las elecciones amanadas, para las que era crucial el concurso de los jerifaltes locales, afanosos artifices y munidores del reiterado pucherazo electoral (expresion que surge del acto de romper el puchero de barro en el que se depositaban los votos, a guisa de urna). Procuraban los caciques controlar ferreamente a la poblacion, labor en la que se valian de la Guardia Civil, algunos de cuyos individuos, bien por someterse al mandato del poder, o por las ventajas particulares que les procuraba estar a bien con los notables, se avenian a servirles, abriendo asi un nuevo foco de impopularidad para el cuerpo. En su celebre biografia del torero sevillano Juan Belmonte, Manuel Chaves Nogales ofrece un ilustrativo ejemplo de hasta donde podian llegar a empenarse los guardias civiles en la defensa de los intereses de los oligarcas. Recuerda Belmonte como se las gastaban con los torerillos que como el se infiltraban en las fincas para torear a las reses bravas sin permiso del dueno: «La cosa mas seria que hay en Espana, segun dicen, es la Guardia Civil y pronto tuvimos ocasion de comprobar su fundamental seriedad los pobres torerillos que ibamos a Tablada para aprender a torear. Con los guardias civiles no habia dialectica ni cabian bravatas. Se echaban el mauser a la cara y disparaban […] A un muchacho le metieron en el pecho un balazo».
Pero contaban los caciques con otros auxiliares, aun mas expeditivos, y en la mas ancestral tradicion espanola. Matones que alli donde no llegaba la persuasion por la promesa de favores, o el recurso a la autoridad encarnada por la Benemerita, completaban con la extorsion y el crimen la labor de convencimiento del electorado. Quedaban luego estos sujetos ociosos entre eleccion y eleccion, y para subvenir a sus gastos en tal periodo se dedicaban a amenazar y expoliar por cuenta propia. Nada nuevo bajo el sol. Y, tampoco fue una novedad, en esta industria se toparon, como sus antecesores, con los guardias civiles, o por lo menos con aquellos que seguian creyendo en el cumplimiento de los deberes de proteccion general que se les habian encomendado, antes que en los beneficios de ser serviles con los poderosos.
Accion famosa fue el desmantelamiento del garito de juego de Penaflor (Sevilla), donde con complicidad de personas influyentes y bien conectadas, un procurador llamado Juan Andres Aldije y apodado el Frances, en combinacion con otro sujeto de mote Manzanita, atraia a incautos jugadores acaudalados a los que mataban y enterraban despues de desvalijarlos. La perseverancia del cabo Atalaya, del puesto de Penaflor, permitio hallar en diciembre de 1905 los cuerpos enterrados en el huerto del Frances y detener a los dos asesinos, que fueron ajusticiados. Otro famoso delincuente que cayo fruto del celo de los benemeritos fue el bandido de Estepa apodado Vivillo, que fue extraditado desde Argentina, donde se habia refugiado, para responder de multiples robos de caballerias y de un homicidio, aunque por falta de pruebas acabaria quedando en libertad y regresando a morir al otro lado del Atlantico. O el malagueno Luis Munoz Garcia, mas conocido como el Bizco de Borge. Este ultimo, a quien se acusaba de la muerte de dos guardias civiles, y a quien se atribuia por obra de su defecto ocular prodigiosa punteria, fue objeto de una batida en toda regla, que culmino con su muerte en enfrentamiento con la pareja del cuerpo compuesta por los guardias Jose Sanchez y Cristino Franco.
Pero sin duda el mas famoso de estos bandidos terminales fue el tambien estepeno Francisco Rios Gonzalez, alias Pernales, cuyas acciones llevaron a algunos, por ultima vez, a tratar de hacer reverdecer el mito del bandolero romantico. Con tan solo 1,49 metros de estatura, pero duro como el pedernal y de mirada fria como el hielo, el Pernales empezo su carrera con un intento de secuestro, en la persona del hijo de un hacendado de Estepa. Apresado por la Guardia Civil, las manas de su abogado le valen la absolucion judicial. Cuando recobra su libertad, se asocia con otros dos compinches y se presentan en un cortijo de Cazalla, donde roban 12.000 pesetas, amarran al cortijero y uno tras otro y en su presencia violan a su mujer. El teniente Verea, de la Guardia Civil, logra detenerlos, pero tres dias despues se fugan de la carcel de Sevilla. Los benemeritos, inasequibles al desaliento, reanudan su busqueda. El Pernales se presenta en el cortijo Hoyos el 25 de marzo de 1906 para buscar al apodado el Macareno, antiguo complice de su tio, otro bandido estepeno llamado el Soniche, a quien el Macareno habia traicionado. Segun se cuenta, el Pernales amarra al traidor a un arbol y le da lenta muerte a cuchilladas, mientras fuma con parsimonia un habano. Su fama corre como la polvora por la comarca.
En adelante, al Pernales le basta con presentarse en los cortijos para que sus duenos, aterrados y sin mediar palabra, le entreguen mil pesetas, que es lo que les pide, aparte de comida en alguna ocasion. Por su parte, da generosas propinas a los pastores, para que le avisen de los movimientos de la Guardia Civil. Las criticas que el gobierno empieza a cosechar por su inoperancia frente al bandolero llevan al refuerzo del dispositivo para su captura con guardias de otras provincias. El Pernales y su complice, el Nino de la Gloria, han de cambiar de aires para eludirlos. En la tarde del 30 de mayo de 1907 intentan perpetrar un atraco entre Alcolea y Villafranca, en la provincia de Cordoba. Esa misma noche el sargento Moreno Collantes, acompanado de dos guardias, se los tropieza y entabla tiroteo en el que cae muerto el Nino de la Gloria y resulta herido Pernales, que sin embargo logra escapar.
Poco despues el Pernales se consigue un nuevo auxiliar, que se le ofrece voluntario y que responde al sobrenombre de el Nino del Arahal. Logran dar varios golpes, pero el acoso de los guardias los lleva a poner rumbo a Valencia, con la intencion de abandonar el pais. En las primeras horas del dia 31 de agosto de 1907, el guardia civil retirado Gregorio Romero, guarda de una finca sita en la sierra de Alcaraz, en el termino municipal de Villaverde de Guadalimar (Albacete) ve pasar a los bandidos montados en sus caballos. Da aviso a las autoridades y al encuentro del Pernales sale el teniente Haro, junto al cabo Calixto Villaescusa y los guardias Lorenzo Redondo, Juan Codina y Andres Segovia. Sorprenden a los dos bandidos mientras descansan, pero el teniente, en vez de atacarlos sin mas, destaca al cabo y al guardia Segovia («acompanados por un practico», dice el parte oficial, lo que denota como Haro planifico la operacion para sacar partido del terreno) hacia la cima de la sierra, para cortar la retirada a los bandidos. Al poco, el Pernales y su companero se ponen en marcha, mientras Haro se les aproxima con el resto de su fuerza. Llegados a unos pasos de donde estan Villaescusa y Segovia, estos les gritan el»?Alto a la Guardia Civil!», respondido a tiros por los bandoleros. En el choque resulta muerto el Pernales, mientras que el Nino del Arahal logra darse a la fuga. De poco le sirve, porque desde mas de cien metros de distancia el guardia Codina le acierta y da con el en tierra. Hubo dudas de esta version, por parte de la prensa mas critica, aunque lo pormenorizado y coherente del parte del teniente Haro y lo verosimil del desarrollo de los hechos que se desprende de su relato, le confieren una razonable credibilidad. Por ilustrativo, transcribiremos el comentario que publicaria el dia 2 de septiembre de 1907 el periodico El Radical organo del partido republicano de Lerroux: «Ha muerto el Pernales y no hay que llevarlo a la leyenda. Mas digno de admirar es el pobre guardia que se expone a morir, en cumplimiento de un deber, por tres pesetas; tanto mas de admirar cuanto que estos pequenos destacamentos de cuatro o cinco hombres van al peligro voluntariamente, pues nadie lo ve, nadie los vigila, y bien pueden si quieren esquivar el peligro». Todo un ejemplo de giro copernicano, donde los hubiere.
La entrega de los guardias, ademas, tuvo otras facetas ingratas. Come consecuencia de la campana contra los bandoleros, no solo cayeron estos famosos caballistas, sino gente de otra especie: oficiales de juzgado, secretarios de ayuntamiento que expedian documentos falsos, alcaldes como los de Marinaleda y Pedrera, concejales de Aguadulce, Estepa y otras localidades, guardias municipales, y hasta jueces y forenses, que encubrian a los bandidos y denotaban la tolerancia de la sociedad local para con aquellos audaces muchachos. Todo ello llevo al nombramiento de un juez especial para Estepa, y a vivos debates en las Cortes en los que el ministro de Gracia y Justicia, Romanones, hizo una defensa cerrada de la Guardia Civil, acusada de disfrazar de cargos comunes lo que no era, para sus detractores y los del gobierno, sino una persecucion politica. El macroproceso que se sigue contra los acusados en Sevilla acaba con la absolucion de todos ellos. Ruedan en cambio las cabezas del jefe de la comandancia y del capitan y el teniente que habian osado detener a los protectores de bandoleros, llegando a atreverse incluso con un juez. Desenlace bien poco ejemplar, de no ser porque la liquidacion del Pernales y su companero, cuyos cadaveres fotografiados se convirtieron en tetrica acta de defuncion del bandolerismo, seco la cantera de intrepidos caballistas, volviendo inocuas la venalidad y la ligereza de quienes los habian amparado.
Pero cerrado un frente, se abria otro. De nuevo los problemas van a venir de Barcelona, donde los anarquistas no han cesado de actuar, recurriendo a auxiliares tan pintorescos como Juan Rull, confidente de la policia de dia y colocador a sueldo de bombas por la noche, y protagonista en 1908 de un sonado proceso que