sevicias, y sobre los que resultan bien elocuentes las cifras que ofrece Miguel Lopez Corral: de la media de 125 muertos anuales que tenia el cuerpo en 1943 se paso a 257 en el periodo entre 1943 y 1952, con 378 fallecidos solo en el ano 1946. Pero las bajas no preocupaban el exceso al director general, en una Espana empobrecida donde, el alistamiento en la Guardia Civil, por asperas que fueran las condiciones del servicio, era una salida airosa al hambre, en especial en las zonas ancestralmente mas deprimidas del pais. «? Gallegos y andaluces a duro!», decia Alonso Vega, en frase que se hizo celebre, para subrayar que no contaba con tener problemas en tapar los huecos que se abrieran en sus filas.

Cuando arreciaba la guerra contra el maquis, y por tanto el castigo contra aquellos miembros del cuerpo que no estaban a la altura de los sacrificios que su director general les exigia, Alonso Vega difundio una orden general que nos sirve para ilustrar su talante inflexible:

En la profesion militar quien se limita a cumplir su deber vale muy poco para el servicio. El servicio con riesgo es el que da honor o lo quita. La pulcritud en el vestir, la obediencia al superior, la perfeccion de los ejercicios teoricos y practicos, el levantamiento de atestados y la redaccion de actas, el servicio peculiar en condiciones normales, constituyen obligaciones ele facil desempeno, de caracter burocratico o de mera policia, que si bien contribuyen notablemente para el buen concepto profesional, ni implican riesgo grave, ni dan gloria. En la lucha con la criminalidad, a veces en campo abierto, cuando es necesario adoptar una actitud militar y acometer una funcion de armas, es la ocasion para mostrarse a la altura de la dignidad que exige, el uniforme y para cumplir con las mas rigurosas obligaciones que a la Guardia Civil imponen su condicion de fuerza armada y el Reglamento del cuerpo. Cuando la conducta no es la adecuada y el servicio de las armas no proporciona honores, acarrea justas sanciones…

Honores o sanciones: sin termino medio. Para completar el retrato de don Camilo, es preciso hacer constar la largueza con que no solo amparo, sino que alento las extralimitaciones de los hombres a sus ordenes. La lucha contra el maquis se convirtio, por su directo y personal impulso, en una guerra sin reglas ni cuartel, en la que rara vez se hacian prisioneros y donde no pocos de los cadaveres que se recogieron del monte llevaban las balas clavadas en la espalda, en peculiar e informal resurreccion de la vieja y siniestra ley de fugas. Podra alegarse en su descargo que los guerrilleros no eran menos implacables, sobre todo en su epoca terminal, cuando se habian convertido en tipos lobunos que no vacilaban en asesinar y golpear a los mas debiles. Esto incluia desde paisanos desarmados, por la simple sospecha de colaborar con los guardias, hasta las propias familias de estos, como prueban los ataques a casas cuartel con mujeres y ninos dentro, el asesinato a sangre fria de la mujer y el hijo del cabo Borrego (jefe del destacamento del pueblo valenciano de Losa del Obispo, que se nego a entregar las armas a los guerrilleros de la partida de Grande que lo atacaron) o el episodio del secuestro de la esposa del teniente coronel Roger Oliete (el jefe de la famosa compania de la Calavera de la Guerra Civil, y que tambien se fajaria en la lucha contra el maquis). Pero no estamos hablando de una comprensible, aunque no justificable, reaccion en caliente, sino de una politica fria y sistematica y, si algo distingue de los malhechores a los hombres en armas que defienden la ley, es atenerse a esta en el uso de aquellas. No cabe duda de que consignas como las que el Director de Hierro dio a sus hombres contribuyeron a que el cuerpo, o al menos la fraccion de el empenada en esta guerra, sufriera un envilecimiento paralelo al que, como diremos, vivieron sus adversarios, y que quiza nunca antes, ni en los momentos mas crudos de la lucha contra el anarquismo catalan, ni en los mayores desafueros cometidos contra los bandidos andaluces, ni en medio de las convulsiones de la II Republica (salvedad hecha de la represion asturiana) habia impregnado la actuacion de la Benemerita. Pero lo que es aun peor, bajo su mandato se cometio uno de los actos mas sordidos y perturbadores de toda la historia del cuerpo, cuando esta intemperancia criminal dio en dirigirse contra los propios companeros de fatigas.

Nos referimos al ya aludido y tristisimo suceso de Mesas de Ibor, pueblo cacereno situado al norte de la sierra de Guadalupe, donde operaron famosos maquis como el Frances, Chaquetalarga o Quincoces. No fue, sin embargo ninguno de ellos el que desencadeno los acontecimientos, sino el guerrillero apodado el Gacho, de nombre Jeronimo Curiel, que tenia en el pueblo un hermano al que los civiles le requisaron la escopeta para que dejara de dedicarse a la caza furtiva. En represalia, el Gacho se presento en Mesas de Ibor al mando de una numerosa partida (unos cuarenta hombres) el 17 de abril de 1945. Lanzaron su asalto al anochecer, sorprendiendo desprevenidos (y divididos) a los cuatro guardias que componian el destacamento alli enviado desde el cercano puesto de Almaraz. A los guardias Timoteo Perez Cabrera y Juan Martin Gonzalez los neutralizaron en el cuartel, y al cabo Julian Jimenez Cebrian y al guardia Sostenes Romero Flores, en las tabernas del pueblo, donde confraternizaban descuidados con la poblacion. Segun Miguel Lopez Corral, que ha investigado en detalle los hechos, y cuyo relato seguimos, los guerrilleros solo pretendian desarmar a los guardias y quitarles los uniformes (estos ultimos les eran muy utiles, ya que el disfraz, tanto con ellos como con los de otras unidades militares, e incluso con vestimentas sacerdotales, era una de sus tecnicas preferidas de enmascaramiento). Pero algo se salio de lo previsto cuando el guardia Martin se volvio contra sus captores y uno de ellos hizo fuego hiriendolo gravemente. El medico del pueblo, tras reconocerlo, insistio en que debia llevarsele sin perdida de tiempo al hospital para salvar su vida, pero el Gacho se nego, lo que tendria consecuencias fatales para el guardia, que murio desangrado. El guerrillero solo pensaba en su exhibicion, que aparte de desvestir a los guardias y quitarles el armamento incluia ir con ellos a las tabernas a beber en presencia de los vecinos, cerrando la ceremonia el desfile en formacion de toda la partida cantando La Internacional. Antes de regresar a sus escondrijos en el monte, les dejo bien claro el sentido de su accion: «He hecho con vosotros lo mismo que habeis hecho con mi hermano, desarmaros». Y les ofrecio unirse a ellos, para librarse de la reaccion de sus jefes, que les auguro que no seria precisamente benigna.

El Gacho conocia bien al jefe de la comandancia cacerena, el teniente coronel Manuel Gomez Cantos, que ya asomo a estas paginas en su calidad de capitan jefe de los guardias sublevados y atrincherados en Villanueva de la Serena en los primeros dias de la Guerra Civil. Tambien lo conocian los dos guardias y el cabo, pero confiaron en que comprenderia la situacion de impotencia a que habian quedado reducidos por el ataque de enemigo tan superior en fuerzas. Con ello probaron su ingenuidad. Tan pronto como le llega la noticia, Gomez Cantos informa a don Camilo: «Recibo telefonema cifrado del capitan de Navalmoral que en terminos de informes adquiridos me manifiesta negligencia sin limites de la fuerza y apatia incalificable que comprobare urgente y personalmente y obrare con gran energia como requiera y exija el caso ocurrido». Acude Gomez Cantos al pueblo, que toma literalmente con cientos de guardias. Lo acompanan sus oficiales y una seccion de jovencisimos polillas (como se conoce de modo coloquial a los guardias salidos del colegio de Valdemoro, y criados desde su ninez en la disciplina del cuerpo) que le hacen de guardia pretoriana. Toma las riendas de la sumaria investigacion y tras el informe del teniente jefe de la linea, Cipriano Saenz, y con el aliento del capitan Planchuelo, de la compania de Trujillo, les comunica a los guardias la sentencia que por si y ante si dicta para ellos: fusilamiento.

A las cinco de la tarde, en la plaza principal, con todos los espantados vecinos del pueblo contemplandolo, Gomez Cantos ordena despejar el espacio publico y que se saque a los tres guardias, esposados y sin sus uniformes, y se los conduzca junto a un muro de adobe que hay en una esquina. Estos se muestran enteros, sin lamentar su suerte ni pedir clemencia, y aun obedecen las ultimas ordenes de su vesanico jefe, que consisten en leer en voz alta unas cuartillas que previamente han tenido que escribir con el inventario de lo que los maquis les han sustraido. A continuacion, aulla Gomez Cantos, en voz bien alta para que todos lo oigan: «?Y por tanto, han demostrado ser ustedes unos cobardes, por dejarse desarmar por el enemigo! No quiero que haya un solo cobarde en mi comandancia. Marchen de frente a aquella pared. ?Avance el peloton y cinco que tiren bien!»

La orden se cumplio en sus terminos, o casi. Los tiradores cometieron un ligero fallo de punteria y al guardia Sostenes hubo de rematarlo en el suelo con su pistola un suboficial, mientras el infortunado, entre estertores, murmuraba los nombres de sus cuatro hijas. Luego de consumado el triple asesinato, Gomez Cantos ordeno que los cuerpos fueran arrojados a una fosa comun (de donde sus familiares no fueron autorizados a sacarlos sino hasta meses mas tarde). Seis dias despues, el 23 de abril de 1945 (como coincidencia que no podemos dejar de anotar, el mismo dia en que Heinrich Himmler da el paso de traicionar a su ya desesperado jefe Adolf Hitler), el teniente coronel Gomez Cantos decide conmemorar a su modo la fiesta de las letras con un texto de su autoria que convertido en orden reservada dirige a sus hombres trasladandoles ideas como estas que nos permitimos entresacar:

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