contemporanea. Muchos de los pasajes que quedan referidos asi lo atestiguan, y es este un caracter que los guardias acreditaron desde sus principios.

Se cuenta que uno de los primeros guardias, o lo que es lo mismo, uno de aquellos tipos mostachudos, curtidos en las guerras carlistas, y altos en comparacion con el resto de la poblacion espanola de la epoca, estaba una noche haciendo guardia, a caballo, en el portalon del Teatro Real, donde iba a celebrarse una funcion de gala. Un carruaje intento pasar en direccion contraria y el guardia, que ostentaba el grado de cabo, lo atajo. Ir en carruaje ya senalaba en aquel tiempo a quien asi viajaba como una persona principal, pero lo que no sabia el cabo era que dentro iba el todopoderoso general Narvaez; el mismo que habia alentado y bendecido la creacion del cuerpo. Sin arredrarse por ello, el guardia le dijo al cochero que por ahi no se podia pasar. «Este coche si», repuso el cochero, altivo. «Ni ese coche ni ninguno», reitero el guardia. En ese momento, el general grito desde el interior: «?Adelante, cochero!» Al escucharlo, el cabo le explico, respetuoso, que tenia orden de que por ahi no pasara nadie. «Esa orden no reza conmigo», le dijo Narvaez. Pero el guardia, lejos de arrugarse, explico: «Al comunicarmela no me han dicho que haga ninguna excepcion con nadie. El coche de Vuestra Excelencia no puede pasar por aqui». Ahi el general monto directamente en colera y ordeno a su cochero que arreara a los caballos. El cabo, sin perder la sangre fria, aviso: «Mi general, si Vuestra Excelencia pasa por aqui, sera atropellando estas armas, encargadas de cumplir una consigna». Su firmeza hizo que el presidente diera su brazo a torcer y entrara por donde todos, echando pestes.

Al llegar al palco, Narvaez llamo a Ahumada. Furioso, le informo: «Un cabo de la Guardia Civil me ha puesto en ridiculo, sin tener en cuenta mi cargo ni mi categoria». El duque le pidio a Narvaez que lo dejara indagar lo sucedido. Cuando regreso, le dijo al presidente que aquel cabo no habia hecho mas que cumplir con la orden que tenia, por lo que no habia cometido falta alguna. Narvaez repuso: «Comprendo que si tenia la consigna esa, ha hecho bien en cumplirla. Pero tambien es triste gracia que llegue uno a esta posicion social para tener que soportar arrogancias de un cabo. Yo no puedo consentir de ninguna manera que quede por encima de mi ese hombre; asi es que, manana mismo, me lo traslada usted a un puesto fuera de Madrid». Era la orden del gran espadon del XIX espanol, del hombre mas poderoso del pais. Ahumada saludo y abandono el palco. Volvio a investigar el incidente, y a comprobar el celo del cabo. Al dia siguiente fue a ver a Narvaez. Cuando este lo recibio, se cuadro ante el y le dijo: «Aqui tiene usted, mi General, el baston de mando de la Guardia Civil, y aqui», y le mostro un oficio, «el traslado del cabo a otro puesto, firmado por quien me ha sucedido en el mando, segun las ordenanzas».

«?Que exagerado es usted!», exclamo Narvaez. «La cosa no es para tanto». Pero Ahumada, muy serio, le replico: «Ya lo creo que lo es. No hemos creado un cuerpo como la Guardia Civil para pisotear su prestigio a las primeras de cambio. El traslado de ese hombre es una injusticia que yo no cometo de ninguna manera». Al final, Narvaez recapacito y dijo a su subordinado: «Rompa usted el oficio y recoja el baston que tan bien maneja. Y dele este cigarro puro en mi nombre al cabo, pues tengo mucho gusto en que se lo fume la unica persona que se ha atrevido conmigo. Estos son los soldados que Espana necesita».

Alguna elaboracion literaria tiene seguramente la anecdota, tal y como ha llegado hasta nosotros. Pero la esencia, con bastante probabilidad cierta, lo es a su vez del talante y el comportamiento de unos hombres cuyas acciones no siempre se han contado con la ecuanimidad necesaria. Por exceso de inquina, en unos casos. Por exceso de jabon, en otros. Y por el sorprendente desentendimiento que de su peripecia y sus nada anodinos avatares han demostrado los escritores espanoles, y en general todos los autores de ficciones narrativas en cualquier medio. Una negligencia que se extiende al conjunto de nuestra Historia: que habria hecho Hollywood con nuestro siglo XIX, esa epoca descabellada en la que, como hemos visto, los guardias cargaban a caballo por la calle Preciados contra los artilleros atrincherados tras colosales barricadas, mientras el pueblo en armas se unia con entusiasmo a la refriega. Pero el vano es especialmente clamoroso cuando se mira a los benemeritos, salvo raras excepciones ausentes, o como mucho reducidos a eternos secundarios grotescos o malvados, en el relato literario de la Espana contemporanea. Asi lo constataba el que fuera director general del cuerpo, Jose Luis Aramburu Topete, con palabras que por su justeza no nos resistimos a transcribir:

Desgraciadamente no ha habido escritor de merito que haya sabido aprovechar el rico filon que ha brindado la intensa historia de la Guardia Civil, si exceptuamos, ya avanzado en el tiempo, a Ignacio Aldecoa, que bebio en la fuente del propio cuerpo para encontrar el argumento […]. Despues, Tomas Salvador escribiria su magnifica novela «Cuerda de presos». Es cierto que la figura uniformada de azul o de verde, siempre tocada de acharolado sombrero, y siempre formando parte del paisaje, se ha hecho visible con relativa frecuencia en la novelistica o en la filmografia, pero, no lo es menos, el hecho de que pocas veces haya sido captado el verdadero espiritu y la autentica realidad de la Institucion. Las mas se la ha presentado convertida en imagen topica, hecha de personajes de piedra o acartonados, que bien podrian formar parte de un museo de cera. No cabe duda de que esto ocurre cuando se desconoce la esencia de las cosas y, consecuentemente, en este caso, de la Guardia Civil. Tambien, no hay por que negarlo, ha existido un cierto temor, cuando no prohibicion, a danar siquiera sea rozando, el prestigio de la Institucion, y esto ha inhibido a todo aquel que en principio tenia algo que decir. Se dice que en tiempos de rigida censura cinematografica, un quisquilloso censor, defensor de la fama y prestigio del cuerpo, rechazo una escena en la que unos presos conseguian fugarse pese al esfuerzo de la Guardia Civil, esgrimiendo el incontestable argumento: «Un guardia civil nunca falla un disparo». Opiniones asi […] ni agradan ni benefician al Cuerpo y si, en cambio, han dado lugar a tanto recelo y precaucion a la hora de escribir sobre unos hombres sencillos, cuyas emocionantes vidas ofrecen una gama tematica sin limites.

Contra ese vacio, principalmente, se rebelan estas paginas. Los que han desfilado por ellas podrian dar lugar, cada uno, a una novela. En cierto modo, lo que aqui queda hecho es el inventario, incompleto, de los cientos de novelas posibles, de las decenas de personajes memorables (no siempre, o no solo, por sus virtudes) que justificadamente podrian protagonizarlas. Alguno lo logro, pese a todo, como el coronel y luego general Escobar, que tuvo su novela en aquella con la que Luis Olaizola gano el premio Planeta de 1983. Muchos otros lo merecerian. Sus semblanzas en este libro, siempre demasiado fugaces, valen por el bosquejo de esas novelas que acaso algun dia alguien escribira. Y la suma de ellas, por una suerte de novela improvisada sobre el apasionante, accidentado y contradictorio viaje de todos ellos.

Hemos procurado no omitir las sombras de la historia, a veces atroces. Hemos intentado, tambien, esquivar las tentaciones justicieras y maniqueas de cualquier indole, tanto respecto de los guardias como de quienes en cada momento fueron sus adversarios. Y no nos hemos privado de hacer ver sus luces, aunque no fueran constantes, y aunque el estereotipo se las escatime. Por ejemplo, su sentido de la justicia y de la honestidad, que los opuso a menudo al cacique, en defensa de la ley, si bien en otras ocasiones, sin duda demasiadas, y sobre todo en ciertas epocas, se pusieron al servicio de aquel y en contra de sus vecinos. Nada nuevo bajo el sol. Tambien lo hicieron aquellos hombres de la Hermandad castellana, que nacio contra los senores para acabar proporcionandoles sicarios. Pero los guardias, mas de lo que se cree, se atuvieron a aquella maxima del duque de Ahumada que les exhortaba a ser «politicos sin bajeza». Y lo han seguido haciendo: en la primavera de 2010, un ex presidente de una comunidad autonoma, procesado por gravisimos cargos de corrupcion, por los que se enfrentaba a una peticion fiscal de 25 anos de carcel, se quejaba amargamente de que la culpa de todo la tenia «un sargento de la Guardia Civil» que la habia tomado con el. Con esta alusion al grado de quien habia llevado a cabo las pesquisas, acaso trataba de minimizar la entidad de la acusacion. A muchos, al contrario, sus palabras nos sirven para comprender cuanto vale un modesto, valeroso y honrado sargento del cuerpo. Gente como el explica la buena imagen que arroja la Guardia Civil en las encuestas, y que hayan sido los gobiernos progresistas (los de las dos republicas, y los de PSOE con Juan Carlos I) los que mas ampliaron sus plantillas. Muchos otros antes, como el cabo que paro a Narvaez, lo arriesgaron todo para enfrentarse a los abusos del poderoso, y alguno, como queda dicho y contado, lo acabo perdiendo. Que no se olvide.

Hubo alguien que, recordando uno de los pasajes mas comprometidos de la historia benemerita, la Segunda Republica, dejo escrita una semblanza de los guardias que bien merece la pena rescatar aqui. Se trata de Julio Camba, que en su Haciendo Republica afirmaba:

La Guardia Civil era una de las pocas cosas que funcionaban bien en Espana. De aqui su impopularidad. Al espanol no le gusta que las cosas funcionen bien, porque si las cosas funcionan bien, el tendra que funcionar bien

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