escapado viva, y si me la encuentro no respondo.
Le pusieron las esposas y se marcho de casa sin despedirse de nadie, sin volver la cabeza para mirarnos, sin dar un triste recado.
Al cruzar el umbral, tropezo y a poco se cae. Los policias, que se dieron cuenta de su estado de enajenacion, la cogieron cada uno por un brazo antes de enfilar las escaleras. Iba vestida de azul y un tacon se le habia despegado. Fue la ultima vez que la vi.
Segunda parte
I. DATOS SOBRE OLALLA
Yo a Olalla la he visto poco y en etapas separadas entre si, pero desde que en aquel primer cuarto mio de Madrid, donde nadie la habia invitado a entrar, se fijo en una raya inexistente y me prohibio que la pisara, supe que me habia enamorado de ella sin remedio y que toda la vida la iba a estar echando de menos como a una brujula en el borron inquietante del futuro. No me importaba que fuera amor imposible. Me imaginaba que lo seria y en eso no me equivoque. Cuando respiro mal o me duele algo, me asusta pensar que el hueco donde ella se aloja dentro de mi pueda sufrir dano. Y entonces aviso a un guardian con alas, que es el unico que sabe por donde cae ese espacio raro, y baja a ocuparse de ensancharlo. Lo noto porque enseguida me encuentro mejor.
Olalla era opuesta total a las ondinas que aparecen en las leyendas de Becquer, o sea que no respondia al tipo de alucinacion romantica un poco escondido entre hilos de niebla. Ni hablar. Tenia los ojos bastante juntos, llevaba coletas y era descarada. Un aspecto mas bien de comic. Pero acerto a engancharme y me saco del marasmo que estaban siendo aquellos meses sin orden ni concierto desde la mudanza de Segovia.
A mis hermanos no se, pero a mi de Segovia me habia arrancado un vendaval de otono. No voy a contar ahora los detalles de aquel otono. Solo digo que fue como cuando a un arbol recien tumbado se lo llevan en un camion para trasplantarlo en otro sitio y, ?hala!, que crezca como Dios le de a entender. O que siga de pie, por lo menos.
No se si se dieron cuenta. Tampoco sobraba mucho tiempo para andarse fijando en el alma de nadie. Cada cual se ocuparia, mas bien, de ponerle remiendos a la suya. Los detalles practicos estuvieron bien solucionados desde el principio, hay que reconocerlo, a pesar de que eran mogollon. Papa se hizo cargo de todo. A ella se la oia decir a veces con voz mansa: «Gracias, Damian», y nadie agobio con quejas ni se vieron caras largas. Cada uno tenia su cuarto propio; y el mio, mas grande y luminoso que ninguno, paso a llamarse «Balti's room», porque Maximo dijo que aquello de la casita de papel era una cursileria que no me pegaba ni con cola. «Bueno», dije timidamente, «se le ocurrio a mama.» «Pues me da igual, tendria el dia nono, no le suele dar por ahi, pero nadie es perfecto.» Asi que aquel nombre, como la cuna azul, el tapiz de la bailarina y tantos cacharros y trastos viejos, se quedo en Segovia y a veces hace guinos de ahogado. Una casita de papel mojado arrastrada con las hojas de otono hasta caer en el rio Eresma, en remolinos inutiles corriente abajo. Al Duero no creo que llegara.
O sea que estabamos en Madrid. Y yo, perplejo, defendiendome a solas. Incomodidades, ya digo, pocas hubo; eran trastornos casi imperceptibles de puro rapidos. Yo tenia reservada plaza en un colegio muy bueno de los que dan opcion a comida y te llevan y traen en autobus. Pedro, que presumia de conocer Madrid bastante bien, dijo que habia que tener mano para que te admitieran en el colegio Atenea, y papa sonrio complacido. Yo no entendi lo de tener mano, pero en esa etapa preguntas hacias solo las imprescindibles para no pegarte de bruces contra una pared.
Total, que no habria pasado ni una semana y ya estaba yo yendo al colegio. Al principio, lo mas importante eran aquellos viajes en autobus, pendiente de la ruta a modo de Pulgarcito perdido en el bosque. Con la nariz pegada a la ventanilla acechaba las plazas, los semaforos, los cafes, las bocas de metro recogiendo y expulsando gente con cara de prisa, y sobre todo los rotulos clavados en las esquinas de los edificios. Llevaba un cuadernito donde apuntaba los nombres, y luego en casa miraba la enciclopedia para enterarme de quienes habian sido en vida aquellas personas que se convirtieron en calles. Militares casi siempre.
El Atenea era una pecera de aguas azules sin oleaje, temperatura ambiente, y me adapte lo justo para no llamar la atencion ni por listo ni por tonto; lo de que era experto en parar goles lo mantuve secreto. Pasar desapercibido y no provocar amistades intimas era lo que mas me interesaba. Lo logre a medias, y tambien aprendia a mentir. Le habia pedido a Maximo que me proporcionara dos tacos de billetes de metro, y muchas tardes, a la hora de salir, le decia a la profesora de dibujo, que era con la que mejor me llevaba, que me habian venido a buscar y salia corriendo hasta una plaza que habia cerca. Bajaba las escaleras hacia el subsuelo, aspiraba con ansia el olor a humedad, miraba a los mendigos que tocan la flauta en los pasillos larguisimos sin ventanas y me temblaban las piernas como si alguien me persiguiera. Para llegar a casa habia que hacer transbordo, pero casi nunca lo hacia. Tengo buen sentido de la orientacion, y aprenderme lo de afuera atento a sus peligros, notar que iba reconociendo calles y que hasta podia dar rodeos sin perderme fortalecia un poco mi desgana. En algun momento llegue a probar aquella excitacion del peregrino tipica de mis primeras escapadas infantiles en Segovia. Pero no se: era una aventura rutinaria y sin sal. Como un argumento plagiado.
He tardado en darme cuenta de lo que me estaba pasando desde que pise Madrid hasta la boda de mis padres. Por primera vez, el borron del futuro habia empezado a dibujarse como una sombra delante de los pies, en vez de llevarla colgando por detras. «?Y ahora que?», me preguntaba con susto al encontrarme en el suelo ese bulto negro que antes no veia. Y me tenia que parar en la calle como un tonto; o me distraia en clase, sin poder atender a lo que me estaban preguntando. «Capacidad de concentracion irregular», ponia a mano rematando las notas del primer trimestre. Y es que estaba viendo la sombra aquella, como una mancha que no se quita con nada.
En casa donde mas. Porque debajo de tantas idas y venidas, comentarios, reparto de espacio y aparente concordia, cada dia estaba mas claro que mis hermanos vivian alli en regimen provisional y no tardarian en largarse cada uno por su lado. ?Y ahora que? ?Y luego que? Son preguntas que atraviesan aquellos meses veloces como un tren que no se para en ninguna estacion. Compruebo que fueron ocho al encontrarme con un calendario que guardo. Lleva algun circulito o palabra secreta encima de los numeros. ?Ocho meses? Me encojo de hombros. Que mas da. Lo absurdo se acepta de puro no entender. Son tuneles, y se cierran los ojos.
En ese tiempo, que unas veces me parece tanto y otras tan poco, todos se mueven y dicen frases largas, pero mama aparece quieta dentro de un cuaderno, con cinco cabezas. Nos pidieron en el colegio que dibujaramos al amigo o persona de la familia que mas nos importara. Y yo saque a mama con piernas largas, una capelina de guinol adornada de cascabeles y un cuello casi de jirafa que se dividia en cinco ramas. Bueno, eran mas bien como dedos, y cada uno iba rematado por una cabeza distinta. En una mama se reia, en otra estaba seria con gesto distraido, en otra llorando, en otra sacando la lengua. Y la quinta tenia los pelos de punta como culebrillas y pegaba gritos que casi se oian.
Y poco mas. Cuando quieres recordar, se ha acabado el curso. Senti inquietud aquella noche al subir las escaleras de casa, con mis notas tirando a regulares, que no tuve, por cierto, ni ocasion de ensenarlas. Y mis padres, nada mas sentarnos a cenar, dan la noticia de que se casan. Asi, sin mas; fue el quien nos solto la bomba, seguro, sonriente. Y mama mirando para el plato de sopa.
(Bueno, aunque sea tipo parentesis, tengo que decir que el nivel de mando de papa habia subido mucho desde que, a fines del verano anterior, se quedo huerfano y heredo de sopeton una pasta bestial. Lola dice que la muerte repentina de dona Baltasara fue lo que desencadeno el vendaval de otono. Lo contare luego en otro sitio.)
Habian esperado a que estuviera Pedro, que ya pocas veces se quedaba a dormir. Fue el unico que dijo: «?Que bien, enhorabuena! ?Y el champan donde lo guardais?» Frase que se quedo en el aire de puro patosa, sin posarse ni volar, como muchas de las que dice Pedro. Y yo ni alegre ni triste, como si me hubiera equivocado de habitacion. Miraba a mama sorber la sopa, a ver si por lo menos estaba alegre ella, que no lo logre poner en claro.