– ?Vive aqui Fuencisla Herrero? -pregunto uno de ellos.
– Si, senor. Aqui vive.
– ?Esta en casa?
– Supongo. Esperen aqui, que voy a ver.
Di la luz y les indique un banco de madera que habia junto al telefono. Solamente uno de ellos se sento. El otro, que era mas alto y el que mandaba, tanteaba el hueco que antes disimulo el tapiz, y que ahora parecia una tumba encalada.
– ?Tiene otra salida esta casa? -pregunto.
– No. Antes comunicaba con un estudio que hay arriba. Ahora lo han tapiado, llevamos un mes de obras.
– Ya.
– Voy a ver si esta Fuencisla. ?De parte de quien le digo?
El que estaba de pie se volvio la solapa de la gabardina y enseno una chapa.
– Policia -dijo.
Entre casi corriendo en el gabinete de enfrente, que tenia la luz encendida. Necesitaba hablar con mama. La puerta estaba entornada y la empuje. En el sofa que habia de cara al balcon, vi las cabezas juntas de papa y mama. Ella se reclinaba en su hombro.
– No, Damian, mas no -dijo con voz mimosa, al ver que el adelantaba el cuerpo hacia la mesita y vertia en dos copas el champan que quedaba en una botella-. Me da vueltas la cabeza.
– La ultima, reina. Por que siempre nos queramos como hoy.
Oi un chocar de copas y los deje apurar el trago, pero ya no podia esperar mas.
– ?Mama, por favor, mama! -exclame alterado-. Sal al pasillo.
Se volvieron los dos sobresaltados.
– ?Que sustos das, hijo! ?De donde vienes? ?Que ha pasado?
– Esta ahi fuera la policia en el pasillo -dije bajito-. Preguntan por Fuencis, por Fuencisla Herrero.
Mama empezo a retorcerse las manos.
– ?Ay, Dios mio, Fuencis! ?Que habra hecho Fuencis? Anoche tuve una pesadilla. ?Que quieren?
– No se. Verla. No me han dicho nada.
Papa se puso de pie y se inclino hacia ella.
– Dejame que hable yo con la policia. Fuencisla, si esta en casa, no tiene por que abrir la boca. Le buscaremos un buen abogado, el mejor que haya. No llores, por favor.
Salio al pasillo conmigo de la mano.
– Tu estarias mejor en tu cuarto, hijo.
– No, padre. Yo tengo que estar aqui.
Vi que mama tambien se habia levantado y nos seguia, tratando de dominar los nervios.
– Buenas noches -dijo papa, muy educado-. ?Que deseaban?
– Ya se lo he dicho al chico. Buscamos a Fuencisla Herrero. Creo que vive aqui.
– Si -intervino mama-, lleva mucho tiempo en la casa, es como de la familia. Y una persona excelente. ?Que le ha ocurrido?
– Lo siento, senora. A ella nada. Pero esta acusada de asesinato.
Mama se echo a llorar a gritos diciendo que no, que se habian equivocado, que eso era imposible. A los gritos acudieron Pedro y Maximo. Pedro dijo que habia oido llegar a Fuencisla como hacia media hora y meterse en su cuarto.
– Ademas -insistio mama-, para formular una acusacion como esa hacen falta pruebas, testigos.
– Testigo directo tenemos uno. Domitila Pena -dijo el policia alto, porque el otro casi no hablaba-. Y puede que aparezca alguno mas.
En ese momento se oyo la llave y entro Lola. Miro la escena.
– ?Que pasa con Domitila Pena? -pregunto de sopeton y blanca como la cera.
– Estos senores son de la policia -dijo papa-. Ahora nos pondran al tanto de todo.
Formabamos un peloton atonito, pero completamente solidario ante la calamidad. Ahora que lo pienso, nunca he visto a mi familia mas unida, mas pendientes unos de otros. A medida que mis hermanos se fueron enterando de la noticia, las preguntas sobre como, donde, cuando y a quien habia atacado nuestra fiel Fuencis, se enredaban como las cerezas. Pero cuando el policia alto, tras desplegar un papel escrito a maquina, pronuncio el nombre de la victima: «Ramon Alonso, de profesion carnicero», se noto que esa parte del acertijo era la mas facil.
Tras un silencio cargado de electricidad y a peticion del policia, Pedro se ofrecio para ir a buscar a la acusada a las habitaciones de atras.
– Por favor -le dijo papa, bajito-, igual ha bebido o se ha derrumbado. Metele en la cabeza que ella no confiese nada. Cualquier frase que diga puede volverse en su contra. Traela, pero calladita.
– Hare lo posible -murmuro Pedro, bastante inseguro de sus dotes persuasivas.
Y desaparecio hacia las oscuras revueltas de la casa zurriburri.
El policia, a instancias de mama y de Lola, leyo el resumen de los hechos que venia en aquel papel. «Que a las ocho de la tarde del presente dia trece de mayo, estando ya echado el cierre de la Carniceria Ramon Alonso, solo a falta de la llave de abajo, la acusada llego alli, se agacho, vio luz dentro y levanto la cortina metalica con toda decision, introduciendose seguidamente en el establecimiento. Detras del mostrador del mismo, descubrio dos cuerpos desnudos y entrelazados que gozaban sobre el suelo del acto carnal. El de arriba, de espaldas, pertenecia a Ramon Alonso, y bajo el se agitaba el de Domitila Pena, de nacionalidad colombiana, de dieciocho anos de edad, y que solia ayudar esporadicamente al mencionado Ramon Alonso en tareas de distinta indole. Fue ella quien vio a la agresora y emitio un grito ante lo irremediable de la situacion y la velocidad de los hechos. Porque Fuencisla Herrero, sin vacilar ni perder un instante, habia agarrado un cuchillo del mostrador y asestaba con sana punaladas a diestro y siniestro en la espalda y los costados de Ramon Alonso, quien no tuvo tiempo mas que para darse a medias la vuelta y recibir el golpe de gracia en el corazon. Segun testimonio de Domitila, que tambien sufre herida profunda en un antebrazo, la agresora desaparecio tan silenciosa y rapidamente como habia entrado. Se ignora si existen testigos de su huida. Cuando llego una ambulancia, requerida por la joven colombiana, victima de un ataque de nervios, nada se podia hacer ya por la vida de Ramon Alonso, que yacia cadaver sobre un charco de sangre.»
El policia doblo el papel y se lo metio en el bolsillo de la gabardina.
– Yo la conocia a esa chica -le dijo en voz baja Lola a Maximo-. Y la he visto con el alguna vez. ?Que desastre, Dios mio! Tenia que pasar.
Estaba temblando, se abrazo fuerte a mi y me besaba el pelo freneticamente. Y cuando se vio aparecer
a Pedro y Fuencisla por el fondo del pasillo, grito, tapando mi cuerpo con el suyo.
– ?No, no! ?Esto que no lo vea Baltasar!
Pero yo aquella tarde habia asistido a la transformacion del respetable doctor Jekyll en un monstruo peludo que asesina prostitutas, habia visto a don Jacinto Arino clavandole un abrecartas en la cara a su demente esposa. Y supe que podia resistirlo. Mas habia resistido Isidoro. Asi que me escurri de Lola y me puse en primera fila. Eramos espectadores conteniendo la respiracion ante el ultimo acto de una tragedia. Nadie rebullia. El telon iba a caer.
Avanzaba Fuencisla con paso vacilante, apoyada en el brazo de Pedro, la mirada perdida en el vacio. Se detuvo a la altura del antiguo tapiz, levanto los brazos al cielo y dijo, como declamando:
– ?Que caiga sobre mi todo el peso de la ley!
Pedro, muy palido, la volvio a sostener y dieron unos pasos mas. Ella nos miro a todos como si el brillo de los focos la cegara y fuera incapaz de reconocernos. Tenia manchas de sangre en el vestido. El policia alto se dirigio a ella.
– ?Es usted Fuencisla Herrero?
– Para servirle.
– ?Se considera autora de la muerte de Ramon Alonso?
– ?No tienes por que decir nada ahora, Fuencisla! -intervino mi padre-. Esto no es un juicio; habra un juicio, y alli se aclarara todo.
Me extrano. Era la primera vez que papa tuteaba a Fuencis. Pero ella le miro como a un extrano. Alargo las manos juntas hacia el hombre de la gabardina.
– Si, senor sargento, no me ayudo nadie. Lo hice yo sola. Y pongame las esposas, porque la conejita ha