ganas, me levante descalzo y rodee de un circulo rojo la fecha, 13 de mayo. «Vaya por Dios», pense, «mal de aleteo.» Ya conozco los sintomas. Unas veces se pasa y otras no. Aquel dia no hubo suerte.

Me sente en un banco, agarre un palito y me puse a hacer en la arena rayas que se cruzaban unas con otras rodeando mis zapatos. Hacia esfuerzos por imaginar el porvenir, pero solo veia un borron, y fui ampliando el circulo del dibujo, un puro laberinto de senales que no entendia, pero que algo querrian decir. Entornando los ojos, se veia misterioso, como un pergamino egipcio. Me preguntaba en que estaria pensando Enrique IV cuando lo retrataron, cuantos anos le quedarian de vida, que echaria de menos. Tampoco aparenta estar seguro de nada.

Es cuando me di cuenta de que alguien me estaba mirando. Al principio de reojo. Era una chica como de quince anos vestida de luto, sentada en un banco cerca del mio. Pero aguantaba poco quieta. «Otra que padece aleteo», pense. Consultaba el reloj, se levantaba y se ponia a dar pasitos cortos, como de paloma. Hasta que se paro delante de mi. Vi sus zapatos pisando mi jeroglifico y levante la cara.

– Oye, perdona, ?estas esperando a Maximo? -me pregunto.

– ?A Maximo? Yo no.

– Pues yo si. Y me vas a hacer un favor. Si viene, le dices que yo a un chico nunca lo he esperado mas de cinco minutos. Y llevo aqui veinte. Me llamo Nieves, ?se lo diras?

– No se. Yo tampoco creo que me vaya a quedar mucho.

– Bueno, pues luego en casa. ?Me haras ese favor?

– Si lo veo, si. ?Pero tu como sabes que Maximo y yo vivimos en la misma casa?

– Por mi hermano. Cuando empece a salir con Maximo, me dijo que el pequeno de la familia iba a su colegio. Que erais amigos. ?No te llamas Baltasar?

La mire. En el tono final de la pregunta y el frunce de los labios asomaron los genes de Isidoro.

– Si.

– Pues eso. Y hace poco, ademas, te vi con Lola. A Lola tambien la conozco. Fuimos de la pandilla, de mas pequenas. Ahora sus amigas no me van. ?Le vas a dar el recado a Maximo? ?Te acuerdas bien?

– Si, muy bien. Que de parte de Nieves, que no aguanta los plantones. ?Es eso?

– Mas o menos. Pues nada, guapo, me voy.

Pero no se fue enseguida. Yo me habia levantado del banco y estaba borrando con la suela del zapato aquel dibujo tan enredoso. No queria que quedara ni rastro de el. Ella me miraba sorprendida. Se rio.

– Te pareces a Maximo cuando se enfada, le dan como repentes.

– No estoy enfadado. Al contrario.

– ?Que habias pintado?

– Nada, laberintos, tonterias, nudos de por dentro. Luego se te pasan, los borras y ya.

– Pues es una pena. Parecia un cuadro moderno. Salen muchos nudos en los cuadros modernos.

– Pero yo no quiero ser pintor.

– ?Pues que quieres ser?

Me encogi de hombros. Si pensaba en eso, me volvian los nudos y el tiempo me tiraba por la axila como si tuviera las mangas mal pegadas.

– No se. Cosas que no existen. Por ejemplo un mago sin truco.

– Eres un rato raro -dijo ella.

Habiamos echado a andar y la plazoleta quedaba a nuestras espaldas, con el sol poniendose sobre un campo amarillo. Tenia que haberle preguntado: «?Te molesta que te acompane?», o algo por el estilo, pero note que no hacia falta. Da gusto cuando las cosas son tan simples. Paso una ciguena planeando bajo por encima de nuestras cabezas. Suspire y mis aleteos de pulmon se abrieron camino por la traquea y salieron disparados cielo arriba. De pronto pense en las casualidades como lo mas importante del mundo. Si no existieran Isidoro y Maximo, la escena de aquella chica y yo andando juntos por la calle seria el trozo de un sueno o un cuadro de los que tienen nudos.

– O sea que eres hermana de Isidoro.

– Si, claro.

– Pues que suerte. Yo me acuerdo mucho de el. ?Por que no ha vuelto a clase?

– Este curso lo pierde seguro. Pero no le importa. No le queda mas remedio que arrimar el hombro en la libreria. Murio mi padre, ?sabes?, tenia mal el higado, y mama esta algo zombi, se atiborra de pastillas para los nervios. Con ella no se puede contar para nada. Menos mal que nos ayuda el tio Luis. Hubo que despedir a un empleado, pero Isidoro vale por dos como el. Es una fiera para el trabajo y se le ocurren muchas ideas. Dice que el negocio se saca adelante como sea. A veces me da miedo que este tan seguro, con once anos.

– No tengas miedo. Maximo dice que tener miedo es lo peor. Y es verdad. De eso vienen los nudos.

Pasamos por delante del bar donde habia entrado con Fuencisla unas semanas antes, o meses, sabe Dios.

Respire hondo otra vez. Todo era presente, en esa hora estaba el nucleo de la celula. Nieves llevaba un bolso pequeno colgado del hombro. Se le columpiaba al andar, y a veces lo cambiaba de lado.

– Oye, y ?crees que le gustaria a Isidoro que yo le fuera a ver?

– Seguro que si. Esta muy solo. No hace mas que leer y estudiar contabilidad. Vivimos en la misma casa de la libreria. Se entra por la puerta de al lado. Es el principal. Sabes donde esta, ?no?

– Claro. ?Sin avisar ni nada puedo ir?

– Cuando quieras, si. Y si prefieres llamar antes, el telefono viene en la guia por Libreria Arino.

– Perdona. ?Tu vas para casa ahora?

No llego a contestarme. A mitad de la calle en cuesta vimos venir a Maximo. Mejor dicho, lo vio ella primero. Yo solo me di cuenta de que salia corriendo a su encuentro y me dejaba atras. Lo alcanzo en pocas zancadas y se abrazaron mucho rato. O sea que no estaba tan enfadada como habia dicho. «Bueno», pense, «se ve que esta calle es para renir o para hacer las paces.» Maximo llevaba un pantalon de pana y un jersey gris de cuello alto. Me cambie de acera, afloje el paso y cuando llegue a donde estaban, los salude con la mano, porque ella le habia dicho algo y me estaban mirando con simpatia.

– O sea -dijo Maximo-, que me querias quitar la novia, ?eh, forastero?

– Si, sheriff. Pero lo dejo para otro dia. Hoy llevo prisa. Y si le vuelves a dar un planton te enteraras de quien es Joe Burton.

Se me acababa de ocurrir aquel nombre, pero me di cuenta del efecto que hizo y me enorgulleci. Pegaba que mejor imposible. Era un exito.

Se quedaron riendose, mientras yo les daba la espalda y torcia hacia la derecha a paso vivo. Sin volver la cabeza. Eran solo las siete y media. Tenia tiempo de ir a ver a Isidoro.

XVI. QUE EN PAZ DESCANSE

Acababa de bajar el cierre metalico y estaba agachado de espaldas, ajustando el candado de abajo. Al ponerse de pie, se dio la vuelta y se topo conmigo de manos a boca.

– ?Anda! ?Que haces tu aqui? ?Venias a comprar algo?

– No, solo a verte. Hace mucho que no nos vemos. Igual te apetece dar una vuelta. Hace una tarde super.

– No puedo. Mi madre esta sola y a estas horas se pone de los nervios. Pero sube, si quieres. En cuanto la atienda, podemos charlar un rato.

– ?De verdad no te importa?

– No, no, en serio. Asi me distraigo. Tengo muchos follones.

– ?De trabajo?

– Y de familia. De todo.

Me paso un brazo por los hombros y entramos en el portal. Me di cuenta de que no era mucho mas alto que yo. Y a el le paso lo mismo.

– Has dado un estiron, Balti -me dijo mirandome.

– Si. Tres dedos. De unas fiebres. Nunca habia estado tanto tiempo en la cama. He leido kilos de Historia de

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