Espana.

Luego, mientras le seguia escaleras arriba, me di cuenta de que era la primera vez que un amigo me invitaba a su casa. Lo de Bruno fue distinto, mas fantastico, menos de la vida corriente. Isidoro era un chico de mi colegio, especializado en novelas de aventuras, hablaba como yo, habia leido los mismos comics y visto las mismas peliculas, tenia una hermana mayor, como yo, creceriamos entre preguntas parecidas. Cuando el tuviera veinticuatro anos y yo veinte, no se notaria la diferencia. De repente, me vi de paquete en una moto grande que el guiaba, sorteando coches por las calles de una ciudad enorme, Londres, Chicago, Tokio, tal vez huyendo juntos de algun peligro. Y tuve ganas de agarrarme a su espalda. ?Pero nos seguiriamos viendo a los veinte anos? ?No se trataria de un espejismo? Mama habia dicho que de los amigos de infancia se olvida uno. Y ahi se me cayo el casco de los suenos y me volvio un poco el aleteo.

Al llegar al primero, Isidoro saco una llave del bolsillo y la metio en la puerta de la derecha, que tenia una imagen del Corazon de Jesus. En ese momento la mirilla, que era de gajos dorados, giro y al otro lado se vio un ojo vigilante.

– Apartate, mama, que soy yo. No te vaya a empujar como el otro dia. ?Me oyes? ?Que te quites! -insistio en tono impaciente.

Era una mujer con cara palida y ojos de loca, vestida de riguroso luto hasta los tobillos, desgrenada y con bastantes canas. Me parecio demasiado mayor, mas con pinta de abuela que de madre. Isidoro dio la luz del vestibulo en penumbra y ella se encogio como si le molestara. A mi ni me miro siquiera.

– ?Donde esta Nieves? -pregunto con angustia-. No ha subido ni me ha llamado en toda la tarde. Estoy sin merendar, sin tomar la medicina. Y luego estos ruidos en la cabeza que no paran, es como tener un barreno por dentro. ?Que sola me dejais!

Vi un perchero antiguo lleno de abrigos y me dieron ganas de irme a esconder alli para no ser testigo directo de aquella escena. Era violento. Y ademas la madre de Isidoro daba un poco de miedo. Me fije en que tenia una cicatriz en la cara.

– Ha habido mucho trabajo esta tarde, mama -dijo Isidoro con voz tranquila-. Ahora te pongo yo la merienda. Nieves ha salido a dar un paseo. Tiene derecho, ?no? Y tu debias dejar de dar vueltas por aqui como un fantasma y hacer lo mismo que ella: salir a tomar el aire. Y tirar las pastillas por el retrete. Mira, este es mi amigo Baltasar.

– ?Y que quiere? -pregunto con gesto agrio.

– Nada. Le voy a prestar unos apuntes que ya a mi no me sirven. Pasa a ese cuarto, Balti, y esperame un momento, que enseguida voy. Si. Ese.

Entre. Era un despacho antiguo y habia muchas estanterias y armarios con puertas de cristal llenos de libros. Otros se apilaban encima de las sillas y por el suelo. Enfrente de la puerta, ocupando casi toda la pared, llamaba la atencion un mirador alargado, con escalon para subir a el. Cruce la habitacion, y entre como en un templete. Daba justo encima de las letras mayusculas que decian ARINO en color rojo. No muy lejos, mas abajo, se veia el acueducto. Se habian encendido ya las luces de la calle, y la gente circulaba despacio, como si no supiera muy bien adonde queria ir.

Si levantaran los ojos, podrian verme en mi templete de cristal y yo asomarme y abrir los brazos para echarles un discurso o recitarles una poesia. Por ejemplo, de «La cancion del pirata» de Espronceda, me sabia dos trozos de memoria, que a Fuencis le encantaban:

Con cien canones por banda,

viento en popa a toda vela,

no surca el mar, sino vuela

un velero bergantin.

Bajel pirata que llaman

por su bravura «El temido»,

en todo el mar conocido

de uno al otro confin.

Y ve el capitan pirata

sentado alegre en la popa

Asia a un lado, al otro Europa,

y alla en su frente Estambul.

Lo de Estambul lo podia decir senalando hacia el acueducto, que es lo mas raro que hay en Segovia, antiquisimo ademas. Le puede echar un pulso a cualquier maravilla de Estambul. Se formaria un corrillo en la calle, todos mirando para arriba, cuchicheando. ?Que cara tan asustada pondrian! Y hubiera sido tan facil. Al fin y al cabo no estaba en mi casa. Y eso da otra libertad.

Me di la vuelta rapidamente para huir de la tentacion; y el despacho visto desde el mirador parecia mas grande y mas bonito. Tenia chimenea, dos butacas, un sofa y una mesa grande de estilo espanol. Me acerque a fisgar las cajitas, pisapapeles, carpetas y sujetalibros que tenia encima. Tambien un Quijote en bronce, con su escudo y su lanza. Todo un poco polvoriento.

Encendi una lampara de flecos y a su resplandor rojizo destacaba una fotografia de boda con marco de plata. Me quede pasmado, porque en la mujer (a pesar de lo desfigurada que estaba ahora) reconoci a la madre de Isidoro. Su marido parecia mas joven, era alto, delgado, interesante, con pelo y bigote muy negros. Los dos miraban al frente, el con desafio, ella como un poco asustada. Tambien detras de la mesa, ocupando un buen trozo de pared, se veian dos filas de retratos enmarcados en madera oscura. Quitando una mujer, todo eran hombres. Me imagine que serian personajes famosos. De familiares no tenian pinta.

Me sente en el sofa, que estaba a la derecha de la puerta, y me apoye en un almohadon. De puro a gusto que estaba, se me caian los parpados y empezaba a ver lo que no habia. Pero no pude llegar a dormirme porque la puerta no quedo bien cerrada y se colaban trozos de una conversacion de Isidoro con su madre, quebrada en altibajos del susurro al grito. Hablaban sobre todo de Nieves, pero cada uno por su lado, sin oirse. Para su madre no tenia mas que quince anos. Para su hermano tenia ya quince anos, y las chicas de esa edad hoy dia son mayores, no vivimos en el Medioevo.

– Pero se ha muerto su padre.

– ?Y que? Precisamente ha crecido y se ha vuelto mas seria por eso, porque se ha muerto el. Y yo lo mismo, que no te enteras; ?que hay que hacer para metertelo en la cabeza? Crecemos, si, tratamos de salir adelante. Tu en cambio retrocedes, pareces una nina de seis anos; dime, ?que apoyo podemos encontrar en ti?

La voz firme y paciente de Isidoro chocaba contra la de ella, destemplada, machacona y sin hilvan.

– O sea que yo aqui no pinto nada, o sea que me odiais, que me veis como un estorbo. Y Luis lo mismo. Os estara calentando la cabeza, nunca quiso a tu padre, nos ayuda para hacerse el bueno y el generoso, es lo que le encanta, lo conozco de sobra, hijo, ?no ves que hemos crecido juntos? ?Pues sabeis lo que os digo? Que me voy y en paz, hago la maleta y me voy, asunto concluido.

– Pero por favor, mama, que cosas se te ocurren. Esta casa es tuya. Y la libreria igual. No bajas a ayudarnos porque no te da la gana.

– Tu padre nunca me dio vela en ese entierro ni en ninguno.

– De acuerdo. Pero el ya no esta. Descanse en paz, que bien lo necesitaba. Para nosotros seria estupendo que nos echaras una mano, un alivio, tambien para el tio Luis. Y a ti te vendria tan bien, tan maravillosamente bien. Hasta el propio medico te lo ha dicho.

Pero ella cambiaba de tema y se enrollaba sin ton ni son en argumentos que ya menos interes no podian tener. Debian de estar en la cocina. Entre ruidos de platos o el pitido de una cafetera, Isidoro fue enmudeciendo para dejar correr aquella monserga quejumbrosa sobre medicinas que se toleran mal, alergia a los gatos, una asistenta que contesta de malos modos, solo viene cuando le da la gana y total para lo que hace, mejor que no viniera, unas gafas que se han perdido, una grieta en el techo y un vecino, don Lucas, mas malo que un dolor, que no nos puede ver y la ha tomado con nosotros.

– Aunque decir «nosotros» es absurdo -anadio-, una alucinacion de las mias.

Y ahi ya metio la primera en un crescendo teatral para dejar bien dibujado el agravio mayor. Todo nacia de ahi, de que estaba sola como un perro. ?Que significaba nosotros? Era una fruta que ella nunca habia visto en el mercado. Sola, si, completamente sola, luchando contra el miedo, contra los problemas de cada dia, contra los

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