Pase de largo haciendo como que silbaba, que ellos saben que es cuando mas onda cojo. Retuve la palabra, porque tengo buen oido, y la mire en el diccionario. Diasporas quiere decir que se dispersan individuos que antes vivian juntos o formaban una etnia. Dispersar, que tambien lo busque, es separar lo que antes solia estar junto. O sea que cada uno por su lado. Coincidia. Faltaba «etnia», la clave: «Comunidad humana definida por afinidades raciales, linguisticas, etcetera.» En ese etcetera entendi que estan metidos, como en todo, los parentescos. ?Que plaga!, ni con insecticida se descastan. Hay que ver todo lo que cabe en un etcetera y las raices que cria. Montones.

De la diaspora y la etnia de Camino no indague datos y ademas me jure no hacerlo nunca, pero cuando le aconseje que se tomara una tila me pregunto que si le daba permiso para venir alguna noche mas. Me acorde al despertarme a la manana siguiente, me lo habia pedido con una voz amistosa, y creo que tuve la debilidad de decirle que si. Muy bajito y haciendome el dormido, pero casi seguro que le dije: «Si, mujer, claro.»

Por entonces, una tarde me acerque a la libreria de Isidoro. Necesitaba un cuaderno grande para apuntar las palabras nuevas que aprendia y coserlas a imagenes que me iban brotando, o sea un intento de tapar poco a poco el agujero negro de todo lo sumergido. Seria labor larga, pero el verano tambien amenazaba con ser muy largo. De pronto no lo vi como un erial. Hacia calor. Andaba pegado a la pared buscando la sombra y tambien como ocultandome. Muchas caras se volvian al verme pasar, o me daba por imaginarlo. Ademas, iba a ver a Isidoro.

Por mucho que en casa hubieran intentado quitar de en medio los periodicos y dejaran interrumpidas algunas conversaciones cuando aparecia yo, no soy tonto y se notaba de sobra que la muerte de Ramon habia salpicado de escandalo a toda la ciudad. Mis padres habian sido llamados a declarar mas de una vez y tambien unos familiares de Fuencis que vinieron de Turegano. Gritaban mucho, eran groseros y a mama la llegaron a insultar. Habia una cunada chata, con verruga que parecia de comic prehistorico. Fisgaron cosa por cosa en los cajones del dormitorio de atras y mas que nada en un baul enorme apoyado a la pared, y que Fuencis nunca abria. La llave la llevaba colgada al cuello con una cadenita. Ellos lo descerrajaron. Entre los repliegues de un ajuar de novia antiguo, con sabanas de hilo que amarilleaban, se encontro dinero escondido. Segun aquella gente, no era bastante. Acabaron llevandose el baul, que pesaba como un muerto, y acusaron a mama de haberle hecho un maleficio a Fuencisla y haberla malmetido con los de su sangre. Y la palabra sangre, segun arrastraban el baul, broto por el pasillo a riachuelos que se metian entre las baldosas.

– Pero bueno, ?no os dais cuenta de que Baltita tendria que irse una temporada de aqui? -le pregunto un dia Pedro a mama.

– Si, algo habra que hacer. Lo hablare con Damian -contesto ella con un hilo de voz.

– O decidelo tu misma. Se va a poner malo. No come. Hay unos campamentos de verano estupendos.

Yo me metia en mi casita de papel a leer Robinson Crusoe, y los dias iban pasando. Queria ser aquel naufrago, que me despertara el canto de pajaros exoticos, invitandome a la supervivencia. Abrir siempre los ojos a la primera manana de la vida. Y oir el mar rompiendo contra los arrecifes de un islote jamas pisado por nadie. ?Quien me iba a encontrar alli? Lo mio con las islas es fijacion.

Por cierto que ese libro y La isla del tesoro queria comentarlos con mi amigo. Era el aliciente mas fuerte que me llevaba a su libreria. Pero Isidoro no estaba, aunque si un senor serio y un poco rigido que parecia completamente el dueno. Estaban haciendo obra para ampliar la parte de la izquierda y el daba ordenes a los operarios y atendia al publico. Habia un par de empleados jovenes. Nuevos los dos.

– ?Es usted el tio de Isidoro? -pregunte.

– Para servirle.

– Yo es que soy amigo suyo.

– Ya. El nieto de dona Baltasara.

– ?Donde esta el? ?No baja por las tardes?

– No. Se ha ido unos meses a una academia de Bonn a aprender aleman. Tiene una cabeza privilegiada.

– ?Y como le ha dado permiso su madre?

Bajo los ojos.

– No lo sabe. A mi hermana, la pobre, la hemos internado en una clinica, a ver si se mejora de los nervios. Perdona, ?quieres algo mas? Es que tengo mucho que hacer.

Mire hacia el techo. La trampilla por donde subia mister Hyde estaba condenada.

– No, nada mas. Mucho gusto en conocerle.

– Lo mismo digo. Puedes pasar por caja.

Tenia una voz que acobardaba. Por Nieves no me atrevi a preguntarle, aunque tampoco la vi, porque ni siquiera estaba seguro de que siguiera saliendo con mi hermano.

Pague el cuaderno y me volvi a casa muy triste, sin preguntar las senas de mi amigo ni dar recuerdos para el. ?Mi amigo? ?Es que lo fue alguna vez? En todo caso, tuve la corazonada de que Isidoro y yo habiamos emprendido viajes divergentes, o sea que los trenes donde te has montado no van a encontrarse nunca. «Divergente» viene cerca de «diaspora». Con la de empiezan algunas palabras de las que mas me dan que pensar.

Aquella misma noche empece el cuaderno. Decidi escribir todo lo que se me ocurriera, pero llevando un orden, no a lo loco. La letra y la ortografia son buenas y apunte muchas cosas de las que ahora me estan sirviendo para recordar la etapa de Segovia. Lo primero que pone es: «La provincia navega hacia el mar», y sigue una tira de dibujos donde aparece Segovia en amarillo, con quilla de barco, segun se va despegando de su sitio en el mapa. En los ultimos recuadros se hunde en una mancha de tinta, y a lo lejos se ve la isla de Robinson.

Cada vez le tenia mas carino al pupitre que herede de Daniel y lo cuidaba mucho. Los cajones los forre con papel estampado sujeto con chinchetas. Y como el hule de arriba estaba seco y tenia algunas calvas se me ocurrio untarlo con betun. Creo que me pase en la cantidad, y por mas que luego estuve varios dias frotandolo fuerte con una bayeta, tardo en dejar de pringar.

Camino, al poco tiempo, reanudo sus visitas. Si me veia escribiendo o leyendo, me traia la jarra de agua y se iba. Pero cuando me pillaba ya metido en la cama, se arrodillaba en la alfombra y apoyaba la cabeza contra la colcha. El pelo no se lo debia de lavar casi nunca, creo que se echaba brillantina y lo llevaba como a pegotitos, crucificado de horquillas. Cada vez hablaba menos. Solo me decia que yo era la persona mas buena que habia conocido, que su ilusion seria vivir nada mas que para cuidarme. Otras veces me preguntaba que por que comia tan poco. Ella hacia muy bien el arroz con leche. Y las torrijas. Era como un animalito servil y empezo a agobiarme. Sobre todo porque note que mi silencio le daba pie a unos mimos incomodos pero que tampoco me atrevia a rechazar.

Una noche metio la mano debajo de la sabana, me desabrocho la chaqueta del pijama y me empezo a acariciar el pecho con los dedos habiles.

– Te late el corazon muy fuerte -dijo-. ?Por que no me dejas que me quede un ratito acostada contigo? Los dos tenemos miedo.

Yo aquella perturbacion ya no la podia soportar. Salte de la cama, la agarre por el codo.

– Yo no tengo ningun miedo. Levantate del suelo.

Me obedecio y me miraba con ojos como de fiebre. Nos quedamos de pie uno frente a otro.

– No quiero lios, ?sabes? Y dimelo claro, con la boca. A ti el miedo, ?de donde te viene, de la parte aquella de atras?

Dudo un poco.

– Si, no la aguanto. Tengo pesadillas. Salen bichos.

La cogi de la mano y me dirigi con ella a la puerta. Se resistia.

– ?Que me vas a hacer? -pregunto asustada.

– Nada malo, Camino. Desde esta noche dormiras en el sofa del gabinete y se acabaron los problemas. Coge ese almohadon, que ahora te llevo una manta ligera.

– ?No, por Dios, que locura! -protestaba-. ?Que van a decir tus padres? Me echan seguro.

Cada vez me daba mas pena de ella, pero el trastorno que me habia metido en el cuerpo se mudaba por dentro en una descarga de mando. Habiamos llegado al gabinete, le quite las sandalias, la ayude a tumbarse en el sofa, y se dejo hacer.

– No te preocupes. Peor seria que te encontraran metiendome mano en mi cuarto. Tengo ocho anos.

Me miro con ojos relucientes, mientras le echaba encima la manta.

– ?Y nunca te tocas el cuerpo? -pregunto-. Pues da mucho gustito.

– ?Dejame en paz, chica, no seas plasta! -la corte-. Yo a ti no te pregunto por tu vida, asi que empatados,

Вы читаете Los parentescos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату