– Pues estabas deseando venir.
– Ya. Pero las cosas se ven siempre mas ideales cuando todavia no las tienes.
– ?Y la casa, Lola? ?Te gusta esta casa?
Ahi ya me miro abiertamente.
– Nada. Pronto quieren comprar otra mejor. Esta es de alquiler. Pero da igual.
»Exactamente. ?Si, igual! -estallo Lola, alterada-, aunque nos fueramos a vivir a un castillo con mayordomos, no cambiaria ni la una de este dedo menique. Casa, lo que se dice casa, desde que se fue Fuencisla no volveremos a tener ninguna. Nunca jamas. Y tu lo sabes igual que yo, Baltasar.
Se le quebro la voz, me abrazo y yo me acurruque contra su pecho. Los dos estabamos llorando.
II. LOS ESTERTORES DE LA PROVINCIA
Yo no se la edad que tendria aquella chica, Camino, cuando entro en la breve etapa final de la casa zurriburri a echar una mano, porque alli nadie daba un palo al agua y el follon era total.
Se la contrato como ayuda provisional, dijeron. Provisional es la palabra que mas se repetia, y Max la convirtio en «provi». Yo tire de diccionario y lo entendi enseguida, claro: remedios de los de «pan para hoy y hambre para manana». Todo lo «provi» servia para lo mismo, para tratar de disimular las boqueadas de una asfixia. El diccionario que usaba entonces, y que lo tenia sobadisimo, era pequeno, de tapas amarillas. Me lo habia prestado Pedro, nunca me lo volvio a pedir, y se quedo viviendo en los repliegues de mi casita de papel. Luego en la mudanza se debio de perder, porque no he vuelto a verlo. Pero aquel verano aprendi muchas palabras.
Segovia entera llevaba el letrero de «provisional». Por las noches, antes de dormirme, veia toda la provincia despegarse del mapa despacito y arrastrarse hasta las costas de Portugal. Luego empezaba a navegar en plan ensayo por un mar oscuro, y cada vez se estrechaba mas el istmo que la unia al continente, puente de tablas primero y luego cordon que se iria mudando en hilo. En el sitio donde estuvo quedaba una laguna tipo pozo. Me tenia que sentar en la cama, respirar muchas veces seguido y beber un vaso de agua.
Camino se dio cuenta y me ponia en la mesilla una jarra tapada con un panito. Al principio crei que habria sido idea de mama, mejor dicho, me hice esa ilusion, pero no.
Camino, ademas de provisional, era palida, muy flaca, casi una nina, pero a ratos se volvia mayor. De un minuto a otro. Y entonces daba algo de grima. Una manana me desperte muy temprano, aunque ya entraba un poco de amanecer, y al volver del bano me la encontre de espaldas, quieta, mirando la plaza desierta con la cara pegada al balcon del gabinete. Llevaba un camison largo y nunca he visto una estampa mas triste. Se sobresalto al oirme, aunque procure retirarme de puntillas, y empezo a pedirme cantidad de disculpas por estar alli, es que creyo que era mas tarde y habia que preparar algun desayuno, que por favor a mis padres no se lo dijera, que ella no habia venido a fisgar nada, todo bajito, seguido y con las mejillas como tomates. Imposible: no me dejaba meter baza. Le tuve que poner una mano en la boca para cortar aquel ataque de verborrea sin control, mas anormal todavia en alguien que casi nunca hablaba.
– Por favor, Camino, tranqui. Puedes andar por la casa todo lo que quieras y a la hora que te de la gana, no faltaba mas. Vives aqui, ?no?
Asintio y, ante mi sorpresa, se agacho a besarme una mano.
– ?Eres tan bueno, eres tan bueno!
– Venga ya. No digas tonterias. Y vete a dormir que son las seis y media. ?Vale?
Fue la primera vez que me fije en que tenia los dientes saltones. No quise esperar a que llorara, pero me fui a la cama muy incomodo y ya no volvi a conciliar el sueno.
La verdad es que no se de donde la habian sacado, ni oi decir que viniera recomendada por nadie. En fin, la trajeron y alli estaba, aguantando mecha en los dominios traseros de la casa zurriburri, que alguien, por cierto, se habia encargado de desinfectar y encalar. El trasiego de obreros seguia, aunque algo mas flojo, o sea que ver caras extranas, azulejos y sacos de cemento era normal. Quien controlaba semejantes negocios ni lo se ni me importa. Yo creo que en aquel desmadre de «salvese quien pueda» de lo que se trataba era de no tropezar con el bulto de objetos ni personas. Y Camino era un bulto que a nadie le producia curiosidad mas que a mi.
Hay que reconocer que las tareas de casa las cumplia pasablemente, guisaba tirando a bien, iba despertando a algunos dormidos por la manana, cuando los habia, y ponia en orden lo que veia revuelto, o sea todo. Pero en aquel caos donde nadie mandaba cosa de fuste, el mayor merito es que tomara algunas iniciativas, como la que he dicho de la jarra de agua, y otras por el estilo; llamaba la atencion su sed de agradar. Andaba con pasos que no sonaban y solo salia a recados, nunca ponia la radio y a veces incluso sonreia.
Claro que eso era antes de ponerse el sol. En cuanto empezaba a oscurecer, parecia una de esas plantas que se cierran, y el susto que se pintaba en su cara anemica lo veia un ciego. Yo estaba hecho polvo, pero ciego no. Y ademas era el unico que la miraba y la llamaba por su nombre. Los demas decian «la chica», y punto.
Supongo que habria pasado un mes o asi desde que vino -aunque ese periodo es una mancha sin contornos- cuando por las noches (si veia ranura de luz por debajo de la puerta) empezo a tomar la costumbre de llamar, entrar de puntillas con los ojos bajos y arrodillarse junto a mi cama. Me decia que se moria de miedo, que yo era lo mas bueno del mundo y que la dejara quedarse un rato conmigo. La primera vez indague un poco.
– ?Te da miedo esta casa?
– Si, de noche.
– ?Pues no te quedes a dormir! ?Lo saben mis padres? Diselo. O hablo yo con ellos, si quieres.
Sacudio la cabeza y los hombros violentamente.
– ???No, no, por favor, eso si que no!!!
Estaba temblando. Me dijo que mis padres no la habian contratado con obligacion de quedarse a dormir. Que eso, lo que ella eligiera, y pagandole lo mismo. Pero no tenia adonde ir.
– Y en la calle…, bueno, ya sabes.
Se enrollo exageradamente. Estaba contenta con el sueldo, la trataban bien, si se enteraban de que tenia queja, a lo mejor la echaban, por Dios me pidio que no le contara nada a nadie. Aunque a saber si yo creia en Dios. Pero se fiaba igual. ?Se lo prometia? Juntaba las manos como si rezara.
Dije que bueno y cerre los ojos. Me estaba mareando un poco. Se me escapo un bostezo.
– ?Te aburro? -pregunto.
– No, Camino, es que no tengo sitio.
– ?De que?
– De nada. Lo siento.
Simplemente no me cabian ya mas historias, ni secretas ni provisionales, ni largas ni cortas, ni de verdad ni de mentira, anadidas a las que ya dia y noche me pisoteaban la cabeza. Es como cuando una maleta esta hasta los topes y no cierra aunque te sientes encima. Por eso no le fui tras la pregunta a Camino, aunque me daba mucha pena. Ella me pidio perdon, sonrio, se levanto del suelo y me dio las buenas noches con voz mansa y yo le aconseje que se tomara una tila. Era la segunda vez que la oia hablar asi a toda mecha, como si le diera igual que la estuvieran oyendo o no. Y aquel petardeo dejaba un resonar como de pedos. Apague la lamparita y abri la ventana para que se fuera el olor. Subian ruidos de la terraza de verano, era una noche fresca. Tuve ganas de salir a ver si seguia Camino al otro lado de la puerta, pero no lo hice. Y me culpe de egoista y cobarde; igual ella estaba llorando sola.
Lo que saque en consecuencia, a partir de aquella noche, tomando datos de aca y de alla, es que en casa, desde que paso lo que paso, no les debia de haber resultado facil encontrar, ni pagandolo a precio de oro, a quien tuviera el coraje de entrar a compartir la agonia de una casa contaminada. ?Que tenia de raro, si nosotros mismos la aguantabamos fatal y el que podia se piraba a la menor ocasion? Entre nuestros ojos que evitaban mirarse y nuestras palabras envenenadas de disimulo no corria el aire, nadie se reia ni daba un portazo ni lloraba. Y el que hablaba con otro, era en plan chu-chu, y con rejilla por medio, como en los confesionarios. Un dia le dijo Maximo a Lola en el pasillo, ella venia de la calle y el salia:
– Esto es el hundimiento de la casa Husserl, companera. Ojala dure poco el aterrizaje. Abrochense los cinturones.
Y ella contesto:
– Es la diaspora, Max, no nos enganemos.