aparatosas, como la cursileria, y no acusando, sino senalando y describiendo: Los cursis y las cursis, Los senos de la cursi, se diferencian de Lo cursi, de Benavente, como un tratado de anatomia de un catecismo de higiene.
(Y, a proposito, muy a proposito, no resisto a la tentacion de consumir un excurso en el subtema de «Ramon y sus relaciones con la cursileria»; las cuales fueron muy sui generis, quiero decir singulares y acaso tambien extravagantes. Por lo pronto, gozo de un especial olfato para descubrirla, como perro que husmea el gazapo, y en sacarla a relucir, como el mismo perro con el gazapo en las fauces. Despues la excluye de si mismo, pudoroso: de su persona, de su atuendo, de su manera de escribir; pero esto no puede hacerse de modo tan radical como el lo hizo, como lo hicieron otros, sin arrancarse «pedazos del corazon», porque son cursis muchas cosas amadas, familiares, personales, y el dolor que asi resulta corre el riesgo de ser cursi tambien. Hay escritores que asumieron lo cursi, llamense Proust o Juan Ramon Jimenez; lo asumieron y asimilaron por medio de una operacion estetica que no le cambio la naturaleza a lo cursi, sino el lugar en el sistema. Otros, incapaces, buscaron soluciones tajantes. Joyce, por ejemplo, resolvio su problema particular reduciendo el Eros a groseria y cantando arias de opera, que ya esta bien: arias que no se aguantan ni a los profesionales. Ramon, por su parte, busca una solucion menos dramatica y nada espectacular, una solucion inteligente: acumula en una persona del sexo opuesto, proxima a el, toda la cursileria entranable, y para no excluirla del todo de su vida, por no objetivarla y danarla [puesto que objetivar es negar el amor], mantiene un puesto por el que mana esa corriente sentimental y ese puente suele ser su corbata. Ramon usaba frecuentemente corbatas cursis, y ?existe o ha existido algo que lo sea mas que aquel maniqui en cuya intimidad vivia? Fue fotografiado varias veces, y es posible comprobarlo. Las mujeres que pasaron por la vida de Ramon, quiza adorables, no fueron menos cursis; pero el y su literatura quedaron incontaminados.)
Continuo: Lo cursi, de Benavente, detras de su intencion satirica, y como soporte de ella en el sentido de ser lo que la hace tolerable al publico, mantiene la afirmacion de que lo cursi coincide con lo virtuoso en una misma y sola cosa, y que solo determinados intereses temporales, quiero decir mas bien transitorios, lo convierten en risible, si bien una operacion mixta de inteligencia y bondad baste por si sola para restaurar el buen orden. Esta proposicion (como otras muchas de identica estructura) tranquiliza inmediatamente al espectador, quien, por una parte, es cursi, ama lo cursi, vive en el sumergido, y no es capaz de detectarlo como tal, y, por la otra, acata las convenciones que decretan la ridiculez de la cursileria, las pone en practica, y hace como si, obediente, se riera. Y todo va bien mientras subsisten, efectivas, las mencionadas convenciones, cuya formulacion contiene, ademas, la lista de lo cursi (como de lo kitsch, o de lo in, o de lo que sea). Pero su vigencia, como la de ciertas leyes, es pasajera: nuevas formulaciones y nuevas enumeraciones sustituyen a la anterior, el ciclo se repite, el que no ha perdido la flexibilidad cambia de gustos, y a otra cosa: es decir, que todo va bien mientras no aparezca un catalogo ex-haustivo, no de lo que es cursi, kitsch o in temporalmente y por decreto, sino perennemente y por naturaleza. ?Ay! Entonces, las taxinomias [1] se desmoronan, y un catador o connaisseur puede afirmar sin temor a equivocarse, a la vista de sus cejas depiladas y de algun que otro escritor menor, que Roland Barthes es cursi, por ejemplo: como sucedio cuando Thackeray publico su Libro de los esnobs: que quedo claro quienes lo eran y quienes no, y el porque, y que los habia de naturaleza y de ocasion, y como hasta los duques podian serlo. Pues con los cursis, el libro de Ramon fue de efectos semejantes: los dejo virtualmente en panales y sin manera de disimularse; como que ya hay quien ni se toma la molestia de intentarlo. ?Y como proliferan! Si bien la mayor parte de ellos y de ellas se hayan refugiado en la pornografia, en el travestismo y en otras aguas revueltas. ?Y cuanto cursi anda suelto por ese mundo del rock!
Yo no se (de eso no entiendo), si esa perspicacia verdaderamente cientifica de Ramon obedece o le viene de su primitivismo. La tesis principal de este libro (y de su autor, por supuesto) es la de que Ramon fue, en cuanto artista, un primitivo. Bien. Bendito sea si le permitio ver las cosas como son, es decir, en cuanto cosas, en cuanto seres, y no en cuanto eslabones de una cadena o funciones de una estructura. Es importante imaginar (o sea, reconstruir mediante la imaginacion) el paso de Ramon por la realidad, su convivencia con los objetos, su vision. ?Nos atreveriamos a definir ese paso o paseo como cosificador? De buena gana lo haria si no fuese porque esa palabra corre ya con valor muy distinto, con el valor opuesto. Porque la cosificacion operada por Gomez de la Serna es precisamente la contraria de la tan mencionada, ya que afirma y proclama lo que los objetos son y valen en si mismos. ?No consiste en eso, en tasarlas una a una y cada una en lo suyo, lo que hace cuando recorre el Rastro y recuenta sus cosas? La visita al Rastro complacia a Ramon: uno, porque le permitia descansar, ya que la realidad le daba hecho lo que el operaba (como se dijo) regularmente: iba al Rastro a descansar; y, dos, porque el Rastro le servia de demostracion o prueba, ya que alli se amontonaban los ex objetos, hechos ya cosas por el destino y la vida, convertido el espejo de aguas desvaidas y verdosas en aquello mismo que Ramon habia imaginado al con-templarlo en un salon velado con una gasa verde de anadidura. Hay quien piensa que su paso por el circo se asemejaba al que hizo por el Rastro, o viceversa, pero yo pienso que no, que habia graves diferencias: porque las cosas del circo las veia como tales cosas, en efecto, pero recuperadas y convertidas en objetos de un mundo distinto, despojados el y ellos de toda utilidad: un mundo en que la fuerza bruta (otra vez Benavente) se disimula y transforma bajo las lentejuelas en fantasia rosada y espejeante que atraviesa el espacio con precision de bala; en que la muerte esconde su mueca detras de la geometria y de la fisica, y que solo aparece cuando el problema sale mal.
Umbral asegura, y comparto su opinion, que Gomez de la Serna, biografo famoso y autobiografo, no acerto al cultivar esta clase de generos. La razon es la misma de su error al acercarse a la novela: no contar con el destino. No contar con el como ingrediente capital de cualquier vida humana, y, por ende, de cualquier personaje literario. Ya se que semejante afirmacion no esta de moda, y hasta es posible que las convenciones vigentes hayan decretado su condicion de cursi o kitsch, que da igual para el caso; pero eso no le quita ni un adarme de su veracidad, y volveremos a darnos cuenta cuando, hartos de tanta palabreria como nos abruma e impide ver claro, recuperemos las grandes y elementales intuiciones, y esta lo es. Ramon no la tuvo suficientemente en cuenta, no llego a comprender que el hombre, que no es un objeto, jamas puede llegar a ser cosa, y, por tanto, sujeto de un proceso de greguerizacion. Ahora bien, lo que Ramon hace en sus biografias (o en sus novelas), es greguerizar a un hombre o a una imagen humana. ?Y de que le vale hacerlo, por ejemplo, con Baudelaire, si de ello no sacamos en limpio mas que unas cuantas anecdotas? Que es lo que nos ocurre con la lectura de El doctor inverosimil -pongamos por caso de novela frustrada-: una serie fatigosa de extranos, a veces divertidos, y siempre insuficientes, fragmentos anecdoticos, cuyo valor reside en cada una de las unidades que componen la novela, no en su sistema, porque no existe. Con la unidad siempre precaria que presta un argumento elemental, con algo mas de sistema, a las restantes novelas de Ramon las aqueja tambien la insuficiencia, si se exceptuan algunas de las cortas, como las Seis Falsas. Ramon o la incapacidad para el panteismo, podria definirse, pues cada cosa se agota en si misma, y se manifiesta en el desnudo aislamiento de lo irremediablemente individual; pues si un hombre es un cosmos, y eso dicen, Ramon no percibe su conjuro, menos aun su unidad, sino solo las estrellas fugaces que a veces transitan por su cielo. Y es curioso como, al concebirse a si mismo en Automoribundia (que es, por otra parte, un gran libro), no alcance a verse como tal cosmos, es decir, como algo que gira alrededor de un solo eje, sino que se podrian senalar tres o cuatro distintos, tres o cuatro sistemas, tres o cuatro Ramones.
Si todo esto que acabo de escribir es cierto, y yo lo considero tal, queda explicado por que los espanoles contemporaneos suyos experimentaron ante Gomez de la Serna la acostumbrada desconfianza, el desasosiego que la presencia de un intelectual suscita, mas un plus de anadidura aconsejado por sus cualidades personales; ante todo, por esa profesion de descubridor de realidades, de perito en ellas, de navegante por sus mares. Pero Ramon no era hombre que sacase, de tal oficio, consecuencias ruidosas: jugaba con dinamita, pero conocia el secreto de evitar su estallido. Y, al ofrecer su juego, la dinamita, en otras manos, permanecia inalterable. ?Pues menudo sistema anarquista se hubiera podido deducir de sus colecciones de greguerias! Nadie, sin embargo, lo formulo, y acaso ni el mismo, conservador a la postre, se haya dado cuenta. El caso es que las precauciones tomadas por los espanoles no fueron las del grillo y la celda, sino las de la risa y la indiferencia. Una revista satirica de las derechas solia llamarle Roman Gamez de la Sorna; un critico de la misma