cuerda dijo de el que su unico defecto era el de escribir todo lo que pensaba y publicar todo lo que escribia. Cuando salio, en Paris, a la pista de un circo encaramado a la grupa de un elefante, aqui se comento, como siempre: «Esta loco.» Y si anos mas tarde se le ofrecio alguna especie de homenaje, no fue por su talento, sino por aprovechar politicamente su madrilenismo, para lo cual fue necesario, primero, desvirtuarlo. ?Que tendra que ver lo suyo con el casticismo de verbena?

A Ramon hacia tiempo que no se le dedicaba un libro. No lo hizo, ni se sabe que vaya a hacerlo, el ultimo superviviente del cuadro de Solana y de los fundadores de Pombo, el gran escritor y hombre extraordinario Jose Bergamin, cuya prosa acostumbran a olvidar los que afirman que la generacion del 27 no dio prosistas, los que juzgan la obra de aquel grupo de poetas por lo que dicen los periodicos y no por lo que valen los libros. Tampoco mi generacion lo hizo, eso de escribir sobre Ramon, de estudiarlo, de revelarlo, probablemente porque, entonces, la ocasion no la pintaron calva. Y es ahora Francisco Umbral quien lo ofrece, separado de los mios por un cuarto de siglo, ese que tanto significa y que tanto transformo. Francisco Umbral, que probablemente acabara como eponimo de grupo, o de generacion, comparece en este prologo por dos razones: la primera, la mas obvia, como autor del libro prologado; la segunda, porque, hasta ahora, hemos tratado de cierta casta de hombres, y Umbral pertenece a ella y la representa con mas brillantez de la que pudiera esperarse en un tiempo tan poco apto como el que vivimos para el despliegue publico de una personalidad literaria. Hemos tratado de Valle-Inclan y de Ramon; hubieramos podido hacerlo tambien de Cela, por los mismos motivos, y por ser quien recogio, a su debido tiempo, una antorcha que, al cabo de cuarenta anos, puede entregar cualquier dia a su preconizado sucesor entre los escritores visibles. Cela, que vivio y escribio (sigue, por fortuna, viviendo y escribiendo) en los anos de mayor hostilidad del cotarro espanol, se mantuvo en sus trece de aqui estoy yo que valgo mas que vos, y se hizo acatar, y todavia en anos recientes el glorioso episodio de Archidona le dio ocasion de ejercer esa preeminencia, o prevalencia, conquistada a fuerza de desplantes: mas ruidoso, quiza, que sus predecesores: mas, por supuesto, que Ramon. Francisco Umbral trae otra fisonomia, y es otra su conducta: como son muy distintas su estetica y su prosa, y, por supuesto, los tiempos en que transcurre. El viene de los anos del hambre, que no ha olvidado, que no puede olvidar, que nos recuerda a todas horas, y de esa adolescencia que tambien nos ha contado, sin demasiados libros aunque con mujeres; hizo su aprendizaje de la vida literaria en un Madrid que ya no era, o empezaba a no ser, el de La Colmena, ese que describe en La noche que llegue al cafe Gijon. Fue testigo, por tanto, de la mas feroz transformacion de la sociedad espanola que se recuerda, de su conquista por la osada clase media baja, cargada de complejos y frustraciones, sedienta de exhibicion y de ganancias: una clase dispuesta a ganar dinero y a que se le note, sin sentido de la medida y admiradora de grandiosidades filisteas, cuya mas clara expresion estetica es el rascacielos de treinta pisos, el rascacielos mediocre que destaca como un mastil en la capital de la provincia, donde aspira a ser uno y preeminente; la clase media de la posguerra y del consumo, presumida de coche y de querida, que destruye las ciudades y la lengua, capaz de todo para «realizarse», que es como se llama ahora al ejercicio conjunto de la injusticia, de la crueldad y del mal gusto. A Umbral, como a otros de su edad, se le abrieron los ojos ante ese espectaculo frenetico, que yo no se si alguna vez le habra fascinado, pero ante el que, en algun momento de su vida, decidio detenerse y contemplarlo, para cuajar luego sus esencias en palabras, en articulos de periodico. Pero no se quedo en mero contemplador, sino que quiso ser actor sin abandonar su profesion; quiso ser el escritor-testigo al mismo tiempo que el escritor- castigo, y, para ello, lo primero que hizo fue sacar del desuso viejas formulas, no poeticas, sino sociales, como el dandismo y el esnobismo (que tan unidos suelen ir), y hacerlas suyas, armas anticuadas, dirian algunos, aunque el mostro que no lo son. Del dandismo tomo el cuidado de la facha y un atuendo, o, mejor dicho, unos principios para construirlo, en un momento en que la sociedad permisiva dejaba de preocuparse de como se visten los demas y de como se portan (al menos aparentemente), siempre y cuando lo hagan conforme a unas leyes muy precisas, promulgadas, precisamente, por quienes tienen a su cargo el cuidado de la comunidad: los fabricantes. En su virtud, puede usted llevar pantalones blue-jeans, pero no de terciopelo; con tal de que los use (los compre, los gaste, los sustituya), se le permite meter dentro a un anarquista o a un pasota. Umbral puede haber alabado alguna vez los blue-jeans, y de hecho lo hizo, pero en cuanto el simbolo de algunas liberaciones laterales, no de sumision a la industria y al gusto que representan, menos aun como prenda personal, pues, como decia Ortega, los aparto de si «con sacro horror de musageta» y se encasqueto un traje de terciopelo, que fue como echarse sobre la espalda una de las mas gloriosas tradiciones europeas, aquella que estudio Barbey y entre cuyos componentes se cuenta la impertinencia: virtud que convendria reivindicar como necesaria para el equilibrio social, singularmente de sus estructuras morales. El dandi, pues a el me refiero, interrumpe, con su sola presencia, la satisfaccion del filisteo, la complacencia que experimenta al contemplarse; le desquicia o saca de sus casillas como todo lo que no alcanza a comprender. En nuestro tiempo hemos sido testigos de un extrano fenomeno, nunca (que yo sepa) acontecido: todo un grupo social, los jovenes, decide manifestar por medio de su vestimenta la hostilidad que siente hacia lo constituido; seriamente preocupado, el establishment hace lo posible por desvirtuar el fenomeno, y lo consigue, ?quien lo duda? Pero, al margen, quienes se asustaron en un principio, al no ver ya peligro, dan salida y expresion a la admiracion subyacente y se visten como los jovenes. Es muy posible que en el hecho haya un componente magico, algo de conjuro, pero de lo que no cabe duda es de que el pequeno burgues, el filisteo, se ha asimilado las formas (o su carencia) manipuladas por la juventud. Lo cual quiere decir que eran capaces de hacerlo. Pues con el dandismo nunca sucedio otro tanto, y los ensayos fueron siempre fracasos. En el amplio y pintoresco panorama de nuestra sociedad presente, las formas las cultivan los horteras: quiero decir aquellas que les son accesibles. Pero jamas las del dandismo. Umbral, que lo sabe, maneja el adjetivo hortera con precision y propiedad. No ignora que los que se sientan aludidos son incapaces de vestirse un traje de terciopelo, por la unica razon de que, para ello, es menester el ejercicio de un complicado acto de voluntad personal, no la secuacidad [2] a los decretos de un congreso de sastres llevados a la practica por un consorcio de grandes almacenes. El traje de terciopelo de Paco Umbral es la primera de sus impertinencias, algo asi como su proa, o el anuncio de las demas: que se pueden dividir en dos grupos, las sociales y las literarias, aunque siempre expresadas, unas y otras, literariamente. Seria menester, para dilucidar las primeras, averiguar previamente cual es la ideologia de Umbral al respecto, si de una ideologia se trata, y no de una nostalgia. ?Es, acaso, un acrata? En todo caso, de rechazo y por reduccion al absurdo. Para mi, y desde el momento mismo de su madurez intelectual, Paco Umbral echa de menos lo aristocratico, lo distinguido, y no solo en cuanto a maneras, sino muy principalmente en cuanto a conducta. A Valle-Inclan, en el fondo, le pasaba otro tanto: son personajes que admiran la elegancia, que se rinden a ella. Este ideal, este esquema imposible, esta imagen de nada, permite aplicar a la gente raseros muy estrictos, y no se salva nadie, sea quien sea el sujeto y llamese como se llame. Francisco Umbral tiene en la mente su Oriana, ?y que mujer resistiria cualquier comparacion? De donde se deriva una vena que lleva a Umbral a coincidir con su admirado Proust y a proclamarse, burla burlando, esnob. ?Pues claro! Si el colmo de la belleza es la tal Oriana, ?quien no la admirara? ?Y quien, lamentablemente, sera capaz de igualarla? Porque ambos sentimientos, el de admiracion y el de impotencia imitativa, comporta el esnobismo. Si Lucifer es el esnob de Dios, como se viene diciendo por los entendidos, en su estela navega buena parte de la inteligentzia, con bastante frecuencia de manera menos confesa que la de Umbral: quien tiene por lo menos el valor de no ocultarlo. Y creo que de la misma raiz procede su segunda impertinencia, la literaria, de la cual lo que menos importa es que se las cante claras a mucha gente mas o menos encastillada en una falsa idea de si misma, sino ciertos aspectos, mas sociales, de su escritura, y, ante todo, la pluralidad de sus voces, es decir, de sus lenguajes, que van, como saben sus lectores, de lo intelectual a lo «canalla». Y aqui hay que traer a colacion el recuerdo de Quevedo y no dejarse despistar por la antes mentada admiracion proclamada de Umbral hacia Proust. Quevedo, ademas de la Torre de Juan Abad, senoreo un lenguaje requintado, excesivamente aristocratico, y por eso, por haberlo manejado y hecho suyo, pudo apoderarse tambien, si no crear, el lenguaje «canalla» de su tiempo. (Proust, que no era hidalgo de solar montanes, que era un pequeno burgues desplazado hacia arriba, jamas se hubiera atrevido.) ?Se ha pensado que Valle-Inclan, otro de los modelos remotos de Umbral, repite el esquema de Quevedo? Porque tambien el, Valle-Inclan, fue un hidalgo del Norte, y tambien recogio la expresion «canalla» despues de haber derrochado el lenguaje discriminado y brillante. Pensemos ahora que ni Valle ni Quevedo fueron esnobs. ?No sera el esnobismo de Umbral un ardid o una mascara? Porque tambien el pasa, pasan sus voces, de un lenguaje a otro, de un ambito a otro. En cualquier caso, lo mismo que sucedio con Quevedo y con Valle-Inclan, no son sus modos depurados sino los populares, los que se propagan y suscitan, con la admiracion, la imitacion: al lector de revistas y de diarios no le descubro

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