– No lo se.
– ?Como que no lo sabe?
– Que no me acuerdo. Que lo tengo alli en la pension escrito en los papeles con los certificados y eso, pero que ni lo he leido. Yo solo pensaba en el Pianolo.
– ?Que oficio tenia ese senor de Tomelloso? – pregunto Plinio.
– Habia estao toda su vida… Vamos, desde chico, en Valladolid.
– Acabaramos…-dijo el Juez, dando una palmada.
– Don Fernando Lopez de la Huerta – casi grito Plinio.
– Desde luego, Rufilanchas, no puede decirse que e uste un Descarte – dijo el 'secre'-. ?Que barbaridad!
Rufilanchas miraba a unos y a otros sonriendo.
– Yo creo que ya esta to dicho.
– Manuel – dijo el Juez -, por favor, recupere esa documentacion que estara en el equipaje de Rufilanchas y disponga lo conveniente para que esta tarde, si todo esta en regla, entierren a ese pobre hombre.
– Los cuartos tambien estan con los certificados y guias – dijo Rufilanchas.
– Esta bien, senor Juez.
– En seguida que acabe el entierro de esa pobre mujer me recupera al Pianolo y a su hijo.
– ?Y al Faraon?
– Tambien.
Por fin, Plinio pudo dormir aquella tarde su siesta deseada. Su primera siesta tranquila del verano. Del torrido verano manchego. Despues de las declaraciones de Rufilanchas, don Lotario, Maleza, el forense, el secretario don Tomaito, el agente Rovira y el comieron con los periodistas de 'El Caso'. El agape tuvo lugar en la fonda de Marcelino y pago don Lotario. A los postres hubo mucho copeo – que pago Dominguin -, puros habanos que costearon los periodistas, y vibrantes discursos en loa de Plinio y don Lotario, que con mas o menos prosa – don Saturnino con menos – pronunciaron los demas comensales. Se echo de menos al Faraon, ausente por comprensibles razones judiciales, y quedo como imborrable recuerdo de aquel acto jubiloso, esta frase final del discurso del 'secre' don Tomaito: 'Manue es uste el autentico fenomeno. He dicho'
Hubo aplausos, abrazos y ese reventoneo de corazones que tiene lugar a los postres de los banquetes de pueblo.
Acabada la comida, llenos de cenizas de puro y de vapores licoreros, cada cual marcho para su casa hasta la hora del entierro del pobre Witiza.
Plinio cerro las ventanas de su cuarto, se quedo en ropas menores y dijo a su mujer:
– Chica, para todos los efectos, hasta las seis y media de la tarde soy un difunto. Tu me entiendes.
Mientras dormia, sus mujeres le limpiaron y plancharon a modo el uniforme; le sacaron ropa interior limpia, le prepararon agua para banarse en el barreno de zinc; dejaron un frasco de colonia a mano, le lustraron las botas y le pusieron a refrescar un jarro de agua de limon para despues de la siesta.
A las seis y media lo despertaron. Cuado llego don Lotario a recogerlo estaba hecho una rosa. Sus botas eran espejos, y de su escaso cabello salia un punzante aroma de colonia aneja.
Don Lotario tambien venia muy fino, con traje de verano gris claro, un triste pensamiento en la solapa y los zapatos blancos. En la puerta de la calle, el 'Seiscientos', recien lavado, brillaba como un almirez.
Ofrecieron a don Lotario un vaso de agua de limon, liaron los ultimos cigarros de aquel 'caso', y marcharon hacia la parroquia para recoger al sacerdote que iba a dar sepultura al pobre don Fernando Lopez de la Huerta, cuando vivo, y Witiza desde que sus restos llegaron embalados a Tomelloso.
Muchos vecinos de Plinio, desde puertas y ventanas, saludaban con jubilo a los heroes del dia. El Jefe sacaba la mano por la portezuela y sonreia con discrecion.
– Manuel, eres el mas grande – le musitaba don Lotario de vez en cuando.
La operacion entierro habia sido preparada con sumo cuidado. Cuando llegaron al Cementerio con el senor cura, Witiza ya estaba, en su definitivo ataud, colocado en la capilla. Aguardaba mucha mas gente de la que pensaban. Entre otros, Celedonio el Rico, sus sobrinos los gemelos, Florentino el Desgraciao, Calixto el escultor, Alcanices el de las caretas, la Rocio, don Tomaito, don Saturnino, Anastasio el guarda jurado que dio la pista, Enriquito el de la Fonda, Braulio, Albaladejo, Rovira, Maleza, dos parejas de guardias, y muchas gentes de las que habian merodeado por el Cementerio durante aquellos dias de exposicion. Tantos eran, que cuando Matias abrio las puertas la capilla se lleno hasta el tope.
Entre los hachones encendidos estaba el rico ataud que compro Rufilanchas. Matias aconsejo que no se abriese, porque el cuerpo muerto ya hedia mas de la cuenta.
El cura rezo sus debidos responsos y al fin echo una pequena platica, muy bien traida, sobre el respeto y la honra que se debe a los muertos. La presidencia del duelo, como si dijeramos, la componian, con Plinio, don Lotario, don Saturnino y el 'secre'. Cuando acabo el requiescat y se miraban unos a otros como para ver quienes cargaban con el ataud hasta el nicho, Maleza toco en el hombro del Jefe.
– ?Que pasa?
– Que los Pianolos, el Rufilanchas y el Faraon estan ahi y quieren hablar con usted.
– ?Pero como no estan ya en la carcel?
– El senor Juez dijo que en cuanto acabaran de enterrar a la pobre mujer se presentasen a usted y ahora mismo le hemos dao la tierra.
– Bueno, pues que esperen ahi.
– Es que quieren ellos llevar la caja.
– ?Que caja?
– Pues esta, la del Witiza, como usted dice.
Plinio quedo pensativo y en seguida, apartandose un poco, conto el caso al 'secre', a Rovira y al senor cura.
Hubo unos momentos de duda, que al fin resolvio don Modesto, el coadjutor:
– Creo que es un rasgo de arrepentimiento que merece atencion.
– Esta bien – dijo Plinio.
– No e mala cosa. S'han enternecio – asintio el 'secre'.
– Anda, diles que pasen – ordeno a Maleza.
Se corrio la novedad entre los que estaban en la capilla y todos miraban hacia la puerta para ver tan inesperada visita.
Aparecieron primero los Pianolos, padre e hijo. De luto riguroso, con los ojos enrojecidos. Luego el Faraon, mirando al suelo, casi haciendo pucheros con su cara gordisima. Y por fin, Rufilanchas, inexpresivo, con sus ojos de gotasebo.
Les hicieron callejon y los cuatro llegaron hasta el catafalco. Con gran esfuerzo se lo alzaron hasta los hombros. Don Modesto echo tras ellos con las manos cruzadas y los ojos en el suelo. Plinio y los suyos seguian inmediatamente como duelo. Albaladejo, en competencia con el 'grafico' de 'El Caso', tiraba fotos al cortejo. Pasaron ante la 'Sala Deposito'. Plinio se acordo de Anacleto y de la senorita Maria Teresa.
Entraron en el Cementerio Viejo. Alli estaba, en un rincon, el famoso cajon y las tablas de la tapa. Plinio penso ahora en don Lupercio y Luque Calvo. Al virar hacia poniente, el sol, casi a ras de bardas, les daba en los ojos. Al Faraon le sudaba la calva. En una nueva revuelta, sobre aquel tumbario se dispararon las sombras larguiruchas de los que llevaban el muerto. Matias iba delante de todos con la escalerilla, el cubo de yeso y el palustre. Llegaron a la galeria nueva y descansaron el ataud en tierra. Nuevo responso. Los cuatro bromistas escuchaban con las manos cruzadas y los ojos abatidos.
Don Lotario dio con el codo a Plinio.
– ?Que?
– Mira.
Y le senalo unas mariposas que rondaban la cabeza de Rufilanchas.
– Esta vez han llegado tarde. Ya acabo el reinado de Witiza – le dijo Plinio al oido.
Benicasim – Madrid, verano de 1967.
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