Francisco Garcia Pavon
El reinado de witiza
© 1968
JUEVES
Manuel Gonzalez, alias
– En Castilla no hay primavera – sentencio don Lotario mirando las copas de los arboles de la glorieta despeinados por el viento-. Castilla es como ciertas mujeres mal templadas, que pasan del frio al calor o de la risa al llanto sin puente medianero.
El cielo estaba de un gris gordo y obsesionante que aplastaba las casas y la torre, se metia por puertas y ventanas, amainaba pajaros y gritos, empozaba el pueblo. Los arboles cabeceaban con desespero, intentando sobrenadar el toldo que los anegaba.
– Es mucha Castilla. Ella nos ha hecho a los espanoles tan raros… Hay veces que no la aguanto – aventuro timido don Lotario -. Debe de ser por mis oriundeces levantinas.
– Yo la aguanto, pero no me gusta. Es una tierra con muy mala leche. Me place la gente castellana porque rie lo justo y no presume… Pero el campo y el clima, para su madre.
– … Los escritores dicen que es muy buen paisaje.
– Claro, para verlo. A mi tambien me lo parece, pero no hay quien pare en el.
– Hombre, asi en el otono, pasear por el monte o comer carne frita con ajos en una huerta no esta nada mal.
Encendieron un cigarro y continuaron en silencio compungido ante el panorama de la plaza.
Aquel plomazo aplastaba las gentes y los coches. El Ayuntamiento, que estaba a la derecha, parecia sin respiracion, sin guardias, sin alcalde y sin serenos cantores, decoracion vieja de teatro repuesta sin motivo. Enfrente, la Posada de los Portales, con su aire norteno de solaneras, columnas, almagres y cales, posada de antiguos arrieros y tratantes que dormian en el suelo escuchando cocear las caballerias sobre la piedra todas las horas de la noche. Y a la izquierda del Casino, la iglesia. Plomo sobre piedra, torre chata y hechuras sin gracia, donde fueron bautizados cinco siglos de tomelloseros. Suspiradero de beatas, alivio de afligidos, oficina de funerales, catalogo de purpurinas y amenes. Tras este redondel de la Plaza, alrededor de este despeje, se extendia todo el pueblo llano, de cales, con mas de treinta mil almas alimentadas por la cepa y sus caprichos. De cuando en cuando una fabrica de alcohol, un agrio olor a vinazas, lumbreras en el suelo que alumbraban las bodegas subterraneas, tractores y remolques, carros olvidados en rincones, aparejos de mulas ya inexistentes. Paz, trabajo, mucho trabajo contra un suelo terco y sin entranas.
– El caso es que no parece tormenta – volvio a comentar el veterinario.
– ?Que va! Es ganas de fastidiarnos el mes de junio.
Tras ellos se oian los fichazos de los jugadores de domino, alguna risotada y las musiquillas de los anuncios de la television.
– No crea usted, don Lotario, que yo aguanto la television – dijo de pronto y sin que viniese a cuento el Jefe.
– Ni yo.
– Por sistema, hago todo lo contrario de lo que dice.
– Si te dejas llevar, hacen de ti un monicaco.
– Nos tratan como doctrinos – reforzo
– Lo malo es que a la mayor parte de la gente no se le ocurre nada. Hay mas tontos que feos, Manuel.
– No me lo diga. Y si no tontos, por lo menos sin ocurrencias, que viene a ser lo mismo… ?A que vendra este con tanta prisa? – se interrumpio
– A ver si es que ha 'salido algo', Manuel – dijo don Lotario.
Aparecio el cabo en la puerta del salon y apenas giro vistazo columbro al Jefe y a su compadre. Se acerco sorteando las mesas de partida, y llevandose la mano descuidadamente a la visera de la gorra a manera de saludo, solto su mandado:
– Jefe, que le llama el senor Juez.
– ?Que pasa?
– No se. Llamo por telefono al cuarto de guardia, y como no estaba usted me dijo que lo buscase al
– Espereme aqui, don Lotario. Sera alguna
– Aqui estoy, Manuel, y si tardas, en el herradero.
Desde que se mecanizo el campo todos los veterinarios del pueblo estaban dados a los demonios y a completar sus ingresos con otras dedicaciones. Todos menos don Lotario. Como tenia vinas por parte de entrambos conyuges, amen de un razonable capital amasado con muchos anos de profesion, ahora encontraba tiempo para acompanar a
En el antedespacho del senor Juez estaba el secretario don Tomas, alias
Los que me ven beber solo