'aqueles' que nadie sabe.
– Vamos al caso – urgio
– No. senor.
– Pero, bueno – replico en plan de policia -, ?es que aqui entra y sale quien le da la gana?
– Hombre, claro – contesto Matias sin inmutarse-, este, aunque triste, es un sitio publico.
– En donde entran mas que salen – comento
– Pero una cosa son las visitas y acompanamientos, y otra que te tapen y destapen los nichos y tu ni lo huelas.
– No se que le diga. Yo siempre ando por aqui… Como no fuera por la noche.
– Pero por la noche, ?cierras o no?
– Si cierro, Jefe, pero para el buen ladron nunca hay puerta fuerte.
– Venga, vamos para alla y traete las herramientas para ver que hay.
– Mira que como nos hubiese dejado un tesoro algun timido – dijo
– Si, si. Menudo tesoro – coreo Matias, que iba delante con una escalerilla de potro al hombro y una picota en la mano.
De pronto se oyeron unas voces detras del grupo:
– ?Matias! ?Matias!
Era don Saturnino, el forense, seguido de otras gentes enlutadas.
Matias al verlos parecio muy extranado, y pregunto a voces:
– ?Pero no habiamos quedado en que manana?
– Estas tu bueno – dijo el forense avanzando hasta llegar a su altura-. Te dije que hoy a las siete.
– Me dijo que el viernes a las siete.
– ?Pues, que es hoy, cavador? – pregunto muy cargado de razon, mientras se alisaba el pelo que le desordenaba el aire.
– ?Jueves!
– ?Viernes!
Matias consulto a todos con la mirada y ante el asentimiento del coro comento, mirandose la punta de la alpargata:
– Desde luego es que siempre entre muertos, pierde uno el tino del
– Menudo
– Pero, ?de que se trata, doctor? -corto
– De una exhumacion.
– Entonces ha tenido usted suerte, porque a lo mejor va a matar dos pajaros de un tiro.
– Pues ?que pasa? – pregunto tocandose el nudo de la corbata
– Ahora le explicare. Anda, Matias, vamos primero a esa exhumacion y despues a lo que ibamos.
– Pues bueno.
Dejo la escalera al pie de un cipres y echo a andar delante, con la herramienta en la mano, hacia la parte del Cementerio Viejo que ya habian dejado atras.
– Es que este Matias es un juevista – dijo
– ?Que es eso de juevista? – pregunto
– Yo, ni juevista ni narices; lo que pasa es que no paro en
– ?Pero a que hablas si no sabes lo que es juevista?
– Ni falta que me hace.
– Miralo que educado… Si, hombre, un periodico de los curas que recibe mi chica y dice: 'si quieres ser buen juevista, suscribete a esta revista'.
Con don Saturnino, el forense, venian cinco o seis hombres y dos mujeres, enlutadisimos, de aspecto muy rustico y que apenas hablaban entre ellos.
Luego de mil vueltas y revueltas, el camposantero se paro ante un nicho bajo, de traza muy antigua. La lapida era de marmol blanco, con esta leyenda en letras marrones: 'Aqui yace Mariano Lopez Birria, Sargento de la Gloriosa Infanteria Espanola. 1840-1896. Sus hijos no lo olvidan. Amen'.
Sin mas consultas, Matias se escupio las palmas de las manos, se las restrego y empezo a picar al hilo de los bordes de la lapida para ver el modo de sacarla entera. Que su oficio si que lo sabia Matias.
Y todos hacian corro al enterrador con los ojos fijos en la marcha de su picota, menos
– ?Doctor, el nicho va esta descubierto! – grito Matias.
– Voy.
Echaron todavia una coletilla a su parla, guardia y forense, hasta que por fin, este, con pasos arrastrados fue hacia el agujero. Se abrio el corro para dejarle paso.
– Venga, tire del ataud.
Matias se puso en cuclillas y empezo a tirar de el suavemente. Era una caja de maderas recias que se conservaban muy bien. Debia pesar muy poco el contenido porque salio sin esfuerzo.
– Abra usted.
El enniehador metio la punta de la picola entre tapa y caja a la altura de los cierres y la forzo por cuatro puntos. Luego, sin esperar mas ordenes, tomo la tapa por la parte de los pies y la levanto con cuidado. A la vista de lo que alli aparecio nadie dijo una palabra. Todos los presentes, en aquella tarde opaca, miraron obsesionados al destapado.
El cadaver, de uniforme azul y rojo, con los galones de sargento, aparecia en su total volumen. Pero lo mas chocante era su actitud. Estaba firme. Firme y con la mano derecha a la altura del kepis. El hombre habia muerto saludando o saludo al morir, que para el caso es igual. Y saludando lo habian dejado sus leales. Su rigidez no era de muerto, era de militar disciplinado. Tenia, eso si, no todo iba a ser perfeccion, el cubre- cabezas un poco descolocado y el flequillo negro le hacia banderas sobre la frente. Su cara, amojamada y casi con color todavia, expresaba un gesto vigoroso. Las manos parecian de carton. Las botas, el sable, unas espuelas, a pesar de ser de infanteria, y la hebilla del cinturon, en su sitio, nuevecitos. El uniforme levemente descolorido, como empolvado.
– Estos si que eran hombres – dijo al fin
– Desde que tengo potra no he visto otra – coreo el huesped de carronas. Y luego-: Este debe ser un terreno muy aparente para la conservacion de lo funebre, porque yo nunca he visto un cuerpo tan completico.
Los parientes o lo que fueran que habian llegado con don Saturnino, tenian puestas las caras muy raras, como atemorizados por tener que ver algo con aquel individuo tan decidido e integro.
La boca del muerto, apretada, quedaba casi cubierta por el copioso vello del bigote y de las barbas.
– ?Donde va a ir? – pregunto Matias a los parientes.
– Pues al osario, porque aqui vendra manana el tio Pedro – dijo uno sin dejar de mirar.
– Pues ya sabeis – les dijo
– Hala, vamos con el – dijo Matias, dispuesto a cargar con el muerto.
Pero no hubo ocasion. Apenas quiso abrazar la caja para alzarla, toda aquella imagen tan aparente y conservada se deshizo como si estuviera modelada con polvos de colores.
Fue visto y no visto.
– ?Se jodio! – salto Antonio
Carne, uniforme y gesto, todo quedo ahora en montecillos de polvo de diversos colores. Resto de drogueria. Solo las botas, los metales y los pelos aparecian enteros entre el esqueleto.